Las nueve musas
movimientos de los astros

Astrología: un juego para incautos

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Según el Diccionario de la Real Academia Española, la astrología es el estudio de la posición y del movimiento de los astros como medio para predecir hechos futuros y conocer el carácter de las personas. Es decir, la astrología de occidente es para muchas personas una forma de averiguar el futuro y descubrir su personalidad.

posición de los astros

Respecto a la personalidad, no se entiende para qué la psicología y otras ciencias se esfuerzan tanto en tratar de comprender nuestra psiquis, si esta ya nos vendría supuestamente prefijada de antemano por nuestro nacimiento como única y exclusiva fuente. Un verdadero absurdo que no va de la mano con lo descubierto por la ciencia.

La Biblia no trata nada bien a la astrología, sobre la que tiene un concepto sumamente despectivo. En la colección de textos bíblicos conocida como Antiguo Testamento hay referencias muy contundentes contra su práctica, en especial en el capítulo 47 del libro de Isaías. Para dicho profeta las predicciones que se puedan obtener de la observación de los cielos son absolutamente falibles, cuando no peligrosas o dignas de burla. Esto se corresponde con el capítulo 18 de Deuteronomio, en el que se prohíbe al pueblo hebreo todo tipo de adivinación, y con otros textos bíblicos donde los adivinos quedan muy mal parados cuando disputan con hombres fieles a Dios.

Es cierto que la Biblia nombra algunas pocas constelaciones estelares en los capítulos 9 y 38 del libro de Job (unas tres en particular y alguna otra de manera muy genérica), pero también es cierto que ninguna de las que menciona corresponde a la franja del zodíaco, elemento clave sobre el que construyen su fundamento los astrólogos.

Lo lamentable es que actualmente muchas personas hacen de sus vidas una esclavitud del horóscopo diario, tal cual hacían otras muchas en las antiguas naciones de Sumeria, Asiria o Babilonia, y aun después griegos y romanos, así como cristianos medievales y renacentistas.

Pero más allá de lo que diga o deje de decir la Biblia, el problema es que la misma astrología carece de fundamento científico alguno pues se basa en completas arbitrariedades. Es decir, la astrología también sería absurda para personas que no acepten las escrituras bíblicas como textos sagrados.

Veamos:

Astrología

¿DÓNDE PONEMOS EL CENTRO?

  • La astrología sigue afirmando tácitamente que la Tierra sería el centro. Dando por hecho que todo lo que ocurre en los cielos debe provocar su necesario reflejo o influjo en este pequeño planeta que tenemos por habitación, y, como consecuencia, en nosotros mismos.
  • Pero la Tierra no solo no es el centro del universo, sino que ni siquiera lo es del sistema solar que la contiene, cuyo centro es el Sol, así como tampoco hay constancia de que nuestra galaxia, la Vía Láctea, esté en algún supuesto centro de algo.
  • De hecho, ni la Tierra ni el sistema solar, tampoco están en el centro de la Vía Láctea, sino en una rama secundaria (y bastante periférica) de lo que se entiende como una galaxia de tipo espiral de miles de millones de estrellas.
  • Esta idea geocentrista [1] hace de la astrología una cosa anacrónica y sin sentido, pues su misma concepción teórica mina su base: suponer que los astros están al servicio de un pequeño planeta cargado de habitantes que se creen en un supuesto ombligo universal. Este pensamiento proviene de épocas en que la gente (incluidos sus hombres de ciencia) suponían a pie firme que todo el universo (o por lo menos el visible) giraba en torno a nuestro exiguo planeta.

SOBRE MAPAS DUDOSOS Y SIN BRÚJULA ALGUNA

  • Para tener referencias espaciales y poder hacer un mapa, los antiguos dividieron el cielo en doce partes iguales. A cada una de estas partes angulares de 30º (360º de la esfera celeste dividido por 12 nos da 30º) se la tomó como un signo del zodíaco, siendo el zodíaco la franja de cielo a unos pocos grados hacia el norte y hacia el sur de la eclíptica, curva que sigue el Sol en su movimiento aparente (más allá de que estos antiguos tomaran tal movimiento como real o no).
  • Los nombres de estos doce signos corresponden a los de las constelaciones que se encuentran en esa franja zodiacal. Pero esto fue establecido de manera arbitraria. En realidad, las constelaciones que existen en dicha franja zodiacal son 13 (léase bien, trece, no doce), pero se obvió una por razones de conveniencia matemática: la constelación de Ofiuco [2].

