La oración no es un fenómeno gramatical aislado, sino que aparece inserto en un contexto comunicativo competentemente estructurado, es decir, en un texto.
En este artículo intentaremos reflexionar sobre el tema.
Un cambio de paradigma en la enseñanza de la lengua
Muchos de los estudios gramaticales que se realizaron a partir de la década del sesenta del pasado siglo dejaron de enfocarse en la oración y empezaron a considerar al texto como principal unidad comunicativa. Esto produjo, junto a los importantes avances que se dieron en materia de pedagogía, un verdadero cambio de paradigma en la enseñanza de la lengua. Así es como la sociolingüística, el análisis del discurso, la psicolingüística, la pragmática, la teoría de la enunciación y las teorías de la comunicación propusieron una concepción de la lengua muy distinta a la que proponía la gramática tradicional, que era claramente normativa.
- Beaugrande, Robert-Alain de (Autor)
Esta nueva concepción de la lengua —entendida ahora como actividad textual y no simplemente oracional— sostiene que, en realidad, la comunicación verbal no se realiza por medio de oraciones, sino a través de textos o discursos, los cuales serían las verdaderas unidades de significación.[1] Estos textos o discursos, a su vez, se producen dentro de contextos variables, contextos que, por lo general, condicionan las elecciones discursivas de los usuarios de la lengua. De esto podemos deducir que, para lograr una comunicación eficaz y ordenada, los hablantes deben poner en juego ciertas competencias o habilidades, las cuales enumeraremos a continuación:
- La competencia lingüística: consiste en la capacidad de formular enunciados sintácticamente ordenados, de modo que puedan ser comprendidos. Por ejemplo, Escribir «Esta casa se está derrumbando» y no «Derrumbando casa se esta está».
- La competencia discursiva: consiste en la capacidad de elegir el tipo de texto adecuado a la situación o circunstancia en la que se va a dar el intercambio comunicativo.
- La competencia textual: consiste en la capacidad de construir un texto bien organizado dentro de la tipología escogida.
- La competencia pragmática: consiste en la capacidad de lograr un determinado efecto mediante el texto que se ha elaborado; por ejemplo, persuadir al interlocutor mediante argumentos apropiados para ese fin y mediante una cierta disposición de esos argumentos en el texto.
- La competencia enciclopédica: consiste en el conjunto de saberes universales o generales que, en principio, deberían compartir los interlocutores para que el intercambio comunicativo se lleve a cabo sin mayores impedimentos.[2]
El nacimiento de la gramática textual
Como sabemos, la gramática tradicional concebía la lengua como un organismo hecho de signos y reglas combinatorias estables que configuran una serie de recursos a los que puede acudir el usuario. Pensada así, es decir, como código o sistema, la lengua sería una abstracción que se concreta únicamente en el uso, y los únicos estudios lingüísticos válidos serían, pues, los que se hicieran sobre ese código o sistema. Desde este punto de vista, la oración sería la unidad más adecuada para la descripción del funcionamiento de la lengua.
Sin embargo, existe un fenómeno muy interesante que puede comprobarse en el nivel semántico: las palabras, oraciones y proposiciones son susceptibles de variar su significado si se las relaciona con el significado de otras oraciones del párrafo al que pertenecen.[3] A raíz de esto, en las décadas del sesenta y del setenta del siglo XX (periodo que ya hemos consignado en el apartado anterior), surgió la necesidad de describir aquellos fenómenos —tanto sintácticos como semánticos— que tienen lugar entre enunciados o entre secuencias de enunciados y que la gramática oracional no está en condiciones de explicar. Esto fue lo que hizo que muchos teóricos comenzaran a considerar al texto como el objeto de estudio más propicio para las futuras investigaciones lingüísticas.
Aparece así lo que hoy conocemos como gramática textual, rama de las ciencias del lenguaje cuyo objeto de estudio ya no será la oración, sino el texto, considerado aquí como unidad fundamental de la manifestación del lenguaje.[4] Esta orientación de la lingüística representa, según Marta Marín, «el paso de una gramática oracional a una gramática transoracional, que se ocupa de la organización de los textos, de sus estructuras, de su coherencia y cohesión y de su adecuación a intenciones y situaciones comunicativas»[5].
Aclaraciones finales
Vale aclarar que el hecho de proponer al texto como objeto de estudio no significa pasar de una unidad menor a una mayor, ya que las diferencias entre oración y texto no tienen que ver precisamente con la extensión.[6] La gramática textual, en otras palabras, intenta preguntarse acerca de todas las competencias que hay que poner en juego a la hora de transmitir un enunciado. Por ejemplo, para redactar un artículo periodístico es necesario poseer algunos otros conocimientos además de los puramente sintácticos; se necesita saber qué formato hay que darle al texto que tenemos entre manos, qué cantidad de información destinarle, en qué orden presentar esa información, cómo conectar las ideas, las oraciones y los párrafos unos con otros, etc.
La gramática textual nos enseña, asimismo, que los saberes acerca de la lengua y los textos se corresponden con sus aspectos comunicativos, es decir, que deben estudiarse en función de la utilización que hace el usuario y no exclusivamente en función de la representación que de ella se haga un gramático.[7] Esto, desde luego, no significa que haya que rechazar de cuajo los principios de la gramática oracional, sino más bien que conviene situarlos en un lugar complementario, al servicio de las necesidades comunicativas de los hablantes, y no como único estudio posible de la lengua.
En suma, los seres humanos no nos comunicamos a través de palabras, sintagmas y oraciones. Esos elementos son unidades de estudio gramatical y no de uso comunicativo. En realidad, nos comunicamos mediante esas unidades de sentido que llamamos textos. Cuando una persona le dice a otra «Buenas noches», ninguna de las dos es consciente de que se ha utilizado un adjetivo calificativo, femenino, plural, y un sustantivo común, femenino, plural. Del mismo modo, ninguna de esas personas es consciente de haber formulado y escuchado una oración unimembre compuesta por un sintagma nominal con núcleo sustantivo y con un adjetivo en función de modificador directo. En cambio, sí podrían ser conscientes de haber expresado y recibido un saludo, ya que esa es la intención del texto enunciado.
[1] Véase R. Beaugrande y W. Dressler. Introducción a la lingüística del texto, Barcelona, Ariel, 1997.
[2] Esta competencia excede el ámbito del aprendizaje de la lengua que pueda proponer la escuela, pero forma parte de una concepción integral del lenguaje y de la educación.
[3] Véase Teun van Dijk. Texto y contexto, Madrid, Cátedra, 1980.
[4] Es evidente que detrás de esta concepción subyace la idea de considerar al lenguaje como institución social y no como simple entidad abstracta.
[5] Marta Marín. Lingüística y enseñanza de la lengua, Buenos Aires, Aique, 2004.
[6] Véase Enrique Bernárdez. Teoría y epistemología del texto, Madrid, Cátedra, 1995.
[7] Cfr. Graciela Reyes. La pragmática lingüística: el estudio del uso del lenguaje, Barcelona, Montesinos, 1990.
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