Creación e inteligencia (artificial)

La creación es la capacidad de hallar y sacar a la luz conceptos desconocidos, nuevas asociaciones significativas, aquello ni ideado ni visto antes.

Eso es lo que yo considero creativo y, por tanto, dejo fuera de su ámbito aquellos trabajos de utilización de fórmulas sabidas, de meritoria repetición de recetas más o menos oportunas. Lo digo porque es habitual que la gente califique de creativos o artísticos minuciosos e incluso excelentes trabajos que no aportan novedad alguna, por brillantes que sean. Quiero decir con esto que diferencio las obras novedosas y originales, las que suponen un avance real sobre lo anterior, de las que ofrecen una buena utilización de reflexiones y asociaciones ya utilizadas, por excelente que sea su realización.

He estudiado diferentes producciones actuales realizadas con la ayuda de la Inteligencia Artificial y reconozco mi asombro ante su gran brillantez. Y he visto cómo la reacción de algunos colegas artistas y académicos ha sido el temor ante la anunciada sustitución de sus propios y esforzados trabajos, hasta ahora denominados creativos, por esta eficaz maquinaria.

Me interesa reflexionar aquí sobre la estricta capacidad de creación, esa que defino como descubrimiento de nuevas asociaciones, con esta extraordinaria herramienta tecnológica.

La IA está dedicada a reproducir procesos mentales humanos, basándose en que estos parten de patrones, pautas y formalizaciones que establecen nuestros comportamientos y nuestra memoria. La IA, con la finalidad de proporcionar respuestas a nuestras cuestiones vitales, puede replicar los procesos mentales de las redes neuronales del hombre, como tomas de decisiones, resolución de problemas y aprendizaje. Imita, siguiendo las maneras humanas, hasta el momento de manera rudimentaria, algunos aspectos del pensamiento lógico, logrando percibir, razonar y actuar, nada menos. Es decir, que relaciona elementos y saca conclusiones, siguiendo las pautas de conducta de la mente humana.

La velocidad de crecimiento de estas máquinas es tal que ha llevado últimamente a los entendidos a advertir de las consecuencias de su acción que incluso sus propios desarrolladores señalan la necesidad de un control sobre ellas.

Este es el momento de recordar que cualquier herramienta humana, a la vez que útil, puede ser utilizada de mala manera. Si un práctico martillo de nuestro taller, un simple mechero o un aparato eléctrico de nuestra cocina pueden servir para perjudicar seriamente a algo o a alguien, qué puede provocar un humano o un grupo organizado con maquinaria cargada con nuestros datos…

Es lógico, por tanto, el estudio y establecimiento de reglas y condiciones como las tenemos ya para cualquier útil al servicio del hombre, adecuadas para su potencial.

Reflexionemos, sin embargo, y pongamos en valor que es un instrumento que nos puede facilitar nuestra vida de manera fundamental.

 El aprendizaje automático –concepto fundamental en la IA–, trata del uso de algoritmos informáticos que mejoran automáticamente a través de la experiencia.

Los expertos, sin embargo, señalan algo importante: que en todos los problemas posibles ningún algoritmo de resolución de problemas puede superar al azar. Y si es así, es decir, si la inteligencia es un algoritmo de resolución de problemas, entonces sólo puede entenderse con respecto a un caso directo, particular, concreto, previamente señalado y por tanto previsible. Es decir, la inteligencia es situacional: no existe la inteligencia general sino sistemas específicos y altamente especializados.

Debo recordar en esta reflexión sobre la creación y la inteligencia que la ciencia se dedica a relacionar elementos sin vinculación aparente hasta entonces; algo en lo que sorprendentemente coincide con el arte y con el humor.

Los científicos buscan esas conexiones con ánimo convergente y la finalidad de lograr una nueva fórmula o explicación de un fenómeno. Por su lado, los artistas buscan esas asociaciones con intención divergente, valiéndose de la espontaneidad y la técnica; mientras los humoristas, también divergentes, aprovechan una conexión lógica y novedosa como ocasión para la burla.

Teniendo, por cierto, muy en cuenta que en todos los casos –científicos, artistas y humoristas– esas uniones de elementos tienen que ser significativas y ahí está la gran dificultad de encontrarlos y mostrarlos.

Hasta ahora he visto admirables soluciones de la IA para desarrollar discursos, pero todas las observadas se reducen -y no es poco- a reproducir comportamientos, replicar recetas, ordenar y exponer datos, conectar elementos familiares. No he encontrado aún muestras de su capacidad de descubrir asociaciones conceptuales nuevas, algo antes nunca concebido, insólito, oportuno e ingenioso, realmente creativo.

Me pregunto por el máximo desafío que tiene esta maquinaria: crear como lo hacemos los humanos, es decir, transgredir el sistema de formas que constituye nuestra manera de pensar, nuestros paradigmas establecidos. Supondría superar el relato de lo previsible, ser espontáneo, improvisar.

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Manuel Álvarez Junco es artista y diseñador gráfico con una amplia trayectoria internacional. A veces se atreve a realizar reflexiones teóricas sobre el mundo creativo visual publicando artículos y libros.