El número 12 era la base de numeración en tiempos sumerios, babilonios y asirios, y por ende la tradición y practicidad matemática quedó ajustada para los cálculos, aunque el mapa real del cielo dijera una cosa muy distinta. Hoy, este “desliz” sigue manteniéndose entre los astrólogos modernos para el cálculo de sus predicciones.

El número 12 era muy conveniente para los cálculos astrológicos porque dicho número es divisible exacto por 2, por 3, por 4, y por 6, amén de por sí mismo. En efecto, pruebe usted dividir por 13 cualquier número al azar que no sea múltiplo de 13 y verá lo complicado que resultaría trabajar con ese número primo.

  • Otro defecto importante de la astrología, que no se aviene con la realidad de la organización astronómica, es la extensión irregular de las estrellas que componen las constelaciones del zodíaco. Esto hace que haya constelaciones que ocupan menos de los 30º angulares de cielo que les corresponderían y, por el contrario, hay otras que los superan. No obstante, los astrólogos no hacen diferencia entre un signo y otro, y a cada uno les asignan (al mejor estilo de Salomón) sus 30º de extensión teórica. Estos 30º que, astronómicamente solo es una referencia, lo toman como si fuera un mapa real.
  • Por razones de simplificación de cálculo, los astrólogos solo tienen en cuenta a los llamados grandes astros [3]. En la antigüedad, los astros conocidos eran: Sol, Mercurio, Venus, Luna, Marte, Júpiter y Saturno [4]. Hasta entonces el asunto era ideal para ellos porque, de paso, el número celeste era siete, tan caro a la espiritualidad y demás lindezas de semitas y otros pueblos.
  • Pero mucho más tarde, los indiscretos telescopios (invento nefasto para los astrólogos de todos los tiempos) descubrieron varios planetas más en nuestro sistema solar: Urano, Neptuno y Plutón, amén de múltiples satélites en algunos de los planetas ya conocidos y numerosísimos cuerpos menores entre el Sol y Saturno, más todos los que después lograron verse más allá de Saturno.

Sin embargo, por honestidad intelectual deberían reconocer que todos los horóscopos de la antigüedad estaban equivocados, dado que obviaban en sus cálculos a dos planetas y a un planetoide, desconocidos por entonces. En efecto, los horóscopos hechos hasta el 13/3/1781 (descubrimiento de Urano) deben considerarse erróneos por la falta de consideración de dos astros. Los realizados hasta el 23/9/1846 (descubrimiento de Neptuno) serían erróneos por faltar uno. Y, solo a priori, serían correctos los horóscopos efectuados desde el descubrimiento de Plutón (18/2/1930). Y esto muy precariamente, como se verá.

Hechos futuros

Alguien dirá, bueno, pero todo eso ya es historia antigua. Sin embargo, nadie asegura que en el futuro no se descubra un planeta X (¿y por que no un XI?), lo cual vendría a poner en la basura a todos los horóscopos actuales también.

  • Plutón ha sido reducido a planeta enano o planetoide por los científicos del siglo XXI, pero los astrólogos se niegan a bajarlo de categoría y quitarle influencia astrológica pues su tradición de años así lo exige. Así que para los astrólogos, Plutón sigue siendo un planeta, aunque sea mucho más pequeño de lo que se pensó al principio y no haya “limpiado” su órbita de cuerpos menores como un verdadero planeta.
  • Pero hay acá un detalle significativo: la astrología ningunea a todos los asteroides del sistema solar. Y también a los miles de cometas y ni hablar de los innumerables meteoritos. Les son molestos por lo muy numerosos. Considerar todos estos elementos para el cálculo astrológico sería como intentar jugar al ajedrez en un tablero de infinidad de escaques, que además contenga infinidad de trebejos.

Para tener una idea de esto, digamos que solo entre Marte y Júpiter se calcula que hay unos dos millones de asteroides. La pregunta del millón (o mejor, la de los dos millones) sería esta: si todo cuerpo celeste tiene influencia sobre la Tierra (y por ende sobre nosotros), ¿cómo es que esta enorme cantidad de asteroides no la tiene para nada, dado que los propios astrólogos siguen sin tenerla en cuenta?

