En julio de 1860 nadie podía imaginar que asistir a una función benéfica de El Trovador iba a significar escuchar el nacimiento de la leyenda más importante de la ópera decimonónica mexicana. Una niña de 15 años, no muy agraciada, pero con una voz que enloquecía a quien la escuchaba, cantaba el protagónico, Leonora. Ángela Peralta (1845-1883) debutaba y con ella, dos años después, entraríamos en el horizonte operístico internacional, cuando, con 17 años, debutara en la Scala de Milán.
Todo el mundo sabe que su trayectoria fue la más espectacular de una mexicana en el siglo XIX, sin embargo hay muchas cosas de su biografía sin comprobar más allá de la repetición de varios coetáneos y con visos de leyenda poco relacionada con la realidad. Uno de los aspectos más importantes de su vida, que tampoco se ha estudiado a profundidad, es su trabajo como empresaria. Sea este artículo una pequeña contribución, en espera de una investigación más seria, sobre el trabajo de esta extraordinaria mujer.
La Peralta deja el país por primera vez en 1862, para hacer una extensa gira por Europa, que es un éxito total. Tres años después y en plena invasión francesa, precisamente invitada por los emperadores Maximiliano y Carlota de Habsburgo, regresó a México para actuar con la empresa Anibale Biacchi, con quien tiene como primera ópera a interpretar La sonnambula.
En esa temporada y con esa compañía la Peralta canta Lucía di Lammermoor, El Barbero de Sevilla, Martha, Puritanos, Maria de Rohan, La traviata, Semirámide, La Favorita, El Trovador, Rigoletto y Un ballo in maschera haciendo Oscar. Además del estreno de Ildegonda de Morales, que fue todo un acontecimiento nacionalista. En este viaje ella es parte de una compañía que alquilaba el teatro y hacía una corta temporada. La relación con la empresa Biachi no fue muy buena, sobre todo porque el empresario al final de la temporada había alegado pérdidas y no pagó lo acordado a los artistas, cosa que para la soprano fue una dura lección.
Es muy poco creíble que la empresa Biachi no hubiera ganado suficiente con la Peralta en su elenco, sobre todo cuando las crónicas hablan de llenos totales siempre que ella cantaba y las empresas a cargo de la diva no tuvieron pérdidas en ningún momento, ni siquiera cuando enfrentaron otro tipo de problemas, como se verá más adelante. Esto es, quizá, una de las razones más poderosas y lógicas para que decida dedicarse a tener su propia compañía.
La Peralta inició su gira internacional en la Habana en 1867 (mismo año del fusilamiento del Emperador Maximiliano en el Cerro de las Campanas) e incluyó ciudades como Brescia, Florencia, Módena, San Petersburgo, Turín, Madrid (teatro de la Zarzuela) y Barcelona.
Es precisamente en capital española donde comienza su relación laboral con Enrico Tamberlik (1820-1889), tenor muy prestigioso que en esos años rondaba la cincuentena, que había sido cantor de cámara de la corte en San Petersburgo y que tenía a sus espaldas treinta años de carrera profesional en Europa y Sudamérica. ¿Cómo o por qué aceptaría crear una compañía con una jovencita de 26 años que tenía un tercio de su experiencia profesional? No tenemos otra razón que su confianza en el talento de la joven mexicana.
Primera compañía Peralta-Tamberlik (1871)
La Compañía Peralta-Tamberlik estaba formado por el francés Gasseier, la Visconti, la Tomasi, Verati, Testa y Mari, bajo la dirección de Enrique Moderatti y Melesio Morales. Llega a tierras mexicanas en 1871 y se presenta en el Teatro Nacional de México, que había recuperado su nombre –en tiempos de Maximiliano era Teatro Imperial- y su temporada está anunciada con el siguiente repertorio: La sonnambula, Lucía di Lammermoor y La traviata, solo con la Peralta; para el debut de Tamberlick se escogió Poliuto y se agregaron, ya con los dos divos, Martha, Lucrezia Borgia, Otello de Rossini, I Puritani y La favorita. Todo ello para completar las doce envidiables funciones del primer abono.

