Las nueve musas
CHESTERTON

Chesterton y el hombre eterno

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El Hombre Eterno es un libro de apologética cristiana. Con estas primeras palabras ya habremos ahuyentado a los dogmáticos, ya sean ateos, agnósticos, o practicantes de cualquier otra religión

Bien, intentaremos seguir a pesar de esta gran pérdida, sabiendo que nos siguen otros ateos, agnósticos o religiosos que aún conservan suficiente juicio propio y curiosidad como para no haberse asustado por tan poca cosa.

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Decíamos que El Hombre Eterno es un libro de apologética cristiana, y esto puede generar muchos prejuicios, sugiriéndonos una escritura exaltada defendiendo algo que todos conocemos. ¿Pero lo conocemos? ¿Se puede tratar con suficiente imparcialidad, objetividad y distancia sobre algo de lo que se forma parte por activa o por pasiva desde el mismo nacimiento? Esa distancia es la que va a proponernos Chesterton. En la introducción del libro nos deja toda una declaración de intenciones:

     «Hay dos formas de llegar a un lugar. La primera de ellas consiste en no salir nunca del mismo. La segunda, en dar la vuelta al mundo hasta volver al punto de partida.»

    «Cierto muchacho, cuya granja se encontraba en una de las vertientes, decidió viajar un día en busca de la figura o los restos de algún gigante. Y, cuando se hallaba a cierta distancia, volvió la mirada atrás y descubrió que su propia granja y jardín, que brillaban sobre la colina como los cuarteles y colores de un escudo, formaban parte de una especie de figura gigantesca; un lugar en el que había vivido siempre y que había pasado desapercibido a su mirada debido a su cercanía y a la enormidad de sus dimensiones. En esta imagen creo que queda fielmente reflejado el progreso de toda inteligencia verdaderamente independiente hoy en día, y en ella reside el núcleo de este libro»

Y ciertamente ese es el gran mérito de este libro, y sólo por ello merece la pena ser leído por cualquier persona con una curiosidad intelectual por la historia, las religiones, la mitología, y por todo aquel que quiera no sólo ver el cristianismo desde un punto de vista diferente, sino como si lo viera realmente por primera vez.

Se trata para Chesteron de conseguir que el cristiano escasamente formado, que gradualmente se convierte en agnóstico agresivo, y que según sus propias palabras «no juzga el cristianismo serenamente, como lo haría un seguidor de Confucio»; «no es capaz, con un esfuerzo de imaginación, de situar a la Iglesia Católica a miles de kilómetros en el lejano horizonte y juzgarla con tanta imparcialidad como se juzga una pagoda china», de que esa persona se distancie por primera vez en su vida del objeto cuyas formas no ha podido definir fielmente a causa de su cercanía.

Chesterton no pretende otra cosa, y no es poco, que proporcionar esa distancia a cualquier persona que le conceda su tiempo. Obviamente, el occidental comete ciertas injusticias y falacias en su crítica al cristianismo, y una de ellas es la de condenar a todo su conjunto cada vez que uno de sus miembros comete una atrocidad. Hablo desde mi nula adhesión a cualquier iglesia, pero es obvio que un occidental no arremeterá contra el budismo porque un budista en particular descuatice a su primo y se lo coma pacientemente con sus palillos en una barriada de Pekín. Es decir, la cercanía lleva inherente la parcialidad, y estar en desacuerdo con algo no legitima el intento de culpar a un simpatizante por el delito que cometa otro simpatizante.

El intento de Chesterton no es el de convertir al cristianismo a cualquier agnóstico o ateo, sino el de darle cierta perspectiva con la que pueda juzgar, aunque siga siendo contrario, con más serenidad. Lo que separa a la justicia de la venganza es precisamente su falta de implicación personal, ya que el odio prejuzga, y la justicia debe juzgar. De igual manera Chesterton aboga por la distancia como medio para que la inteligencia no sea coaccionada por otros agentes.

CHESTERTON

¿Pero cómo va a lograr Chesterton alejarnos de algo en lo que estamos tan implicados que es parte de nuestra existencia, de nuestra historia? Precisamente con la ayuda de la historia. Chesterton nos propone olvidarnos por completo del cristianismo, no como lo olvidan algunos, a medias y con un gran rencor, sino con el olvido de lo que nunca ha existido.