Se dirá que muchos asteroides son meras piedras de unos pocos metros de tamaño, pero los hay algunos de varios kilómetros de diámetro reconocidos en la categoría de planetoide o planeta enano (Ceres) y otros que son muy significativos en tamaño amén de tener forma esférica (Palas y Vesta entre otros). Por lo tanto, si Plutón y la Luna son tenidos en cuenta en sus cálculos, también tendrían que serlo estos objetos al menos, que además están mucho más cerca de la Tierra que Plutón.

  • Otro detalle sustancial es que el cielo que observamos (tanto a simple vista como el que se logra ver con ayuda de grandes telescopios) es apenas una infinitésima parte del universo real, del que ignoramos casi todo. De ahí que las constelaciones que vemos no sean otra cosa que las estrellas relativamente cercanas dentro de nuestra propia Vía Láctea (algo así como nuestro pequeño barrio celeste) que los antiguos tomaron, en su ignorancia, como el universo completo.
  • Lo anterior trae aparejado un problema importante para los astrólogos: la omisión sistemática de todos los cuerpos celestes que se van descubriendo y que (por honestidad intelectual y si la astrología fuera una ciencia como muchos de ellos afirman) no podrían obviarse de una consideración responsable. En efecto, la astrología no tiene en cuenta los quásares, agujeros negros, pulsares, etc. que día a día van descubriendo los astrónomos.

Aun más, la astrología ni siquiera tiene en cuenta los cuerpos de distintas naturalezas que casi de continuo se van descubriendo dentro del propio sistema solar y que parecen no influir en sus cálculos, pues dicho sistema “local” no es para nada simple como se pensaba hasta hace unos siglos. En este sentido, la astrología no tiene en consideración a los planetoides y asteroides transplutonianos, de los que se han descubierto más de un millar y de los cuales alrededor de un centenar tienen órbita determinada con precisión.

Esta es otra omisión evidente: si toman a Plutón para los cálculos astrológicos también tendrían que tomar por lo menos a los planetoides equivalentes a este “último planeta de su serie astrológica” y que se encuentran a mayor distancia de la Tierra, como por ejemplo a Haumea, Makemake, Quaoa, Gonggong, Eris, Sedna, solo por citar los más grandes.

¿LOS ELEMENTOS BÁSICOS DE LA ASTROLOGÍA SON CONFIABLES?

  • Los astrólogos parten de dos principios esenciales: un marco o telón de fondo de “estrellas fijas” [5] que forman constelaciones sobre el que se mueven los planetas (en griego, errantes), según nuestro punto de observación terrestre. Las posiciones relativas y conjunciones entre planetas y constelaciones determinarían diversos efectos que se toman como positivos, negativos o neutros, según los casos.

Pero una constelación no es más que un grupo de relativamente pocas estrellas al que se le dio un nombre y se le imaginó una determinada forma para poder ubicarnos en el cielo. Una constelación es solo una simple referencia, un dibujo, no un conjunto de objetos del que podamos decir que constituye una unidad estructural, como por ejemplo son los continentes terrestres y sus diversas regiones respecto de nuestro planeta.

Es decir, cada uno de “estos conjuntos de estrellas” es un dibujo arbitrario y la imaginación de los antiguos vio en estas constelaciones la figura de un carnero (Aries), de un toro (Tauro), de dos gemelos (Géminis), de un león (Leo), de una balanza (Libra) y así sucesivamente.

A decir verdad, en la mayoría de las constelaciones se hace muy difícil (por no decir casi imposible) reconocer con nitidez tales figuras. No hay más que ver cualquier libro de divulgación en la materia y notar que a la ilustración de una constelación cualquiera hay que “inventarle” demasiadas líneas de puntos para que la supuesta figura del animal, o lo que sea, tenga algún parecido a lo que el signo supuestamente representa.

Sobre esta base débil, los antiguos asignaron a estas constelaciones determinadas características: Leo representa la fuerza del león; Tauro, la vehemencia del toro, Libra, el equilibrio de la balanza, etc.

