Las nueve musas
Fernando Savater

A Fernando Savater. El mal y «El país»

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A Fernando Savater le han quitado recientemente sus colaboraciones en el periódico El País. Savater nos enseñó durante muchos años en sus libros y en sus artículos publicados en revistas y en diarios como El País. El mismo escribió, en 2015, «la aparición de El País fue el primer gran acontecimiento sociocultural de la democracia reiniciada».

Devoré, como hizo gran parte de mi generación, los primeros libros del filósofo donostiarra, publicados durante la Transición a finales de los 70: Panfleto contra el Todo, Nietzsche, La infancia recuperada; seguí su filosofía madura, a partir de 1982, en especial el libro La tarea del héroe; Ética para Amador y Política para Amador, obras leídas y trabajadas con mis alumnos; las usé a modo de libros de lectura obligada de curso durante más de una década. A su capacidad de reflexión filósofica une Savater las de gran escritor e intelectual incadenable e independiente.

Cualquier condena, excomunión sobre él recae en forma de oprobio en la espalda del inquisidor. Esta merced le ha correspondido a la actual directora de El País, la periodista Pepa Bueno. Imagino que en una Exposición de Arte ningún organizador dejaría de lado a Picasso, si tuviera la oportunidad de incluirlo. Al contrario han procedido los responsables del periódico, con su directora a la cabeza (o a los pies) al privar a los lectores de un medio, que quiere reunir a las mejores y a las más diversas firmas, de la del maestro vasco.

Cuando a principios de los 80 del pasado siglo llegué a Madrid a estudiar en la Universidad Autónoma, ya no estaba Fernando Savater enseñando en su Facultad de Filosofía. Sí quedaban allí otros profesores, algunos de los cuales recuerdo con mucho cariño porque tuve, como alumno, un trato más cotidiano con ellos: Carlos Paris, Juan Manuel Navarro Cordón, que enseñaban respectivamente Antropología e Historia de la Filosofía Contemporánea, y cuya enseñanza en el aula y en los pasillos fue un ejemplo que desde lejos traté de seguir en mi años luego de modesto profesor de instituto.

A otros profesores de aquella Facultad de Filosofía de la Autónoma de Madrid les profeso gratitud y respeto, aunque no me dejaran una huella tan duradera: Valeriano Bozal, Javier Muguerza, también Javier Sádaba tan despreocupado en su atención a los alumnos (o, mejor, a los que no éramos los elegidos por él) que, en mi caso, me hizo perder una beca de colaboración con su Departamento (él daba clases de Ética), pues cuando fui a presentarle mi trabajo con la solicitud de la beca me dijo que me pusiera la nota que quisiera y la valoración que yo mismo tuviera a bien para destacar su mérito, lo que debía haber hecho el profesor; le faltó añadir: «porque nunca voy a leerlo ni a promoverlo».

Y ahí quedó en la nada mi trabajo sobre «Diálogos sobre la religión natural», de David Hume, un libro apasionante, donde aparece por primera vez expuesto y criticado el argumento del diseño inteligente del mundo en tanto posible prueba de la existencia de Dios.

Yo lo relacionaba con Platón, y su explicación «mítica», en el «Timeo», de la producción del Cosmos sensible por un «demiurgo», matemático, músico y arquitecto universal. (Tuve la fortuna, anteriormente, de conocer estas enseñanzas platónicas al detalle en las clases del profesor Joaquín Lomba Fuentes, que recibí en la Universidad de Murcia, en primer y segundo curso de la carrera, antes de trasladarme a la Universidad madrileña).

Es difícil desprenderse de la visión del mundo como una obra, producto de una inteligencia ordenadora, artífice o artesana; un mundo no surgido por generación espontánea, ni resultado de una de las combinaciones teóricamente infinitas del movimiento y choque de los átomos o de las partículas, como sostenían Leucipo y Demócrito en la filosofía contemporánea de Platón.

