Las nueve musas

El combate al arma blanca liderado por el Mayor General Vicente García

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El combate al arma blanca liderado por el Mayor General Vicente García que destronó al Capitán General de la Isla de Cuba en 1876

Corría la última decena del mes de septiembre de 1876. Tropas mambisas al mando del Mayor General tunero Vicente García González, asaltaron, tomaron e incendiaron la Ciudad de San Jerónimo de las Tunas, plaza importantísima para el poder español en la isla de Cuba, por su prominente comunicación entre el Occidente y Centro del país, con el Oriente cubano.

Las tunas
Vista de la antigua plaza de armas de la Ciudad de Las Tunas, donde se desarrolló el combate cuerpo a cuerpo y solo al arma blanca

El general García aprovechó toda su astucia e inteligencia para lograrlo, iba a ser la tercera vez que se intentaba su toma y había resultado imposible, por las férreas defensas que custodiaban la urbe.

Durante el desarrollo de las guerras de independencia, el alto mando del Ejército español dio prioridad, en su política de acondicionamiento ingeniero del teatro de operaciones militares, a la defensa de las principales ciudades y poblados en el interior del país, Victoria de Las Tunas no escapo a ello. Muchas de ellas fueron transformadas en plazas a partir de la construcción de sistemas de fortificaciones compuestos por obras permanentes y de campaña.

También se realizó la adaptación para el combate de sus principales edificaciones (construcciones sólidas), en combinación con un sistema de obstáculos conformados por alambradas, fosos, empalizadas, barricadas.  A saber, más de 17, entre cuarteles, fortines, tambores.

Según un parte del Ejército de Operaciones de la corona, fechado 3 de diciembre de 1875: «En Victoria de Las Tunas se han construido las siguientes obras de defensa costeadas por suscripción popular y los fondos de aquel ayuntamiento. Tambor de Voluntarios (interior), fortín Aragón (exterior), tambor de Rosendo (interior), Principal (interior), fortín Concepción (exterior), fortín Victoria (exterior). Además, el 19 de mayo de 1895 se estableció el hospital militar de Victoria de Las Tunas, con capacidad para 150 camas. También fue erigida la factoría militar, destinada al suministro de víveres y avituallamientos para la guarnición y las columnas en operaciones.»

En la región oriental del país, las ciudades de Camagüey, Las Tunas, Holguín, Bayamo, Manzanillo, Guantánamo y Santiago de Cuba se transformaron en las principales plazas militares y centros de operaciones y avituallamiento de sus fuerzas.

Las Tunas, o Victoria de Las Tunas, como le llamaba oficialmente el mando colonial de la Isla, constituyó un punto clave para el mantenimiento de las comunicaciones terrestres en la parte noroeste de la antigua provincia oriental, en la Guerra de los Diez Años, debido a su situación geográfica. Los poblados de Guáimaro y Cascorro al oeste, la ciudad de Holguín al este y Puerto Padre y Manatí en la costa septentrional, resultaban formidables bastiones militares en los planes del Ejército español. Constituía el eje central para las maniobras en la región, como punto de concentración y base de operaciones de las columnas procedentes de Camagüey y Holguín, que operaban en combinación con las tropas establecidas en la zona.

Vicente García González
Mayor general Vicente García González, nombrado por el general Federico Esponda Morel, como el León de Santa Rita

Pero vamos a la fecha del 23 de septiembre de 1876. Yo lo he titulado como: Madrugada de los Gallos. Leamos.

La madrugada estaba matizada por una tenue llovizna que la hacía fría para la época, la ciudad en un silencio sepulcral interrumpido solo por grillos, búhos, lechuzas, y por los celadores anunciando cuadra a cuadra la hora exacta antorcha en mano. Pasaba ya la media noche. Las casas no las veíamos desde hacía más de ocho años, ahora nos parecían desconocidas por la oscuridad. Nuestros corazones estaban agitados, como queriendo salir a galopar por la ciudad dormida.

Pero no había duda, era nuestro amado terruño. Con palmas reales, ceibas, adoquines en la calle principal. Casas de mampuesto, ladrillos y cal y canto. Con sus tejas rojas, que al día relucían con esplendor, y el guano, al que estábamos acostumbrados en los campos de Cuba libre. Era Las Tunas, no había dudas.

