Eso es una historia. Yo necesito hechos.
La enfermera Lib en El prodigio
No pude, no pude hablar
y desperté después de ahogarme.
Rubio, Después de ahogarme, banda sonora La caída (escena final)
Sebastián Lelio, un cineasta chileno afincado en Berlín, acaba de estrenar El prodigio para la plataforma NETFLIX.
El director ya había demostrado su talento en películas como Gloria (2013), Una mujer fantástica (2017), ganadora del Óscar a la mejor película de habla no inglesa, o Disobedience, también del 2017.
En todas ellas demuestra una sensibilidad sobresaliente para tratar temas espinosos, y de plena actualidad, como el fanatismo, la intolerancia, la transexualidad, los conflictos familiares o, como en la que nos ocupa, los abusos en la infancia, siempre desde la elegancia y la sutileza, sin renunciar a la intensidad y centrándose en personajes femeninos: mujeres reales y anónimas que luchan por su libertad en un mundo que las hace especialmente vulnerables.
El prodigio plantea muchos de los temas anteriores partiendo de la novela homónima de Emma Donoghue (una escritora muy recomendable, autora de La habitación, libro que también tuvo una brillante adaptación cinematográfica), y nos traslada a la Irlanda del siglo XIX, donde una enfermera es contratada por el consejo de ciudadanos de una aldea para vigilar a una niña que asegura llevar cuatro meses sin comer. Tanto la familia de la niña como los lugareños parecen convencidos de que se ha producido un milagro; pero la enfermera luchará por descubrir el secreto que atenaza a la pequeña, y para llegar a la verdad tendrá que enfrentarse a toda la comunidad y a sus propios fantasmas.
La historia se enriquece de una atmósfera de misterio – misterio que en mayor o menor medida envuelve a las dos protagonistas-, y del espíritu de superación que conforme avanza la trama vamos descubriendo en ambas.
La película cuenta con una cuidada ambientación y una gran interpretación, especialmente de la talentosa Florence Pugh (protagonista de las muy apreciables Lady Macbeth, Mujercitas y No te preocupes querida) en el papel de la enfermera, y de la casi debutante Kila Lord Cassidy como la niña.
Los colores ocres otorgan una bella luz crepuscular a los paisajes, enmarcados en una naturaleza tan inhóspita como la época. Un tiempo de desaliento y fanatismo: los años de la Gran Hambruna irlandesa (1845-1849), que provocó una gran devastación humana y propició el éxodo hacia el Nuevo Mundo.
En el plano inicial (y en el final), se nos advierte que estamos ante una obra de ficción, y esta aclaración parece querer recordarnos, por un lado, la importancia que la narración, el lenguaje y el arte tienen para nuestra esencia como seres humanos; y por otro, el carácter provisional y subjetivo de lo que nos acontece, al tiempo que nos insta a cuestionar la propia realidad y la idea de libertad.
La historia de una enfermera en busca de la verdad y de una niña presa en la jaula de la culpabilidad, la manipulación y el abuso, es la historia de la lucha del bien contra el mal, del saber contra la ignorancia, y, termina siendo, después del desenlace, una magnífica ilustración que nos ayuda a entender que nombrar el daño es el primer paso para sanar, y la importancia que tiene nuestra narración en el complicado proceso de intentar rehacernos. Pero, por encima de todo, es un conmovedor ejemplo de cómo podemos ayudarnos a nosotros mismos ayudando a los demás. Un hermoso alegato a favor del compromiso social frente a la indiferencia y el individualismo.
El prodigio se alza como una obra artística que huye de la banalidad invitando a la reflexión, y como testimonio de solidaridad entre mujeres que se apoyan para liberarse y construir un mundo mejor.
Lucía Puenzo, escritora y directora de cine argentina, creadora de títulos tan estimulantes como XXY (su multipremiada ópera prima, en 2007) o El médico alemán (2013), ha estrenado este 2022, para la plataforma Amazon Prime, La caída, una película ambientada en México, en el mundo de las clavadistas (saltadoras de trampolín) de élite, durante los meses previos a los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
En muchos aspectos es una historia muy diferente a la que nos cuenta El prodigio, pero después de ver y comparar las dos películas no podemos dejar de constatar una profunda confluencia en el espíritu de ambas, una confluencia que se extiende también a la muy interesante trayectoria de los dos cineastas latinoamericanos, en cuyas obras abordan temas de gran calado emocional, plantean dilemas que nos interpelan como sociedad, y nos muestran el dolor desde la empatía y la belleza del arte cinematográfico.
La caída parte de hechos reales de plena vigencia (los abusos sexuales en el mundo deportivo), para tejer una historia profunda e hipnótica, llena de significado y dolorosa belleza en cada fotograma, en cada primer plano de la actriz protagonista. (Las imágenes de los saltos y las proezas en el aire de las clavadistas son de gran belleza y contienen una poderosa carga simbólica, al igual que el agua, elemento tan puro como la inocencia de las niñas atletas).
La directora filma con sutileza, inteligencia y respeto, tanto hacia su público, como hacia las verdaderas protagonistas: las víctimas reales de la historia.
Resulta encomiable la implicación personal y profesional de la actriz protagonista: una maravillosa Karla Souza, que ejerce además de productora, y que se preparó durante años para interpretar a una atleta que se enfrenta al dilema de elegir entre prepararse para triunfar en la que será su última oportunidad de conseguir una medalla olímpica, o luchar por su propia vida, por tener un futuro digno. Una mujer con la que la actriz sentía una conexión muy especial ya que ella misma confesó que en el pasado había sufrido abuso sexual por parte de un productor de cine.
La película apela al poder sanador de las palabras, pero no como ficción, sino como herramienta terapéutica que permite avanzar después de poner nombre a la herida. Y a este respecto, el resultado final resulta luminoso y pedagógico, al mostrar el camino largo y tortuoso, pero clarificador, que han de seguir las víctimas para llegar a tomar conciencia de lo que les ha sucedido y poder verbalizarlo. Un proceso que precisa de una valentía muy difícil de alcanzar sin ayuda.
En La caída, el detonante que ayuda a la protagonista a conseguir la toma de conciencia, lo que la impulsa a ser fuerte y comprometerse a actuar vuelve a ser, al igual que en El prodigio, la solidaridad, la empatía entre iguales; de nuevo una mujer ayudando a otra para ayudarse a sí misma.
Las dos películas pretenden plantar sus semillas en nuestra mente; ambas intentan concienciar de la manera más bella posible, y demostrar que mientras estemos vivos siempre podemos volver a empezar. Y creo que lo consiguen.
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