Las nueve musas
Acerca de los vocablos compuestos

Acerca de los vocablos compuestos

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Los vocablos compuestos son aquellos formados por dos o más palabras que pueden o han podido usarse por sí solas. El español presenta en su léxico varios casos de compuestos. En este artículo procuraremos recordar algunas de sus características.

vocablos compuestos
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  1. Generalidades

La composición —al menos, en lo tocante a la morfología— consiste en la formación de una sola palabra, a la que se denomina compuesto, mediante la unión de otras dos (o más, si en el proceso intervienen tres verbos o partículas como el prefijo) que representan o representaron conceptos independientes. Al respecto, la Gramática académica de 1931, a la que cada tanto citamos por su imponderable claridad,[1] decía lo siguiente: «Para que un vocablo sea compuesto, ha de reunir dos condiciones, una lógica y otra gráfica, o sea, que se fundan en la mente dos ideas para designar una nueva, y que se junten en la escritura las voces que designan dichas ideas para expresar la nueva»[2].

Esta idea resultante, o bien puede denotar algo completamente nuevo y autónomo, o bien puede ser una simple asociación de las dos ideas ya existentes. De lo primero nos dan ejemplos voces como coliflor, ciempiés o milenrama, vocablos que designan hortalizas, animales o plantas como cosas nuevas, sin que nos sugieran relación inmediata con sus componentes. De lo segundo tenemos, por ejemplo, casos como agridulce, que no podemos concebir sino como una ‘mezcla de agrio y dulce’; bajamar, que no puede ser otra cosa que ‘el mar cuando está bajo’, y contradecir, que es ‘decir en contra’.

Como podemos suponer, la composición es uno de los procedimientos más importantes en la formación de los idiomas, aunque no en todos alcanza la misma extensión, ni se contiene dentro de los límites de la mesura. En sánscrito, por ejemplo, se forman a veces palabras de extensión descomedida, cuya traducción solo puede hacerse mediante frases enteras, con lo que revelan su origen culto, cuando no artificioso. El griego tiene casi tanta facilidad como el sánscrito para la composición de vocablos, solo que la realiza con suprema belleza, lo que, se manifiesta, sobre todo, en la prosa ática.[3] El latín, por su parte, es mucho menos apto que el griego para la formación de compuestos, por lo que su número es menos abundante; con todo, al igual que el griego, puede formarlos de conceptos o palabras de flexión (magn-animus), de partículas o palabras de forma (in-super) o mixtos de unos y otros (im-pervius).[4]

Nuestra lengua, además de los compuestos heredados del latín (y que son la mayoría), posee los de creación puramente romance, para cuyo estudio hay que atender la función gramatical de los elementos que los forman, que puede ser igual o distinta. Si es igual, podemos distinguir compuestos formados por dos sustantivos (bocacalle, coliflor, puercoespín), por dos adjetivos (agridulce, claroscuro, sacrosanto), por dos o tres verbos (vaivén, duermevela, correveidile), por dos adverbios (anteayer, antenoche, altibajo) o por dos preposiciones (atrás, detrás, delante).

Si la función gramatical es distinta, tendremos compuestos formados por un sustantivo y un adjetivo (vinagre, barbirrubio, cuellierguido), por un sustantivo y un verbo (alicortar, aliquebrar, perniquebrar),[5] por un adjetivo y un verbo (vanagloriarse, quizá, sea el único y aun este es un derivado de vanagloria),[6] por un pronombre y un verbo (cualquiera, sedicente, semoviente) por un verbo y un sustantivo (cortaplumas, cascanueces, aguafiestas), por un verbo y un adjetivo (engañabobos, matasanos, sabelotodo[7]), por un adverbio y un sustantivo (bienandanzas, bienvenida, cuasidelito), por una preposición y un sustantivo (anteojo, contraseña, sobrecargo), por una preposición y un adjetivo (pormenor, sobrenatural, afónico) o por una preposición y un verbo (acallar, contradecir, sobreponer). Asimismo, conviene destacar los compuestos formados por palabras latinas que han tomado otro significado al pasar al romance castellano o que, incluso, han perdido ya toda idea de su composición primitiva, como murciélago, formada a partir del latín mus (‘ratón’), luego mur, y del adjetivo ciego, o feligrés, que deriva de la expresión latina fili eclesiae (‘hijos de la Iglesia’).[8]

