Las nueve musas
Carta al padre
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Kafka escribe, en noviembre de 1919, recién acabada la Gran Guerra, un documento en forma de carta dirigido a su padre.

La correspondencia pertenece a un género que propicia la confesión, y el lector supone que aquello que se dice es la verdad, al menos es el resultado de la interpretación del remitente, por tanto, representa su verdad.

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Kafka tras sufrir la gripe española, muy débil, cuando finalizada la guerra y los checos obtienen su independencia, asiste a estos momentos definitivos, también a los peligros que encierra para los germanoparlantes y el hecho de ser judío. La gripe ha agravado su tuberculosis por lo que ha de retirarse a un pueblo cercano a Praga, lugar de vacaciones, para instalarse en una residencia de enfermos. Es en este tiempo cuando reúne las cien páginas manuscritas de la carta.

El lector tiene la sensación de que la lectura de un texto tan comprometido es una acción de voyeur, se ha asomado a la intimidad familiar que ocurre al otro lado del tabique.  En esa confesión revela el miedo, y lo expone en múltiples escenas en las que el padre que castiga, ironiza, bromea, ridiculiza, representa las mil formas en las que el poder se manifiesta.

Esta carta abre múltiples interpretaciones para su análisis. ¿Se trata de una realidad autobiográfica? ¿De una parábola que expone la situación histórica del momento? ¿Significa la ruptura con un orden familiar donde cada componente tiene definido su papel? ¿Es el mismo núcleo familiar causa de esta distopía? ¿Un siglo después, la relación paterno filial se ha alterado? Las respuestas, a su vez, generan preguntas. Posibilidades que, sin duda, podrían ampliarse, aunque inevitablemente el ingrediente autobiográfico persiste.

El padre es el símbolo del mando, su encarnación más inmediata, tal como el núcleo familiar sería el equivalente a la sociedad. La carta comienza con estas palabras, que muestran la relación entre padre e hijo:

Querido padre:

No hace mucho me preguntaste por qué yo afirmaba que te temía. Como es habitual, no supe qué decir, en parte por ese miedo y en parte porque la fundamentación de ese temor necesita demasiados detalles como para que yo pueda exponerla en una conversación.

La verdad epistolar, que hemos dicho corresponde a este género de confesionalidad, sorprende al lector por su extensión, por el análisis minucioso de una convivencia familiar. La frialdad de la exposición, su objetividad, para tratar el mundo privado. La desnudez de esta intimidad, queda compensada por el rigor con que se presentan los hechos.

La vida familiar como pantalla sobre la que se proyectan las relaciones sociales, el contexto histórico, sin duda, lleva a pensar que quizá exista una vinculación directa entre La metamorfosis/ Metamorphosis  y esta Carta. El escarabajo que se ve siendo, descubierto una mañana de trabajo, cuando ese mismo estado le impide levantarse, hacer una vida normal, visión expresionista de su condición de hijo de familia, cuya muerte es celebrada como una liberación, mientras la criada finalmente arroja sus despojos a la basura. Esta representación plástica, su reducción a insecto, podría ser estimada como un antecedente de la carta, donde el hijo, ya sin máscara alguna, expone una relación afectiva semejante. La ficción se transforma en ensayo. En su “carta” dice:

“¡Ahora eres libre!”. Pero me engañaba, no era libre ni en el mejor de los casos. Siempre escribía acerca de ti, escribía los lamentos que era incapaz de confiarte. Era nuestra despedida, que yo prolongaba intencionalmente…

Una pareja, tras hacer sus votos, en esto consiste la boda, en los que se declaran amor eterno, tanto ella como él, en ese instante no dudan de su sinceridad, y no pueden ni imaginar que, pasado un tiempo, “lo cotidiano es mucho y feo”, decía Quevedo, aquella armonía que ambos consideraban duradera, se ha interrumpido definitivamente y lo que fue amor, se ha transformado en odio.

Ambas relaciones la paternal y la filial en el primer caso van a quedar rotas, Kafka, al describir con todo detalle los elementos causales de esta ruptura, sostiene que la apariencia de verdad que hay en la relación paterna, puede no ser correspondida por la filial, también que la paternidad requiere un conocimiento que no todos los padres poseen, y que con la mejor intención puede conducir al fracaso.

El hijo a su vez, pese a que reconoce elementos positivos en el comportamiento paterno, al colocar en la balanza los datos negativos, estos son superiores y descartan un final feliz.

En el caso de la pareja, tras esas declaraciones de ciega fidelidad, de sacrificio y lealtad mutua, alcanzan una situación irreversible de disolución que borra toda huella de unión. Quizá aquí la ruptura, por ser esta unión resultado de un pacto es menos dolorosa. Mientras que la paternal o la filial comporta ingredientes genéticos, irracionales, no contractuales, que convierten esta quiebra en una catástrofe, semejante al caos.

¿Es que Kafka descubre una situación inédita? No, en absoluto, lo que ocurre es que expone a la luz del día algo que desde hace siglos permanecía en la sombra, al darle una identidad, al ponerle nombre, coloca en primer plano situaciones dentro del núcleo familiar que sin duda han estado siempre ahí.

Basta pensar en el romance de A. Machado: La tierra de Alvargonzález, 1912, poco antes de aquella Gran Guerra, donde los hijos dan muerte al padre:

Soñando está con sus hijos,
que sus hijos lo apuñalan;
y cuando despierta mira
que es cierto lo que soñaba.

 El romance no escatima detalles de este trágico crimen. Las sospechas de la madre se confirman por su muerte, tras descubrir la verdad:

Pasados algunos meses,
la madre murió de pena.
Los que muerta la encontraron
dicen que las manos yertas
sobre su rostro tenía,
oculto el rostro con ellas.

 En el texto, espejo de España y espejo del mundo, vemos claramente en qué medida la codicia puede provocar actuaciones aberrantes. El lector de Machado sabe que el carácter ejemplar del romancero, su sentido pedagógico, va a procurar un final en el que los malos reciben su castigo.

Esta función didáctica no figura, al menos en primer grado, en la Carta al padre, hay un descrédito de la función paterna, quizá en relación directa con ese cataclismo inmediato de la Gran Guerra. Se cierra con estas palabras:

Claro que en la realidad las cosas no se ensamblan tan fácilmente como las demostraciones de mi carta, la vida es más que un rompecabezas: pero gracias a lo que esta confesión corrige, y que yo no pretendo ni soy capaz de extender hasta el detalle, se ha logrado a pesar de todo, una aproximación cercana a la verdad, que podrá tranquilizarnos un poco y hacernos más soportables el vivir y el morir.

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JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO

José Luis Martínez Valero

José Luis Martínez Valero. Águilas, 1941

Catedrático de Enseñanza Media de Lengua y Literatura Españolas.

Ha publicado: Poesía (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007) Plaza de Belluga (2009) El escritor y su paisaje (2009) Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019), Otoño en Babel (2022).

Ha coordinado el ciclo de Poesía en el Archivo (2007, 2008 y 2009).

Guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia.
Aguafuertista e ilustrador.

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