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Textil

Evolución del sector textil como motor de la Revolución Industrial en España

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La Revolución Industrial, es el proceso de transformación económico, social y tecnológico que se inició en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVIII y que en décadas posteriores se extendió a otros países.

Supuso el paso de una economía rural, basada fundamentalmente en la agricultura, a una economía urbana, basada en la mecanización. Un punto de inflexión en la historia, modificando e influenciando los aspectos de la vida cotidiana, transformando la sociedad y aumentando la riqueza.

Fábrica textil catalana

Si bien en España se trató de impulsar este cambio, las antiguas estructuras de poder que deseaban mantener su Statu Quo, las sucesivas guerras en las que el país se vio envuelto y las continuas luchas internas, retrasaron enormemente su inicio y redujeron su fuerza. No fue hasta la década de 1830 cuando podemos decir que la revolución comenzó en nuestro país. Superado el fuerte retraso del primer tercio de siglo, el ritmo de la producción industrial comenzó a intensificarse y progresar. Sin embargo, el desarrollo fue muy localizado (Cataluña, el País Vasco y Asturias) y se centró principalmente en tres sectores: el algodonero, la siderurgia y la minería, pudiendo decir que los inicios se dieron en la provincia de Barcelona en el sector textil.

La industria textil catalana, ya desde mediados del siglo XVIII, se dedicaba a la producción de tejidos de algodón estampados (indianas) en estrecha relación con el mercado americano. Inicialmente, se hilaba y tejía usando métodos manuales tradicionales, pero el desarrollo industrial británico permitió que a finales de siglo comenzasen a introducirse las máquinas en el proceso. La industria, obligada por la necesidad, vivió un desarrollo importante, cuando en 1802, Malta, principal proveedor de hilo de algodón, cae en manos inglesas y se prohíbe la entrada de su algodón hilado en España. Dicho impulso, sufrió un frenazo con la Guerra de la independencia (1808 – 1814).

Tras el conflicto, y a pesar de la inmediata y progresiva emancipación de las colonias, con la consiguiente interrupción del comercio con éstas, se reanudó el ritmo productivo gracias a la demanda interna. Si bien en 1820, la fabricación de estampados se hacía con tecnología de 1790, el hilo de algodón empleado ya era local. Progresivamente, la industria fue creciendo y modernizándose, lo que hizo aumentar paulatinamente la necesidad de importación de algodón, que se cuadriplicó durante el primer tercio de siglo. Valga como dato, que si bien en 1815 en Barcelona existían unas 40 máquinas para el hilado de algodón, entre hiladoras y mulas de hilar, el número ascendió a 440 en 1829. El estampado también avanzó durante este período, con el proceso de estampado cilíndrico introducido en 1817, así como con el mecanizado de los telares, si bien este proceso fue más tardío.

A diferencia del estampado, que se centró en Barcelona, la hilatura se extendió a otros puntos de Cataluña, debido al uso de la fuerza hidráulica, siendo Igualada y Manresa los puntos más importantes después de la capital. Lo mismo sucedió con la tejeduría, que adquirió gran importancia en Mataró, Berga, Igualada y otras localidades de la provincia.

La era industrial comienza realmente en 1833 con la instalación de la primera máquina de vapor en la fábrica Bonaplata, en la que además se utilizaban por primera vez máquinas de hilar, tejer y estampar hechas de hierro fundido. La fábrica contó con el apoyo del gobierno para su creación, con la condición de que valiese de modelo y apoyo para la creación de futuras empresas similares. Un año después de la inauguración, cinco empresas más habían reunido el capital para importar e instalar máquinas de vapor. En 1846 había ya 80 máquinas de vapor en funcionamiento en Cataluña.