Comienza entonces la primera parte del libro, titulada La criatura llamada hombre, y que dividida a su vez en capítulos, ocupará casi las dos terceras partes del libro. El primer capítulo de esta primera parte es el titulado El hombre de  las cavernas, y en él Chesterton nos propone repensar al hombre primitivo, deshacernos de todas las ideas asociadas al hombre primitivo que se han metido en nuestra mente sin la suficiente reflexión. ¿Era de verdad el hombre de las cavernas un bruto, un ser agresivo y despiadado? Chesterton pone en duda que de las pruebas de unos huesos y unas pinturas en la pared se puedan sacar conclusiones tan aventuradas como las de suponer que el hombre primitivo raptaba y maltrataba a sus mujeres, que era un ser de inhumanos modales, o que apenas razonaba a un nivel muy poco superior al de cualquier otro animal.

Lo que Chesterton nos propone es ceñirnos a las pruebas más testimoniales, y esas pruebas, esas pinturas en la pared de una cueva, nos dicen que el hombre de la cavernas, cierto día impreciso, comenzó a mirar a los animales no ya de una forma práctica y utilitaria, sino de una forma estética. Y tanto es así que ,quién sabe cuánto tiempo después, necesitó plasmar esa mirada en las paredes de su cueva, dejándonos un testimonio de su particularidad. El hecho soprendente de que un animal dibujará a otros ha sido, en opinión de Chesterton, rebajado por la teoría de la evolución de las especies. No pone en duda su tesis principal, pero advierte del hecho de que la duración, la idea de la evolución a lo largo de un tiempo inmenso, no puede servirnos para rebajar nuestra sorpresa ante el hecho sorprendente del ser humano. ¿Qué importa que ese gran cambio, sin precedentes y a todas luces único, se gestara en un larguísimo tiempo? El tiempo no hace más natural o normal ese cambio. Sea en un chasquido de dedos sobrenatural, o en un larg proceso natural, la aparición final de un ser vivo tan diferente respecto al resto de los animales es un hecho al que no deberíamos habituarnos. El mundo podría haber sido habitado durante millones de años, desde el nacimiento del primer microorganismo hasta el último ser extinto, por animales bellos pero comunes, sin grandes diferencias entre ellos salvo en lo externo. Pero surge un raro ser que mira a los otros seres vivos para otra cosa que para perseguirlos o huír por ellos perseguidos; surge un ser que reduce esos seres a sus formas externas más características, que los reduce de tamaño y los duplica, llevándolos de su imaginación a las paredes de su cueva. Eso es lo que sabemos con certeza del hombre primitivo: que pintaba. Chesterton nos cuenta una conversación que tuvo con una señora, en la que ésta le comentaba que siempre le había parecido que las pinturas de las cuevas debían ser algo así como una decoración para entretener a los niños primitivos, y que las cuevas serían así una especie de guardería primitiva. La primera reacción de Chesterton es la de tomarlo por absurdo, pero pasada esta primera reacción advierte que el hombre moderno cree como verdaderas y comprobadas otras especulaciones sobre el hombre primitivo mucho más descabelladas y carentes de imaginación.

Siguen a este capítulo siete más en donde repensará la prehistoria y tratará de poner en duda tantas afirmaciones categóricas sobre ella, advirtiendo sobre todo la aparente contradicción en que se encuentra un historiador al pretender detallar la prehistoria, precisamente cuando es el período de la historia no histórica, es decir donde no tenemos testimonios directos y sólo nos quedan las deducciones que siempre deben ser acogidas con cierto escepticismo.

Chesterton nos acompañará de la mano por el inicio de la civilización, haciéndonos sentir ciudadanos de Babilonia y de Egipto, haciéndonos testigos directos del inicio de la escritura, haciéndonos beber agua de los mismísimos Tigris y Éufrates; presenciaremos ese caldo de cultivo de la cultura occidental que fue el Mediterráneo, donde, al igual que desembocaban el Nilo y el Tíber, lo hacían también árabes, judíos, asiáticos, romanos, griegos, y por lo tanto dioses, mitologías y culturas de lo más variadas.

