El mundo guarda una extensa variedad de ritos funerarios.
Los seres humanos, a lo largo de los tiempos, hemos dedicado recursos, arte e ingenio a toda suerte de despedidas para nuestros seres queridos.
Lo cierto es que, en occidente, para bien o para mal, cada vez pasamos más de puntillas por la muerte, como si no quisiéramos reconocerla, como si no formara parte de nuestro día a día, miramos para otro lado y deseamos que los tramites fúnebres sean breves y el protocolo ligero y apresurado, casi indigno para los que se marchan. El muerto, definitivamente, se ha convertido en una molestia.
Creo, más bien, que nos hemos desacostumbrado a morir.
Sin embargo, en el otro extremo del mundo, los Toraja resisten estoicamente con sus tradiciones. Concretamente en lo que respecta a la muerte y sus funerales, es a lo que voy a dedicar este artículo.
QUIÉNES SON LOS TORAJA
Los Toraja (hombres de las montañas) son una etnia de aproximadamente medio millón de personas que viven en las montañas sur de la isla de Sulawesi, (Célebes meridional), en Indonesia.
Pese a la obligación gubernamental de practicar una de la media docena de religiones reconocidas, en “Tana Toraja” (Tierra de los Toraja) esta ordenanza se lleva a cabo a su modo.
La mayoría se declara cristianos o musulmanes, pero mantienen sus antiguos ritos ancestrales en los que son fundamentales la tradición y el animismo. (Simplificándolo hasta el ridículo, animismo es la creencia en que tanto los objetos inanimados como cualquier otro elemento del mundo natural también posee un alma)
LA MUERTE
Si caminan por cualquier población de Tana Toraja —por ejemplo, Rantepao, su ciudad más importante— y en la puerta de una vivienda ven un palo con un pañuelo blanco, deben saber que anuncia que allí “vive” un muerto. No, no es una metáfora, es información literal.
Para los Toraja sus semejantes no mueren en el momento en que dejan de respirar, eso solo ocurrirá una vez se haya celebrado su funeral, y en la gran mayoría de los casos no será pronto. Hasta entonces, los cuerpos de los fallecidos se quedarán junto a ellos, en su propia casa, y serán cuidados y atendidos. En ocasiones pueden pasar años, incluso décadas hasta que esto termine.
“No está muerto” te responderán si les preguntas por el difunto. Después, probablemente te explicarán que se encuentra “to´makula” (enfermo) y que su alma continua en el hogar, por lo que es necesario darle de comer, de beber y, por supuesto, conversar con él, preguntarle cómo se encuentra…y sí, si os lo estáis preguntando, es más que posible entrar en casa de una familia Toraja y ver esta costumbre con tus propios ojos, ya que para ellos no es un tema tabú, es algo natural a lo que están acostumbrados desde niños. Eso sí, si te ofrecen pasar, no rechaces la invitación, pues sería sumamente descortés, y no olvides saludar y despedirte del “difunto” cuando te marches.
Los muertos pueden descansar en ataúdes o en su propia cama, dormir en otra parte de la casa o en la misma habitación que sus familiares, normalmente acompañados de abundantes fotografías de ellos en vida.
Todo esto suele impactar a los occidentales que por allí se dejan caer, y como supongo que os lo estaréis preguntando, los cuerpos que no estarán más que unos meses en la casa son amortajados y tratados a base de formol, si van a estar más tiempo se usan tratamientos aromáticos naturales para intentar disimular el intenso hedor. Este ultimo no cambia, estés en el lado del mundo en que estés, o seas de la raza o cultura que seas.
EL FUNERAL
La gran paradoja es que, para los Toraja, su funeral es el momento más importante de su vida.
Pero pongámonos en situación. El pueblo Toraja ha sufrido una importante diáspora, y casi la mitad de su etnia vive fuera de Sulawesi, principalmente por trabajo. Por eso —y por que son los meses más secos— los funerales suelen llevarse a cabo en los meses de verano, cuando los emigrados regresan a visitar a sus familiares.
Familiares, amigos, y vecinos han trabajado arduamente en la construcción de los Tongkonan en los que se celebrará el acto. Estas son las casas ancestrales del pueblo Toraja, todas están elevadas del nivel del suelo y tienen un techo de silla de montar de gran tamaño y una forma de barco invertido que es una autentica maravilla artística que contemplar, os garantizo que no habéis visto nada igual.
Y es que si algo tiene este evento tan especial es que no es algo precisamente barato. Una familia puede llegar —y lo hace— a empeñarse, a pedir prestamos y ahorrar durante muchos años para poder sufragar un funeral digno. Lo mínimo, en los casos más humildes, será tener el dinero para poder sacrificar dos búfalos durante el funeral. Estas criaturas son las encargadas de transportar el alma del fallecido hasta el paraíso, y como habrán adivinado, a más búfalos sacrificados, mayor será el estatus familiar y mejor el viaje del alma al más allá. Para que se hagan una idea, el precio de los búfalos puede variar desde los 2.500 € el más sencillo, pardo, pasando por los, alrededor de, 10.000 € de uno albino hasta llegar a los 60.000 € de los negros con ojos cristalinos. Piensen que esto ocurre en Indonesia, y podrán hacerse una idea de lo que les cuesta a las familias ahorrar para estos eventos y la importancia que les otorgan.
