Hay relatos de experiencias personales que tienen la virtud de iluminar la Historia con mayor poder y precisión que los libros de historia.
Éste es el caso de Negro como yo, del periodista John Howard Griffin (Dallas –Texas-, 1920-1980), un hombre osado y polifacético —ensayista, novelista, fotógrafo y musicólogo experto en gregoriano—, que al final de los años cincuenta del siglo XX tuvo el valor de hacerse pasar por negro cambiando el color de su piel y recorrer el sur de su país para experimentar lo que nunca hubiera experimentado como blanco.
Él intuyó enseguida que la crónica de su experimento legaría a la posteridad un documento más valioso que un trabajo sociológico al uso, pues como afirma en el prefacio: “Esto empezó como un estudio de investigación científica de los negros del Sur, con una cuidadosa recopilación de datos para el análisis. Pero archivé los datos y publico aquí el diario de mi propia experiencia viviendo como un negro. Lo expongo en toda su crudeza y su tosquedad”.
El autor concibió la idea cuando oyó afirmar a un hombre de color: “Un negro del sur jamás le dirá lo que piensa de verdad a un blanco”; “La única manera en que un blanco pueda comprender eso es despertando una mañana con la piel negra”; “Hasta que llegue ese día seguirá habiendo una pared entre negros y blancos en el sur”.
Lamentablemente y a la vista de las vivencias que Griffin describe a lo largo de las siete semanas que duró su transformación, así como lo que le enseñó su posterior y entregado trabajo en favor de la igualdad y de los derechos civiles en su país, el autor debe concluir que es así.
Dividido en ocho capítulos –Prefacio, 1961; Viaje por el Profundo Sur, 1959; Las secuelas, 1960; Epílogo, 1976; Más allá de la Otredad; Epílogo, 2006, por Robert Bonazzi; Agradecimientos y Fotografías por Don Rutledge– y precedido por un prólogo de Studs Terkel, el libro constituye un verdadero tratado sobre el racismo, experimentado a flor de piel en el sentido más literal de la palabra.
Impresiona saber hasta qué punto la mirada de otro nos convierte en lo que ve, como ya nos enseñara el suizo Max Frisch con su parábola El judío andorrano. Griffin recibe el primer mazazo cuando él mismo se ve reflejado en el espejo como negro, y este golpe se ve inmediatamente remachado por la actitud de los blancos que a partir de este momento se irá encontrando. Lamentable comprobar cómo el marginado -el despreciado- interioriza el desprecio hasta el punto de convertirse él mismo en perpetuador de ese desprecio entre su gente y en su propio brazo ejecutor. Toda una enseñanza acerca de los mecanismos psicológicos de la construcción de la identidad.
Pero, como ya se echa de ver en los capítulos, el libro abarca mucho más allá de la experiencia de Griffin como negro; también es una crónica del desprecio, la persecución y las amenazas de muerte que sufrieron él y su familia por parte de muchos blancos en su ciudad natal cuando se hizo pública su aventura. El vilipendio es el colofón a su calvario por el profundo sur.
Y no menos interesante es la parte que dedica a los años posteriores, aquellos en que el autor trabajó codo con codo con Martin Luther King, John Coffiel, Dick Gregory, Whitney Young, Saul Alinsky y Roy Wilkins, director de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP). Los años que dedica a la lucha por los derechos civiles de los negros en EEUU son igualmente esclarecedores del profundo arraigo de los prejuicios y de la problemática racial.
John H. Griffin
Negro como yo
Trad. de José Manuel Álvarez
Capitán Swing, Madrid, 2015, 226 pp.
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