Cuando comenzamos a penetrar, uno a uno, al interior de la ciudad, por una casa amiga, que también los confidentes Aristipo y Arístides habían seleccionado junto a nuestro general, se produjo un espectáculo que puso el corazón henchido. Como si se pusieran de acuerdo, gallos de los contornos comenzaron a cantar con júbilo, dándonos con ello la bienvenida al hogar. O quizás, invitándonos a entrar al ruedo de la amplia valla que era ahora la ciudad, espuelas afiladas por medio, para lidiar con nuestros enemigos. Analogía o alucinación, ese era el mensaje de esos guerreros, que aun muriendo no abandonaban el ruedo y preferían morir por la libertad. Eran como los «Cazadores de Hatuey», que jamás pedían tregua.

Primero quiero contarle cómo estaban constituidas las defensas españolas en la villa, para que se hagan una idea de la fuerza y empuje que hubo de tenerse para poder tomarla, como se tomó.

En el centro, desde la Plaza de Armas hasta la casa de Rosende, existe una línea defensiva amurallada que la circunda. Está conformada por fortines y trincheras, estas últimas cruzan los fuegos por la parte exterior unas a otras, y lo hacen impenetrable sin el auxilio de la artillería.

La parte más desabrigada que tiene el pueblo es precisamente detrás de la casa Rosende, en esa parte no se cruza ningún fuego. Mientras en la calle Real hay tres fortines y ninguno tiene fosos; el muro es de ladrillos con argamasa de barro. En la villa existen cinco fortines, tienen una dimensión de dos varas y tercia de alto.

¡Ah! En la Plaza Cristina y sus alrededores existen fortines y recios baluartes para la defensa. Esta se compone además de un serio bastión: la iglesia, donde una vez suene la alarma, los soldados de fortines, retenes cercanos, la Casa de Gobierno y la Militar, acudirán a resguardarse y a ofrecer resistencia. A eso nos enfrentamos. Pero continuemos con la narración, la entrada y el combate.

Pancho Varona era de los primeros, lo vi detenerse a un costado de su antigua casa patriarcal. Meditaba, quizás dejaba en su memoria los gratos recuerdos infantiles, para luego escribir como era su costumbre. Así lo hizo:

«Pasamos por el patio de mi antigua casa, que reconocí tras tantos años de ausencia. Entramos por los colgadizos de la esquina que en otros tiempos habitaba la morena Luisa, allí una mujer que no conozco [Amalia Lora] y a quien solo percibí en la oscuridad, nos esperaba y abrió la puerta; atravesamos la calle por entre dos puntos de guardia, cayendo al patio de la casa [de los Nápoles Fajardo], cuyo frente da a la plaza de Armas […] El paso entre [las casas de Amalia Lora y la de los Nápoles Fajardo] fue fatigoso, pues los hombres tuvieron que arrastrarse a través del hueco que fue abierto en la pared de su casa. La puerta de la cochera de los Nápoles Fajardo, se abrió a la una de la madrugada por el boticario bayamés Joaquín Romero, que se hospedaba en la lujosa mansión y era uno de los confidentes de Vicente García».

arma blanca
Iglesia San Jerónimo, donde más duro se peleo y donde los mambises, semidesnudos para reconocerse en la oscuridad entre sí, lograron tras dos horas de batallar, vencer a los más de 200 soldados parapetados

El coronel Pancho Varona era el encargado de tomar la Administración Militar con la escolta del general. Los guardias en la Plaza de Armas, fortificada por ese lado, eran doce en total. El alférez Rafael Montero tenía la misión, con otros dieciocho hombres elegidos por él, de pasar a cuchillo, sin ruido, a los defensores de esta parte de la ciudad. Mientras, cantaban los gallos en la madrugada, como clarín ordenando al degüello.

Uno a uno fue cayendo los soldados de la corona, ante el arma blanca insurrecta. El asalto de Montero fue perfecto, lo que dio paso a Francisco Varona a formar su columna en la Plaza de Armas y el mayor general Vicente García se situara en el portal de la casa de los Nápoles Fajardo, para dirigir la operación.

