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El sonido y la letra

El sonido y la letra: breve reflexión sobre los vínculos entre el habla y la escritura

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Los vínculos entre habla (sonido) y escritura (letra) han sido estudiados infinidad de veces por lingüistas y gramáticos.

En este breve díptico aportaremos una reflexión al respecto.

I

Como es sabido, las lenguas expresan los conceptos de la comunidad de hablantes a la cual pertenecen mediante señales específicas: la más reconocible, sin duda, es el sonido, aunque, en la mayoría de los sistemas, el proceso en cuestión se realiza también mediante diferentes formas de escritura.[1] Sin embargo, sería un error creer que todas las lenguas naturales cuentan con algo así como «un elaborado código alfabético», pues muchas de las lenguas existentes —especialmente, la de los países periféricos— son ágrafas.[2] Esto no quiere decir que las llamadas lenguas ágrafas presenten una gramática más simple, sino que estas no han llegado a estandarizarse, es decir, no llegaron a ser codificadas por una ortografía, un diccionario y una gramática, hecho que sí han llevado a cabo algunas lenguas a lo largo de su historia, como, por ejemplo, el español.

A esta altura, no es ninguna novedad para nadie que las lenguas experimentan una constante evolución, ya sea porque surgen palabras nuevas (o significados nuevos en palabras viejas), ya sea porque se incorporan palabras extranjeras por aquel fenómeno conocido como préstamo lingüístico. Este cambio permanente también es responsable de que se modifiquen los sonidos y, más remisamente, las reglas gramaticales. El temor de que las obras consagradas de la antigüedad dejaran de ser legibles para la comunidad lingüística que las vio nacer hizo que se intentara preservarlas del cambio fijando la lengua en la que habían sido escritas. Este deseo de estabilidad explica, entre otras cosas, por qué la ortografía se ha mantenido más o menos igual a lo largo de los tiempos (a pesar de que ya no coincida en todos los casos con la pronunciación) y que en la lengua escrita se empleen construcciones o palabras que no se usan habitualmente en la lengua hablada. Es evidente que la gramática normativa viene cumpliendo un papel aventajado en esta colosal tentativa por frenar el cambio, tentativa que, por cierto, no ha tenido efecto en la lengua hablada.

Ahora bien, es importante señalar que la lengua escrita no debe entenderse como un simple «avatar» de la lengua hablada.[3] Para empezar, ambas se diferencian en su modo de producción y de recepción: mientras que la lengua hablada es fugaz y no planificada, la lengua escrita puede planificarse, corregirse y divulgarse entre un sinnúmero de destinatarios que no necesariamente tienen que estar presentes en el momento de la emisión del mensaje que se procura transmitir. Y esto, sin mencionar que durante siglos solo empleaba la lengua escrita un sector muy reducido de la sociedad, aquel que tenía acceso a una cultura escrita (o si se prefiere libresca), que era la que se ocupaba de resguardar la memoria y la tradición literaria de los pueblos.

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II

Indudablemente, la gran ventaja de la escritura es su alcance, fenómeno que la invención de la imprenta se encargó de profundizar y que, en nuestros días, la tecnología digital ha perfeccionado. Su desventaja, no obstante, es el distanciamiento que presenta con respecto a la lengua hablada, que, como dijimos, está en constante mutación, tanto en el tiempo como en el espacio. El español escrito, por ejemplo, suele eludir los regionalismos, pues se parte del supuesto de que no todo el orbe hispanohablante puede entender las distintas variantes locales. En buena medida, esa es la función de las gramáticas normativas: proponer un modelo de lengua accesible a toda la comunidad lingüística, modelo que, por lo general, se apoya en la escritura o, mejor dicho, en el código estandarizado de escritura. En nuestro idioma, esta tarea ha sido llevada adelante durante muchos años por la RAE, aunque, en la actualidad, la comparte con el resto de las academias de lengua española a través de la ASALE, institución cuyo perfil panhispánico ha aportado la cuota de flexibilidad y apertura que los hispanohablantes, por lo visto, veníamos necesitando.

