“La modernidad es un inmenso paraguas bajo el que todos vivimos. Querer quebrarla me parece una pérdida de tiempo”
Juan Muñoz. Babelia. 11 de abril de 1992
“La escultura ofrece a los hombres una relación directa con la divinidad”
Jaume Plensa
La Sala Alcalá 31 está situada en un lugar muy céntrico de la capital de España, lo que permite que sus salas tengan una gran afluencia de público, y si además ofrece una exposición de gran nivel, como es el caso de la muestra actual, consigue que se prolongue algunos meses más. Se trata de “Todo lo que veo me sobrevivirá” del escultor Juan Muñoz, que conmemora los setenta años de su nacimiento. Posteriormente se exhibirá en otro lugar importante de Madrid como es el Museo Centro de Arte Dos de Mayo.
La Sala Alcalá 31. Un espacio dedicado al arte contemporáneo español y latinoamericano
La Sala Alcalá 31 está ubicada en un edificio erigido en el período 1935-1943, obra del arquitecto Antonio Palacios. En su origen lo ocupaba el Banco Mercantil e Industrial. Más adelante se produjo una remodelación a cargo de José Luís Iñiguez e Ignacio de las Casas, que sirvió para acoger las oficinas de la Consejería de las Artes. Actualmente lo gestiona la Subdirección General de Bellas Artes.
En esta sala hemos tenido la ocasión de contemplar los trabajos de artistas de reconocido prestigio como Amalia Avia, Guillermo Pérez Villalta, José Luis Alexanco, Dario Villalba, Alicia Framis, Montserrat Soto, Carmen Calvo y Daniel Canogar, entre otros. De hecho, las dimensiones de las salas permiten a los artistas exhibir sus obras con entera libertad, tanto en la sala central como en el primer piso, que también sirve para que el espectador pueda visionar las obras desde una perspectiva diferente, a vista de pájaro.
Juan Muñoz. la figura humana en la escultura
Juan Muñoz (Madrid, 1953 – Ibiza, 2001) falleció muy joven, ya que sólo contaba 48 años y por tanto aún le quedaban muchas etapas creativas. A pesar de su pronta desaparición, su obra ha merecido una gran atención por parte de las instituciones y las galerías, ya que se han realizado innumerables exposiciones en diversos lugares tanto en España como en el extranjero. Su primera exposición individual tuvo lugar en la galería Fernando Vijande en 1984, de la que Francisco Calvo Serraller veía que su obra tenia ciertas reminiscencias conceptuales próximas al arte povera, ya que en sus trabajos no “se molesta en disimular los puntos transitivos, excitantes, pero ellos nos indican en todo caso la sintonía cosmopolita, sincrética y manierista en la que se desenvuelve”.
Pero no fue hasta 1992, cuando presentó un conjunto de obras de los años 1982-1992 en el Centre del Carme en Valencia, que conocí directamente su trabajo. El comisario era Vicente Todolí, que distribuyó la muestra como si se tratara de una escenografía o arquitectura-decorado teatral, ya que “de esta forma, la imagen del hombre, su figura, no el hombre en sí, es tratada como una constante del arte, al igual que la naturaleza muerta o el paisaje. Consecuentemente, esta representación del hombre, en la que se subraya tanto la presencia como la ausencia del mismo, se relaciona con los elementos de su espacio cotidiano: suelos, pasamanos, escaleras, y columnas”. De hecho, toda su obra se ha movido dentro de estos parámetros, consiguiendo crear una nueva manera de expresión de la figura humana que, sin llegar a un acentuado hiperrealismo, sí que se percibe la idea de ausencia y silencio, consiguiendo que el espectador reflexione cuando observa cada una de sus esculturas, tanto si están situadas individualmente como en grupo.
En el año 2000 obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas por su proyección internacional. Se dio la circunstancia de que a su esposa, la también escultora Cristina Iglesias, ya le habían otorgado la misma distinción el año anterior. Iglesias inauguró el año pasado en San Sebastián la instalación “Hondalea”, situada en la Casa del Faro de la isla de Santa Clara. En 2001 Juan Muñoz mostró en la sala de turbinas de la Tate Modern de Londres la gigantesca instalación “Double bind” (“Doble atadura”), que estaba relacionado con la esquizofrenia y el desplazamiento emocional, “problemas con los que se familiarizó a raíz de una experiencia emocional”.
Precisamente tuve la ocasión de verla personalmente el año pasado en Planta, proyecto empresarial y artístico de la Fundación Sorigué, situada en la localidad ilerdense de Balaguer. La obra está ubicada en una nave de 2.200 metros cuadrados. De hecho, se trata de una obra que permite “un diálogo con el espacio, la perspectiva, la verticalidad, la ilusión, lo visible y lo invisible”, y de la que Las nueve musas se hizo eco en su momento.
En 2001 el Museo Hirshhorn de Washington mostró la mayor exposición de Muñoz realizada hasta aquel momento. Se exhibieron unas setenta obras y tuvo carácter itinerante, ya que se pudo contemplar también en el MOCA de Los Ángeles y el Museo de Arte Contemporáneo de Houston. La exposición de Washington la estuvo preparando el artista desde hacía tiempo, pero desgraciadamente falleció poco antes de que se inaugurara. En 2008 el Museo Guggenheim le dedicó una gran retrospectiva y un año después fue el Museo Reina Sofía quien la acogió, de la que su director en aquel momento Manuel Borja-Villel, señalaba que la obra del artista mostraba “el mundo contemporáneo, que se forja durante los ochenta y tiene momentos clave en la caída del muro de Berlín en 1989 y en la crisis económica actual. El mundo soviético ha desaparecido y el sistema neoliberal hace agua, y nos encontramos entre dos mundos en los que no nos reconocemos. De ahí la fuerza con que nos interpelan las obras de Muñoz, porque reflejan nuestro extrañamiento”.