Justo Sierra, impresionado por el trabajo le dedicó un poema y la agrupación fue anunciada como “La mejor compañía que ha pisado esta capital desde que fue fundada Tenochtitlán”.[1] La prensa escribe de ella:
“La Sra. Peralta, como de costumbre, entusiasmó á la concurrencia, y este entusiasmo llegó á su colmo cuando Ángela cantó la aria del delirio. Nuestro Ruiseñor se hace cada día más digno de la fama que ha conquistado, y el público mexicano encuentra en ella á su artista más querida (…) Un inmenso número de ramilletes fue arrojado á la escena, y los más entusiastas bravos y los aplausos más justos fueron el homenaje tributado á la artista.”6
Dentro del ámbito político fue Tamberlick quien consiguió aceptación en los salones liberales de la época. Sobre todo, con el gobernador de la Ciudad de México Juan José Baz, quien lo recibió en una fiesta a la que asistió Benito Juárez, entonces presidente del país.
Seguramente, el pasado trato de favor por parte de los emperadores Maximiliano y Carlota a la soprano debe haber sido un obstáculo para que ella fuera parte de esas festividades oficiales, pero ella era demasiado querida por el pueblo llano como para que fuera menos homenajeada.
Una ovación impresionante la recibió en su séptima función como Amina, acompañada de coronas de flores, mientras la orquesta tocaba dianas y tres bandas militares tocaban la marcha de Zaragoza. Fue llevada a su casa en una carretela rodeada de sus seguidores entre vivas y aclamaciones espontáneas, le leyeron poemas, además estaba rodeada por la crema y nata de la intelectualidad del país. Todo esto confirmó que el gobierno liberal podía apoyarla o no, ella era una estrella popular y pertenecía a un grupo de intelectuales, artistas y creadores, que estaban más allá de las luchas políticas que en México siempre han sido absurdas y confusas.
La temporada de esta compañía tuvo tanto éxito que hizo cuatro abonos de doce funciones cada uno. Todos con enorme éxito e incluyeron el estreno de una partitura mexicana Guatemotzin de Aniceto Ortega. El último abono terminó con la representación de Faust de Gounod, con los divos en los papeles estelares, en una función que se recordará durante años.
La compañía acepta hacer una temporada en Veracruz y al parecer, igual que Manuel García en su tiempo, Tamberlick sufre un asalto que termina en fiesta cuando los ladrones se enteran de que es cantante e incluso, no solo le devuelven su dinero, sino que lo acrecientan con un pago por su actuación. (Leyenda poco creíble y difícil de probar).
Segunda Compañía Peralta (1872)
Un año después y con una larga experiencia detrás, Ángela Peralta decide convertirse en empresaria. Espera el tiempo necesario por el luto que guardaba el país a raíz de la muerte de Benito Juárez, y debuta con Lucia di Lammermoor el 28 de julio de 1872. Su repertorio es especialmente novedoso y atractivo, incluye los títulos de siempre como La traviata, Il trovatore, Lucia di Lammermoor, La forza del destino, I puritani y Lucrezia Borgia, al lado del estreno en México de La Pardón Ploermel: Dinorah de Meyerbeer –que constituyó un éxito apoteósico en México- La condesa de Amalfi de Petrella, Ruy Blas de Marchetti y La estrella del norte también de Meyerbeer.
Su biógrafo, Ángel de María y Campos justifica este novedoso repertorio de la siguiente manera:
“Su viaje a Europa y el constante contacto que la Peralta mantenía con los centros musicales del viejo continente, que la informaban de cuanto se estrenaba o triunfaba, principalmente en los teatros italianos, le permitió poner al público de México al día, dándole a conocer las óperas recientemente cantadas al otro lado del mar.”[2]
Esta forma de programar está mucho más relacionada con lo pasaba en Europa, donde la fiebre por la novedad obligaba a los compositores a escribir muchas obras por contratos leoninos y el público esperaba nuevas óperas constantemente.
