Las nueve musas

Mis encuentros con el líder de la Revolución Cubana

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Recuerdo que era de madrugada, el frío era feroz entre aquellas añejas paredes de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña. A los pies, la entrada a la bahía habanera, allí se hallaba ubicado un hospital de campaña de las tropas que retornaban de la misión militar en Angola. Era noviembre de 1976.

Fidel
Fidel es Fidel

Hacía ya un año que yo había partido y retornaba victorioso, junto a mis compañeros, luego de ayudar a legar la independencia a la naciente República Popular de Angola. Fuimos bajo la advocación del líder africano, Antonio Agostinho Neto. Y nada más y nada menos, tuvimos nuestro bautismo de fuego, en mi caso, en la Batalla de Quifangondo, un pueblito distante unos 23 kilómetros de Luanda, la capital de la nueva república africana.

Estábamos desfasados con las horas de diferencia, seis para ser más exactos, por eso a esa hora, casi comenzábamos a despertar. Sentí en el pabellón un murmullo que se fue agrandando, a medida que un grupo de personas vestidas de verde olivo avanzaban, eran gritos y exclamaciones. Me senté en la cama aún soñoliento, estiraba mis huesos, cuando lo vi llegar. Tomó asiento en la cama contigua a la mía y comenzó a preguntar por nuestros nombres, lugar de residencia y en las acciones en que habíamos tomado parte.

Angola
Proclamación de la República Popular de Angola.11 de noviembre de 1976.

Habló de los cubanos que habían caído, de la lucha sin igual contra las tropas racistas de África del Sur, contra las inclemencias del tiempo, las plagas y los animales salvajes que habíamos enfrentado.

Ya casi se paraba cuando me tendió la mano y me dijo:

— Y usted, ¿de dónde es?

—Yo soy de su patria chica, Comandante, de Cueto, municipio al que pertenece Birán. Y me llamo Alfonso Naranjo.

—Oiga eso, de mi terruño. ¿Dónde estuviste, qué hiciste?

—Yo fui como Corresponsal de Guerra del Noticiero Información Política, pero en Quifangondo, sembré la agenda y la pluma, pues eso era lo que hacía falta en aquellos momentos.

—Ustedes eran solo 88 cubanos, y llegaron a ser menos en los primeros combates.

—Sí, Comandante, el día 10 de noviembre en el último combate éramos 88 cubanos en la primera línea, en el segundo escalón había 120 cubanos de la compañía de Tropas Especiales del Ministerio del Interior. Ellos, el enemigo, tenían más de tres mil. Hombres y artillería poderosa, ayudados por tropas regulares de Zaire, las Fuerzas de Defensa de Suráfrica y oficiales de la CIA de Estados Unidos, además de los famosos mercenarios blancos de Tony Callan.

playa Covarrubias
Autor entrevista a Fidel en Abanderamiento a contingente que construye pedraplén a playa Covarrubias. 28 de noviembre de 1988.

—Pero, ¿por qué tú vienes ahora, si ya tus compañeros están aquí desde hace meses?

—Un antiguo jefe me pidió quedarme, y me fui con él al Norte, a Negage.

—Dime algo, flaco, ¿eres casado?, ¿tienes hijos?, ¿cuántos años tienes?

—Tengo 21 años, y sí, estoy casado, aunque solo disfruté del matrimonio cinco meses. En cuanto a los hijos, mi esposa parió estando allí, ya la niña tiene unos cuantos meses.

—Entonces, éxitos, y bienvenido a la patria.

Se fue por donde mismo había llegado, dando abrazos y palmoteos en la espalda de mis compañeros.

Siete años después, nos volveríamos a encontrar, ahora en un escenario diferente. En Moa, al nororiente de Cuba. Allí entre tierras rojas, debido a los yacimientos lateríticos que se explotan en la fabricación del níquel más cobalto. Estaba allí, como enviado especial de la Televisión Cubana, reportando todo el trabajo de terminación de la Fábrica productora de Níquel «Comandante Ernesto, Che, Guevara» que sería inaugurada el diez de enero de 1984. Yo tenía la misión de reportar desde la planta de lixiviación. Mi tarea sería entrevistarlo.

Llegó, estaba contento y admirado de los significativos avances y esfuerzos de los constructores. Nos saludó. Ya yo estaba con el micrófono listo cuando alguien a mis espaldas me susurró.

