Las nueve musas
DAniel Huerta Goya

«Brașov», de Daniel Huerta Goya

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Todo libro representa un viaje. Tanto quien lo lee como quien lo escribe parte siempre de un principio, sigue una vereda y concluye en un punto distinto del camino.

Brasov
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Puede tratarse de un sendero ya iniciado en el que se produzcan además saltos al pasado y al futuro, rupturas espaciotemporales. Pero el avance resulta indiscutible, de un modo u otro. Si el volumen es a su vez de poesía, se tenderá a asociar al autor con la voz narradora. El yo poético será autobiográfico, a ello al menos tiende la opinión general. Aunque pueda tratarse de un prejuicio, muchas de las veces funciona. En otras no tiene por qué y, lo que leamos, se trate de un artificio conscientemente construido por su creador. Y decimos de forma consciente porque, sin poder eludirlo, dejamos parte de nosotros en lo que escribimos. Huellas de nuestra vida, opiniones, experiencias o sensaciones. Lo mismo da.

Brașov

El libro que aquí analizamos, Brașov (Ushuaia, 2023), puede y debe identificarse con el primer caso: la literatura narrada en primera persona, sin historias inventadas. En todo caso, interpretadas bajo el tamiz lírico, pero auténticas como lo es quien las ha vivido y escribe.

Se trata del cuarto libro de poemas publicado por su autor, Daniel Huerta Goya. Todos ellos en la misma editorial, de elegante diseño o factura: Autobiografía en grado de tentativa (2017) —donde se hace evidente el tinte personal otorgado a la poesía por el autor, que así la entiende como vehículo del sentimiento—, No has de creer que Eros te protege (2019), Un otoño cruel (2020) y Las noches áticas (2021). Dado a la imprenta con una premura sorprendente —el libro se concluye en septiembre de este año y quien esto escribe lo hace solo tres meses después—, lo es más la urgencia con la que fue concebido. Lo dice el autor en el prólogo: “Todos sus poemas se escribieron entre junio y septiembre de 2023”. Un verano aprovechado en el sentido estrictamente más literario, donde acontecieron los hechos que en sus páginas se relatan: “El deseo, como los sueños, cobra forma en los lugares y momentos más inesperados, y se va afianzando hasta que inevitablemente colisiona contra algún fragmento perdido de la realidad. Y es entonces, como dijo un poeta hace ya muchos siglos, que la esperanza se vuelve de vidrio”. Huerta recoge sus “pedazos” y los une después, dándoles la apariencia con sus versos de mosaico nuevo y refulgente.

La ciudad de Rumanía a la que alude el título de esta obra, no es sólo uno de los lugares por los que transitó el autor en los meses estivales, sino un punto geográfico cardinal o fundamental en la vida del que escribe. Mezclado, eso sí, entre otros instantes recogidos o condensados de ese verano.

La presente edición cuenta además con la interesante compañía de una colección de ilustraciones o fotografías, las cuales subrayan el sentido evolutivo del ánimo del poeta a lo largo de la obra. Viéndolas, resulta inevitable recordar la serie de vistas que el impresionista Claude Monet realizó de la catedral de Rouen en el año 1890. Reflejando los distintos momentos del día y del año a través del cromatismo de cada imagen, tan diferente aún tratándose del mismo modelo. En este caso, no es el pincel quien obra la imagen, sino una cámara fotográfica y el retoque postrero de una instantánea creada por ella. De ahí las distintas visiones o impresiones, ligadas siempre al estado anímico reflejado en los poemas. Cambios de colores o de encuadre, brindando nuevas vidas a lo que parece inmóvil o inmutable.