Narciso Bonaplata
Logotipo del conglomerado empresarial de Narciso Bonaplata

La industrialización aumentó la productividad y permitió la reducción de costes y precios. Mientras que en 1840 los textiles españoles eran un 81 % más caros que los ingleses, en 1860 la diferencia se había reducido al 14%. Para entonces, la mecanización ya había expulsado del mercado a los productores de otras partes de España. Pero este avance también derivó en conflictos sociales, formándose el primer sindicato de España en 1839, produciéndose una revuelta en Barcelona en 1842 contra las políticas de libre mercado del Gobierno que amenazaban a la industria y a los trabajadores, realizándose una huelga general en 1854-55 contra merma de puestos de trabajo ocasionada por la maquinaria…

A pesar de la industrialización, resultaba cada vez más difícil competir con los importadores extranjeros por lo que se solicitó protección arancelaria. Si bien los salarios eran más bajos, el coste de la materia prima y la maquinaria hacía inviable llegar a los precios que manejaban otras naciones, principalmente Gran Bretaña. Por si esto no fuera suficiente, la industria tenía también en su contra la gran cantidad de contrabando que ingresaba en el país. Sin esta protección, probablemente la industria catalana hubiera sucumbido a la competencia foránea.

Una serie de leyes que tenían como objetivo transformar y modernizar el campo español, posibilitaron la reducción de costes y contribuyeron a la expansión de la industria en la Cataluña rural a mediados del siglo XIX. Las colonias industriales establecidas en zonas rurales, proporcionaban una gran cantidad de ventajas fiscales que los empresarios supieron aprovechar. De las colonias que se beneficiaron de estas leyes, muchas eran textiles, y la mayoría de ellas, realizaban toda la gama de procesos del algodón, es decir, hilar, tejer y estampar.

La legislación permitió el uso del agua como fuente de energía gratuita, con el consiguiente ahorro en las importaciones de carbón inglés. La explotación minera en España había tenido una escasa contribución al desarrollo industrial, ya que la extracción de minerales estuvo sometida a importantes limitaciones por parte del Estado. Además, adoleció de capital, tecnología y demanda para estimular su puesta en explotación. Hubo que esperar a una variación de la reglamentación, que no se produjo hasta el último tercio de siglo, para que se diese el despegue. Este cambio, permitió la intervención de empresas y capital extranjero, que propició la explotación de los recursos del país a cambio de ceder el protagonismo y los beneficios a estos inversores.

Las ventajas de expandirse al medio rural eran muchas, se eximió a las empresas del pago de impuestos industriales durante 10 años. Dándose el caso además, de que los empresarios encontraban terrenos y personal más baratos en estas zonas que en Barcelona, así como mayor cantidad de materias primas, por lo que se produjo una gran concentración de fábricas a lo largo de los ríos. Dicha concentración, permitió la construcción de ferrocarriles que a lo largo del último cuarto del siglo XIX unieron minas de carbón locales con las fábricas y redujeron los costes de suministros y transportes.

De esta época son las 3 empresas textiles ubicadas en Sant Joan de Vilatorrada, al lado de Manresa, a la vera del Rio Cardener.

Cal Gallifa: comenzó su construcción en 1860 y fue inaugurada el 1865. La instalación contaba con 3 plantas, 51 trabajadores, 6390 husos y 24 cardadoras. Junto a las fábricas vecinas, Cal Borrás y Cal Burés, habían construido un salto de agua compartido que proporcionaba energía a las tres empresas. Desde sus inicios funcionó con vapor y la energía hidráulica del salto del agua, hasta que en 1913 se instaló la energía eléctrica. No obstante, la dependencia de la fuerza del agua todavía siguió como fuerza para generar electricidad. La fábrica cerraría sus puertas en 1978.

Gallifa
Antiga Fàbrica de Gallifa (Sant Joan de Vilatorrada) – De Isidre blanc – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0,

Cal Borrás: empezó su andadura en 1853 de la mano de Oleguer Borrás, que tan solo 20 años antes se ganaba la vida con un telar manual y el género que en él producía. La instalación funcionaba únicamente con energía hidráulica, hasta que en 1866 se complementa con la instalación de una máquina de vapor. En 1862 contaba con 2000 husos y 31 trabajadores. Acabó cerrando en 1972.

Cal Burés: Conocida como la fábrica del medio, se puso en marcha en 1860 con 17 telares, 1500 husos y 36 trabajadores. Se convirtió en una pequeña colonia con una calle propia y casas para los trabajadores. La empresa cerró en 1965.

