Tiempo de tambores es el segundo libro de poemas de Francisco Javier Insa (Orihuela 1975) y confirma un notorio grado de superación respecto al primero, A la luz de mis sombras (Olélibros, 2020), un poemario estimable que, en mi opinión, transmite cierta inseguridad léxica e imaginativa, pues cuando lo escribió, el autor aún no había explorado, o no del todo, las posibilidades de la polisemia y la intertextualidad y, sobre todo, asumió menos riesgos a la hora de poetizar acerca de todo aquello que es fuga, vértigo abismal de un porvenir ignoto que nos hace sentir el temblor de la ausencia y borra los umbrales de la esperanza.
- Insa García, Francisco Javier (Autor)
Tiempo de tambores supera todas las indecisiones del poemario que le precede. Lo ha editado con excelencia la editorial Sapere Aude (colección ad versum) incluyendo sugerentes imágenes de la artista Sylvia Molina extraídas de Kintsugi: Cuadernos de tinta china, troquelados e hilos, 2016. Aquí nos encontramos, pues, con un poeta más maduro, o si se prefiere, más arriesgado y, sobre todo, más seguro al ser ya plenamente consciente de las claves de su poética.
Extrañará en estos tiempos en los que abundan poetas tan prolíficos la escasa obra poética de Francisco Javier Insa; pero no nos engañemos: no se trata de un autor que arriba tarde a la escritura y con el entusiasmo del diletante. Escribe y lee poesía desde joven, pero hasta ahora, circunstancias personales y grandes dosis de pudor le habían impedido dejar de ser un autor inédito. Aunque la publicación siempre conlleva desasosiego, desencanto y frustración, también reporta alegrías. Como el mismo autor me ha confesado varias veces, A la luz de mis sombras, le proporcionó muchas satisfacciones y fue su salvavidas en un momento difícil de su vida. Ojalá que este segundo libro que cimenta su poética le estimule a continuar escribiendo y publicando. Por otra parte, he de decir que Francisco Javier es una persona muy formada: abogado, Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración (UMH), cursó varios másteres, entre ellos uno Universitario de Estudios avanzados en Literatura Española y Latinoamericana (Universidad Internacional de la Rioja). Actualmente, ejerce como docente en un centro público.
Además, lleva a cabo una importante labor cultural: Imparte talleres de escritura creativa y es locutor voluntario en la ONCE. Asimismo es coordinador y editor de la revista digital La Ninfa Eco: (Asociación para la promoción de la escritura en todo el mundo con sede en Oxford) y Director del podcast literario: Susurros de La Ninfa Eco: Literatura contemporánea. Colaborador de Culturamas. También ejerce de Articulista en El Cotidiano, Noticiero Mar Menor, Infovegabaja y otros medios digitales.
Tiempo de tambores es un libro muy bien estructurado, surgido de un proceso lento y dilatado de maduración y filtración que se va gestando, calando y macerándose buscando una forma de expresión propia en un acto de aprehensión o de explicación del ser personal en relación con el tiempo. Asimismo, supone una visión del mundo material nada estable y de las regiones suprasensibles e intangibles que ocupan y preocupan al poeta, todo desde una visión expansiva, rizomática (por decirlo con un término del filósofo Derrida). Pese a lo dicho, el propio autor me confesó que él se halla siempre en los entres, nunca en la convicción absoluta, es decir, atendiendo siempre a la duda, a la incertidumbre y a la inestabilidad con un estilo personal a veces enfático, pero nunca patético ni desaforado. Su verso oscila entre la contención y la discursividad torrencial y apasionada con un temblor oniroide y una nutrida carga de símbolos, metáforas e imágenes. Es por eso, como ya observamos en su primer libro y en su título mismo, que la paradoja es el recurso más utilizado por Francisco Javier Insa,
Esta estructura meticulosa no solo se basa en las cinco secciones numeradas que llevan el mismo título: “Clepsidra. Días robados” (la repetición, como ya veremos más adelante, es otra constante de este libro), también son importantes los títulos de los poemas y del volumen y las citas que jalonan los territorios poéticos que recorre el autor; léanlas una por una y tendrán, si les place, una clave valiosa de la poética ecléctica pero sólida y poderosa del autor, y así podrán ponerle etiquetas o apellidos.