—Naranjo, has hecho un trabajo fabuloso, pero la entrevista la va a realizar la compañera, ella es la que está acreditada para esa tarea. Salí cabizbajo, pero mi yo interior me repetía: levanta la testa hombre, que tú has cumplido y bien, no demuestres sufrimientos ni pesares.

entrevista
Entrevista con el autor en Laminador-200T. Las Tunas, 28 de noviembre de 1988.

Una hora después estaba en el baño del restaurante «Río Azul» a la salida de Moa, muy cerca del aeropuerto, cuando entró primero el coronel Mainé, jefe de la escolta de Fidel, me miró y me dijo:

—Bicho, te dejaste dar. —No contesté.

Pero en solo un segundo apareció Fidel, todo lleno de mezcla, pues había batido cemento para colocar y sellar la primera piedra de otra futura planta niquelífera en la zona de las «Camariocas». Fidel me observó detenidamente y al fin soltó.

—Oye, flaco, tú eres el de la televisión, ¿no? —Sí, Comandante, yo soy… —Sí, sé que eres Naranjo Rosabal, yo sigo tus noticias desde Moa, y esperaba que me entrevistarías aquí. Desapareciste. ¿Qué pasó?

—Nada, que el compañero del ICRT me dijo que ella sería quien lo entrevistaría y donde manda capitán no manda soldado.

—Está bien tu disciplina, pero hacerte eso después de un año metido aquí, es aberrante, no te merecías eso, pero no te preocupes, habrá otras oportunidades.

Me dio la mano, me palmoteó la espalda, y yo salí nuevamente a reunirme con mis compañeros, cuando ya, junto a la puerta, sentí que me dijo:

—Oye, flaco, ¿nosotros nos conocemos? Pero, ¿de dónde?

—Hace siete años nos vimos en la Cabaña tras mi regreso de Angola.

—Claro, hombre, tú eras el corresponsal de Información Política que habías estado en Quifangondo. No te preocupes por lo de hoy, nos volveremos a encontrar, y te prometo que no habrá obstáculos.

Pasarían tres largos años. Volví a mi corresponsalía en Las Tunas, reportando para el país la terminación de dos obras constructivas importantes: la terminación del Laminador -200 T o fábrica de cabillas, y el pedraplén a la playa de Covarrubias.

Una semana antes de la inauguración de esta última, los constructores me plantearon que denunciara que faltaban materiales de terminación, como pinturas y mallas para las cercas perimetrales. Hice un comentario al respecto que salió esa misma noche. A la hora de salida, yo iba camino a La Habana a reparar la cámara que se había caído y partido el visor.

Al regreso, me enteré de que todo estaba a pie de obra. Dos días después, el 18 de noviembre, sería el estreno.

El día 27, en la tarde, me llaman y me comunican que debía estar temprano en un lugar determinado, pues saldría con mi equipo hacia la playa, pues una visita de primer nivel visitaría las obras y abanderaría al contingente constructivo.

Al llegar al lugar, me di cuenta de que sería Fidel. Unos veinte minutos más tarde, sentí aterrizar al helicóptero. Alguien de poder en Las Tunas entonces, me llamó a su presencia y fue categórico:

—Oye, no se puede entrevistar, solamente reportar la actividad y ya. ¿Estamos?

—Correcto, —le contesté. — Pero la suerte ya había sido echada, álea jacta est. Esto lo murmuré entre dientes, y el jefe me preguntó. —Nada, no se preocupe.

Construcción “Blas Roca”
Fidel en el Contingente de la Construcción “Blas Roca” almorzando con los constructores.

Fidel habló en un sencillo acto de abanderamiento. Yo, por mi parte, me acerqué a mi camarógrafo y le dije: cuando él salga, comienzas a filmar y me sigues, a nadie más. Y así fue, me acerqué y le dije:

—Comandante, hace 10 años muy cerca de aquí, usted dijo que Las Tunas nunca se quedaría detrás. Estas obras de hoy, son ese reflejo. Comenzó una entrevista exclusiva que se extendió por más de cuarenta minutos, cuando ya él tocaba el tema de la producción industrial y de lo que se esperaba para el futuro de la provincia, yo le dije:

—Comandante, si usted me permite, yo quisiera que esto me lo dijera en la tarde, en la fábrica, no se ven bien imágenes de playas hermosas, hablando de hierros.