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  1. Los compuestos según la relación sintáctica y el significado de sus elementos

Los compuestos también pueden estudiarse según la relación sintáctica que se establece entre los elementos que los forman. En lo que concierne a este enfoque, es fácil distinguir dos clases: los compuestos de coordinación y los compuestos de subordinación, los cuales, a su vez, pueden formarse por yuxtaposición o por elipsis.

Los compuestos de coordinación por yuxtaposición son aquellos en los que las palabras, independientes entre sí, se agrupan para formar una idea nueva que se nos presenta muchas veces sin ninguna relación con las que expresan sus componentes. Cuando estos se yuxtaponen, lo hacen por simple unión o soldadura, como ocurre en puercoespín, camposanto o bajamar; mediante la conjunción y, como ocurre en calicanto o coliflor; por sustitución de una vocal por la i, como ocurre en altibajo o agridulce, y por la unión de un complemento al verbo, como ocurre en abrelatas, saltamontes o cortaplumas.

Por elipsis se forman los compuestos que presentan ya una relación entre ambos elementos que, por lo general, expresaríamos con una perífrasis, como barbinegro, cuyo significado es ‘que tiene negra la barba’, o pelirrojo, cuyo significado es ‘que tiene rojo el pelo’. En estos compuestos, muchas veces se pierde el sentido recto, lo que da lugar a que surja un sentido subjetivo o figurado que no necesariamente tiene relación con el significado propio de los componentes, esto ocurre, por ejemplo, en barbilindo, boquirrubio o pisaverde.

Los compuestos de subordinación, por su parte, son aquellos entre cuyos elementos existe una relación de régimen gramatical, la cual puede ser de acusativo y de genitivo. La primera es propia de los compuestos de verbo, como saltabarrancos, rompehuelgas, matasuegras o tentempié (que, como dijimos, es compuesto de verbo imperativo), todos los cuales son compuestos de yuxtaposición. Ahora bien, la relación de genitivo, al igual que en griego y en latín, puede tener dos formas: una en la que el genitivo o palabra determinante se compone delante de la determinada, como en agricultor (‘cultor o cultivador del campo’), pesuña (‘uña del pie’) o ferrocarril (‘carril de fierro [hierro]’), y otra, que es la más común, en la que se invierte esta colocación, por lo tanto, la voz determinada pasa a ocupar el primer lugar, y la determinante, el segundo (bocacalle, puntapié, telaraña); como podemos apreciar, todos estos son compuestos elípticos que han suprimido la preposición de entre los dos elementos.

De la misma manera, y tal como anticipábamos en el título de este apartado, algunos compuestos pueden estudiarse según el significado de sus elementos. Aquí los detallamos:

  1. Aquellos compuestos cuyos elementos entran en el nuevo concepto con su valor semántico propio, pero en las que es a veces preciso suplir, como hemos dicho, la relación sintáctica. Así, bocamina vale por ‘boca o entrada de la mina’; hojalata equivale a ‘hoja de lata’; cañamiel es igual a ‘caña de miel’, etc.
  2. Aquellos compuestos cuyo concepto designa un objeto nuevo y específico, cuya relación con los componentes que los forman es más o menos remota. Por ejemplo, ante el ojo pueden ponerse diversas cosas, como una venda, un parche, la mano, etc., pero el compuesto anteojo, en singular o en plural, designa «específicamente» a los lentes; el compuesto cortaplumas, que empezó designando al instrumento que servía para cortar las plumas de ave con las que se escribía, designa hoy a un instrumento (en puridad, el mismo) que sirve para muchas otras actividades, actividades que nada tienen que ver con la original o primitiva; saltamontes designa un insecto que lo mismo salta en el monte que en la llanura y que no evoca en nuestro espíritu la idea de monte.
  3. Aquellos compuestos de preposición cuyo significado puede ser doble. Los encabezados por la preposición ante, por ejemplo, pueden atribuir a la voz que los acompaña, por un lado, la acepción de anterioridad en el tiempo o el espacio y, por el otro, la de preeminencia. Así, anteiglesia significa tanto la ‘parte de la iglesia que está delante, sea pórtico, lonja o atrio’ como ‘iglesia parroquial’; anteponer vale por ‘poner delante’ y también por ‘preferir’; antebrazo es solo una ‘parte del brazo’, que, si para un extraño está «antes del brazo», para el dueño de este está después; sobresaltar es ‘acometer (saltar) de repente’, pero también ‘asustar de pronto’, etc.
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  1. Formación de los compuestos en español

