Con razón se considera a Sait Faik Abasiyanik el Chéjov turco.
El autor cuentista, el género que escribió más a gusto y al que confirió un sello personalísimo, alejado de la estructura que ha dado en generalizarse desde hace años, una arquitectura uniforme que encorseta, seguramente por los talleres y escuelas de escritura que tanto han proliferado.

Libre de encorsetamiento alguno, Abasiyanik (Agazapan, Imperio otomano, actualmente Turquía, 1906 – Estambul, 1954), aborda sus relatos casi absolutamente en primera persona (solo en el primer cuento del libro el narrador es omnisciente), de un modo desenfadado y directo. Escribe él. Él mismo se incluye a veces con su propio nombre en los textos, incluso cuando bautiza con otro nombre al personaje relator sigue siendo él. Sus textos salen de su pluma sin distancia, con tal aparente naturalidad y autenticidad que se nos antoja escucharlo sentados con él a una mesa de café en una agradable conversación. El yo narrador se dirige a sus lectores, habla con nosotros. Los cafés son uno de sus escenarios favoritos.
Diríase que los cuentos que reúne este libro, si bien extraídos de libros diversos, pertenecen a uno solo. Diríase que el personaje narrador —si es que se trata de un personaje— es el propio autor, que sale de su casa de buena mañana y deambula por las calles, las playas, los cafés, se encuentra con gente a la que observa y con la que dialoga y nos hace partícipes de sus reflexiones, observaciones, encuentros, sensaciones y sentimientos. Diríase que desde el segundo cuento hasta el final se trata de un único hilo.
Su yo narrador es un hombre solitario, ocioso, bebedor y fumador empedernido, de imaginación desbordante, sensible, activista de la elegancia de espíritu y de la sencillez, en la que ubica sus mayores tesoros, empático, sus personajes son casi siempre gente humilde, que es culta por pensadora y emotiva (pescadores, niños que corretean en la calle, un castañero, una madre sola…). En su narración intercala a veces flujo de conciencia, muchos diálogos, con frecuencia de corte filosófico, o se entretiene en disquisiciones (el gramófono, la máquina de escribir…). Los frecuentes pasajes oníricos de sus textos nos remiten a Kafka, en modo alguno epígono, en ocasiones sus diálogos rayan lo absurdo y a menudo lo poético.
La ubicación de sus cuentos es Estambul y sus islas (Yassí y Sivri). Allí se sume en la contemplación de los isleños y de los paisajes, que son también emocionales.
La arquitectura de sus cuentos sale de boca de uno de sus personajes, Arif Dino, de quien el yo narrador afirma que «nos dio una breve lección sobre pintura. ‘Al pintar dibujad primero el entorno. Los detalles vienen después’, dijo. / Acto seguido me pongo a aplicar esa forma de dibujar a la escritura…» (Para mis adentros). Sus finales son abruptos, abiertos, parece terminar en un punto cualquiera, deja al lector libre.
De otro de sus personajes, un pescador «venido de fuera», Muharrem, escribe: «Tendió un puente de tres metros sobre el Sakarya. Un curioso puente digno de verse. Todas las ideas de Muharrem sobre el misterio, el placer, la belleza, la soledad, su ideal del amor, estaban en la barandilla del puente, hecha de los más diversos materiales. […]. En este puente quedaba patente el anhelo de Muharrem de construir puentes, hacer cosas bonitas, pescar, vivir, construir un mundo con sus propias manos, pensamientos e imaginación.» (El pescador del Sakarya).
Igual que Muharrerm, con su mismo anhelo, Sait Faik Abasiyanik construye sus cuentos.
Sait Faik Abasiyanik ha escrito sobre todo cuentos, pero también dos novelas y poesía, de la que hay una versión en español traducida por Mukadder Yaycïoglu y Fernando García Burillo (Madrid, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 1990.
Sait Faik Abasiyanik
Un hombre inútil
Traducción de Mario Grande Esteban
Gallo Nero, 2023, 222 páginas.
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