Al igual que el numero de sacrificios, la duración del sepelio dependerá del nivel social del difunto, pudiendo llegar a los cuatro días y congregar a cientos de personas. Los invitados aportaran su granito de arena trayendo cerdos que también serán sacrificados durante el ritual, todos los animales sacrificados formaran parte del abundante ágape que será servido mientras dure el funeral.
Puedo asegurarles que el espectáculo de contemplar como se degüella a un animal fuerte, grande y robusto como un búfalo hasta que muere desangrado es una imagen impactante para cualquier occidental acostumbrado a comprar la carne en asépticas bandejas de supermercado, el olor intenso de los litros de sangre caliente, los mugidos lastimeros y desesperados del animal y su resistencia hercúlea… sinceramente, no es algo que me resultara agradable, pero elegí verlo porque si los Toraja lo hacían así, yo deseaba ver lo mismo que ellos. Pueden llegar a sacrificarse hasta treinta búfalos en los casos más extremos de abundancia, yo tuve de sobra con dos.
No hay excesivos turistas por la tierra de los Toraja, según nos contaba un guía, antes, con los cruceros, iban muchos más. Aun así, en el entierro al que pude asistir no fui el único extranjero, por allí se pasó una familia que no tardó demasiado en marcharse. No es inusual que los turistas se dejen caer por los funerales, a las familias no les importa y se les suele colocar en un lugar privilegiado para disfrutar de los desfiles y las celebraciones. Eso sí, es conveniente hacer un regalo o donación a los anfitriones. Debe ser algo útil, comida o algo de dinero para colaborar con los gastos.
Después de las celebraciones, de los encuentros multitudinarios, de los sacrificios y las pitanzas, termina el funeral Toraja. Bueno, no exactamente, aún queda un pequeño detalle que quizás todavía os sorprenda: Unos tres años después del funeral, allá por el mes de agosto, los familiares sacan a los muertos de sus tumbas para cambiarles el atuendo y limpiarles la casa (ataúd), a este ritual le llaman Ma´nene, el segundo funeral. Es un día de júbilo, asean a sus difuntos, los peinan, les dan cigarrillos, les ponen sus mejores galas y complementos y pasean con ellos por el pueblo.
Solo entonces los muertos descansarán en paz.
LA TUMBA
En la tierra de los Toraja, el cuerpo de los fallecidos no se entierra ni se incinera, sino que se introduce dentro de un ataúd en un lugar concreto, normalmente en la roca, en las cuevas, en las entrañas de la montaña, cuyas paredes pasan a lucir flores, fotografías y figuras que representan a los difuntos.
Estas representaciones pretenden ser replicas lo más exactas posible de los hombres y las mujeres que descansan en lo profundo de las cuevas y se colocan en una suerte de balcones esculpidos en el exterior de la montaña, en plena roca. Se les llama Tau-Tau y son realizados por expertos escultores que tratan de buscar el máximo parecido, finalmente les colocan pelucas y ropas de los difuntos.
Los familiares irán a visitarlos, los peinarán y les arreglaran las ropas como fueran los mismos fallecidos. Por desgracia, esta esa una costumbre en desuso, por los hurtos principalmente y cada vez más las familias llevan estos iconos a sus casas para cuidarlos allí.
El mejor lugar para contemplar los Tau-Tau es un cortado muy cerca Lemo, con muchos nichos cavados en la roca y los curiosos balcones con las bizarras figuras.
El visitante más curioso también puede visitar una cueva en Londa donde encontrará multitud de ataúdes y huesos repartidos descuidadamente, mezclados con ofrendas de flores, tabaco y otras delicatessen. Si sabes buscar, puedes encontrar decenas de lugares como este, pero ten cuidado, algunas cuevas son auténticos laberintos no aptos para claustrofóbicos.
LOS BEBÉS
Otra forma de enterramiento Toraja es el que se dedicaba a los bebés, a aquellos niños que aún no habían desarrollado los dientes.
A mi parecer es la imagen más poética, más natural que funde a esta cultura con la naturaleza en su máximo exponente. Los pequeños fallecidos son envueltos en una sábana, y en un árbol sagrado en el que se ha realizado una incisión, es colocado el cuerpo. Después los diminutos nichos son cubiertos con hoja de palma y se cree que mientras el árbol crezca, seguirá creciendo con él.
Hoy quedan pocos arboles en los que pueda observase esta práctica ancestral, uno de los pocos lugares podéis en contralo en Kambira.
Debo reconocer que la visita a Tana Toraja fue una de las experiencias más interesantes que he vivido; un lugar diferente, con gente acogedora y que me hizo abrir la mente como pocas veces he tenido que hacerlo.
No me quiero despedir sin recomendar, a quien le haya interesado el tema y desee profundizar más en esta cultura, los fantásticos libros, uno del antropólogo Nigel Barley, “No es un deporte de riesgo” y el exquisito e intimista “Bajo el árbol de los Toraja” de Philippe Claudel. Ambos maravillosos.
Quedan avisados.
Fotografías © Lucas Barrera
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