 Con respecto a la manera en que se forman los compuestos en español, esto es, al modo en que se unen sus elementos, la Academia solía distinguir los casos en los que el segundo elemento comienza por consonante de aquellos otros en los que comienza por vocal.[9] Entre los primeros, clasificaba los que llamaba de tipo griego, en los cuales el primer elemento termina en o, cualquiera que sea la vocal final, como ocurre en filósofo, y los de tipo latino, en los cuales el primer elemento termina en i, como ocurre en novilunio.

Lo cierto es que esto no debería tomarse al pie de la letra (de hecho, la NGE prescinde de esta distinción), pues si bien la vocal de composición más frecuente entre los helenos era realmente la o, no eran menos abundantes los compuestos con a, con e y con i. Del mismo modo, en latín hay compuestos que no toman la vocal i (beneficus, calefacio, aquaeductus, etc.). Con todo, lo más común es la formación que sigue el modelo sugerido por cualquiera de los dos tipos. El tipo griego es más frecuente en las voces científicas, como psicopatía, tecnología, plutocracia, etc., y en los compuestos híbridos, como sociología o burocracia (aunque también los vemos en los humorísticos, como gatomaquia o chismografía), cuyo segundo elemento es griego. En cambio, en las voces populares, predomina el tipo latino con i, como ocurre en barbirrubio, boquiduro, cabeciancho, etc. Tampoco faltan las excepciones, como la que presenta unigénito.

Cuando el segundo elemento empieza con vocal y el primero termina en ella, la variedad de la formación es inmensa. Si se trata de un compuesto formado por un sustantivo y un adjetivo, lo más común es que la primera vocal se transforme en i, como ocurre en barbiespeso, cuellierguido o peliagudo; pero otras veces la vocal se pierde, como vemos en aguardiente. Esta pérdida no suele producirse si el primer elemento es un verbo, como ocurre en limpiaúñas, a no ser que se trate de vocales iguales, como ocurre en guardagujas; en este caso —similar al de aguardiente—, los dos elementos se pronuncian como si no se soldaran en la escritura.

La Academia también hacía una distinción, basada en el nivel de unión de sus elementos, entre compuestos perfectos e imperfectos. En el primer grupo figuran, principalmente, aquellos cuya soldadura es tan íntima que no sugieren la idea de compuesto, que es lo que ocurre, por ejemplo, con el verbo zaherir (de facien ferire). Son también perfectos los que unen sus elementos sin modificarlos o solo valiéndose de la modificación impuesta por nuestra ortografía, por ejemplo, mediodía, quintaesencia, ciempiés, etc. En la misma categoría figuran los que, como hemos dicho antes, alteran alguna vocal, como cabeciduro, agridulce, verdiseco, etc. En cambio, consideramos compuestos imperfectos a los que admiten plural en sus dos elementos, como gentilhombre, que admite gentileshombres.[10]

Los compuestos perfectos, por lo demás, no admiten plural cuando ya lo lleva su segundo elemento, caso muy frecuente en las combinaciones de verbo y sustantivo, como aguafiestas, trotaconventos o sacacorchos. Tampoco suelen admitir plural los antiguamente llamados compuestos de oración,[11] como correveidile, sabelotodo o hazmerreír, ni los de verbo, como duermevela; no obstante, en este último caso tenemos la excepción de vaivén, que forma vaivenes, lo que demuestra una vez más que, en el sistema gramatical del español, no siempre las reglas son tan rígidas.