Sin embargo, sostiene Hume, pensar que el mundo ha sido hecho como una obra es traspasar al orden cosmológico la forma de actuar del ser humano, del anthropos: es, en una palabra, un antropomorfismo, proyección del modo del hacer humano, que actúa según una finalidad inteligente, siguiendo un diseño o plan previamente elaborado, y que, con errores y rectificaciones, lleva a culminar un «ergon» (un trabajo) que se plasma en la obra final, más o menos perfecta, según tengamos en cuenta muchos y diferentes factores de análisis (incluido la posible comparación con una obra ideal).

El demiurgo, no es el Dios omnipotente del Cristianismo, que hace el mundo desde la Nada. Tiene un inmenso poder -prestado por las matemáticas- y dispone de algún modo de una mirada, de un saber, sobre las Ideas, y por tanto puede, para su desgracia e insatisfacción, valorar comparativamente su obra, el mundo sensible, con lo que sería el otro mundo, el ideal, del que el sensible se encuentra muy alejado – o en terminos, más graves, platónicos, «separado» por un abismo.

En resumen: Al grosero y vulgar antropomorfismo de la religión (que proyecta dioses con forma humana, o con sentimientos humanos, de ira o de amor), se sumaría ese antropomorfismo más refinado que Hume denuncia. Captar las causas de lo que es se debe al comprender inteligente, la inteligencia confirma su mismo proceder en las cosas, viéndose a si misma en ellas como en un espejo.

Vemos que algo existe, luego captamos ahí una inteligencia, orden luego plan, y sobre todo, donde hay un resultado vemos trabajo (ergon), hasta sudor en la frente del Hacedor (si nos referimos al Dios bíblico, que además descansó al séptimo).

Este argumento del antropomorfismo me parece interesante como argumento ateo, es decir, como antiprueba racional de la existencia de Dios. Así también, creo que es siempre interesante volver sobre lo contrario, sobre el argumento cosmológico (o teleológico-inteligente); de hecho, Kant consideró este argumento cosmológico (expuesto por Santo Tomás y otros como una de las vías a posteriori, o basadas en el razonamiento empírico) una prueba que, aun rebatida (precisamente el mismo filósofo crítico la desmontó con argumentos mucho más sutiles que los empleados por el escocés Hume) rebrotaría al menor soplo. En el fondo, el ser humano siempre pensará que el universo es más que una acumulación de letras echadas al azar, incluso esa imagen supone una acción, echar, es decir, un ergon, un trabajo, y casi inmediatamente deducimos de esas nociones un sentido, un propósito o finalidad y un resultado, una obra más o menos conseguida.

Tampoco el ser humano se contenta con la imagen de sí que le transmitiría un mundo no pensado como un ser humano, como una inteligencia, humana, aunque mucho más poderosa. Nos negamos a describirnos como zombis, que de pronto están en el punto B sin haber decidido, en A, ir de A a B. O peor, si esa desorientación es fruto de amnesia. Y de nuevo se cuelan ahí nociones antropológicas, de modo que hasta para hablar de amnesia, desorientación, hemos de asumir la carencia de causa inteligente en acto, su no presencia o el defecto.

El demiurgo platónico había de vérselas con la «khora» (o «jóra»), es decir, el espacio irracional, y con su resistencia rebelde a la razón y a las matemáticas. Más que rebelde, irreductible al orden racional, y en cualquier caso, solo provisionalmente, o aparentemente, dócil a éste; de modo que por definición todo mundo, toda obra, tiene fecha de caducidad, de muerte. Y, por supuesto, de imperfección, de irracionalidad, de mal.

Este tema, precisamente, el mal, es lo que proyecta la abstracta discusión sobre las pruebas de la existencia de Dios hacia la ética.

Aparte de los escritos de los filósofos, en un autor literario como nuestro rey Alfonso X, el Sabio, el asunto del mal (que abordó desde la filosofía, la astrología, y desde su experiencia propia y familiar) le llevó en algún momento a renegar de Dios. (Ese sentimiento negativo trató de compensarlo siempre con su devoción a la Virgen, y en sus loores y cantigas).

