Las nueve musas
poesía de la conciencia

La generación poética de la posguerra: primera poesía de la conciencia

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La generación poética de la posguerra creó la primera poesía de la conciencia, en la senda de Redoble de conciencia (1951), el espléndido título de Blas de Otero.

Aunque el término poesía de la conciencia se acuña a finales de los 90 del pasado siglo, como etiqueta que hace referencia a un grupo poético promocional que, si en parte debe su impulso a la lectura del poeta vasco y a un intento de reactualizar la poesía social, no ahonda tanto el sentido existencial de conciencia (en pugna con los límites de la existencia o, en algún caso, abierta también a lo infinito).

Solo para recordar esta otra posibilidad de la conciencia, traemos estas citas de Pérez Galdós (del episodio nacional La de los tristes destinos, Serie IV. Episodio 40):

 “La conciencia es el espejo de lo infinito…”

En tus soledades y tristezas vuelve los ojos al mar, si tienes ocasión de verlo, y al cielo: ellos te darán la impresión de lo infinito. Ante lo infinito, eleva tu conciencia y Dios será contigo”.

Quien habla ahí es un marino, Lagier, capitán liberal, con un concepto de religión muy distinto al católico, evidentemente; más bien, krausista, filosófico o deísta. Si habláramos de la religiosidad del Blas de Otero de sus primeros libros existencialistas, veríamos también otra forma heterodoxa de religiosidad: el hombre lucha con Dios…. Esto no ha sido muy destacado por la crítica del poeta vasco. Urge estudiar mejor el acercamiento heterodoxo a lo religioso en la poesía de Blas de Otero, incluso la influencia de este aspecto del poeta en autores posteriores. Recientemente lo hemos comprobado en un libro de la poeta zaragozana Rosa Cólera Aranaz, ya fallecida: La canción del tiempo (2005, Libros Certeza, Zaragoza).

Precisamente a Blas de Otero, ese gran poeta de la posguerra, rinde homenaje Rosa Cólera Aranaz en varios de sus poemas.

Y pues ha surgido ya el nombre de Blas de Otero, quisiéramos recordar y volver a poner en valor —como ya lo hicimos en otro lugar—[1] el acervo poético de la generación de posguerra, evidentemente hoy tan lejana en sus circunstancias históricas y cuyas obras tratan temas -religiosos, existenciales, familiares- que hoy no están en candelero, pero que fueron la matriz de mucha poesía posterior, de la generación del 50, y de la posterior, la del 68 o 70, y llegando a algunos poetas actuales.

La poesía rehumanizada de esa generación de la posguerra—o posguerras, la española y la mundial— entronca con Antonio Machado, incluso con el Machado lector de Heidegger, el pensador de la apertura del ser y del tiempo, tanto como del destino del hombre para la muerte, del Da-sein: el ser-ahí arrojado a una existencia que no ha pedido y de la que no entiende su sentido. Esos temas se unen, además, a la conciencia (o consciencia) de la guerra, y de las limitaciones socioeconómicas de la circunstancia política y social de España: el cerrojo a la libertad que supuso la dictadura de Franco.

Los poetas en la posguerra, como reacción humanamente explicable ante esos temas trágicos, llevaron la poesía a una vuelta a la intimidad, a tratar en sus versos el mundo personal y familiar, pero también -ambos aspectos no son incompatibles y varían en su dosis en cada poeta- a mirar el mundo y a denunciar la injusticia en los escasos márgenes que permitía la censura. De todos modos posibles, poco a poco la poesía española de aquella época se abriría a tratar los temas sociales y políticos, sobre todo a partir de mediados de la década de los 50.