Las Tunas es una de las mejores plazas fortificadas de Cuba por la situación estratégica y geográfica que tiene. Y constituyó un punto clave para el mantenimiento de las comunicaciones terrestres en la parte noroeste oriental.

Los poblados de Guáimaro y Cascorro al oeste; Holguín al este, Puerto Padre y Manatí en la costa septentrional, resultaban tremendos bastiones militares en los planes de las tropas españolas en Cuba. Constituía el eje central para las maniobras en la región, como punto de concentración y base operativa de las columnas procedentes del Camagüey y Holguín, que maniobraban en combinación con las tropas establecidas en la zona. Por todo esto, no fue fácil el asalto y toma de Las Tunas. Pero volvamos a la acción.[1]

El siguiente paso fue que Payito León y Juan Ramírez partieran con sus respectivas columnas, sobre el fuerte El Principal y la iglesia fortificada, principales reductos defensivos de la plaza.

Todos íbamos con el torso desnudo, una estratagema de nuestro general, que permitiría comprobar fácilmente si era amigo o enemigo, así Payito y Ramírez blandieron el fierro de lo lindo. Pero el combate más cruento se produjo en la iglesia, donde Ramírez y sus hombres, guiándose al palpo de los cuerpos enemigos, descargaron a diestra y siniestra los machetes, mientras otros a puño limpio apurruñaban[2] a los que salían ilesos, dejando una verdadera carnicería. Fue tal la maestría de nuestros hombres en la oscuridad, que en poco tiempo diezmaron al enemigo allí congregado.

Apenas se podía caminar sin tropezar con un cadáver, o escuchar a alguien gimiendo desesperadamente. Las alfalacas[3] de algunos se anegaban de la sangre que había por todo el piso del recinto religioso, el chasquido al levantarlas ponía los pelos de punta.

El silencio solo era roto por el sonido inconfundible del fierro [4] contra los huesos de los humanos que allí combatían. Era un sonido peculiar, daba escalofríos. Lo mismo desmochaban brazos, cabezas o piernas. Vi torsos separados de los pies, y cabezas de los hombros. Hombres se arrastraban de dolor por las heridas recibidas. Era un espectáculo tétrico, cuando llegué allí, ya amaneciendo, para ver en toda su magnitud el efecto de la carga al arma blanca que los hombres de Ramírez habían realizado. Payito, por su parte, también macheteaba a los fortificados en el Principal. Aquello causaba pavor. Siguiendo la estrategia del general, todo aquel que tocaban y estaba con el torso cubierto, recibía con fuerza el afilado acero de los machetes mambises. La sangre corría a purruchá[5] por todo el lugar, allí los gritos también eran desesperantes.

Cuartel de la Plaza Cristina
Cuartel de la Plaza Cristina

Cuando al fin terminaron la brega, me acerqué al teniente coronel Ramírez, y le pregunté por la refriega, solo me dijo, medio mohíno:[6]

— «El espectáculo fue truculento. Caminábamos en medio de las sombras, sobre los cadáveres y charcos de sangre que hacían difícil el paso dentro de la iglesia. —» [7]

Al concluir la reducción del Principal y la iglesia, el teniente coronel José Manuel Capote atacó el Cuartel de las 28 columnas, ante una tenaz resistencia española.

La situación para Capote fue difícil, el valiente bayamés recibió fuego cruzado del cuartel y el hospital fortificado; eran las defensas exteriores más importantes. Se salvaron por puro milagro. Un francés, que moraba frente al cuartel, les abrió la puerta de su casa, donde pudieron parapetarse y dominar la situación hasta la rendición del enemigo.

Otro que batía el fierro era el comandante Jesús Rabí. Tenía como misión tomar, también al arma blanca, el cuartelito defendido por un retén. Él y sus valientes hombres del Regimiento Jiguaní, tampoco dieron descanso a los machetes, y uno a uno los fueron matando, hiriendo o tomando prisioneros.

Bien iniciada la madrugada, cuando comenzó la refriega, fuerzas del Regimiento Jacinto, bajo el mando del teniente coronel camagüeyano Gonzalo Moreno, cumplieron eficazmente su misión: cortar las comunicaciones entre el fuerte de entrada y el resto de los puestos militares españoles.

