Las nueve musas
Feria del libro de buenos aires

De la Fundación El Libro a la fundición del libro

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Aportes para un debate acerca de la cultura de feria

Para muchos, la Feria del Libro de Buenos Aires (creada y dirigida por la Fundación El libro) es uno de los eventos culturales más importantes del mundo. Sin embargo, hay razones de sobra para creer lo contrario.

Probablemente, este artículo les proporcione algunas.

  1.  La Contraferia del Libro, esa querida y fantástica ocurrencia

A fines de los años 90, en un clima pleno de euforia y camaradería —seguramente más lírico que insurreccional y más pasional que reformista—, un grupo conformado por poetas, docentes y estudiantes llevó a cabo, durante dos años consecutivos, la Contraferia del Libro, un espacio de resistencia cultural desde el cual se reclamaba a los responsables de la Fundación El Libro: entrada libre y gratuita, posibilidades concretas de difusión para los autores jóvenes y para las pequeñas editoriales, y un programa inclusivo de actividades, sin costo adicional, para cualquiera de los posibles visitantes a su evento central.

Huelga decir que la Fundación intentó acercar posiciones ofreciéndoles a los integrantes de la Contraferia (entre los que, por supuesto, se encontraba quien escribe) un puesto dentro de la muestra. Huelga decir, también, que esta oferta fue inmediatamente rechazada.

Un libro de adhesiones, donde constan, entre otras, las firmas de Olga Orozco y Federico Andahazi, gente que en principio integraba el gran mercado del libro, pero que supo solidarizarse con la causa, es lo que queda como legado de esa querida y fantástica ocurrencia.

Con el paso del tiempo, la Feria del Libro fue revigorizando su perfil mercantilista. A la consabida venta de stands y publicidad, se le sumaron las jornadas de capacitación y las rondas de negocios con tarifas internacionales, en una marcada apuesta a la mercadotecnia. La Fundación el Libro, no obstante, se sigue definiendo a sí misma como una entidad civil sin fines de lucro.[1]

Sucede que la Feria nunca dejó de ser un fenómeno de mercado, y sabemos que cuando se habla de «mercado» se está hablando en realidad de «neoliberalismo»[2], que es, sin ir más lejos, el principal responsable del vaciamiento de lo que —al menos, durante gran parte de la modernidad— había constituido el complejo entramado entre mundo de ideas, experiencia social y actuación política. A raíz de este vaciamiento, la sociedad perdió la posibilidad de elaborar un pensamiento genuinamente crítico respecto de su asfixiante coyuntura, y, por ese motivo, el fenómeno «Feria del Libro», en tanto tópico, exige ser abordado a partir del conjunto de problemas que presentan las industrias culturales, los dispositivos «massmediáticos» y el discurso posideológico, elementos que contribuyeron a diseñar el nuevo rostro mundial de la derecha.

  1. Contra la cultura de feria

 El capitalismo de la segunda mitad del siglo veinte giró hacia lo que el pensador francés Guy Debord denominó «la sociedad del espectáculo»[3]. Lo mismo ocurrió con la cultura, que se «carnavalizó», como diría Bajtín, de manera notable.[4] Fue, precisamente, el poder de los medios de comunicación el que fue ocupando cada rincón de la trama cultural, incidiendo en la construcción de nuevas formas de subjetividad bajo la premisa, nunca explicitada, de darle sustento discursivo y relato legitimador al sistema económico dominante. La aceptación pasiva de un nuevo orden basado en el consumo modificó todos los parámetros de intercambio, la edad del mercado neoliberal, en tanto proyecto del capitalismo, decidió asumir y protagonizar la revolución cultural conservadora.

La Feria del Libro de Buenos Aires no es ajena a esta dinámica. Está visto que, como agente difusor del concepto hegemónico de cultura, es funcional a esa falsa neutralidad ideológica concebida como lo políticamente correcto. Buena parte de los escritores que en ella participan, lejos de denunciar esta banalización del capital simbólico, esta cosificación de nuestra profunda trama colectiva, optan por plegarse al espíritu dominante, ofreciéndose como portavoces de las virtudes del establishment o como simples «lobistas» del mundillo editorial.

Asimismo, el público concurrente, con la excepción de una irrelevante minoría, no experimenta su visita a la Feria como «un hecho cultural». Este público, menos lector que consumidor de novedades, prefiere ignorar el ineludible debate que debe afrontar una nación para reconocerse y desplegarse libremente alrededor de un ethos propio.

