Los que nos dedicamos al estudio de la lengua no podemos evitar reflexionar constantemente acerca de su funcionamiento, y huelga decir que la gramática ofrece un sinfín de elementos para llevar adelante dichas reflexiones.
En este artículo, el lector hallará algunas notas que surgieron de tan necesario ejercicio.
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La gramática, un elemento medular de nuestra lengua
Por lo general, la lengua se concibe como un conjunto de unidades que vinculan una determinada secuencia de sonidos con uno o más significados. Este punto de vista parecería dejar de lado la característica más importante del lenguaje humano: su creatividad, dicho de otro modo, la facultad de establecer secuencias cada vez más complejas a partir de unidades simples. Esto sucede, sin ir más lejos, en los procesos de formación de palabras. Por ejemplo, imagen es una palabra, pero también la base de otras, como imaginativo o imaginario. A su vez, las palabras se combinan unas con otras para formar nuevas y más elaboradas unidades, que no son otras que los sintagmas, como pueden serlo a su imagen y semejanza o una imagen serena, y las oraciones, como Una imagen vale más que mil palabras o La imagen que se había hecho de ella no coincidía con la realidad.
Decimos que las palabras, los sintagmas y las oraciones están bien construidas cuando se forman con arreglo a las reglas gramaticales del español. Estas reglas establecen qué clases de unidades pueden combinarse, en qué orden deben estas ubicarse y qué relaciones pueden constituirse entre los distintos elementos del sistema. La violación de alguna de las reglas mencionadas produce aquello que se conoce con el nombre de agramaticalidad. Para entender mejor este concepto, basta con observar las secuencias marcadas con asterisco de la siguiente lista:
a. Estoy muy cansado.
b.*Estoy mucho cansado.
c.*Muy estoy cansado.
d.*Estoy muy cansados.
La diferencia entre (a) y (b) demuestra que solo algunas palabras como muy —y no otras como mucho— pueden modificar a un participio/adjetivo como cansado. A su vez, la ininteligibilidad de (c) se explica por el lugar en que aparece el adverbio muy en la oración. En (d) se produce un problema de concordancia entre el verbo (que está en singular) y el participio/adjetivo (que está en plural). Como podemos deducir de estos ejemplos, las palabras se combinan con arreglo a determinadas pautas o esquemas: así, en muy cansado el adverbio muy precede al participio/adjetivo cansado. Esta unidad conforma el predicado del sujeto yo mediante el verbo estar, por lo que esta relación exige la concordancia —en este caso, de número— entre el participio/adjetivo y la persona del verbo.
ADN lingüístico y enseñanza de la lengua
Todos los usuarios de la lengua española —en especial, los que nacimos en el seno de una comunidad de habla hispana— combinamos los vocablos prácticamente de la misma manera, por lo que podemos coincidir en los juicios vertidos sobre los ejemplos del apartado anterior. Desde luego, esta coincidencia no se debe a que hayamos aprendido las mencionadas reglas gramaticales en la escuela, sino más bien a que adquirimos estas de un modo natural y espontáneo, pues ya forman parte de nuestro ADN lingüístico,[1] aunque no siempre podamos expresarlas de una forma consciente.
La «gramática» que le interesa al lingüista procura reflejar esa naturalidad y esa espontaneidad de la que hablábamos, una gramática que presenta diferenciaciones según la variedad lingüística que nos ocupe: la variedad diatópica (dialecto), que es la que se da según el terreno geográfico; la variedad diastrática (sociolecto), que es la que se da según la clase social, y aquellas otras variedades correspondientes a la edad de los hablantes y a los distintos registros que se utilicen en cada situación comunicativa según el grado de formalidad que esta requiera (cronolecto o idiolecto).[2]
La gramática escolar —que es la que, por lo general, se emplea para la enseñanza de la lengua— no debe ser nunca una traducción o una simplificación de las teorías lingüísticas, básicamente porque sus objetivos son otros. No se trata aquí de enunciar una nueva teoría sobre la oración o sobre el texto, sino de aprovechar el conocimiento que los alumnos poseen sobre su lengua de origen y convertir a esta en un valioso objeto de reflexión, de manera que puedan comprender mejor la estructura, el uso y la variación de esa lengua que ya en buena medida dominan.
Entre la descripción y la norma
Como bien sabemos, la gramática estudia las palabras, las relaciones que estas constituyen y los significados que a estas se les atribuyen. Se trata, por consiguiente, de una disciplina que involucra varias ramas, aunque, por convención, suele dividirse solamente en dos partes:[3]
- la morfología, que es la que se ocupa de las mínimas unidades significativas (lexemas, morfemas) y, fundamentalmente, de cómo estas se relacionan para formar palabras, pero también de la debida clasificación de estas;
- la sintaxis, que es la que se ocupa de la disposición y el funcionamiento de las palabras en estructuras mayores, como sintagmas u oraciones.
Tal como podemos observar, la morfología y la sintaxis tienen a la palabra como unidad de análisis, solo que, para la morfología, la palabra es la unidad máxima, y para la sintaxis, la palabra es la unidad mínima.
Ahora bien, la gramática (entendida ya como la suma de la morfología y la sintaxis) también puede tener varios enfoques. Dos de los más divulgados, sin duda, son el descriptivo y el normativo.
La gramática descriptiva, como su nombre lo indica, se encarga de describir las reglas que operan en el plano morfosintáctico, es decir, informa acerca de cómo se construyen las palabras complejas y compuestas de nuestro idioma, pero también los sintagmas y las oraciones. La gramática normativa, por el contrario, se encarga de recomendar ciertos usos en detrimento de otros a los que se los considera «errores gramaticales». Veamos los siguientes ejemplos:
- formas: el presente de subjuntivo del verbo haber, haya, frente a *haiga;
- variaciones morfológicas, como el género de algunos sustantivos: el calor frente a *la calor;
- combinaciones: detrás de mí frente a *detrás mío;
- relaciones, como la de concordancia: Hubo muchos participantes frente a *Hubieron muchos participantes o la de régimen del verbo: Dijo que no iba a ir frente a Dijo de que no iba a ir.
Es importante señalar que las expresiones tenidas por incorrectas, es decir, aquellas que son condenadas por la gramática normativa, se emplean en la comunidad muchas veces con mayor frecuencia que las tenidas por correctas o modélicas; no ocurre lo mismo con las secuencias concluyentemente agramaticales —como las de los ejemplos (b), (c) y (d) del primer apartado—, pues estas, por lo general, son inventadas por los gramáticos para exponer los límites de las reglas en cuestión.
- Moreno Fernández, Francisco (Autor)
[1] En cierto modo, la aparentemente compleja gramática generativa de Noam Chomsky parte de este simple postulado.
[2] Véase Francisco Moreno Fernández. Las variedades de la lengua española y su enseñanza, Madrid, Arco Libros – La Muralla, 2010.
[3] La fonética y la fonología forman parte también de la disciplina que glosamos, pero, como lo demuestra la Nueva gramática del español (Madrid, RAE y ASALE, 2009) —sobre todo, en su edición Manual—, estas ramas son demasiado específicas como para considerarlas indisputablemente distintivas.
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