Todo lo que veo me sobrevivirá
Debido al éxito de público la exposición se prorrogó unos meses tras haber recibido 50.000 visitantes. El comisario es el historiador del arte coruñés Manuel Segade, especialista en la obra de Juan Muñoz. Se da la circunstancia de que mientras ejercía este comisariado ha sido nombrado director del Museo Reina Sofía. Anteriormente dirigió el Museo Centro de Arte Dos de Mayo. Asimismo también ha colaborado en el desarrollo de esta exposición el Juan Muñoz Estate, bajo la dirección de la hija del artista, Lucía Muñoz.
El título de la muestra proviene de una cita de la poeta rusa Anna Ajmátova, por la que Muñoz se interesó y recogió en sus notas mientras estaba preparando la instalación Double Bind en Londres. La exposición recoge los últimos diez años de su trayectoria artística y según su comisario “está concebida a modo de una instalación de instalaciones, donde la singular arquitectura de Antonio Palacios –con la recuperación patrimonial del ventanal del fondo- se convierte en el elemento central del acontecimiento: gracias a su doble altura y la multiplicidad de puntos de visión, Alcalá 31 es un teatro barroco de la representación que se vuelve sobre sí mismo”.
De todas las obras expuestas, la instalación Plaza es la más espectacular, ya que ocupa una gran parte de la sala central. La pieza procede del Kuntsammlung K21 de Dusseldorf, y no se había podido contemplar en nuestro país desde 1996, cuando se mostró en el Palacio de Velázquez. En total se exhiben 27 figuras de resina y pigmentos representando a ciudadanos chinos de tamaño natural dispuestos en círculo, como si estuvieran dialogando unos con los otros. Van vestidos con una especie de gabardina o uniforme que recuerda a los trabajadores de una fábrica. Maria Lluïsa Borrás se refería a esta obra como posmoderna, ya que “parecia la apropiación manifiesta y redundante de algo ya hecho con anterioridad se ve ampliamente servida”.
Asimismo, en la misma planta hay otras obras muy significativas como por ejemplo Dos centinelas sobre suelo óptico (1990), que cumple la misión de vigilar la entrada a la exposición obligando al público a tener que franquearla. Las piezas son de hierro y madera y están sujetas a las columnas por una estructura metálica. El recurso del suelo óptico proviene de 1986 como si se tratara de un decorado teatral relacionado con la arquitectura. En Sara with Blue Dress (1996), muestra a una joven enana mirándose al espejo, pero lo más curioso es que el vestido azul sólo se ve en el espejo, ya que ella no lo lleva puesto. En esta obra el artista se pregunta ¿no es nuestra realidad a este lado del reflejo una modalidad de la representación también?.
La aparición de los balcones en su trabajo es habitual. En ellos aparecen algunos personajes que están observando lo que sucede en su entorno más inmediato. En cambio aquí están vacíos, tal como ocurre en las obras Balcony (1991) y Nimes Balcony (1994). Esta última pieza se creó para la exposición del Carré d’Art de Nimes. De hecho, la figura del balcón es “como un fragmento desmembrado de una arquitectura de fachada, inútil al no dar acceso al vano que normalmente la acompaña”.
En Schwelle (1991) se ve a un enano delante de cuatro columnas. Parece que esté reflexionando, como si dudará en atravesar las columnas para dirigirse a algún sitio en concreto. La columnata tiene los fustes contorneados en espiral. También Many Drums (1994) invita a la reflexión, ya que representa unos tambores que no hacen ruido, ya que están mudos, situados en un muro tras una pantalla, y de los que solamente se aprecian sus siluetas. Para Muñoz la figura del tambor como pieza escultórica “es un objeto que ha dejado atrás su razón de ser”.
Respecto a las obras ubicadas en las galerías superiores merecen destacarse Two Seated on the Wall (2004), donde vemos a dos hombres sentados en unas sillas colgadas de la pared. La escena es casi surrealista, tanto por lo irreal de la situación, ya que los dos personajes que aparecen están a punto de caerse, como por el hecho de que uno de ellos lleva zapatillas a pesar de que ambos van bien vestidos, los dos están riendo como si disfrutaran de su esperpéntica situación, y The Crossroads Cabinets: May – July – October (1999). Son tres piezas de cristal, resina y acero, a modo de vitrinas, donde se hallan una gran cantidad de objetos diversos en miniatura, a modo de bocetos de algunas de las obras que irá creando.
Hay una pieza suspendida desde el techo que se puede contemplar de cerca en las galerías. Se trata de Con la corda alla boca (1997) y es un homenaje a la trapecista Miss La La, famosa porque se elevaba desde el suelo sujetando su cuerpo a una anilla con la boca. All pintor impresionista Edgar Degas le impresionó su actuación a finales del siglo XIX. De hecho, esta manera de ascender “es una tregua ante la necesaria bajada o la posibilidad de su caída”.
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