Por esto mismo, ante las respuestas (ingenuas o agresivas) propinadas desde ámbitos intelectuales de dudosa idoneidad —ámbitos que, por cierto, participan de la complaciente atmósfera intelectual posmoderna—, la tarea que debemos realizar como sociedad es la de fomentar una aguda revalorización de nuestra memoria histórica, de nuestra expresión y de nuestro destino. Y parte de esa tarea es la reconsideración del horizonte simbólico, del lenguaje y de las expresiones estéticas, y la intención de extraer de ellas, de sus propias categorías, los juicios teóricos y críticos que nos permitan desarrollar una comprensión plena de lo humano.

  1. Aquella necesaria bofetada dada a un mundo de apariencias

 El activista que fui en la Contraferia, aún hoy, imagina una Feria del Libro ideal. Piensa en un lugar en el que, además de satisfacer las demandas enumeradas más arriba, se proponga indagar en la problemática del sujeto, en su expresión, en el sentido de la poiesis, en la viva interrelación americana entre mito y relato histórico, en el redescubrimiento de la verdad poética a la luz de la ciencia, en la actividad del escritor como actividad filosófica y en el valor del juego como actividad reveladora de otras realidades.

No me parece caprichoso agregar, más allá de la existencia de ferias y contraferias, que la reivindicación de lo hispanoamericano; el rechazo al vaciamiento cultural: la discusión de los enfoques horizontales del lenguaje y de las artes; el desarrollo de una semiología y una hermenéutica metódicas, y la valorización de la cultura popular y de la teorización estética del escritor son aspectos temáticos necesarios para darle un definitivo sentido de emancipación a la cultura y liberarla así de su condición milenaria de fetiche.

Para concluir, quisiera recordar a todos los poetas de la Contraferia del Libro (tanto a los que están como a los que partieron a mejor vida). Ellos, como yo, sabían que las palabras se yerguen como bestias al rechazar los lastres impuestos desde siempre y que, por lo mismo, pueden hacer de cada automatismo un roce cargado de perfumes. Ellos, como yo, sabían que el poeta es un humano que defiende —con toda su orfandad, con todo su historial de salmos y crepúsculos, con toda su sangre— algo que es mucho más que humano, pero que existe, justamente, para garantizar humanidad. Ellos, como yo, sabían que el poeta, en definitiva, es aquel buscador de símbolos eternos, aquella necesaria bofetada dada a un mundo de apariencias.

Fotografía de cabecera: De Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires – Flickr: Feria del libro, CC BY 2.0,

[1] Las críticas a la Feria del Libro persistieronlid» height=»2″] a lo largo de los años. Como muestra de ello, baste el polémico discurso de apertura que dio el escritor argentino Guillermo Saccomanno en la 46.a edición, la correspondiente a 2022.

[2] Utilizo el término para definir el conjunto de ideas económico-sociales puesto en vigencia, a escala global, a partir de los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, conjunto de ideas que claramente atacaba el modelo de «Estado de Bienestar» de signo keynesiano.

[3] Véase Guy Debord. La sociedad del espectáculo, Valencia, Editorial Pre-Textos, 2005.

[4] Véase Mijaíl Bajtín. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: El contexto de François Rabelais, Madrid, Alianza Editorial, 1990.

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Flavio Crescenzi

Flavio Crescenzi

Flavio Crescenzi nació en 1973 en la provincia de Córdoba, Argentina.

Es docente de Lengua y Literatura, y hace varios años que se dedica a la asesoría literaria, la corrección de textos y la redacción de contenidos.

Ha dictado seminarios de crítica literaria a nivel universitario y coordinado talleres de escritura creativa y escritura académica en diversos centros culturales de su país.

Cuenta con cinco libros de poesía publicados:
«Por todo sol, la sed», Ediciones El Tranvía (Buenos Aires, 2000);
«La gratuidad de la amenaza», Ediciones El Tranvía (Buenos Aires, 2001);
«Íngrimo e insular», Ediciones El Tranvía (Buenos Aires, 2005);
«La ciudad con Laura», Sediento Editores (México, 2012);
«Elucubraciones de un "flâneur"», Ediciones Camelot América (México, 2018).

Su primer ensayo, «Leer al surrealismo», fue publicado por Editorial Quadrata y la Biblioteca Nacional de la República Argentina en febrero de 2014.

Su más reciente trabajo publicado es «Del nominativo al ablativo. Una introducción a los casos gramaticales» (Editorial Académica Española, 2019).

Desde 2009 colabora en distintos medios con artículos de crítica cultural y literaria.

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