El término poder puede ser interpretado de diferentes maneras, aunque, en general, está ligado a la capacidad de llevar a cabo acciones de carácter personal o con proyección sobre colectivos más o menos amplios.
En algunos los casos, como veremos, el poder, de una u otra forma, está vinculado al dinero. En consecuencia, existe la posibilidad de ejercer el poder de múltiples maneras: unas legítimas y razonables, otras no tanto. Es así que los aspectos psicológicos que rodean al poder pueden tener uno u otro cariz. En este tipo de sociedades es razonable que se quiera disponer, por ejemplo, de un determinado poder adquisitivo para la supervivencia de la “prole”, tendencia que arranca de épocas arcaicas, y de lo más profundo de la naturaleza humana. Aparece, de esta manera, el instinto de protección en el marco de una sociedad competitiva e insegura. Además, es comprensible la tendencia a acumular cierta cantidad de dinero que pueda cubrir gastos imprevistos o ayudar a los seres más cercanos. Esta circunstancia otorga un cierto grado de libertad en un mundo tan carente de ella.
Hay formas de ejercer el poder, stricto sensu, no vinculado, exactamente, al dinero. Existe una tendencia natural a ejercerlo, ajeno a la ideología, cuando se tiene cualquier oportunidad, lo que dice muy poco a favor de la condición humana. Aparece entonces ese instinto de dominio aún no superado por esta especie. A veces el poder es delegado y adquiere formas represivas; otras, simplemente, se trata de prohibir u ordenar al sentirse, el individuo o el grupo, investido para llevar a cabo una determinada tarea. En cualquier caso, el ejecutor suele actuar alejado de la razón.
Sin embargo, no siempre ese deseo de poder responde a las inevitables condiciones vitales que el actual sistema socioeconómico nos impone, incluso va más allá de ese elemental instinto de dominio. Nos queremos referir, ahora, a la pasión por la cual, como señala E. Fromm, algunos tratan de vincularse con otros seres vivos. Otros lo hacen a través de la sumisión, como forma complementaria. Aunque, en mi opinión, no todos los individuos están afectados por estas dos pasiones. En algunos casos, ciertos sectores sociales tratan de vincularse con el resto a través de otros valores, como la solidaridad y la lucha por la igualdad.
Muchas veces nos preguntamos: ¿por qué siguen acumulando riquezas aquellos que tanto tienen ya? Las respuestas más comunes se limitan a considerar la codicia como causa última de ese desmedido deseo. Sin embargo, hay otras causas, de carácter psicológico, más profundas que la propia codicia o ambición. Nos referimos a esa pasión de tintes patológicos que, en mayor o menor medida, afecta a un amplio sector social. Pasión llamada al fracaso personal porque es insaciable, es decir, el poder absoluto no se llega a alcanzar nunca.
Lo verdaderamente alarmante, pues, es el poder-pasión que ejercen aquellos con una enorme capacidad económica, que se convierten en los controladores de las vidas de los demás. El ejercicio de ese poder, que ha adquirido vida propia, se ha convertido en una especie de teología, en la que intervienen diferentes agentes. En el núcleo central, poco visible, están los poseedores de grandes fortunas: dueños de bancos y grandes corporaciones a los que se han añadido dirigentes de grandes potencias que siguen siendo dependientes del poder económico, pero que han alcanzado cierta independencia por su capacidad para hacer la guerra. Todos ellos blindados por instituciones y burócratas convertidos en clase privilegiada. Emerge un nuevo aspecto como es el ejercicio de su función, de forma mecánica, con frialdad hasta llegar al ensañamiento. En un tercer nivel, como barrera de contención, la casta política a quienes se les permite la corrupción como forma rápida de enriquecimiento, con tal de que cumplan su función.
Por último, la aún inmadurez intelectual y emocional de nuestra especie despierta la envidia, cuando no la admiración, de aquellos que quisieran ser como los que más tienen.
El instinto de protección, la inseguridad en un mundo tan inestable, el instinto de dominio, la deshumanización radical de los agentes más serviles y la envidia son factores que guardan relación con el poder, y, en la mayor parte de los casos, nos alejan de un mundo más racional, más justo y más humano.
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