Varios piquetes, encabezados por el brigadier Manuel Suárez, desde un punto conveniente y con las fuerzas de reservas bajo el mando inmediato del teniente coronel Gonzalo Moreno, que ya había cumplido su primera tarea esa madrugada, y en compañía del comandante Domingo Ramos, como jefe de la caballería, hostilizaban por el frente las trincheras que cerraban el perímetro fortificado de la población.

Al amanecer, el general dispuso los cañones ocupados en la iglesia orientados contra el fuerte que defendía el capitán español Cabrit, con cuarenta hombres. Solo bastó intimidarlos para que se rindieran.

Con los primeros rayos del sol del día 23, el mayor general Vicente García envió un mensaje al comandante de la plaza, Félix Toledo, instándole a la rendición. Toledo respondió verbalmente de manera afirmativa, y poco después, a las 8:00 de la mañana, le entregó la plaza al León de Santa Rita.

Libre la ciudad, el coronel Pancho Varona retomó los pasos de la madrugada y se dirigió a la antigua casa paterna, se sentó en una mecedora tirada en una esquina y escribió en su diario de campaña:

«¡Qué recuerdos! ¡Qué día este! No lo podré olvidar nunca. Mis padres, arrojados de su casa solariega por la maldad española, yendo a morir lejos del hogar querido; mi hermana Mercedes, asesinada por las balas españolas en Las Arenas, Camino del Guamo; a mi hermana Tomasa, le fusilaron su esposo, el general Rubalcava y ella, expatriada, arrastra la miseria por extranjero suelo y a mi hijo Esteban lo mataron también los españoles. Aún persisto yo en la libertad de la patria y tengo más hijos, que darán la vida también por ella cuando sea necesario […]»[8]

Madrugada de los Gallos
Óleo: Madrugada de los Gallos del pintor Leonardo Roque

Aun con la vivencia del combate y la victoria, el ilustre mambí asentó en el diario:

«La victoria de hoy ha sido uno de los sucesos más importantes de la guerra, habidos hasta ahora. Solo por sorpresa hubiéramos podido tomar a Las Tunas, pues tenía buenos fuertes y cuarteles; y de tropas de líneas solamente unos 33 hombres[…]»

Se incorporó y miró a todos lados, en una pared había un cuadro pintado con muchos detalles, de su hermana Mercedes, lo tomó entre sus manos y luego de mirarlo con tristeza y acariciarlo, lo entregó a uno de sus asistentes que lo seguían como sombra.

Mientras tanto, el mayor general Vicente instaló su cuartel general en la Casa de Gobierno, desde donde dirigió a la Presidencia de la República el parte de la operación, que no demoró en salir a su destino llevado por cazadores bien preparados.

Veintiún años después, el día 27 de agosto de 1897, en el campamento Curana, muy cerca del poblado de La Piedra, y ante un auditorio compuesto por jefes, oficiales y soldados, el mayor general Calixto García, a horas de un nuevo asalto a la ciudad heroica, pidió, a los ahora mayores generales Rabí y Sosa, que contaran pormenores de los asaltos de 1868, 1869 y 1876. Rabí, despacio y con tono grave, dijo entonces aquella solemne frase: «Tomamos la famosa Victoria el 23 de septiembre de 1876, mediante un asalto formidable que fue la obra maestra del cálculo, la astucia y la intrepidez prodigiosamente combinados.»[9]

Esa noche, a la vera de la Plaza de Armas, se formó jolgorio entre las tropas vencedoras. El general mandó a todos los jefes que prepararan canchánchara fuerte. Era un espectáculo digno de la ciudad liberada, la misma que tuvo que esperar ocho años, para poder sentir, aunque fuese por pocos días, la alegría de verse libre.

Allí estaban los Mayo, Cruz, González, Varona…, familias pudientes en tiempos pasados, entre otros que habían quedado en la ruina, al disponer sus fortunas y de haber ofrendado a la patria a muchos de sus miembros.

Arrimémonos a un grupo de soldados, clases y oficiales, que, con guitarra, tres, tiple, laúd, clave y güiro, acompañaban el punto cubano, mientras los intérpretes sazonan la fiesta con improvisaciones.

