Valencia acaba de inaugurar el siglo XX y acelera su transformación industrial, mercantil y urbana en su tránsito a gran ciudad.
La ciudad de las vanidades explora la azarosa vida de los Llombart, una familia burguesa de la calle de la Paz encerrada, como otros linajes, en su particular enjambre acomodado y fascinante ajeno a la problemática de las clases inferiores. Una cuestión extensiva a la tensión social entre el mundo burgués y el campesinado, dos diferentes maneras de entender la vida.
El principal protagonista es Daniel Llombart, dueño de una empresa sedera situada en la huerta de Patraix. Un tipo que, valiéndose de sus dotes seductoras, vulnera los respetables valores que predica descendiendo al inframundo de una Valencia sórdida y degradada de prostíbulos y tugurios, de proxenetas y extorsiones.
La arrogancia de Daniel es neutralizada por la sensatez de su hijo Pablo, un joven de futuro prometedor que trabaja a las órdenes de Francisco Mora, figura emblemática de la arquitectura modernista valenciana.
El relato evoca una ciudad que, deseosa de abandonar su corsé decimonónico, abraza las ideas y corrientes del exterior gracias a la Exposición Regional de 1909, impulsada por Tomás Trénor, presidente del Ateneo Mercantil. El Certamen se convierte así en el germen reivindicativo ante el Estado de un trato similar al de las grandes capitales españolas y europeas. Un camino de obstáculos que Trénor supo encauzar armonizando los enfrentamientos entre liberales y republicanos hacia el espíritu de la Exposición, puerta de entrada a la modernidad del nuevo siglo.
Por un lado, La ciudad de las vanidades gira alrededor de un tema histórico como es el de la Exposición Regional de 1909 celebrado en capital del Túria. Sin embargo, existen muchas más vicisitudes vinculadas al costumbrismo que a un hecho histórico concreto más a allá del citado certamen. Quizá aparezca de manera fugaz la llamada Semana trágica con epicentro en Barcelona y de puntual repercusión en Valencia, pero poco más. De ahí que la novela que nos ocupa se encuentre a caballo entre el relato histórico y el de época. Aunque aglutinando ambas tipologías bien podría calificarse como una transcripción de la memoria colectiva de una generación de valencianos.
La ciudad de las vanidades representa todo un aldabonazo de maestría literaria llamado a convertirse en un auténtico clásico contemporáneo de la novela histórica. Abrir las puertas a su contenido supone sumergirse en la recreación fascinante de una época crucial de la Valencia de principios de siglo; la pluma de Porcal evoca espacios y personajes con el conocimiento de la mejor tradición literaria realista pero sin caer en la descripción excesiva, lo que la asienta en la narrativa actual. Así mismo, introduce una serie de elementos innovadores que no sólo nos recuerdan el citado «realismo mágico», sino también otros géneros como el llamado «metaficcional», por cuanto funciona a modo de juego de Matrioshka. Por todo ello, recomendamos su lectura pues su disfrute ya estará asegurado.
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