Esa gran generación, compuesta por una larga nómina de hombres y mujeres poetas, pero entre los que destacan (y esto va en subjetivos gustos también) nombres como Blas de Otero, Carmen Conde, Eugenio de Nora, Miguel Labordeta, el genial poeta casi solitario, Ángela Figuera, María Cegarra, la poeta de la minera población de La Unión, amiga y un tiempo Musa de Miguel Hernández, casi desconocida, y por supuesto el gran Gabriel Celaya, Victoriano Crémer, y los imprescindibles Luis Felipe Vivanco, Ildefonso Manuel Gil, los Panero (Juan y Leopoldo, tío y padre respectivamente de los poetas Juan Luis Panero y Leopoldo María Panero, de la generación de los 70 o novísimos). Y Carlos Edmundo de Ory, Vicente Gaos, José Hierro y los poetas del grupo Cántico, cordobés. La nómina sería más extensa y no decreciente en calidad… (No olvidamos, por ejemplo, al santanderino José Luis Hidalgo, muerto en plena juventud, que posiblemente, de vivir, se hubiera convertido en uno de los grandes poetas del siglo XX, como llegó a serlo Blas de Otero; o a Dionisio Ridruejo, cuya poesía no dejó de evolucionar. Y a algunos autores y autoras que marcharon al exilio tras la guerra de España[2], Concha Méndez, Ernestina de Champourcin, la almeriense María Enciso, Marina Romero, Rosa Chacel, Germán Bleiberg, Juan Rejano, José Herrera Petere, y el gran poeta alicantino Juan Gil-Albert, que comenzó a publicar en 1936 y cuya obra en constante crecimiento, tras ser difundida a finales de los 70 en España, fue un referente para la generación de fin de siglo, a la par que la de otro gran poeta Luis Cernuda).

Precisamente, en ese citado grupo Cántico (Pablo García Baena, Juan Bernier, Ricardo Molina), como bien enseña Guillermo Carnero, los poetas adoptaron la vía del desprecio o el silencio respecto al régimen imperante, de modo que su crítica social consistía en no mencionar para nada, en sus poemas, la España de aquella época; el silencio es una forma de crítica tan respetable como la realizada por la poesía social. Son poetas del amor, del paisaje, de la intimidad, como en parte también lo es el grupo leonés y madrileño (incluimos a los Panero, Rosales).


[1] Cf. “La poesía española de posguerra: un canto para el hombre”. Artículo de F. Martínez.

[2] Aunque son mencionados algunos de estos nombres (Méndez, Champourcin, Gil-Albert, Chacel) en la nómina de la generación del 27, por su relación con esos poetas mayores, preferimos incluirlos en la de la generación de la guerra y la posguerra, al publicar su poesía por los mismos años (finales de los 30) que la generación del 36 o de la posguerra, incluso con posterioridad, en la siguiente década. Dejamos aparte el caso inclasificable de Miguel Hernández, que cronológicamente debiera incluirse en esa misma generación de la guerra y posguerra, pero que, a diferencia de sus coetáneos, su poesía había logrado madurar muy pronto en los años previos a la guerra y durante la misma. Sin embargo, sus poemas en la cárcel, donde llegó a una segunda y aun más lograda madurez, pertenecerían plenamente a la poesía de posguerra. La mayoría de los poetas, como Celaya, Gil-Albert, Rosales, estaban comenzando su obra en los años previos o durante la guerra. De ahí que su madurez la alcancen en la posguerra, tanto en España, como en los países a los que marchó el exilio republicano.

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Fulgencio Martínez

Fulgencio Martínez

FULGENCIO MARTÍNEZ LÓPEZ nació en Murcia; es editor y director de la revista Ágora-papeles de Arte Gramático.

Profesor de filosofía, poeta, ensayista y autor de relatos. Ha publicado, entre otros, los poemarios La segunda persona (Sapere aude, Oviedo, 2021), Línea de cumbres (Madrid, ed. Adarve, 2019), Cancionero y rimas burlescas (Renacimiento Sevilla, 2014), León busca gacela (Renacimiento, Sevilla, 2009), El año de la lentitud (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2013).

Ha publicado la antología La escritura plural, 33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura, con textos en cinco lenguas españolas: vasco, catalán, gallego, español y sefardí. (Prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Ars poética, Oviedo).

Es autor de un ensayo sobre la filosofía de Antonio Machado, publicado en la revista Symposium de la Universidad Católica de Pernambuco (Recife, Brasil). Y del libro de relatos El taxidermista y otros del estilo (Diego Marín, ed. Murcia).

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