Las nueve musas
Jesús Pacheco

Todos los cuerpos, el cuerpo de Jesús Pacheco

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El actual y flamante VII Premio Valparaíso de Poesía, Jesús Pacheco, nos sorprende con un poemario que en las acertadas palabras de Luis Bagué “nos invita a adentrarnos en un laberinto ecfrástico que puede leerse al tiempo como un autorretrato en verso convexo, como una acuarela que evoca el mundo perdido de la infancia y como un óleo pintado con los trazos del desgarro existencial”

Y es que lo que hace Pacheco en este poemario es partir de un lienzo en blanco -símbolo de pureza y a su vez de vacío- para adentrarnos en su mundo, en su vida, pero ese lienzo se va dinamizando, concretando y adquiriendo una complejidad que va ligada a las experiencias vividas, el poema va adquiriendo un sentido más extremo conforme vamos pasando las páginas, a modo de poema-secuencia: “Un lienzo completamente blanco-un lienzo negro-un espejo sin rostro-un paisaje-un autorretrato”, etc.

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Todos los cuerpos, el cuerpo: 294 (POESIA)
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El paso del tiempo, el recuerdo de la infancia, que tampoco se trata de un paraíso perdido en el caso de Jesús, y la llegada de la edad adulta van tiñendo el lienzo de negro y al final ese lienzo acaba convirtiéndose en el espejo en el que el yo lírico descubre su llegada a la edad adulta en la que es más consciente de lo que supone vivir, en la que el poeta, como decía Machado, canta a lo que se pierde. Para nuestro autor “arden las pérdidas”, palabras que roba, con maestría, a Antonio Gamoneda.

La madurez implicará la mezcla en el lienzo de tierra, piedras y flores, esa mezcla de esperanzas y sinsabores es en lo que se resume la vida: “luego se le echa a un cubo de pintura blanca/ un puñado de tierra, piedras e incluso flores, también/ flores cuando no queda tan siquiera la alegría/ cuando no se advierte ni un atisbo de esperanza”.

El poeta juega mucho con la perspectiva, hay un juego de espejos al estilo Barroco que da la sensación de continua transformación en el yo poético. Estamos ante un lienzo-espejo que va mutando y mostrándonos las costuras y los recovecos vitales del autor. Se le otorga mayor importancia a lo físico, porque hay cierta imposibilidad de llegar a lo etéreo, cierta imposibilidad de nombrar la realidad mediante el arte, mediante la poesía: “mirar la imposibilidad del espejo/mirar la imposibilidad del hombre : : no existe/ el alma”.

El lienzo en blanco ahora es un espejo que refleja el paso del tiempo (Tempus fugit): “Veo en el espejo la destrucción de un rostro, la/ destrucción/ que crepita// que envejece con miedo y deseando/ una visión diferente de los signos de la piel…”

La poesía de Jesús Pacheco fluye como un torrente, para ello se sirve del paralelismo y la anáfora a lo largo del poemario para darnos así una sensación de rapidez, de velocidad; el tiempo se nos va de entre las manos, la infancia oscila entre los recuerdos positivos (“el espejo es/ una panadería blanca, una estantería de juguetes caros/ un caracol en el borde de una acera tras un día de lluvia/ los claveles en el pelo de mi hermana en primavera/ (…) un diploma/en primaria, un paseo con mi abuelo en triciclo por/ el parque/ y todos los caramelos que escondí en mi armario/ para comerlos a escondidas después de las fiestas//) y los negativos (“Me he cansado de mirar/ los rincones oscuros de esta casa/ los ojos de mi padre llenos de ira/ mientras intenta golpear a mi madre…”).

La edad adulta, por lo tanto, comporta el miedo a la tristeza, la consciencia de la muerte y la pérdida de la inocencia, entre otras muchas cosas, y en eso incide Pacheco, en eso y en la importancia de la memoria. Con todo ello el poemario acaba estableciendo trazos inconcretos que permiten al lector valorar el autorretrato esbozado por el artista. El cuerpo acaba convirtiéndose en el recipiente que sufre el dolor y el peso de lo físico y lo psíquico, del tiempo y de la edad, solo la belleza puede hacer soportable la existencia: “porque mi cuerpo no es mi cuerpo/ porque mi cuerpo es una herida/ y entre estas vértebras arde un pájaro agotado/ porque mi cuerpo/ es un pájaro ya cansado del aire…”

En definitiva, estamos ante un poemario intenso y reflexivo, fresco (plagado de elementos que lo acercan al Vanguardismo: uso de flechas, la doble barra, los tachones premeditados, el corchete, o los ocurrentes usos de la puntuación) y con una estructura a la que yo otorgaría cierta circularidad, al modo del eterno retorno nietzscheano, ya que se vuelve al lienzo en blanco del inicio, dejando a su paso esa idea homérica de que quizás lo importante en la vida no es a dónde se llega sino el viaje realizado. Jesús Pacheco ha sabido cogernos de la mano y llevarnos por su experiencia vital a través de unos versos deliciosos.

Compañero te auguro un gran futuro en esto de la poesía.

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Fernando Mañogil Martínez

Fernando Mañogil Martínez

Fernando Mañogil Martínez nace en Almoradí (Alicante) el 26 de agosto de 1982

Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante y profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES Los Montesinos-Remedios Muñoz.

Ha publicado algunos libros de poesía como Del yo al nosotros (Sevilla 2010), Viento en contra (Devenir, 2015) y Volver (Selección de poemas 2013-2018).

También ha realizado el trabajo de investigación sobre las relaciones poéticas entre César Vallejo, Gonzalo Rojas y Juan Gelman.

Su último libro de poemas publicado hasta la fecha es La musa y el silencio (Devenir, 2019).

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