—Está bien, entonces tú me buscas y seguimos. Dio la espalda y salió junto a los ministros y dirigentes que lo esperaban cuando, a mitad de camino, se para y me grita.

—Oye, flaco, búscame. Silvino, uno de los más antiguos escoltas de Fidel, me pasa por al lado y me dice muy bajo:

—Te lo ganaste, aprovéchalo que está emocionado.

En la tarde, sostuve en el laminador con la entonces ministra del entonces Comité Estatal de Abastecimiento Técnico Material, Nora Frómeta. Ella me reclamaba haberla metido en un lío con Fidel, debido a la información publicada en el Noticiero Nacional de Televisión, sobre los incumplimientos en la entrega de materiales de terminación de la obra.

Resulta que Fidel vio la noticia, y la llamó, junto a Marcos Lage, Ministro de la Sideromecánica, y la puso nueva, lo que motivó que los materiales aparecieran enseguida.

La discusión con ella fue dura. Un funcionario tunero, unos minutos después, se me acercó para sacarme del área, pues ella le alegó que yo le había faltado el respeto. Para bien, todo se arregló. En eso, un escolta me avisa que en la entrada Fidel me espera, salgo a su encuentro y me pregunta si seguimos, le pido que visite la fábrica primero, que yo estaría en un punto que sería el lugar de la continuación de la entrevista.

Fidel comparte con los integrantes de su escolta. La Habana
Fidel comparte con los integrantes de su escolta. La Habana

Y así fue, otros cuarenta minutos y secretos compartidos. Ese día era la conmemoración del aniversario 25 de la liberación de Cueto, se lo digo y él me mira y dice:

—Yo, como tú, no puedo decir que soy de Cueto, yo soy de Cuba, si lo digo me dirían regionalista. Pero ya sus dudas sobre el entrevistador estaban al explotar, cuando ya me despedía, me invitó a montar al auto para ver el lugar donde, por primera vez en Cuba, se harían palanquillas de acero níquel.”

En el lugar, me tomó del brazo, me llevó a un lugar aparte y me dijo:

—Hoy estoy mal, pero nosotros nos conocemos.

—Naranjo de…

—Claro, el internacionalista, el de Moa, el de Cueto. Recuerdas que te dije que lo ibas a lograr, mira. Pero dime algo, ¿por qué picaste la entrevista a la mitad? ¿Cómo vas a soltar una paloma que tienes en las manos, para luego cogerla volando? ¿Y si te hubiera dicho que no?

—Yo estaba seguro de que usted estaría de acuerdo, además, Comandante, los hierros y la playa no combinan, eso era picú.

—Tienes razón. ¿Cómo está tu hija, tu esposa, todos bien?

—Gracias, todos estamos bien.

—Bueno, vamos, que el acto está al comenzar.

—No, renuncio a su invitación, pero debo salir urgente para la Ciudad de Holguín a editar el material que tiene espacio con titulares esta noche.

—Ok, entonces nos veremos, flaco.

Mientras estaba editando en Holguín, recibí una llamada urgente, en la que el Comandante en Jefe de la revolución cubana me mandaba a buscar. Salimos, pero un accidente de tránsito me quitó esa oportunidad, y lo que ella entrañaba en mi vida profesional.

Los años, inexorables, fueron pasando. Trece en total para que nos volviéramos a vernos. Fue el 23 de junio de 2001. Estaba en el Diplomado Internacional de periodismo, cuando los organizadores de la Mesa Redonda invitaron a los alumnos que cursaban el diplomado.

Allí estaba Fidel, tras tres horas de programa al terminar nos invitó a estar en la Tribuna del Cotorro, al día siguiente. Salió del plató, en el estudio, y segundos después reaparecía.

—Oiga usted, por favor. Me dijo Joselillo, ahora el jefe de escolta.

Fui hasta donde estaba, y afuera, estaba Fidel conversando con un grupo de técnicos de la televisión. Cuando me vio, dijo:

—Este flaco, fue héroe en Quifangondo, cuando la batalla. Pero se perdió la más linda, en el 88 lo mandé a buscar a Holguín, tuvo un accidente y se perdió ir a República Dominicana conmigo, lo iba a invitar, es una lástima. Me abrazó paternalmente y quedamos en vernos al día siguiente, y así fue.