El tema único, el rincón de una calle presidido por un banco moteado de luces, se multiplica en distintas variaciones. El lugar no es baladí, pues los acontecimientos relatados “cuentan, a su modo, una historia nacida entre tazas de café, copas de cerveza y silencios pespunteados de palabras en un banco de una fea calle de una ciudad cualquiera”. De este modo, ese banco fotografiado va adquiriendo tonos que escapan de la escala de grises primera, representativos del primer poema, Singuratate: “Hay mañanas que pesan en la espalda, / en que el tiempo se adensa como el plomo; mañanas en que el pecho se te llena / del eco de una angustia incontenible”. El poema primero da paso al titulado esclarecedoramente como Luz limpia y que alude a la forma de querer a la persona amada: “Te quiero más allá de las palabras, / como quiere la noche a las estrellas, / como los bosques quieren a la lluvia, / te quiero como el sol al trigo nuevo”. A partir de aquí, los poemas concatenan en sus títulos fechas concretas y cruciales, como 24 de junio: “Tiene el año sus fechas señaladas, / esos días en rojo en que parece / que el tiempo se congela o que la vida, / con oculta intención, te pone a prueba”. Días que no se imaginan “memorables” hasta que “todo cambia de repente”. Es aquí donde el color brota en las imágenes, aunque la poesía amague con volver a la melancolía, como en 30 de junio: “No sé cómo explicarte esta tristeza”, es el verso que se repite como leit motiv en su sonoridad, para referir al amor perdido. El verano se vuelve entonces infinito, alargándose con la tristeza: “Ni sé tampoco cómo resguardarme / del maldito verano y sus ataques, / o librar la batalla de tu ausencia / sin darme por vencido de antemano”. La falta del ser querido genera la necesidad de saber de él, reprimiéndose el impulso a pesar del dolor, como en La nada: “No voy a preguntarte nunca nada / por miedo a que respondas con un nada / y a que, después de todo, no haya nada”.

Surge entonces y contra todo pronóstico un nuevo amor, en Quién: “Quién iba a imaginar a estas alturas, / con la vida resuelta y todo en orden / y el corazón en huelga indefinida, / que te harías un sitio en mi existencia”. Las fechas retornan como corolarios de los poemas. En 16 de julio se apunta el modo en que las palabras pueden expresar intensos sentimientos: “Quizá jamás descubra qué se oculta / debajo de la piel de las palabras, / ni cómo se traduce lo que siento / a la lengua que a ratos compartimos”. La imagen se vuelve nocturna como los pensamientos expresados en 18 de julio: “Me sorprende esperarte cada noche / y compartir contigo la penumbra; mostrarte, sin pudor ni fingimientos, / los rincones ocultos de mi alma”.

El 22 de julio se aclara la visión del ojo porque resplandece la mirada interna. El tiempo por fin se anula en esa felicidad amorosa: “Y pase un año, o dos, o diez, o veinte, / mirarte es desear que tú me mires / hasta que el tiempo muera en nuestros brazos”. El 24 de julio el mes parece condensarse todavía más que lo que dura en los poemas dedicados a él, pues parece una eternidad al vivirlo enamorado: “Hace un mes que te escribo, y me parece / que el tiempo ha abierto surcos en mi rostro, / y estampo tu sonrisa en la memoria / para ahuyentar el duende de la angustia”.

El 25 de julio se expresan aquellos retales que componen la imagen del ser amado, su descripción o retrato fragmentado: “Adoro tu cabello recogido, / tus uñas de mentira, tu rodilla / y el lunar diminuto de tu párpado. / Adoro tu silencio intraducible. / Tu amor que ni se rinde ni se agota. / Adoro tu alegría y tu tristeza”.

Con 27 de julio surgen las primeras dudas e incertidumbres del amor, que se presenta con su inesperada e indeseada ausencia: “Cuando te echo de menos, no hay manera: / la noche se convierte en una trampa / y el día en un dudoso laberinto”. Se ahondan en esas sensaciones en el poema Porque, cuyo título se convierte en inicio de cada estrofa y, al final, “la historia se resume” en que todo sobra si el sujeto amado falta.

El poema en prosa B. —inicial del nombre de ella, a la que también dedica el libro—, refiere a cómo la destinataria se presenta a los ojos de quien se inspira en ella, retornada, tras el proceso de crisis que ha parecido tener lugar entre los dos amantes: “No pareces la misma y, sin embargo  sigo reconociéndote en tu risa, y también en tu llanto, en tus prisas y pausas, y en el leve temblor de tus labios”. El tono verdoso de la imagen del banco subraya el color de la hoja caída de un castaño del que, aún sin verse, se sabe su presencia. Es la vida que parece volver a lo caduco, el resurgir tras la caída. Recuperado el verso, se cree en la esperanza aún estando presente el vacío, en 29 de julio: “el alma sobrevive a la intemperie / huérfana de tu voz y de tu aliento”.