Precisamente Tiempo de tambores es un título muy acertado y sugerente que, a pesar de su polisemia, nos pone sobre la pista de lo que vamos a leer. El tambor como instrumento musical de percusión transmite algo hondo, primitivo y misterioso, y como la poesía ha acompañado al hombre desde el comienzo mismo de los tiempos. Su potencia percutiva consigue numerosos efectos ambivalentes en el hombre: excitación, alarma, alegría, temor, expansividad, recogimiento, etcétera. Y si bien este instrumento musical comenzó empleándose en cultos politeístas y paganos. fue asumido por sus cualidades extáticas y arrebatadoras a las liturgias religiosas cristianas y a los primeros ejércitos. Quizá uno de sus significados más destacables sea como símbolo del Sonido Primordial. Recordemos que en la mayoría de los textos religiosos aparece la divinidad creadora realizando su obra a través de ese “Sonido Primordial” o “Verbo” dando origen a todo lo manifestado. Algo que todavía nos recuerda esta asociación tambor-creación.

Este instrumento músico no solamente alarma y llama a la ofensiva, sino que representa también la propia voz de las potencias protectoras y simbólicamente es intermediario entre el cielo y la tierra. Como la poesía, el tambor permite pasar del mundo visible al invisible. Pero hoy se ha perdido la analogía del tambor creado por el hombre y el gran tambor cósmico de la creación, y por tanto ese valor chamánico que posee su sonido, alejado de la danza de la armonía que supone el macrocosmos. Hoy los tambores tocan a rebato por la situación de peligro y de catástrofe que amenaza al mundo, y también simbolizan la urgencia e inmediatez que vivimos, la falta de sosiego, de espíritu contemplativo, de quietud. Hoy están más relacionados con el temor y la velocidad que con los valores espirituales apuntados. En el poema último del libro, antes del epílogo, que no por casualidad repite el título del volumen, leemos: «El miedo esconde lo que persigues/en tus retrocesos a realidades elementales. /Es doloroso deslizarse sobre miles de suelos/en gravedad cero, /sin oxígeno para exhalarme. /Retumban tambores».
Pero el poeta no olvida el simbolismo esperanzado y vitalista del tambor: y acaba utilizando deliberadamente palabras relacionadas con el mundo religioso: «Retumban tambores./ Involutivos seres despiertan/ el credo hacia la esperanza./Símbolos de fe/ para vencer/ la derrota».
Otro pilar importante de este libro es el prólogo, escrito por Cleofé Campuzano: rico en su brevedad y perfectamente ajustado a la temática de la obra. Me parece realmente iluminador. Dice Cleofé: «Tiempo de tambores concita un conjunto de cinco clepsidras, el reflejo de un tiempo asmático que se rompe, reflejo también de la posibilidad de ser otro en la convulsión de los días. ¿Cuántas veces queremos amar el instante y, al minuto siguiente, conseguir esa receta mágica para quebrar todas las convicciones que nos conducen a él?» y añade: «Encontramos la muerte y el tiempo como un resonar progresivo y alterno, una línea inconclusa que necesitamos para validar la utilidad de la costumbre». Y destaca Cleofé la importancia del «maridaje muerte-tiempo en imágenes que rechazan eludir la verdad».
Como destaca la profesora Beatriz Zaplana, profunda conocedora de la obra de nuestro poeta, «su imaginario poético ahonda en el tiempo detenido en las clepsidras que emplean el agua como medición. Su decurso vital transcurre sobre el tópico del vita flumen de los presocráticos. Y aludiendo a las palabras del Timeo de Platón, el tiempo es la imagen móvil de la eternidad».

Otra de las características de este libro es que las palabras están siempre en movimiento. El lenguaje, como el universo, es un mundo de llamadas y respuestas; flujo y reflujo, unión y separación, El habla es como un ser vivo estimulado por ritmos variados, en este caso no sujetos a patrones métricos, pero sí muy efectivos. Fran Insa recurre a aliteraciones, repeticiones, anáforas, ritornelos, ausencia de encabalgamientos (en numerosas ocasiones cada verso supone una sentencia aislada) y el empleo de la rima interna y otros recursos como, en algunos casos, la repetición en negrita y mayúscula de la misma palabra que da título al poema, creando en el lector una sensación de circularidad.
