Un retrato de Walt Whitman en sus años de vejez le muestra como una anciano de barba larga y cabellos blancos, cuyos rasgos destacan sobre la oscuridad del fondo como si de su rostro emanase luz.
La luz estaba en su interior, en su mente de poeta lúcido y real, de hombre acostumbrado a racionalizar el sentimiento por comprender las razones que atormentan al ser humano y le alejan de la felicidad.
El mayor gesto de generosidad de Whitman consiste en transmitir esa experiencia, lograda tras tantos años de pasar por la vida, a quienes están comenzando el camino; precisamente para evitarles perder un tiempo que podrían emplear en vivir. La sensación de angustia por el paso inexorable del tiempo se percibe en su obra, casi se palpa. Podría decirse que la pérdida del tiempo, siendo la sustancia de la que está hecha la vida, es para Whitman el peor pecado que el hombre puede cometer contra sí mismo.
El segundo es el desperdicio de la vida, la vulgaridad. Discurrir por el mundo como un ser anodino, alguien que el mundo olvidará aún antes de que le llegue la hora de abandonarlo.
La primera parte del poema de Walt Whitman “No te detengas” es una arenga entusiasta a quienes hayan entrado en la apatía, o a quienes se encuentren en un momento de duda existencial. Probablemente ese interés de Whitman inspiraría la famosa escena de El club de los poetas muertos en que el profesor Kitting resume la enseñanza en un axioma latino: Carpe Díem, aprovecha el momento. Vívelo, porque pasará. Está ahí, al acecho, marcando en el reloj un tic tac cansino.
No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
Puesto que cada día va restando tiempo al que nos queda de vida, preciso es aprovecharlo, y entender el consejo latino se hace más necesario que nunca. En la siguiente estrofa, Whitman habla del derecho a expresar lo que uno siente; lo califica de casi un deber, e inspira el deseo de hacer de la propia vida algo que merezca la pena, algo que evite su confusión en el maremágnum de vidas perdidas o desperdiciadas.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
El derecho a expresarse es una reivindicación de la época, pero contiene un mensaje absolutamente actual: el poder de la palabra, la expresión del pensamiento como arma para cambiar el mundo, para conseguir que evolucione. La palabra es lo único que queda cuando el hombre ha desaparecido, cuando forma ya parte de los poetas muertos. Este legado permanece vivo, aún puede enriquecer, aún puede contar; pero para eso hay que conservar la fe en el poder de la palabra, en su belleza, en su capacidad de resumir la esencia humana.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aquí incluye el poeta el mensaje que puede aportar consuelo a las dudas existenciales, al sentirse insignificantes ante la enormidad del mundo que nos rodea, o abrumados por los problemas:
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
La poderosa obra continúa, y tú puedes aportar una estrofa. Por insalvables que parezcan las cuestiones que nos aturden, incluso aunque muramos, la maquinaria de la vida continuará su rodar como si nada; pero al menos nuestra existencia habrá podido aportar algo que reste vulgaridad al hacer común: algo extraordinario. Para crear algo extraordinario que aportar al mundo es necesario evadirse de él, refugiarse en el sueño, ser capaces de conservar la necesidad de soñar para que la realidad no atrape nuestras vidas y las convierta en un infierno.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
El silencio espantoso ante el que reacciona el poeta emitiendo alaridos. Puesto que el mundo calla, que el mío sea un grito de rebeldía.
“Emito mis alaridos por los techos de este mundo”,
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
En la siguiente estrofa, Whitman habla del pánico que nos produce el hecho de estar vivos. Alude a las cuestiones que nos causan temor, la primera de las cuales es la propia introspección y el propio conocimiento: la misma esencia del ser. Lo califica de pánico, y sitúa su punto álgido en la etapa de la juventud, cuando apenas se ha comenzado a vivir y hay tantas cosas desconocidas que causan temor, sobre todo el desconocimiento del futuro.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
En tí está el futuro. En tí, que tienes la oportunidad de cambiar las cosas, de trabajar por un mundo mejor y una sociedad más justa, de lograr tu propio enriquecimiento personal e íntimo. En tí, que te reconoces un ser con limitaciones pero estás dispuesto a salvarlas, para que tu paso por la vida no sea un silencio aterrador, sino una estrofa brillante que engrandezca la Gran obra.
El final del poema es casi un consejo paternal:
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los “poetas vivos”.
Y la frase última, aquélla que resume la filosofía del poema, habría podido ser por sí misma la estrofa que Whitman aportase al mundo:
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.
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