Beber. Comer. Dormir. Amar. Dicho así, sin más, son simples verbos, ¿verdad?
A nadie se le ocurre pensar que nos están ordenando que bebamos, que comamos, que durmamos, que amemos (aunque tal vez no estaría mal que lo hicieran). Entonces, ¿por qué usamos tan a menudo el infinitivo con valor de imperativo?
Los infinitivos definen al verbo, pero no indican ni persona, ni tiempo, ni número. De hecho, muchas veces funcionan como sustantivos: «el frotar se va a acabar». En esta frase hay dos infinitivos, el primero hace las funciones de sustantivo y el segundo necesita un verbo conjugado que lo dote de contenido y le añada tiempo y persona.
Para dar órdenes disponemos en nuestra lengua del imperativo. Así, en el ejemplo del inicio deberíamos decir: bebed, comed, dormid, amad. Eso si nos referimos a la segunda persona del plural, claro está. Pero ya sabemos que el imperativo tiene su propia conjugación en la que sobra la tercera persona por eso de que si no está presente no podemos dirigirnos directamente a nadie, y la primera persona singular por eso de que es raro darse órdenes a uno mismo, aunque a veces sea necesario.
Pero sabemos también que el imperativo no tiene la exclusividad en eso de dar órdenes. A menudo se usa el presente de indicativo con valor imperativo. Por ejemplo, si nuestro hijo no quiere ir a la cama, nos puede salir del alma un grito de «¡te duermes ahora mismo!». O podemos emplear un futuro con tanto ímpetu que no quede duda de que hay que cumplirlo: «¡te lo comerás todo, por mis santos piiiiii!».
A nadie que no pertenezca a una tribu india de una antigua película del Oeste se le ocurre decirle a su hijo: «¡tú dormir!» para enviarlo a la cama. Pero puede que a veces sí usemos incorrectamente el infinitivo con valor imperativo, como en el ejemplo que pone la propia RAE : «*poneros el pijama y dormiros cuanto antes». No hay que lavarse la boca con jabón ni nada parecido por usar este tipo de expresiones, pero sí es necesario percatarse de que estamos usando mal el lenguaje, y pudiendo hacerlo bien, pues vaya…
Pero no todo está perdido para los amantes del infinitivo sargento. Hay una forma en que sí es correcto usarlo con sentido de imperativo, y es de un modo tan sencillo como añadirle la preposición «a»: «¡a callar!», «¡a dormir!».
El imperativo negativo
Para dar órdenes negativas, en cambio, no existe una conjugación de imperativo, sino que es necesario usar el subjuntivo: «no subáis por esas escaleras», «no comáis más». Es totalmente incorrecto utilizar el infinitivo con este valor cuando nos dirigimos a una segunda persona del plural: «*chavales, no subir por esas escaleras, que están rotas»; «*hijos, no comer más, que vais a reventar».
¿Totalmente? No. Una aldea poblada por irreductibles infinitivos resiste en su función de imperativo.
El infinitivo imperativo
Esta aldea está poblada por aquellas expresiones con valor exhortativo dirigidas a un público general, a un interlocutor colectivo y no determinado. Nos referimos ni más ni a menos que a los carteles que nos prohíben, nos recomiendan o nos obligan a determinadas acciones en lugares públicos («no fumar», «depositar aquí la basura orgánica»…), o a las instrucciones de ciertos aparatos u objetos («ajustar la pestaña con un destornillador», «lavar a mano»).
En estos casos se considera omitida una formula impersonal previa del tipo «se recomienda», «se ruega» o expresiones similares.
Tan solo en estos casos el infinitivo puede utilizarse con valor exhortativo. Así que ya sabéis, no *usarlo más de manera incorrecta, por favor.
Antonio J. Cuevas
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