Las nueve musas
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Cuarenta. Era su talla en años desde ese día y un halo maravilloso debía cubrirlo —como a cualquier mortal—, llenarlo de felicidad y buenos deseos. Besos, tarjetas virtuales, un pas­tel hecho emoticón, una copita que fuera, una lla­mada… Nada. Menos ahora.

Impensable una gran fiesta de celebración como en aquellos años de éxtasis, locura y desenfreno cuando coronaban un embarque al otro lado del charco. “XL”, lo llama­ban, por su abultada cintura, en los tiempos en que una falsa au­reola de poder lo cobijaba en su sombra.

«Feliz cumpleaños, gran pendejo», pensó, afe­rrado a los barrotes, reviviendo todo aquello.

José Fernando Suárez Isaza

José Fernando Suárez Isaza

Autorreseña gramatical

Medellín, Colombia, año sesenta y tres. En la distancia, intento adjetivarme objetivamente. Tomo el diccionario: sólo soy un sustantivo común con ansias de calificar.

Me detengo largo tiempo en dos palabras: música y publicidad. Afición y profesión. Paso la página. Más adelante, aparecen diversas expresiones verbales en modo infinitivo, conjugadas de manera irregular y en cantidad variable de tiempo, modo y lugar: Vender, enseñar, transportar…

Escribir.

Me cayó ese “mal de letras” con el sol casi trepado en lo alto. Vinieron las lecturas, los deslumbramientos, los talleres, los aprendizajes. Fiebres muy altas, ideas que rondan, mal dormir. Efectos concomitantes. Algunas historias son ahora aviones de papel (Quitasol, Lexis, editorial U. P. B., Medellín en 100 palabras, Fundación Haceb, editorial Bola de Papel, Mundo de escritores…), valiosos aprendizajes con los que la fantasía se ha echado a volar. Otras, aguardan pista reducidas en hangares: un libro de cuentos, una colección de cien microrrelatos en cien palabras, una novela y un “Cajoncito de recuerdos”. He cometido versos, pero, ¿quién no ha pecado?

Salvo Las nueve musas, que me permite —algo que agradezco— la posibilidad de volar más lejos, es imposible por el momento destacar en mayúsculas un reconocimiento. Puro cuento sería. Mas, sigo aferrado a las letras, como si yo fuera su pronombre posesivo, como si de palabra nos hubiésemos comprometido a estar juntos por siempre en un futuro perfecto.

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