[1] Naturalmente, solo la citamos en aquellos casos en los que no contradice a la vigente Nueva gramática del español (RAE y ASALE, Madrid, Espasa, 2009).

[2] Academia Española. Gramática de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1931.

[3] Cierto es que, entre los poetas cómicos, especialmente en Aristófanes, se hallan voces kilométricas, con las que se trata de lograr un efecto peculiar. Fuera de esta notable excepción, es frecuente en griego la composición formada de dos palabras.

[4] Nótese que el resultado de los compuestos latinos no siempre guarda, en su función gramatical, relación con los simples; así, de un adjetivo y un sustantivo puede resultar un adverbio, como magnopere (de magno opere); de un sustantivo y un verbo puede resultar un adjetivo, como en lucifugus (de lux y fugio).

[5] Podríamos mencionar también los que llevan el verbo latino ficare, derivado de facere, cuya a se atenuaba en i por la intensidad inicial (crucificar, panificar, metrificar) y las voces cultas como fotografiar, radiografiar, que no son compuestos genuinamente castellanos, pues ficar y grafiar no existen como simples.

[6] Aquí también podría aumentar el número si incluimos los compuestos derivados de ficare (sacrificar, verificar, bonificar, etc.).

[7] Aquí el verbo aparece claramente con sufijo.

[8] Véase Joan Corominas. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 1987.

[9] Véase Academia Española. Óp. cit.

[10] El número de estos era antes mayor, pues eran comunes plurales como *bocasmangas, *salvosconductos o *ferroscarriles. Hoy en día (y desde hace ya bastante tiempo), la regla es que los compuestos perfectos admitan el plural solo en su segundo elemento, como vemos en barbilindos o boquifrescos y, por supuesto, en bocamangas, salvoconductos y ferrocarriles.

[11] Muchos gramáticos de la primera mitad del siglo XX llamaban así a los compuestos formados por palabras que, escritas por separado, podían dar una oración gramatical. Clásicos son los ejemplos que propusimos, que, separadas sus partes, dan las siguientes oraciones: Corre, ve y dile; Lo sabe todo, y Hazme reír.


 

Flavio Crescenzi

Flavio Crescenzi

Flavio Crescenzi nació en 1973 en la provincia de Córdoba, Argentina.

Es docente de Lengua y Literatura, y hace varios años que se dedica a la asesoría literaria, la corrección de textos y la redacción de contenidos.

Ha dictado seminarios de crítica literaria a nivel universitario y coordinado talleres de escritura creativa y escritura académica en diversos centros culturales de su país.

Cuenta con seis libros de poesía publicados, los dos últimos de ellos en prosa:
• «Por todo sol, la sed» (Ediciones El Tranvía, Buenos Aires, 2000);
• «La gratuidad de la amenaza» (Ediciones El Tranvía, Buenos Aires, 2001);
• «Íngrimo e insular» (Ediciones El Tranvía, Buenos Aires, 2005);
• «La ciudad con Laura» (Sediento Editores, México, 2012);
• «Elucubraciones de un "flâneur"» (Ediciones Camelot América, México, 2018).
• «Las horas que limando están el día: diario lírico de una pandemia» (Editorial Autores de Argentina, Buenos Aires, 2023).

Su primer ensayo, «Leer al surrealismo», fue publicado por Editorial Quadrata y la Biblioteca Nacional de la República Argentina en febrero de 2014.

Tiene hasta la fecha dos trabajos sobre gramática publicados:
• «Del nominativo al ablativo: una introducción a los casos gramaticales» (Editorial Académica Española, 2019).
• «Me queda la palabra: inquietudes de un asesor lingüístico» (Editorial Autores de Argentina, Buenos Aires, 2023).

Desde 2009 colabora en distintos medios con artículos de crítica cultural y literaria.

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