Vivimos con la idea de que es contraproducente perder el tiempo, que no hay nada peor que tener una vida ociosa, pero no siempre es así, y el poemario Perder el tiempo del madrileño Guillermo Marco Remón (Madrid, 1997), publicado por la editorial Isla Elefante, es un claro ejemplo de ello, este ingeniero y doctorando en Inteligencia Artificial en el Grupo de Investigación de Procesamiento de Lenguaje Natural de la UNED, en las áreas de creatividad computacional y Humanidades Digitales, no es la primera vez que se acerca a la poesía, pues, en el año 2019, se alzó con el Accésit del Premio Adonáis con su primigenio libro Otras nubes. Ahora nos hace ver que el tempus fugit es un tópico que puede tener su parte positiva, pues el paso del tiempo es, en definitiva, lo que nos constituye como seres humanos.
El libro se inicia con un poema a modo de apertura: “Resumen”, que es toda una declaración de intenciones, pues alude a momentos de la vida aparentemente triviales pero que terminan siendo fundamentales y que acaban, como dice su título, resumiendo el libro y la misma experiencia vital. Para ello, se vale del uso de la anáfora (como en otros tantos poemas, siendo una figura recurrente en él) hacia el final de la composición fundamentalmente:
que la juventud termina,
que te hubiese dicho <<te quiero>> mucho antes,
que te debería haber dado la pipa sin cáscara antes
de comerla yo,
que si hoy encontrase un amigo, me quedaría aquí para siempre,
que a través de ti contemplé el paisaje…
El grueso de la obra se divide en cuatro partes, la primera, que lleva por título: “Maneras de relacionarse con el tiempo” nos presenta un total de 21 poemas, en ellos se indaga en el tópico del tempus fugit, aparentemente un tópico manido desde Jorge Manrique hasta nuestros días, pero con la diferencia de que el tratamiento del tópico de la mano de Guillermo permite que hallemos una originalidad incipiente en cada uno de estos poemas, pues se atiende a una idea muy extendida y que hoy en día es uno de los males de nuestra sociedad, y es la idea de no tener tiempo para nada, ya que el trabajo, los estudios, y, en definitiva, las obligaciones diarias nos impiden pasar tiempo con los amigos y las personas que queremos, sin embargo, siempre nos queda tiempo para perder el tiempo, para consultar nuestro perfil de Instagram, para ver memes, para twittear, para mandar bobadas por Whatsapp… Aparentemente puede ser contradictorio, pero no lo es:
Como ves, lo que digo
se funda en la contradicción.
Soy siempre puntual,
tengo prisa,
utilizo una sandwichera,
y me anticipo a mi tiempo siempre siempre,
como aquella vez que, bajo un toldo amarillo,
jugamos a dar patadas a una piedrecita
(nunca supimos si decidió la dirección el pie o la piedra)
y terminamos, no sé cómo, en un banco
que nos hizo un seguro de vida de niños, por si acaso.
(“Tempus fugit (?)”)
Otro de los recursos que utiliza Guillermo, y que resulta llamativo, es el de los espacios en blanco en los que permite al lector completar los versos con la palabra que considere oportuna o también para dar importancia a los silencios consabidos por el contexto, ejemplo de ello es el poema dedicado al padre (“Paternalismo”).
En “A través de ti contemplé el paisaje” se incide, en cambio, en la idea no ya de crear una realidad paralela mediante el arte sino de embellecer la existente mediante el mismo y con la ayuda de la persona amada:
Me equivoqué al pensar que era verdad
lo que inventamos aquella mañana
cuando giramos la vista al horizonte
que habíamos mirado durante horas,
y el mejor verso
que se nos ocurrió fue: qué bonito.
Te miré buscando unas palabras más precisas
y solo confirmaste: qué bonito;
y entonces al contemplarte a través del paisaje,
me di cuenta de que no quiero
inventar el horizonte
sino enmarcarlo
para que lo mires.
La poesía de Guillermo Marco Remón podría ser definida, en cierto modo, como costumbrista, por la capacidad que tiene de retratar momentos cotidianos y dotarlos de trascendencia, ejemplo de ello son los poemas en los que se alude a la incomunicación entre las personas (en una sociedad en la que, aparentemente, estamos todos interconectados a golpe de clic), que se hace fehaciente en los transportes públicos (ejemplo de ello son los títulos “Bus” y “Romper el silencio en el metro a las 7 de la mañana”).
Llamativo es también el desdoblamiento del ser en el poema breve “El espejo del ascensor”, en el que ante esa cotidiana situación el poeta siente la incomunicación, esta vez, consigo mismo:
No sé diferenciar los ascensores;
son cápsulas de tiempo que no entiendo,
no sé qué hago yo en esta casa
mirando a ese hombre que me mira y duda,
se peina y se desabrocha el abrigo,
y antes de bajar piensa a dónde voy,
qué hago aquí, cuándo he llegado.
Los últimos poemas de la primera parte ponen su énfasis en la idea del paso del tiempo, en “Los dolores son pequeños ensayos de la muerte” se percibe cómo el dolor físico hace que seamos conscientes de que el curso de la vida nos llevará irremediablemente hacia el barquero mitológico.
“La caligrafía es una biografía” nos demuestra que los objetos o, en este caso, la recuperación de cuadernos infantiles en los que se aprecia la caligrafía prepuberal son rastros de nuestro paso vital. Temática similar es la que se desarrolla en “Se cambia el hábito de jugar por las tareas cotidianas” en el que se habla del cambio de costumbres que provoca la edad.
La segunda sección, titulada “Un domingo a solas”, presenta un total de cinco poemas dirigidos al padre ausente y en el que el poeta se muestra dolorido y a su vez esperanzado en que algún día regrese.
La tercera sección: “Me quedaría aquí” se compone de nueve poemas de temática amorosa diversa, aunque se hace hincapié en el sentimiento doloroso que supone echar de menos a alguien.
Finalmente, la cuarta y última parte, que lleva por título “Despedirse poco a poco” consta de once poemas en las que las alusiones al paso del tiempo y a las huellas que éste va borrando nos hace reflexionar en lo efímera que es la existencia y la inminencia del olvido, la imagen se convierte así en símbolo del recuerdo:
en la foto de esta habitación que la penumbra
temprana de la tarde apenas deja ver.
En todas la misma pregunta:
qué rostro elegirás para recordarme.
(“Lector:”)
En la composición que cierra el libro el poeta se pregunta cuál es el sentido de la vida, pero no obtiene más que la página en blanco, porque lo que hace al ser humano trascendente, y, en definitiva, a este poemario, es la indagación en lo inhóspito, en los callejones oscuros de la vida, aunque ésta no admita conclusiones.
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