Pero la pregunta perturbadora sería: ¿qué habría pasado si los antiguos hubiesen imaginado y formado otras figuras, sea agregando o disminuyendo estrellas en esos mismos dibujos, sea formándolas de manera completamente diferente? Por ahí, habrían inventado la escalera, la mariposa, el camello, el helecho, el clavel, y quién sabe qué otras más. Es decir, con seguridad el resultado habría sido la obtención de signos zodiacales diferentes con características y “propiedades” absolutamente distintas.

  • A los astros que se mueven respecto de ese marco o fondo de “estrellas fijas” también se les concedió determinadas características y “propiedades” sobre la base del color, el tamaño o su relación con la mitología grecorromana:

El Sol, por su brillo y calor, se lo relacionó con el poder absoluto y se lo declaró algo así como el rey del universo. Hoy se sabe que es una simple estrella, que en el cielo se ve importante porque está relativamente cerca de la Tierra, apenas a unos ocho minutos y veinte segundos luz, en tanto que la siguiente estrella más cercana (Alfa Centauro) está a algo más de cuatro años luz.

Aries

También se sabe que el Sol ni siquiera es una estrella grande, más bien se trata de una entre mediana y pequeña respecto de las demás estrellas de nuestra galaxia. Esta, la Vía Láctea, se calcula formada por unas 100.000 a 400.000 millones de estrellas de diversos tipos y que el diámetro galáctico estaría entre 150.000 a 230.000 años luz, aunque algunos científicos la suponen muchísimo más grande.

Al planeta Mercurio se lo asimiló al dios mensajero de los dioses posiblemente por la velocidad de su desplazamiento, superior a todos los demás planetas. Venus, planeta que se ve muy bello y de un blanco brillante, se lo conectó con la diosa del amor y la belleza. Marte, por su color rojo, se lo equiparó al dios de la guerra, en obvia referencia a la sangre. Júpiter, por su gran tamaño, fue bautizado con el nombre del padre y rey de los dioses romanos. Saturno, por ser el más lejano a simple vista, se lo relacionó con la oscuridad (aunque no es negro realmente) y esto dio pie para que se lo pensara como un generador de desgracias, tragedias, etc.

  • Estos pocos cuerpos que maneja la astrología (Sol, unos poquísimos astros del sistema solar y doce constelaciones de estrellas como marco) son una mera insignificancia respecto del universo, que se supone compuesto de unos dos billones de galaxias.

LA PERSONA HUMANA COMO OBJETIVO DEL HORÓSCOPO y LAS CARTAS NATALES

  • Otro asunto importante es que si bien los astrólogos tienen en cuenta la precesión de los equinoccios [6] cuando se pasa de una era a otra (vgr. de la Era de Piscis a la de Acuario) y hablan mucho sobre un nuevo futuro en tal caso, en realidad desechan este hecho científico para el cálculo de sus horóscopos y cartas natales.

En efecto, los astrólogos siguen viendo los cielos tal como los veía el astrónomo Claudio Ptolomeo a fines del siglo II de nuestra era. Y le ocultan a todo el mundo que nuestro signo zodiacal no corresponde a nuestra fecha de nacimiento sino al signo que hubiéramos tenido hace unos dos mil años.

astros
Animación del modelo cosmológico ptolemaico- De Fernando de Gorocica – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0

Por ejemplo, quien naciera a comienzos de la era cristiana un 21 de marzo (primavera del hemisferio norte) podía decir efectivamente que había nacido bajo el signo de Aries, porque el Sol entraba ese día en el sector del cielo correspondiente a tal constelación. Hoy, quienes nacen en esa fecha, lo hacen cuando el Sol está en el sector de la constelación de Piscis. Y este error fundamental se extiende a cualquier fecha del año y de hecho a cualquier nacimiento humano. Vale decir, que ningún mortal tendría el signo que dice (o le dicen) tener, sino el equivalente a un signo para atrás.

  • El otro asunto es que si la astrología fuera un hecho serio, entonces ¿por qué no se toma el tiempo de la concepción en lugar del nacimiento para hacer la carta natal de una persona? Al fin y al cabo, si los astros van a influir en nuestras vidas, es lógico suponer que lo hacen cuando empezamos a formarnos en el útero materno y no cuando lo abandonamos.