Fue Alfonso quien expresó de manera más radical la contradicción entre un Dios Bueno, hacedor de mundo y Providente, y la existencia del Mal.

La misma preocupación expresó Tomás de Aquino, el autor de la Summa theologiae. Junto a sus argumentos a favor, expone también el argumento en contra de la existencia de Dios conocido como el argumento del Mal. Para Santo Tomas sólo existe el mal en la voluntad humana; o de otro modo dicho, el Mal no existe in re, en las cosas, pero sí el mal moral, pero solo en cuanto el hombre «caído» aun no ha alcanzado la perfección a la que está destinado. (Lo que es es eterno, se supone; no pasajero y reformable, como sería el mal moral).

De modo que la ética -bien desde una visión moral laica o desde una ética asimilada a una confesión religiosa, o sea, vinculada con lo divino, sea esto lo que sea- se desvela como una herramienta necesaria para contrarrestar el argumento del Mal, y para pensar el papel del hombre en un Cosmos que, bien sea producto de una Inteligencia o bien resultado provisional de una partida de azares- haría del actuar humano algo que tuviera sentido. «No se pierde / obrar bien, aun entre sueños», dice Calderón.

«Que estoy soñando,
y que quiero obrar bien, pues no se pierde
obrar bien, aun entre sueños»

La vida es sueño. Pedro Calderón de la Barca

Algunas veces he pensado que no hay Dios si este consiente con la muerte de un inocente, con la miseria y el hambre infantil, con los actos absurdos de odio y terrorismo que siegan tantas vidas en nombre de no importa qué causa, o con una causa natural que destruye con aparente rabia una población entera y especialmente siega de pronto vidas en flor, jóvenes, que empiezan… Pero de pronto he escuchado en mí una voz que me dice que esa rabia, esta rebeldía es también una manifiesta voluntad de bien, mi queja se basaría en una cierta idea de cómo deberían ser las cosas, luego, de algún modo, afirmo en la negatividad el bien y con ello a Dios, resumen del mismo bien, si no autor del mismo.

El impulso de regeneración, de crítica a lo que hay, de rebeldía y asco ante lo que hay, es otra forma de reclamar lo que debería haber, lo que, en el fondo, nos merecemos. «La buena vida», cuyo objeto pretende la Ética, según nos enseña Savater, en aquella memorable página de su Ética para Amador; y el obrar bien, que no se pierde aun en sueños, y eu prattein aristotélico ¿no nos están diciendo lo mismo: amor?

La marginación de los artículos de Savater no es más que una pequeña manifestación de odio y de intolerancia con las ideas del otro. Lo más preocupante, para la salud de nuestra cultura, sería el silencio de los lectores de El País.

(fotografía de portada: De Gonzalo Merat – Flickr: Fernando Savater, CC BY 2.0)

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Fulgencio Martínez

Fulgencio Martínez

FULGENCIO MARTÍNEZ LÓPEZ nació en Murcia; es editor y director de la revista Ágora-papeles de Arte Gramático.

Profesor de filosofía, poeta, ensayista y autor de relatos. Ha publicado, entre otros, los poemarios La segunda persona (Sapere aude, Oviedo, 2021), Línea de cumbres (Madrid, ed. Adarve, 2019), Cancionero y rimas burlescas (Renacimiento Sevilla, 2014), León busca gacela (Renacimiento, Sevilla, 2009), El año de la lentitud (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2013).

Ha publicado la antología La escritura plural, 33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura, con textos en cinco lenguas españolas: vasco, catalán, gallego, español y sefardí. (Prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Ars poética, Oviedo).

Es autor de un ensayo sobre la filosofía de Antonio Machado, publicado en la revista Symposium de la Universidad Católica de Pernambuco (Recife, Brasil). Y del libro de relatos El taxidermista y otros del estilo (Diego Marín, ed. Murcia).

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1 comentario

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  • Excelente y prodigioso trabajo de síntesis en este artículo que reflexiona sobre dos mil años de cultura alrededor de temas como el humano y el divino. Excelente