Hay más recursos formales en todo el libro (no solo rítmicos y fónicos) dispuestos deliberadamente por el autor, como la decisión de que un solo verso aislado seccione cada una de las cinco partes, la utilización de los silencios abriendo espacios entre las palabras, la forma en que estas se asocian y esparcen para causar sensaciones visuales, táctiles y auditivas en un auténtico festín sensitivo. También emplea metáforas de humanización o animación y la concreción de abstracciones («palpo la soledad en mi bolsillo», «la jauría de lo cotidiano» «Nado tus olores», «la duda, posada en tu hombro te susurra»), figuras retóricas de contraposición: antítesis, paradojas, oxímoros («a esa luz que me apaga», «el peso muerto de la vida», «una lucidez enajenada». «Recorrí la senda de la incertidumbre/vestido de respuesta», «Y yo,/ con mi gotero de angustia,/subo/bajando/escaleras») y la estilización del poema hasta llegar a una sola palabra, o deconstruyendo el verso en monosílabos o simples fonemas , creando imágenes ópticas al estilo de la poesía visual. Pero, ante todo, destacan los estados contrarios, no por un mero capricho ingenioso, sino para transmitir la tensión de la mala conciencia poética y las zonas armónicas alcanzadas tras un forcejeo con la razón. La figura del locus amoenus, (así se titula uno de los poemas del libro) está muy presente en la poética de nuestro autor.
El ritmo, la plástica y la experimentación léxica y semántica, constituyen el esqueleto de Tiempo de tambores; la carnadura es la temática coherente, honda, no exenta de vigor sentencioso, a pesar del importante espacio que ocupa la duda y el tiempo y sus estragos, ante cuyo implacable avance toda posibilidad se nos escapa; ese Cronos que nos roba los días y la vida y solo nos deja como consuelo la memoria para poder restituir virtualmente lo perdido. Como creo que ya ha quedado patente, el tiempo es la clave de bóveda de este poemario. Leemos en “Desafíos”: «Tú/forjas el tiempo/entre las espesuras/de la incandescencia./Acude entre susurros y tráeme un presente/que nos queme,/ no duela, /no sienta». Y en “Tiempo enajenado”: «Vuelvo la cara a un presente/ ya pasado./ Tarde para todo, pronto para nada».
De hecho, es el cuerpo del poema el que da vida al poeta y le conecta con el mundo, el que le permite formular las preguntas existenciales que le abruman y que no siempre tienen repuesta, o sí parcialmente desde el inicio pesimista y desesperanzado que leemos en la rotunda frase que sirve de pórtico al libro: «y en un instante, se esfumó la vida eterna». Aunque el poeta, en algunas ocasiones encripte sus metas referenciales, hay en estos versos un alto grade de confesionalidad
Francisco Javier dialoga con la filosofía, la religión y el pensamiento actual y pretérito. Por eso habita la grieta (“Habitar la grieta”, así se titula uno de sus poemas), a medio camino entre la intemperie y el refugio. Leemos: «La realidad reclama mis escamas,/brillan contra mis oquedades./ Habito la grieta tras este punto cardinal/donde lo especial/ es moneda de cambio,/ depositada en el anverso,/mano inexistente». Encontramos en otros poemas de este libro esos lugares fronterizos, nunca seguros del todo, esas encrucijadas donde a pesar de la grave sentencia que abre este recorrido poético, late un conflicto entre el estar y el ser deshabitado, el conocimiento y la duda, lo inmanente y lo trascendente, lo cotidiano y lo inefable. De ahí que el poeta busque su identidad y se interrogue constantemente acerca de su lugar en el mundo y opte por abrazar un sincretismo inteligente y abarcador que para nada implica claudicación («No hay concesiones/para los que abdican» afirma en “Delirios descarnados”), pues se siente todo y de todos: uno y muchos, como afirma en “Soy lo que soy”. Ese soy multitud que nos remite a Walt Whitman («Yo soy inmenso, contengo multitudes») y al poeta Catalán J.V Foix («Dejadme solo, soy muchos»); el primero encontrando en la multitud su centro y asidero, y el segundo abrumado por sus múltiples yos deseando la soledad y la introspección. Nuestro autor es un yo que es muchos hasta lo inidentificable, Es por eso que dialoga con un tú y un vosotros inextricablemente unidos al yo que habla, Pero tal diálogo se basa en la inestabilidad y el desconcierto, de ahí que en “Autorretrato” escriba: «¿Soy yo?/ ¿O es el otro el que se arrastra como mariposa/ hacia el centro/donde YO me reconquisto» y añade en el mismo poema «Soy yo desde tantos puntos de vista/que temo perderme/ en esta lámpara fundida». Por tanto, no es casualidad que uno de los poemas de la tercera clepsidra se titule “Existo” y otro de la cuarta: “Coexisto”.
