Levantarse temprano por la mañana y volver a revisar que todo el equipo esté listo en la mochila que dejamos preparada la noche anterior.
Emprender el viaje hacia aquel paisaje que promete una buena foto.
La travesía comienza caminando por un sendero que nace en el punto donde nos deja el transporte. Primero algunas casas, árboles y, escondido y lejano, se divisa el lago. Las casas desaparecen y comienza el bosque.
El camino llega hasta un arroyo, lo cruza con un puentecito de madera, y continúa bordeándolo corriente arriba, acompañado por el murmullo del agua circulando entre las piedras.
La vegetación se hace más espesa, el murmullo se hace más fuerte. Oculta detrás de la siguiente curva aparece la cascada. El agua golpea incansable sobre las piedras. La humedad alimenta los verdes y enormes helechos que la enmarcan. El rayo de sol que logra atravesar las frondosas copas de los árboles produce un eterno arco iris.
El camino continúa. Hace tiempo dejó de ser horizontal, pero ahora se siente el esfuerzo al andar cuesta arriba.
Algunos árboles caídos. Uno particularmente abierto al medio deja ver la textura de su interior. Una fila de hormigas lo recorre. El camino ya no es camino sino picada que trepa la montaña. La dificultad aumenta cuanto más se empina.
El monopie sirve de improvisado bastón para ayudar en la trepada. Llegar al punto más alto del recorrido desde donde se puede contemplar el bosque, el lago y las montañas, algunas todavía con su pico nevado.
El sendero desciende. Afirmar los pies en las raíces como si fueran naturales escalones. Una lagartija cruza la senda y se detiene al amparo de una roca. Algunas piedras aceleran camino abajo, donde el lago espera. El lago, con su angosta playa pedregosa. El lago, rodeado de bosque. El lago, escondido entre las montañas. El lago, con su silencio. El lago, y la foto prometida.
¿Y después de la foto qué queda? ¿Volver?
Como escribió Susan Sontag, limitar la experiencia a una búsqueda de lo fotogénico, convertir la experiencia en una imagen, es también un modo de rechazarla.
No esta vez. Aún queda sentarse frente al lago, abrir bien los ojos, admirar el paisaje, grabarlo en la retina. Cerrar los ojos y capturar los olores, la brisa en la cara. Disfrutarlo, para que luego la foto tenga sentido…
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