Si ha habido en la historia del arte una disciplina escultórica típicamente hispánica, esa es sin duda la imaginería religiosa.
El fuerte implante alcanzado por la jerarquía católica en España, sobre todo tras la contrarreforma, determinó una total omnipresencia de la religión en la vida civil siendo nuestro país sin duda el más impregnado socialmente en Europa por los ideales y las liturgias del catolicismo durante el Barroco.
Para mantener a la hispánica plebe alejada del austero y pujante espíritu reformista que triunfa en el norte, la iglesia saca pecho y, a la vez que reprime cualquier brote de racionalidad instaurando el miedo como doctrina, vuelca recursos con generosidad en las artes plásticas, atraída por su innegable poder propagandístico.
La escultura, concretamente la imaginería de talla en madera, deviene por su ligereza y resistencia en la herramienta idónea para llevar el fervor y también a menudo el miedo, más allá de las iglesias, a las calles y a las plazas. Ese miedo que «guarda la viña» de quien paga la escultura formando mentes dóciles y cuerpos sumisos.
La imaginería, utilizada por encima de su original y respetable función como hilo conductor de la espiritualidad de un colectivo, cumple en el Barroco una función propagandística que determina su apogeo, llenando nuestros libros de historia de grandes ejemplos de maestría escultórica junto a otros, por qué no decirlo, de menor fortuna en su factura.
La imaginería puede resultar expresivamente un tanto subida de vueltas si la comparamos con otras disciplinas escultóricas, generalmente menos tendentes al drama que a la serenidad. Las temáticas religiosas centradas sobre todo en la Pasión y martirio de Cristo, la policromía, los cabellos y ropajes reales, todo resulta enfocado al dramatismo y la exaltación. Sin embargo y pese a toda la parafernalia, es posible hablar de excelencia escultórica en muchas de esas obras.
Si sabemos ver a través de la policromía, la sangre y la mueca, podremos llegar a percibir en una imagen tallada la misma belleza compositiva, el exhaustivo conocimiento anatómico y similar euritmia que en cualquier otra escultura en mármol o bronce que la historia nos haya legado.
Nos referimos así a un principio fundamental en arte según el cual lo que determina en última instancia la belleza de una obra es la armonía que subyace en las relaciones matemáticas entre sus formas muy por encima de los acabados, por esmerados que estos sean. En una creación plástica, ya sea figurativa o abstracta, la composición es el todo, o casi. Por más ornamento y floritura que demos a la superficie, si la estructura carece de buen sentido, la obra resultará mediocre y no tendrá ningún interés.
Es por ello precisamente que existe ese castizo dicho, original del mundo de la imaginería pero de proyección universal, que reza «A Cristo malo mucha sangre».
Cuando un comportamiento genera un refrán sin duda es porque está muy extendido. Debió darse a menudo el hecho del imaginero, ese escultor tan típica aunque no exclusivamente español, que trata de disimular su incapacidad manifiesta recurriendo al espectáculo, la sangre, el miedo y el excesivo intento dramático. Debió darse tan a menudo que sirvió para definir con un refrán numerosos comportamientos análogos en todos los órdenes de la vida.
Una vez más podemos ver que la escultura se extiende y se entremezcla con la vida y también con la política, evidenciando con este refrán la permanencia de esa tendencia típicamente hispánica y claramente vigente en la actualidad de quienes para tapar su ineptitud o sus fines espurios recurren a la mentira, el drama y la exageración con la esperanza, tantas veces realizada, de que el público entre en pánico y no sepa ni quiera ver la deformidad de la escultura que se le ofrece toscamente oculta bajo tanta sangre, tanto latigazo y tanta espina.
Repintaron el cristo malo. Le pintaron sangre y promesas de pobreza inminente, le imprimieron palidez de miedos remotos y también le dieron golpes. Ataron sus manos y cerraron su boca. También esculpieron oscuros y deformes demonios de grandes bigotes y con ellos le anunciaron el apocalipsis. Una vez más, quizás la última, lograron vender el cristo malo a la parroquia.
Somos muchos ya los que queremos cambiar de escultores y disfrutar así de una talla buena y limpia pero de momento tendremos que esperar pues parece que, como supieron repintar el cristo malo, esta procesión aún se alargará un poco.
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