La declaración de principios que encabeza Tiempo de tambores (ya mencionada) no disipará la duda, omnipresente en el libro, pues poco después el poeta afirma en estos veros de “Invisible”, ejerciendo el legítimo derecho a la contradicción que nos permite la poesía: «Estar a la vista de todos/ser en nadie./ Invisible,/transparente,/fugaz». Este conflicto de la identidad se muestra en símbolos como el cristal, que puede ser transparente, translúcido, esmerilado opaco, pero que en cualquier caso niega nuestra imagen o la refleja de manera nítida o esfumada, real o deformada; por otra parte, según sus propiedades, impide el paso de la luz, la suaviza o la intensifica: esto último ocurre a través de brillos que fulguran llameantes (por cierto, el fuego con su campo semántico, es un concepto repetido numerosas veces en este poemario), y si lo llevamos al terreno simbólico, el cristal ciega el conocimiento o lo amplia, y si se rompe hemos de interpretarlo como la imposibilidad de alcanzar nuestros deseos tras una ruptura de nuestra frágil y precaria existencia presente y como la incapacidad de detener eso tan esquivo y fugaz que llamamos plenitud. De manera que viajamos irremisiblemente hacia la muerte y la disolución como el célebre “Ángelus Novus”, dibujado Por Paul Klee a tinta china, tiza y acuarela sobre papel que tanto fascinó al filósofo Walter Benjamín, quien adquirió el cuadro en 1921 y escribió sobre el personaje representado imaginándolo como el Ángel de la Historia.

En el poema “Cristal roto” leemos en los versos finales: «No hay vida más allá de este instante./Una exhalación/agónica para una primavera deconstruida (…) Seamos siluetas frente al espejo/ que nuestras escaras/enmudecen». También, y relacionado con el cristal y los espejos, aparecen con frecuencia en los poemas de Fran Insa el mar y sus brillos y reflejos como metáfora del deseo, de la sed de lejanías y el ansia de conocimiento, pero también como lugar incierto y en ocasiones traicionero que puede llegar a conducirnos hacia lo innombrable y aterrador.
He dejado para el final un rasgo capital de este poemario y también relacionado con la sabia arquitectura del mismo, y es el alto voltaje emotivo, que no tiene para nada que ver con los artificios del sentimentalismo ni las emociones hueras. Me refiero, sobre todo, al hecho de que el autor dedique Tiempo de tambores a su abuelita Carmen Ballesta Esquer «La truca», in memoriam. Abuelita, qué apelativo cariñoso más evocador para mí y creo que para muchos lectores. Abuelita. Así llamaba yo a mi abuela paterna Josefina hasta que murió cuando yo ya había superado la treintena. Y para cerrar el círculo emotivo, el autor dedica a su abuela Carmen el epílogo, “Mi corazón late tu memoria”, el poema más extenso del libro y uno de los más hermosos e intensos del mismo, que pese a ser una elegía, disipa todas las brumas y claroscuros de esta obra, plena de imágenes de gran brillantez y en la que el tiempo es el drama central y la tensión entre presencia/ ausencia es parte del juego de la escritura.
- Insa García, Francisco Javier (Autor)
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