La fiesta fue autorizada hasta las 10:00, dos horas después de lo que estipulaban las Ordenanzas. Mientras, otros vivaqueaban en las principales salidas y entradas de la ciudad, custodiando la alegría de los vecinos de la villa, y evitando con su presencia que el enemigo nos tomara por sorpresa. En algunos puntos se sacaron las mesas a la calle, y se brindó con lechón, yuca, arroz con frijoles y otras delicias. El vino y el aguardiente estaban prohibidos por el general so pena de ser castigados. [10]

A las 10:00 en punto, la corneta de órdenes del Cuartel General tocó descanso, minutos después, silencio. La ciudad nuevamente quedó muda. Era la primera noche, en muchos años, que dormirían sin el infame español en la cama.

Para la historia, el mayor general Jesús “Rabí” Sablón Moreno, participante en esa gesta, califico la toma de Las Tunas como: «… Fue la obra maestra del cálculo, la astucia y la inteligencia prodigiosamente combinada.»

cuba
General Joaquín Jovellar y Soler

La toma de Las Tunas produjo gran revuelo en España y permitió la sustitución del Capitán General de la Isla de Cuba, Joaquín Jovellar Soler, un militar y político español, que había sido presidente del gobierno de España en 1875, capitán general de Cuba y capitán general de Filipinas (1883-1885) obligando al mando español al cambio de modo de dirección de la guerra en la isla.

[1]Armando Prats Lerma: «Biografía del mayor general Vicente García para la historia de Cuba». Defensas del recinto exterior, que contaban con vías de accesos, objetivos cercanos y el perímetro (alrededores) de la población. Defensas interiores, escalonadas en profundidad en dirección al centro de la población. Incluía cuarteles, edificaciones, parques y plazas. En la región oriental del país se incluyeron las ciudades de Camagüey, Las Tunas, Holguín, Bayamo, Manzanillo, Guantánamo y Santiago de Cuba, las cuales se transformaron en las principales plazas militares y centros de operaciones y avituallamiento de sus fuerzas.

[2] Tomado del Diccionario Digital VOX. Apretujar con las manos.

[3] En parte de Las Tunas y Camagüey se les llamaba así a las alpargatas. N. del A.

[4] Fierro. Se decía de las armas de corte. DD VOX.

[5] Gran cantidad. Ídem

 [6] Triste, melancólico, disgustado. Ídem

[7] Tomado del Diario de Campaña del teniente coronel Juan Ramírez Romagoza, en Leyenda y Realidad. La Ortografía original de Ramírez Romagosa. N. del A.

 [8] Ortografía original de Francisco Varona. Tomado de su diario de campaña.

 [9] Así lo narra en su libro «Victoria de Las Tunas, bosquejo histórico de la toma de Las Tunas por el mayor general Calixto García», el coronel Manuel Sanguily Garrite, editado en Nueva York, en la imprenta de Alfred Howes. 1897.

[10] Algunos jefes dieron mal ejemplo a su tropa emborrachándose y dando grades escándalos que lo degradaban delante de las tropas. El Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, dice en su «Diario de Campaña» de fecha sábado 21 de diciembre de 1872: «El Marqués (Salvador Cisneros) se emborrachó dos veces y estuvo sumamente inoportuno: chocaron a todos las escenas a que se rebajó entre la soldadesca.»  Otro de los importantes jefes de la Guerra Grande que no bebía y no lo permitía en su tropa era Antonio Maceo. N. del A.

Alfonso Ramón Naranjo Rosabal

Alfonso Ramón Naranjo Rosabal

Las Tunas (1953) Periodista, Investigador de temas históricos, documentalista, escritor.

Graduado de Licenciado en Periodismo en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba. Diplomado en Historia y Marxismo, en la Universidad “Ñico López”, La Habana. Diplomado en Nueva Realidad del Periodismo Latinoamericano, Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”, La Habana.

Tiene publicado los libro: Quifangondo a Vitoria é Certa. «Editorial Capitán San Luis», La Habana, Cuba. Legado Inmortal; Madrugada de los Gallos; Las Desavenencias en las guerras: dos conflictos y… Soliloquio: El general dice su verdad. Todos en Editorial AutoresEditores.com. Colombia.

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