Las fábricas, que únicamente abastecían el mercado interno, cada vez tenían una mayor producción, por lo que presionaron al gobierno para obtener más medidas proteccionistas que favorecieron no sólo al textil, sino a los cereales y la siderurgia. Se obligó por tanto a las colonias a comprar productos nacionales sin permitirles importar los extranjeros, extendiendo de este modo el monopolio de venta del algodón catalán a las Antillas Españolas. El gobierno incluso fue más allá, fomentando la participación estatal en las empresas y rechazando como norma, la competencia en los negocios. El área catalana recibió apoyo constante del Estado que impidió la entrada de algodones ingleses y franceses. En ese momento, los aranceles eran la principal fuente de ingresos de los gobiernos de todo el mundo, y el proteccionismo era común en Europa.

De ahí que con la pérdida de las últimas colonias, España perdiera gran parte de su mercado. La actividad de las fábricas se redujo drásticamente, lo que provocó importantes conflictos sociales a principios del siglo XX. Hubo modestos intentos de buscar nuevos mercados, principalmente en América Latina, e incluso se logró aumentar las exportaciones a Europa, principalmente a Francia durante la primera guerra mundial, pero todos estos intentos, se vieron perjudicados por la política monetaria del régimen de Primo de Rivera a partir de 1923.

Los años posteriores, marcados por la guerra civil y una dura postguerra, seguida de conflictos laborales, llevaron al hundimiento de la industria textil algodonera de Cataluña. Además, la autarquía posterior a la Guerra, unida al aislamiento del país, aseguró la obsolescencia tecnológica, además de limitar la entrada de nuevo capital. Cuando el país comienza a abrir su economía en la década de los 60, requiere ajustes drásticos para afrontar los mercados y las nuevas situaciones. Se produce la reconversión del sector textil, con el cierre de empresas marginales, la renovación de maquinaria y reducción de mano de obra que idealmente se re-asigna a nuevos sectores. La posterior crisis del petróleo de los 70 provocó que el sector ya no pudiera competir a nivel internacional ni con los países postreros. Las colonias industriales y las propias empresas fueron desapareciendo, dejando un sector muy mermado y lejos de lo que fue.

A partir de esta época, la industria textil hubo de efectuar una transformación dejando de lado el modelo de fábricas tradicionales para impulsar actividades de más valor añadido alrededor de la moda, cómo las marcas propias, el e-commerce, los proveedores tecnológicos o los expertos en logística. Si antes solo se requerían trabajadores manuales, ahora se requiere un personal más capacitado para desenvolverse en un ecosistema cambiante donde la tecnología juega un papel fundamental. El cambio, ha posicionado a Cataluña como referente internacional del mundo textil, si bien ha resultado un duro transitar en el que muchas empresas han quedado en el camino. El sector en Cataluña, está actualmente formado por 793 empresas, que facturan algo más de 14.000 millones de euros y cuentan con más de 64.000 trabajadores.

La evolución de los últimos 20 años, se ha concretado en tres grandes transformaciones: la marca propia como gran valor, la digitalización y la sostenibilidad. Tres palancas que han impulsado la evolución del sector.

Lander Beristain

Lander Beristain

Lander Beristain, San Sebastián (Gipuzkoa) 1971. Siendo el menor de tres hermanos, se crió en el seno de una familia de clase media que además de aportarle su cariño, le inculcó el gusto por la educación y la cultura, así como unos valores personales marcados a fuego que aplica en todos los aspectos de su vida y proyectos en los que se implica.

Pasó su infancia en Deba (Gipuzkoa) y posteriormente se trasladó a vivir a San Sebastián.

Apasionado de la literatura y de la historia del imperio romano, así como de las novelas históricas que leía en diversos idiomas, tuvo que relegarlos a un segundo plano para acometer sus estudios de Ingeniería industrial en la Universidad de Navarra y desarrollar una carrera profesional estable.

Con infinidad de ideas en su cabeza comenzó a escribir “El Consejero de Roma” en 2017, tardando 2 años en confeccionar el primer borrador. Posteriormente fue puliendo diversos detalles y aspectos, antes de presentarlo a “Las nueve musas ediciones” para su edición, de forma que quedase listo para ver la luz. Un momento tan esperado como ilusionante.

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