No es fácil aceptar la ancianidad. Ataca todas las omnipotencias y los narcisismos, el núcleo del yo-cuerpo. El promedio de vida nos agregó una tarea y no estamos preparados.
Nuestra especie no tiene respuestas ni conocimientos para cuidar de personas ancianas por veinte o treinta o más años.
La negación, como en todas las circunstancias indeseables –conscientes o inconscientes– hace que algunas personas se empecinen en que los mayores entiendan, se comporten, caminen, vean, escuchen, como antes
Otra estrategia para enmascarar el dolor que produce el deterioro de los progenitores es la sobrecompensación. Nunca es suficiente lo que se provee, una deuda permanente, para procurarles una cuota de juventud.
En esta etapa, sacuden las emergencias y no se puede pensar con claridad.
Desaparece lo que se creía propio para siempre, sin encontrar qué ofrece esta nueva situación. Comúnmente se evalúan las no-pérdidas (conservar funciones) como el tesoro de la vejez.
La reacción varía en cada historia y depende de los recursos afectivos y económicos.
Institución sí /institución no. Trámites de apoderados. Internaciones. Burocracias. Si vive solo/a; si viven lejos o en una casa muy grande.
Además, la declinación de los progenitores ocurre junto a otros cambios importantes: La partida de los hijos; modificaciones del cuerpo y alteraciones menopáusicas y laborales. Agregan peso al cuidado que necesitan los ancianos.
La mayoría de los sentimientos y conductas son respuestas estereotipadas, usuales ante la enfermedad y que no sirven porque, justamente, el envejecimiento no es una enfermedad.
Ellos tampoco aceptan su vejez. No se conducen dócilmente, provocan enojos y fricciones con la regresión normal. Las vallas que levantamos en nuestra educación (y que nos olvidamos que aprendimos) se aflojan. Hablan de sus hábitos intestinales, se tornan irritables e impacientes, repetitivos. Escasa tolerancia a la frustración, fantasías de robo, acusaciones y caprichos hacen casi imposibles los vínculos.
También son frecuentes los reproches y rechazos de los hijos e hijas; rencores, resentimientos y culpa concomitante obstaculizan –y pueden paralizar– la toma de decisiones necesarias.
A la vejez y sus contratiempos y los sentimientos que despierta se le agregan las opiniones. Los consejos que desconocen la situación personal, los ingresos y hasta la ubicación geográfica.
¿Qué hacer?
Aprendí en las consultas, que la apuesta es la misma que en otras vicisitudes: armar una vida posible con lo que está tocando transitar.
Delegar. Permite disfrutar de una charla con la madre, si no hubo que bañarla, darle de comer y demás.
Poner el cuerpo. Caricias, abrazos y masajes, procuran bienestar y otra clase de conexión que evita discusiones y argumentaciones.
Aprovechar lo que hay. Les gusta hablar del pasado, las peripecias de la infancia, su primer novio. Algunas historias resultan sumamente interesantes.
Arrimar un gusto, un interés. Personas de más de ochenta aprenden a tejer, escriben cartas a familiares lejanos o manejan Internet como sus nietos.
Participarles de la vida, algunos reprimen su cotidianeidad “para no preocupar” pero es una forma de aislarlos. Los ancianos no se toman tan a la tremenda las cosas y dan buenos consejos.
Suministrar otras fuentes de relación con el mundo. Iglesias y otras instituciones cuentan con personas que pasan a saludar un rato, escuchan con paciencia o llevan alguna actividad.
Regar la propia vida, inconscientemente, a todos los padres les proporciona un alivio enorme ver que la descendencia se independiza. En todas las edades el crecimiento es una mezcla de orgullo y “abandono”.
Conservar dignidad. El respeto a la intimidad protege lo sagrado de cada quien sin exponerlos ni exponerse.
Seguir participando, si se pudo sobrellevar la adolescencia, formar una familia, profesión o estar con otro. Esta etapa es nada más que un nuevo desafío.
Prepararse, construir desde hoy una vejez rica. Aprender y desaprender.
Construir sentido, reunirse con otros que atraviesan la misma situación, compartir experiencias. Hablar, reflexionar, recursos profundamente humanos para enfrentar escenarios nuevos.
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