Chesterton intentará poner orden en ese mundo de dioses y mitologías, de monoteísmos y politeísmos, hasta llegar a la cúspide del Imperio Romano. Intenta concienciarnos de lo diferente que sería hoy el mundo si finalmente Cartago se hubiera impuesto sobre Roma. Chesterton reconoce que, si el paganismo romano tenía vicios depravados, aún peor era el paganismo cartaginense, adoradores de Moloch, que tenían, entre otros rituales, el de arrojar a sus hijos en un horno gigante. Pero después de que Cartago venciera a Roma, y de que pareciera haberla hecho desaparecer para siempre, Roma resurgió de sus cenizas para arrebaterle a Cartago el título de imperio y capital del mundo.

A esto sucedió el conocido desmoronamiento de Roma, su hastío de victorias, de hegemonía. La filosofía y la mitología entraron en un estancamiento y aún en retroceso. Se perdió toda iniciativa original y de progreso cual si la humanidad hubiera llegado a su final. Pero en ese escenario donde nos ubica Chesterton, en esa época donde nosotros mismos nos sentimos romanos hastiados, comienzan a llegar desde oriente algunos miembros de lo que parecía una secta. Los romanos ya estaban, como suele decirse, de vuelta de todo; habían conocido todos los dioses estrafalarios de tantas culturas diferentes, y parecía que ya nada pudiera sorprenderles. Pero lo que aquellos miembros de lo que parecía una secta oriental decían les parecía realmente extraño: Dios había muerto y ellos mismos lo habían visto morir.

Dios se había hecho hombre de carne y hueso para morir y después resucitar, y predicaba la rebelión de los débiles y humildes, el perdón y la compasión, la fraternidad entre los hombres. Todo era nuevo para aquellos romanos. No tardaron en sentirse incómodos ante aquella variedad de hombres humildes formada por esclavos, pobres, bárbaros y demás posiciones sociales, y pronto la curiosidad se transformó en odio, persecución y tortura. Era algo demasiado revolucionario para que ellos, que parecían haberlo visto todo, lo aceptaran. Era a la vez una historia demasiado increible pero contada con demasiada seguridad y convicción, tanta como para dar la vida. Era imposible que para crear una religión se hubieran inventado cosas tan inverosímiles, y es por ello que Tertuliano, algún siglo después, dijera aquello de «prorsus credibile est, quia ineptum est», algo así como «creo porque es absurdo».

Difícilmente habrá lector, por poca predisposición que tenga, que no haya experimentado, al leer esta primera parte del libro, lo que Chesterton se proponía: hacerle ver el cristianismo por primera vez, despegado por completo, es decir volver a un lugar después de dar la vuelta al mundo. Y si en esta primera parte es el hombre, el ser humano, el protagonista, y está enfocado sobre todo a tomar conciencia de la particularidad y rareza del hombre respecto al resto de animales, la segunda parte se propone observar hasta qué punto el hombre llamado Cristo es una rareza sin igual respecto al resto de los hombres. Este libro, como decía al principio, es de apologética cristiana.

Quizá como dijo C.S.Lewis, quien reconoció haberse convertido al cristianismo bastante influído por él, el mejor libro de apologética cristiana. Pero sería un error que esa calificación redujera el círculo de lectores, ya que cualquier ateo o agnóstico con curiosidad y sin prejuicios puede disfrutar de él de la misma manera que un cristiano sin prejuicios puede disfrutar de un ateo como Schopenhauer y su libro El mundo como voluntad y representación. 

Todo intento de sortear una temática indica el miedo inconsciente a creer en ella.

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Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina (Mallorca, 1 de abril de 1986) es un escritor español.

Aunque sus comienzos estuvieron enfocados hacia la poesía y la narrativa (ganador II Premio Palabra sobre Palabra de Relato Breve) su escritura ha ido dirigiéndose cada vez más hacia el artículo y el ensayo.

Su pensamiento está marcado por su retorno al cristianismo y se caracteriza por su crítica a la posmodernidad, el capitalismo, el comunismo, y la izquierda y derecha políticas.

Actualmente se encuentra ultimando un ensayo.

Reseñas literarias

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