Es aquí cuando llega el momento del viaje físico, hacia la sanación. Un 22 de agosto donde tampoco se muestra el destino pero se intuye, ese Brașov titular y contenido en un nuevo texto prosaico: “Afrontarás el viaje, el primero en muchos años, como una prueba”. Llega al fin el reencuentro, tal vez en aquel lugar de la vieja Europa: “Para serte sincero, este domingo, / aunque logre quizá que no lo notes, / temblaré de emoción cuando aparezcas”. Surgirá una nueva relación de las cenizas de la anterior un 3 de septiembre: “Sé que tarde o temprano inventaremos / la manera adecuada de querernos / y traducir en gestos las palabras”. Tres días después se afianza la idea de lo posible, con un iniciador estrófico “Si no fuese verdad”: “¿Por qué motivo entonces, vida mía, / no nos tenemos más que el uno al otro / y decirnos adiós es tan difícil?” La voluntad hacia el amor sigue encendida, como en Doce meses: “Una tras otra encuentro mil razones / para seguir queriéndote, aunque a veces / nos resulte difícil comprenderlo / o el contexto no sea el más propicio”. En 28 de septiembre ese querer está —dice el poeta— “incluso más en tu tristeza, / en esos días grises como este / en que la niebla empaña tu sonrisa / o las nubes envuelven tu mirada”. Es imposible no amar al otro ser, en definitiva, cuando representa “revivir día tras día”.

En Final (14 de septiembre), el banco hace su aparición nuevamente, en este caso por escrito y marcado por su cariz mágico: “Y sé que todo ha sido una mentira / si en nuestro banco hoy veo un simple banco”. Es el ser humano quien dota de un sentido especial a los objetos y escenarios, descontextualizando su propia naturaleza para brindar un aura unido a los propios sentimientos y experiencias personales. Porque en ese banco estará el poeta y la responsable de su amor, en dicho lugar se sentarán tantas veces, conformando momentos tan especiales que ya será imposible imaginar su presencia si no es ligada a la de ellos: “Sin amor, los lugares y las cosas / pierden su peculiar simbología / y se vuelven vulgares, rutinarios”. También la presencia de la amada ha quedado en los lugares cotidianos, como en 24 de septiembre: “Has dejado en mi cama para siempre / el rastro inconfundible de tu cuerpo […]. Has dejado la luz de tu sonrisa / colgada del cristal de la ventana […]. Has dejado tu alma entre mil cosas”.

Llega el final de septiembre con el triunfo victorioso del amor, reconociéndose afortunado quien escribe en ese 30 de septiembre: “pues hoy sé que los diablos de la noche / mueren siempre en las curvas de tu cuerpo”. 31 de septiembre… remite, con sus puntos suspensivos, a un “continuará” más allá del mes y tiempo aludidos, en una relación sólida y estrecha donde nunca faltará un “hablar durante horas de nosotros”, el “contemplarte en la noche mientras duermes” o ese “ir, mi amor, por la vida de tu mano”. La imagen fotográfica muta a los colores ocres de ese otoño que empieza y con el cual se inicia un nuevo curso, un renacer que se cumple año tras año.

Brașov nos recuerda que, a pesar de los pesares, la vida hace brotar de sus tallos las flores, siendo el amor la causa del milagro. Lo que nos humaniza reconciliándonos con nosotros mismos, lo que permite que la vida siga, mute y reverdezca en cada tiempo y en cada lugar.

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Javier Mateo Hidalgo

Javier Mateo Hidalgo

Javier Mateo Hidalgo. Madrid (1988).

Es Doctor en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, investigador independiente, crítico cultural y poeta.

A lo largo de su trayectoria ha publicado artículos académicos en diversas revistas especializadas como Síneris, Femeris, Asri, E-Innova, Archivos de la Filmoteca, Re-Visiones, Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica, Aniav, Quaderns de Cine, Miguel Hernández Communication Journal o Espacio, Tiempo y Forma, Anales de Literatura Española.

Así mismo, ha participado como ponente en diferentes congresos nacionales e internacionales organizados por prestigiosas instituciones como el Instituto Cervantes, la Universidad Complutense o la Autónoma de Madrid, la de Alcalá de Henares, la Politécnica de Valencia o la de Huelva.

También colabora en revistas digitales como Ethic, Zenda (XL Semanal), Mutaciones, Cualia, Culturamas o República de las Letras, en medios de prensa como El Imparcial, El periódico de aquí o Crónicas de Siyâsa, y en el programa radiofónico Frecuencia 7 de Los 40 Principales, en la Cadena Ser.

Entre sus libros publicados, destacan los poemarios El mar vertical (galardonado con el accésit del Leopoldo de Luis en 2019), Ataraxia (Almadenes, 2022) o La imagen sonora (Vitrubio, 2023).

También es autor del volumen sobre séptimo arte De la llegada en tren a la salida en caravana: 126 hitos de la Historia del cine (1895-2021) (NPQ Editores)

Actualmente compagina estas actividades con su trabajo como docente.

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