La respuesta es simple: la fecha de nacimiento de una persona es indudable, en cambio la de la concepción es conjetural o aproximada. Ergo es falible y los astrólogos están interesados en datos personales relativamente ciertos o creíbles, aunque luego tengan que lidiar con errores teóricos de base.

  • Otro hecho fundamental es que los horóscopos no pasan la prueba de los hermanos gemelos o mellizos. Si la astrología tuviera fundamentos serios, el destino de dos hermanos nacidos el mismo día tendría que ser el mismo y también deberían ser semejantes sus personalidades, pero sabemos que casi nunca es así. De hecho, difícilmente dos hermanos gemelos mueran en la misma fecha, sigan la misma profesión, tengan las mismas enfermedades, etc.
  • Tampoco coinciden las predicciones que hacen diferentes astrólogos para una misma persona. Sus predicciones con frecuencia son tan generales que valdrían para cualquier persona.
  • Que se sepa, jamás se han hecho encuestas o muestreos serios que demuestren que las características asignadas a cada signo zodiacal corresponden estadísticamente a una cantidad significativa de personas nacidas en el período en cuestión.
  • Hay detractores de la astrología que han esbozado otras críticas. Una de ellas es que la influencia que pudiera ejercer sobre el feto o el recién nacido un planeta lejano como Neptuno, por ejemplo, es prácticamente nula. La partera, el médico o la incubadora ejercerían de hecho más influencia que ese astro. Los astrólogos se defienden diciendo que no se trata de fuerzas conocidas como la de atracción sino de otras desconocidas, que obviamente no intentan precisar en absoluto.

OTROS PROBLEMAS DE LAS PREDICCIONES ASTROLÓGICAS

Algunos astrólogos suelen editar libros anticipando lo que va a suceder a naciones o comunidades enteras. Estas predicciones no soportarían nunca la prueba de archivo.

Recuerdo, por ejemplo, que allá por mediados de los años ’80 una revista de humor gráfico señaló que las predicciones para 1982, tanto de los astrólogos argentinos como de los británicos, se refirieron a muchos tópicos, pero ninguno anticipó la guerra de Malvinas, guerra que duró unos dos meses y medio, y movilizó a miles de efectivos de ambos lados.

Y esto podría extenderse a cualquier guerra, crisis económica o financiera, conflicto interno de magnitud, etc. en todos los países o regiones sobre los que “anticipen” el futuro los astrólogos de cualquier calibre.

No me cabe duda que el profeta Isaías tenía razón cuando escribió lo que escribió varios siglos antes de Cristo, según se cita al principio de este artículo.

ELEMENTOS CADUCOS

Es frecuente que los astrólogos hablen de “los cuatro elementos” y los relacionen con el número limitado y arbitrario de signos zodiacales, amén del también limitado y arbitrario número de astros que toman de nuestro sistema solar para sus cálculos.

Así, han designado como elemento agua a Cáncer, Escorpio y Piscis; como elemento aire a Géminis, Libra y Acuario; como elemento fuego a Aries, Leo y Sagitario y como elemento tierra a Tauro, Virgo y Capricornio.

Pero este asunto de “los cuatro elementos” (agua, aire, fuego y tierra) es otro anacronismo que viene de tiempos muy pretéritos, cuando poco o nada se sabía de la estructura físico-química de la materia y de los elementos esenciales de la naturaleza. En esto los astrólogos están demasiado atrasados.

Hoy por hoy se sabe que los elementos básicos que componen la naturaleza no son 4 sino 94: hidrógeno, helio, litio… uranio, neptunio y plutonio, más algo más de una veintena que se lograron sintetizar en laboratorios. [7]

CONCLUSIÓN

Lo anterior da como resultado que las estrellas y los planetas no pueden influir en el futuro ni en la personalidad de los humanos y que la astrología está muy lejos de ser una ciencia como suponen todos los astrólogos y mucha gente.

Así que si usted quiere creer en la astrología, en los horóscopos y en cartas natales, nadie se lo va impedir. Eso sí, tenga en cuenta que no hay ningún respaldo científico que los avale.