Los artistas que integraron esta compañía fueron: Cornelia Castelli, Giuditta Galazzi, Paolina Verini, María Beluta, Marietta Pagliari, Felipe Pozzo, Hiplólito D’Avanzo, Luis Bertolini, Carlos Zuchelli y José Giannoli. La orquesta era la de la Sociedad de Santa Cecilia y por primera vez se hace mención de efectos especiales de luz y puesta en escena de una producción operística:
“Dinorah» fue muy bien montada, llamando poderosamente la atención el final del segundo acto, cuando Dinorah atraviesa el puente en medio de truenos y relámpagos y aquél se rompe y la sumerge en un el torrente de las aguas, pues la cascada que arrastraba dicho puente se formó con agua natural, que iluminada por la luz eléctrica producía un efecto sorprendente”[3]
Con esta compañía haría giras a ciudades cercanas a la Ciudad de México como Puebla, Toluca, Guanajuato, Querétaro y en San Miguel de Allende, donde deciden poner su nombre a un teatro. Para esta gira agrega al repertorio: Ernani, Rigoletto y Faust. En 1872 y al terminar esta gira nacional, nombra representante de la compañía a Julián Montiel Duarte y hace la última gira internacional de su vida, que durará varios años.
La Compañía Mexicana de Ópera Italiana Ángela Peralta
Regresó a México en 1877, Montiel programa como el gran atractivo de la temporada el estreno en México de Aida de Verdi, en el Teatro nacional, además del estreno mundial de Gino Corsini de Melesio Morales. Esta temporada, fue la más problemática de su compañía y se le acusó de descuidarla. Sin embargo, era justificable dado que ella estaba en un proceso de enfermedad y muerte de su marido, además que, en principio, quien debía hacerse cargo era el representante Enrique Montiel Duarte.
Aunque la temporada de 1877 comenzó el 20 de mayo, con El trovador, la Peralta se presenta tres funciones después con La traviata en una función de gran gala. La soprano a cargo de la Leonora era Fanny Vogri, quien no tuvo su mejor noche y la crítica protestó, además de ello, el público no estuvo convencido con los elencos de Ruy Blas y hasta que no se presentó el ruiseñor mexicano, la temporada hizo aguas, con accidentes que incluyeron la desaparición de uno de los protagónicos en una escena crucial o la mala memoria de otro.
La temporada se levanta con la actuación de la Peralta y también con el estreno de Gino Corsini, cuya música fue muy apreciada, ambas interpretadas por la diva mexicana, que seguía siendo un seguro a toda prueba. Cierra esa temporada con Linda de Chamonix, que se anuncia como el retiro de la diva, cosa que causó un enorme revuelo y volvió a llenar el teatro, a pesar de las carencias artísticas del resto del elenco. Milagrosamente, la soprano regresa a la escena para el estreno de Aida de Verdi, debido a la importancia del acontecimiento. Nunca más se retirará de la escena.
Su compañía actuará en la mayor parte de las ciudades del país los siguientes cinco años, bajo su dirección y la de su amante Enrique Montiel Duarte, esta relación sin sacramento matrimonial, va a crear la única división entre su público y la diva. Al parecer, fue precisamente el escándalo lo que la hace irse de gira por todo el país y dejar la ciudad de México, donde el juicio social era adverso.
Con caminos imposibles, en carretas y con los peligros de los bandidos, Ángela Peralta llevó la ópera a más de treinta ciudades del territorio mexicano, dio trabajo a decenas de músicos y cantantes mexicanos, abrió el repertorio a obras que, incluso hoy, rara vez se interpretan y si, fue nuestra primera empresaria.
Todo esto antes de cumplir los 38 años. Esa es la razón de la leyenda.
- Autores, Varios (Autor)
[1] MARIA Y CAMPOS (1944): 107
[2] CAMPOS (1944): pag.129
[3] CAMPOS (1944): 128-129
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