Como yo tenía una grabadora, me situaron a unos cinco metros a la izquierda del podio donde hablaría. Me hizo compañía el Genio, apodo que a Guillermo Cabrera le había puesto el propio Comandante en Jefe.

El acto inició: actuaron, cantaron y al final, las palabras de Fidel, llenas de convicciones de que los cinco regresarían, más de tres horas estuvo hablando. Guillermo, que estaba junto a mí, como ya dije, advirtió lo mismo que yo: el jefe doblaba las piernas, como si fuera a caerse. El público no lo notaba, pero nosotros, por nuestra posición, sí. Hanói Aguilar, el responsable de prensa, estaba por detrás de la tribuna a nuestra vista. Le hicimos una seña, y se acercó. Guillermo solo le dijo: El Comandante se va a caer, vira las piernas y se ve mal.

Lo llevan a un hospital móvil, se recupera. Luego, Intentan llevarlo al carro, él se zafa bruscamente del escolta líder que lo llevaba, y sube al escenario.

—Estoy bien, ha sido un descenso por las horas ininterrumpidas de trabajo sin probar bocado alguno, esta noche explicaré más en detalles en la Mesa Redonda.

Era de nuevo Fidel. El pulso de la noticia latía en mis venas mientras redactaba el reporte.

Las palabras se apretujaban en mi mente, ansiosas por salir al mundo. El Noticiero Impacto de Las Tunas esperaba la primicia, y yo era el enlace entre los hechos y la audiencia.

Dos días después, en el Instituto Internacional de Periodismo, Guillermo entró con un oficial del Minint. Su rostro serio y su uniforme impecable contrastaban con la urgencia de su misión. Venía en nombre del Comandante en Jefe para agradecer nuestra presencia en la Tribuna. Pero su mirada triste revelaba algo más: no había podido conversar con todos como deseaba.

Esa fue la última vez que estuve en una cobertura presidida por Fidel. Ese día, en medio de la multitud, lanzó su icónica frase: ¡VOLVERÁN! Y yo supe que la historia no había terminado, que los héroes regresarían, y que mi papel como periodista seguía intacto.

Yo recuerdo a Fidel así, sencillo, preocupado, honesto, recuerdo al hombre que se sentaba y comía de la bandeja de los trabajadores un buen plato de chícharo.

No conocí al grotesco que ahora intentan hacerlo ver, los que odian a Cuba y su Revolución de esperanzas.

Muchos en el mundo achacan la situación actual de desabastecimientos e inflación a los Castro, y no hay nada ni parecido. La crisis de hoy es consecuencia de los cerca de 65 años de férreo bloqueo y no de embargo, que no es lo mismo ni se escribe igual.

Estamos limitados de materias primas para producir alimentos, nos cortan los contratos con otros países, coaccionan a trasnacionales para que no comercien con Cuba, el eje del mal, la apañadora del terrorismo. Llegaron al paroxismo de no vendernos ventiladores pulmonares cuando la pandemia de la COVID-19, pero Cuba, precisamente gracias al legado de Fidel, que apostó por la medicina y la ciencia, salimos adelante con cinco candidatos vacunales, usados en buena parte del mundo, donados a muchos de ellos, con recursos monetarios ínfimos, de forma gratuita.

Sin los desvelos de Fidel, de crear centros científicos, hospitales, facultades de medicina, eso no hubiera podido ser. A los dirigentes que abogan por la paz, por la defensa de su pueblo y su soberanía, siempre los demonizan. Para los cubanos que amamos a esta isla, Fidel es Fidel. Yo lo conocí y así era él, no la caricatura que se quiere pintar.

(Las Fotos pertenecen a los Estudios «Revolución» y el autor)

Alfonso Ramón Naranjo Rosabal

Alfonso Ramón Naranjo Rosabal

Las Tunas (1953) Periodista, Investigador de temas históricos, documentalista, escritor.

Graduado de Licenciado en Periodismo en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba. Diplomado en Historia y Marxismo, en la Universidad “Ñico López”, La Habana. Diplomado en Nueva Realidad del Periodismo Latinoamericano, Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”, La Habana.

Tiene publicado los libro: Quifangondo a Vitoria é Certa. «Editorial Capitán San Luis», La Habana, Cuba. Legado Inmortal; Madrugada de los Gallos; Las Desavenencias en las guerras: dos conflictos y… Soliloquio: El general dice su verdad. Todos en Editorial AutoresEditores.com. Colombia.

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