Algunos tópicos afloran verdad de vez en cuando. En “El secreto de sus ojos”, de la factoría de emociones, lágrimas y risas, formada por el binomio argentino Juan José Campanella (director) y Ricardo Darín (actor), el mito que reza que los argentinos dominan la retórica, el lenguaje emocional, el desparpajo y la prosodia se convierte en verdad en forma de cine, de cine total, porque la película toca casi todos los géneros, y casi todos con maestría.
No sé si se puede amar a alguien durante años o si un acontecimiento, en este caso un brutal crimen que se desdibuja y se olvida en el lienzo apestoso de la dictadura, puede dejar una huella en la ética, en el deber y en el sueño. Si así fuera, quizás algunas personas, como nuestro protagonista, tengan el valor de volver por el reguero del recuerdo para cambiar el destino, esa mentira que nos contaron para no gritar, para no luchar, en el claustro sombrío de la represión religiosa y militar, primero, personal y emocional después.
La mirada en el asesino ha sido tratada en el séptimo arte en infinidad de ocasiones. Una película española, “Plenilunio” (Imanol Uribe), lo intentó sin demasiada fortuna. Sin embargo, es sumamente atractiva esa imagen del inspector perdiéndose por las calles en busca de una mirada que no puede ocultar el crimen.
El asesino de “El secreto de sus ojos” muestra una mirada logradísima, primero fingida en la escena, genial, del interrogatorio, en la que el personaje encarnado por Soledad Villamil le atrapa en un manejo magistral del psicoanálisis y sus entresijos hasta derribar sus defensas y asistir a la mirada inconfundible del mal. Por ahí ya nos engancha el film, que nos va aliñando el suspense y la tensión con adorables y mágicas dosis de humor, “humor Campanella”, humor que empuja al abrazo, humor como el que hay en tu casa y en la mía. Lo cómico está esta vez personificado en el amigo y ayudante del protagonista y en el juez en una escena, sencillamente, para morirse de risa.
En el bote de la mano del crimen, de la poesía que siempre lo ha rodeado. En el bote de la mano del humor, humor del bueno. Nos faltaba el latido, inigualable, del amor. “El secreto de sus ojos” es, claro, una película de amor, de amor a la justicia, de amor a una patria, en este caso escupida por sus gobernantes, usurpada, robada, violada, aniquilada. Dice el personaje de Federico Luppi en “Martin Hache” (Adolfo Aristarain, 1997) que la verdadera trampa de Argentina es seguir creyendo que algún día puede cambiar, que es mañana, que es ya. Y el amor del otro, “quien lo probó, lo sabe”.
Domina la interpretación Ricardo Darín, la mirada, la que ríe y la enormemente triste que llora, la mirada nostálgica, que recuerda y se pierde en las imágenes, en los olores, la mirada amante, la mirada anhelante. ¿Puede respirar un amor después de muchos años? Un amor recordado, un amor nunca consumado, nunca puesto encima de la mesa, salvo en las miradas, que no es poco. Le quería tanto, en un silencio elegante, que le recordó durante años. Ni las canas, ni el tiempo, pudieron hacer olvidar su mirada, bellísima mirada la de Soledad Villamil.
En el cine de Campanella – Darín (El hijo de la novia; El mismo amor, la misma lluvia; Luna de Avellaneda), como en la Argentina, todo es posible.
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