REFERENCIAS

[1] Fue el astrónomo polaco Nicolás Copérnico (Mikołaj Kopernik, Toruń, 19/2/1473 – Frombork, 24/5/1543) el que logró destruir la errónea teoría geocéntrica y demostrar la heliocéntrica en su obra maestra De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), escrita entre 1507 y 1532, aunque publicada después de su muerte, si bien en vida circularon pequeños trabajos explicativos de su teoría, de gran claridad y precisión.

[2] La constelación de Ofiuco (u Ophiuchus, serpiente) es una de las cuarenta y ocho de la lista de Claudio Ptolomeo y se encuentra entre las de Sagitario y Escorpio. Representa a Ofiuco (Asclepio), cuya idoneidad le permitía resucitar a los muertos, según el mito griego. Ante esto, Hades, dios de los infiernos, le pide a Zeus que lo mate por violentar el orden natural. Zeus debe acceder pero, en homenaje a su sabiduría, lo ubica en el cielo rodeado por la serpiente, símbolo de la vida renovada. La serpiente sigue siendo el símbolo de la medicina hasta hoy.

[3] Lo de astros grandes es relativo. En realidad eran grandes porque así lo veían los antiguos a simple vista, pero más por su cercanía que por su tamaño real. Además, sus diámetros difieren muy ampliamente entre sí.

[4] Estos son los nombres que les dieron los romanos y que aún subsisten. Pero cada uno de estos astros fue, a su vez, asociado a una deidad, ya desde tiempos sumerios y babilonios.

[5] En realidad nada en el universo deja de moverse continuamente. Las estrellas que vemos nos parecen fijas porque mantienen la misma figura o posiciones entre sí al moverse de manera bastante uniforme respecto de la galaxia que las contiene (la Vía Láctea) y recorrer por año una distancia relativamente pequeña respecto de su enorme trayectoria completa. Como resultado, no cambian su posición relativa a simple vista. Sin embargo, aun a nuestros ojos, cambiarían sus posiciones relativas si pudiésemos contemplar un mapa del cielo dentro de miles de años.

[6] La precesión de los equinoccios es el cambio lento y gradual en la orientación del eje de rotación de la Tierra, que hace que la posición que indica este eje en la esfera celeste se desplace alrededor del polo de la eclíptica, trazando un cono y recorriendo una circunferencia completa cada 25.776 años, período conocido como año platónico. Este movimiento lento es similar al bamboleo de un trompo o peonza. Hiparco de Nicea (siglo II a.C.) fue el primero en dar el valor de la precesión axial de la Tierra con una aproximación extraordinaria para la época.

[7] Estos elementos se encuentran ordenados en la tabla periódica de los elementos, iniciada por el científico ruso Dmitri Mendeléyev, que luego fue ampliada y mejorada a medida que se iban descubriendo nuevos. Los primeros 94 elementos se encuentran en la naturaleza y los restantes 24 hasta llegar al 118 se sintetizaron en laboratorios. Los elementos 95 al 100 existieron en la naturaleza en tiempos pasados, pero no actualmente.

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Héctor Zabala

Héctor Zabala

Narrador y ensayista argentino (Villa Ballester, Buenos Aires, 1946).

Dirige la revista literaria Realidades y Ficciones y su suplemento desde 2010.

Fue redactor de la revista literaria Sesam, de la Sociedad de Escritores de General San Martín (2007-2010).

Reside en la ciudad de Buenos Aires.

Ha sido distinguido con varios premios nacionales e internacionales en narrativa corta y fue jurado literario en diversas ocasiones. Ha publicado en 2016 los libros de cuentos “Rollos sacrílegos”, “Unos cuantos cuentos” y “El trotalibros y algunos mitos”. También, en 2016, la obra teatral “Diván en crisis”, en colaboración con Diana Decunto y Alicia Zabala. En 2019 publicó “Pateando tableros, relatos con algo más que ajedrez”. Tiene varios libros pendientes de publicación.

Obras de su autoría han sido publicadas en diversas revistas literarias, como Letralia, Alga, La Bella Varsovia, entre otras.

Es contador público nacional por la Universidad de Buenos Aires (UBA), maestro internacional de ajedrez (IM-ICCF, 1999 y SIM-ICCF, 2001), medalla de plata (ICCF, 2002) y fue el VIII campeón latinoamericano de ajedrez postal (CADAP, 1994).

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