Este libro de Mercedes Delclós confirma sin fisuras el mundo poético que inunda la vida y la anterior poesía de la autora.
Poema y vida se entrelazan, preñadas de la misma esencia: la naturaleza y sus aledaños, el universo sonoro que parajes naturales —también el arte— le regalan a ella, la palabra plácida que ella entrega al lector.
- DELCLÓS ALONSO, MERCEDES (Autor)
Lo ratifican las palabras recurrentes que pueblan su poesía, sensible y sensual, y que los títulos de sus libros recogen condensándolas, así como las imágenes de las portadas que elige para envolverlas: Rumor, eco, así, tú; Mimbres de agua (en coautoría); Canta la mirada. Este último motivo de esta reseña.
Delclós (*Madrid, 1953), como un elemento más del mundo natural, se deja envolver por sus paisajes: «El bosque, mi morada. / Allá donde me pierdo. / Allá donde deambulo libre.», pero también los componentes de este mundo la observan y hasta parecen fundirse con ella, hasta el punto de absorberla: «En el bosque de aquella montaña / el intenso color y olor de la aulaga / abriendo un espacio a la divinidad. / ¿Qué queda —ya— de mí?» o «Una nube gris / se ha detenido ante mi ventana. / Tanta presencia. / ¿Me mira solo a mí? / ¿Cómo puedo ignorar / esta insinuación? […]», «El mar / apoya los brazos en la roca / y nos mira.» Este sugerente universo la provoca constantemente, la incita a la evocación de emociones recónditas, insondables, estimula interrogantes insaciables que parecen no tener nunca respuesta definitiva: «La ropa blanca tendida / ¿qué mueve con tanta insistencia?». La voz poética se deja envolver y mecer por la escena donde se sumerge: «[…] Estoy en un lugar / donde tu imagen / lo inunda todo, / en un mar que me envuelve, / en un mar que me arrulla / en un canto salvaje y sereno.» El sujeto poético aspira naturaleza por todos los poros, todo en ella provoca sus sentidos, participan sobre todo la vista: «Hayas sin hojas, desnudas, / apartando la niebla. / Epifanía que apenas / la mirada puede soportar.», y el oído: «[…] / El sonido suave de la lluvia / bálsamo, música que mece / […]» o bien: «Sale agua / de un agujero en la roca. / La música en todas partes.»; pero también el olfato: «En el mar, observas / al fondo la colonia de salpas, / entretenidas, olfateando algas. / […]» o «De noche en el patio: / lectura en la tumbona. / El olor de la gardenia / anegando mi cuerpo.» y el tacto: «[…] / sumerges tus deseos en el fango / y tus manos moldean / mi cuerpo de arcilla.», «El tacto de la tierra. / El tacto de las teclas del piano. / El tacto del agua del mar. / La emoción de ti que podría hacerse tacto. / Todo converge en vibración.»
Sin embargo la intensidad con que participa y se envuelve en el medio natural no le impide tomar distancia y observarse a sí misma desde fuera: «¿Qué es la vida? / ¿Acaso no es el universo / de tu mirada? / Esa mirada que me dispara / al centro de la tierra / y me impulsa como un cohete / por encima de la materia.» Delclós nombra directamente su alter ego, lo menciona a menudo como la mujer o ella: «Dedos de color púrpura. / La mujer callada / recoge moras. / A veces descansa, / mira las montañas. / Su vientre respira / la tristeza de un amor / detenido allá, / allá, allá, allá…».
No sorprende pues que Delclós guste de la sinestesia y la usa con elegancia, magistralmente: «[…] / El agua recoge / —en su vibración— / todas las texturas / del silencio de la tarde.», «[…] / La mirada respira callada.», «Las plantas del patio / respiran con un susurro.» O el oxímoron: «El rumor del silencio».
Formalmente el poemario es parco, Delclós no se recrea en el verbo sobrero. Llevada por una clara determinación de dar el protagonismo al puro sentimiento, su lenguaje es sobrio, frugal, desprovisto de adorno. A modo de haiku, sin serlo ni en la métrica ni en la estrofa, recoge impresiones momentáneas, las describe con un estilo minimalista, inmortalizando instantes como para dejarlos suspendidos en el aire y para siempre en la memoria. Su mirada se detiene de pronto, embelesada.
Con un par de excepciones, desgrana los poemas de este libro en tres estrofas por página, independientes entre sí, que pueden leerse encadenadas, como oraciones con una breve pausa intercalada, de principio a fin: ora una observación: «La espuma es / la alegría / soleá— de la ola / envolviendo la roca.», ora una pregunta: «La cortina danza / al son de un aire invisible. / Las conchas en la cuerda / percuten entre sí. / ¿Tendrás que danzar y percutir con ellas? / ¿A su mismo aire?» , ora una conclusión: «La mujer camina / en el bosque solitario / en la mano medio abierta / una castaña con su envoltura verde erizada. / Tanta ternura atrapada.», ora una sentencia: «Es necesario / que la brisa nocturna / acaricie la piel que va a su encuentro.», o un consejo: «Cierra los ojos / para ver / el brillo / del sol.»
Delclós despliega, con insistencia, un léxico potentemente metafórico: agua, mar, olas, lluvia, llovizna, acantilado, lago; aire, viento, brisa; luna, negrura, sol, cielo, nube; rugido, música, ritmo, campana, ruidoso, sonido, canto, silencio, zumbido, susurro; tierra, arcilla, arena, orilla; ventana abierta al cosmos, desde donde a menudo observa… para derivar en la paz que inunda el espíritu de la voz poética después de su mirada: sosiego, sigilo, afable, embeleso, alivio, placer…
Un sosiego y un placer que penetran en quien lee, gota a gota, lentamente, desde el primer momento en que se adentra en el poemario. Lo acompaña el prólogo sensible de Pilar Dalmases.
Mercedes Delclós
Canta la mirada
Stonberg Editorial, 2022, pp. 120
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