Las nueve musas
Kant

Crítica del juicio

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Es fácil encontrar en Platón  tres tipos supremos de valor. Ellos son: el bien, la  belleza y la verdad.

El filósofo los clasificó  juntos  en el diálogo Fedro y han perdurado  desde entonces en el pensamiento occidental.

Desde los tiempos cásicos estas divisiones reaparecen  en la historia de la cultura,  ya sea respondiendo a la estructura de los fenómenos o por una propiedad de la capacidad humana.

En la Edad Media, ajustándose  a la fórmula latina,  aparecen como bonum, pulchrum, verum. Pero no se refieren a valores sino a tres “trascendentalia” o tipos supremos de juicios.

Otra clasificación que ha perdurado y que encontramos en Aristóteles se refiere a tres tipos de funciones y estilos de vida: teoría, acción, creatividad. Los escolásticos la conservaron como una clasificación natural y   seguirá presente en el pensamiento de los modernos.

La  tricotomía básica aristotélica encuentra su expresión en las tres críticas de Kant: La Crítica de la Razón Pura, La Crítica de la Razón Práctica y La Crítica de Juicio.

En la última crítica, Kant, expone su teoría del juicio estético, el concepto de sentimiento, la belleza, lo sublime, la idea de genio, etcétera.

Recordemos que Kant afirma:

“La virtud genuina sólo se asienta en principios. Estos principios no son reglas  especulativas, sino la conciencia de un sentimiento,  que late en todo pecho humano y que se extiende mucho  más allá de las bases particulares de la compasión y la afabilidad. Creo que lo resumo enteramente cuando digo: es el sentimiento de la belleza y de la dignidad de la naturaleza humana.”[1]

Kant, en la Crítica del Juicio definirá lo bello como un universal sin conceptos :

“Bello es lo que sin concepto, es representado como objeto de una satisfacción ‘universal’”. [2]

La pregunta es ¿dónde se fundamenta la universalidad no conceptual  del gusto?  ¿Por qué podemos decir que algo es bello en la confianza de que me entenderán?

Recordemos que en los juicios cognoscitivos, el entendimiento suministraba lo universal o categorías y determinaba al fenómeno particular; por eso, son juicios determinantes.

Pero hay otro tipo de juicio que surge cuando, frente a un objeto ya teoréticamente determinado, lo intuimos en su particularidad, y reflexionamos acerca de él para referirlo a un universal que no es el universal del entendimiento o intelecto, sino el universal que nosotros vivimos en el  sentimiento. A este tipo de juicio , Kant lo llama juicio reflexivo.

Juicio reflexivo: cuando emitimos un juicio estético, referimos el objeto a lo universal que vivimos en el sentimiento

El sentimiento es la facultad del ánimo que da lugar a la percepción de la belleza y a su realización en el arte.

La belleza se manifiesta cuando en la contemplación de un objeto su representación se enlaza  inmediatamente –esto es, sin concepto- con el sentimiento de placer y equivale, por tanto, a una constatación en él de una finalidad innominable.

Si digo de un objeto que es bello no expreso de él otra cosa sino que me produce un sentimiento estético, pero ninguna nota capaz de identificarlo. Decir que este objeto es bello significa decir este objeto me produce un sentimiento estético.  La percepción se enlaza inmediatamente con el sentimiento sin pasar antes por la mediación de un concepto cualificativo del objeto.

Sin embargo, esta cualidad estética del objeto pone en funcionamiento las facultades de conocer que son la intuición, la imaginación y el entendimiento, suscitando la idea de que ese objeto, en virtud de su belleza, cumple alguna finalidad. La intuición aprehende algo sensible en el tiempo o en el espacio, la imaginación le imprime una forma, el entendimiento lo piensa como hermoso.

La facultad judicativa subsume el objeto particular contemplado en el concepto universal de la belleza; este  concepto no es una categoría a priori del entendimiento, no implica una ley constitutiva del objeto, no es, por tanto, parte de un juicio determinante, sino reflexionante. Constituye un juicio de finalidad que no configura el objeto mediante una construcción mecánica como ocurre con leyes generales de la naturaleza, sino que lo juzga como si fuese el cumplimiento de un fin, de algún propósito inteligente.

Hay dos casos en que realizamos juicios reflexivos:

  1. Hay una finalidad que atribuímos al objeto mismo y ésta no nos produce ningún placer; es la finalidad que presuponemos en los seres vivos.La constitución del ser vivo y las funciones de sus órganos sólo se nos hacen inteligibles admitiendo en él una finalidad interna. También en este caso juzgamos reflexivamente y no de un modo determinante del objeto, ya que nada nos autoriza a pensar que existe realmente en el animal un propósito inteligente. Se trata de una finalidad que suponemos actuante en el animal mismo. La idea de finalidad sirve aquí de criterio regulativo del entendimiento para comprender la estructura del ser organizado.
  2. Mientras que con la finalidad que atribuimos a la belleza no pretendemos calificar el objeto en sus cualidades propias, sino que meramente comprobamos que hay allí algo, una forma que es bella, por tanto, tiene algún sentido, alguna finalidad. no vinculada con el conocimiento del objeto, sino con el sentimiento que suscita en nosotros su contemplación.

La belleza indica una finalidad en el objeto que no procede de ningún propósito individual empírico, por lo que no es meramente subjetiva; pero esta finalidad tampoco puede ser objetivamente cualificada, por lo que es, en el lenguaje de Kant, una finalidad sin fin, porque todo fin se expresa conceptualmente y la finalidad de la belleza es indefinible, no cabe en ningún concepto que diera cuenta de su propósito

Martha Alicia Lombardelli


[1]Kant, (1764)  .Lo bello y lo sublime, Edit. Espasa-Calpe,S.A. Col. Austral, Madrid, 1972,pág.26.
[2] Kant, (1790)  Crítica del Juicio, trad. cast. de J.Rovira Armengol, Losada, Bs.As. 1961

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