En el español, los instrumentos de estandarización utilizados por las academias son tres:

  • la ortografía oficial, que establece cómo se escriben las palabras, pero también cuáles son las reglas de acentuación y de puntuación;
  • el diccionario, que registra las palabras que se añaden al léxico de nuestra lengua, aunque desecha otras (o algunas acepciones de otras)
  • y la gramática, que describe el funcionamiento morfosintáctico de la lengua y, al mismo tiempo, condena las formas incorrectas.

Adviértase que, mientras que la ortografía es una obra esencialmente normativa, el diccionario y la gramática académicas cumplen una doble función: por un lado, describen y, por el otro, prescriben. Estas dos funciones, como se deducirá, son muy diferentes: a una descripción se la puede comparar con el objeto descrito si se quiere saber hasta qué punto coinciden, pues el objeto forma parte de la realidad; por el contrario, no puede juzgarse con tanta facilidad una prescripción, ya que esta no es otra cosa que una valoración basada en factores históricos, geográficos y, por lo general, sociales.

Pongámoslo de este modo, las faltas ortográficas y, a veces, también los errores gramaticales, como los de concordancia, son incorrecciones naturales propiciadas por la cercanía de la lengua hablada, pero que pueden —y deben— corregirse en la lengua escrita. Aun así, es insostenible considerar como error gramatical a una forma verbal usada y aceptada en una colectividad solo porque no cumple con lo prescrito por la norma escrita. Veamos un ejemplo, las gramáticas normativas suelen restringir el empleo del adverbio recién al de modificador de los participios (como en recién venido o recién casado), pero recusan, e incluso condenan, el uso de este adverbio como modificador del verbo (como en recién vino o en recién se casó) que es frecuente en el español rioplatense en todos los grupos sociales.[4] Esta recusación es, por lo tanto, improcedente; de hecho, les correspondería a las gramáticas incorporar este uso, indiscutiblemente válido para un importante grupo de hispanohablantes.

[1] No está de más aclarar que existen sistemas que se valen de los gestos para llevar adelante su performance comunicativa, por ejemplo, en la lengua de señas usada por los sordomudos.

 [3] Ferdinand de Saussure decía en su Curso de lingüística general lo siguiente (Buenos Aires, Losada, 2005): «Lengua y escritura son dos sistemas distintos; la única razón de ser del segundo es representar al primero». Si bien esto es cierto, es necesario insistir en que dicha representación no pretende ser un mero calco o una traducción. A eso apunta el comentario.

[4] Véase Ángela Di Tullio (Ed.). El español rioplatense. Lengua, literatura, expresiones culturales, Madrid, Iberoamericana, 2011.

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Flavio Crescenzi

Flavio Crescenzi

Flavio Crescenzi nació en 1973 en la provincia de Córdoba, Argentina.

Es docente de Lengua y Literatura, y hace varios años que se dedica a la asesoría literaria, la corrección de textos y la redacción de contenidos.

Ha dictado seminarios de crítica literaria a nivel universitario y coordinado talleres de escritura creativa y escritura académica en diversos centros culturales de su país.

Cuenta con cinco libros de poesía publicados:
«Por todo sol, la sed», Ediciones El Tranvía (Buenos Aires, 2000);
«La gratuidad de la amenaza», Ediciones El Tranvía (Buenos Aires, 2001);
«Íngrimo e insular», Ediciones El Tranvía (Buenos Aires, 2005);
«La ciudad con Laura», Sediento Editores (México, 2012);
«Elucubraciones de un "flâneur"», Ediciones Camelot América (México, 2018).

Su primer ensayo, «Leer al surrealismo», fue publicado por Editorial Quadrata y la Biblioteca Nacional de la República Argentina en febrero de 2014.

Su más reciente trabajo publicado es «Del nominativo al ablativo. Una introducción a los casos gramaticales» (Editorial Académica Española, 2019).

Desde 2009 colabora en distintos medios con artículos de crítica cultural y literaria.

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