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Riofrío de Ávila
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Azorín y su libro «Un pueblecito. Riofrío de Ávila»

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En este artículo voy a comentar un libro de Azorín “Un pueblecito. Riofrío de Ávila” que trata de otro libro escrito más de un siglo antes por Jacinto Bejarano y que también tiene que ver con ese pueblo de Ávila.

Azorín
Azorín

Introducción y resumen del libro de Azorín.

En el artículo intentaré encontrar afinidades entre Bejarano y otros escritores ilustrados, a través de lo dicho por Azorín y Bejarano, y buscando la opinión de otros artículos publicados sobre estos libros, lo que también servirá para tratar de Azorín y su estilo.

“Un pueblecito. Ríofrío de Ávila”, corresponde al periodo de plenitud de Azorín, ya conocido y reconocido como gran autor, en que trabaja estimulado e inspirado por sus lecturas[1]. Se trata de una obra corta (64 páginas en la edición de que dispongo), fechada en 1916, catalogable como un ensayo con una cierta pátina de novela histórica.

En el primer capítulo Azorín describe el paisaje otoñal de Madrid, en un paseo que le lleva entre reflexiones a la feria de los libros. Allí, entre montones de tomos, se pregunta sobre el placer que podría proporcionar la lectura de algún anodino ejemplar, que describa sencillamente el pensamiento de algún hombre ignorado de un pueblo de Castilla.

En el capítulo II, encuentra ese libro de largo y explicativo título, que ya da pistas sobre el contenido e intenciones del autor: Sentimientos patrióticos o conversaciones cristianas que un cura de aldea, verdadero amigo del país, inspira a sus feligreses. Se tienen los coloquios al fuego de la chimenea, en las noches de invierno. Los interlocutores son el cura, cirujano, sacristán, procurador y el tío Cacharro. Su autor es don Jacinto Bejarano Galavis y Nidos, que añade a su nombre, en la portada, otra larga lista de sus “calidades” como cura y opositor a canonjías y cátedras. El libro consta como publicado en 1791.

El autor es el párroco de un pueblecito cercano a Ávila, y la primera pregunta que se hace Azorín es cómo ha llegado hasta ese villorrio ese cura que parece bastante erudito y, sobre todo, cómo acepta ese “destierro”. Responde rápidamente a esta última pregunta, diciendo que trata de sacar el partido posible a la situación y a las gentes con las que debe convivir y, entrando en materia sobre lo que realmente le interesa a Azorín, define al autor como “un pequeño Montaigne de Ríofrío de Ávila”. Dice de él que ha leído mucho y es un curioso intelectual, que ama la plática y la vida sencilla, pero sin molestias, y que se define como predispuesto a reconocer sus errores. Sus ideas son las de Montaigne, en cuanto a amar un entendimiento sin erudición, pero claro y preciso. Dice Bejarano: “El estudio da noticias y ministra especies con las que se hacen varios discursos que sin ellas nunca se harían. Esto no admite duda, pero los libros no dan entendimiento”. Azorín remata con que “Confundimos la cultura con la inteligencia. (…) Los libros, la erudición, no dan inteligencia. Lo que importa es tener inteligencia. (…) Un labriego de Ríofrío puede ser más inteligente que un doctor o un ministro o un autor de gruesos y eruditos libros”. Bejarano recuerda sus visitas a librerías y bibliotecas, pero no se entristece en su destierro en el que vive sereno y sosegado. ¿Será siempre así? —se dice Azorín— “o ese hombre delicado, fino, inteligente, sensual —sensual como Montaigne—, ¿no tendrá un grito (…) por encima de su inalterable ecuanimidad, revelador de lo más hondo de su espíritu?”.  Este segundo capítulo ya sugiere temas a desarrollar, en cuanto a la teoría del estilo de Bejarano, pero parece conveniente completar el repaso general del libro.

Casa-Museo Azorín
Casa-Museo Azorín en Monóvar (Provincia de Alicante, España)

En el capítulo III nos habla de la fuerza del paisaje español y la brutalidad, violencia y barbarie del país; y para ello, usa las imágenes de mulas (contraponiéndolas a los más potentes y laboriosos bueyes), toros, mujeres ásperas y hombres sangrientos. A Azorín le gustaría encauzar esta fuerza en la mejora y modernización de España, otra idea ilustrada a desarrollar. Prosigue destacando la erudición de Bejarano y su entusiasmo por las innovaciones europeas, pero también su casticismo español, y su deseo de fundirlos e imitar a Europa en lo bueno y no es las fruslerías. Pensamiento ya desarrollado por los ilustrados y que luego retomará Larra y más tarde Unamuno.

Llegamos al capítulo IV, cuyo título coincide con el objeto primordial de este estudio, “Teoría del estilo”. ¿Cómo escribirá Bejarano? ¿De forma barroca, recargada y vacua como los eclesiásticos de su época, o truculentamente y con vocablos extraños, como Torres Villarroel? Pues no, su estilo es escribir de tal modo “que el que lo lea piense que no es nada”, que lo puede hacer él y eso, aunque no lo parezca, es lo que resulta más complicado. Claridad e ir derechamente a las cosas; lo sencillo es lo artístico. En una pequeña digresión nos dice, Azorín, que el mayor encanto tal vez sea el de las obras crepusculares, grises, sobrias, suaves y melancólicas; frente al fuego de las de juventud. Vuelve otra vez a la que considera principal cualidad del estilo, insistiendo en la claridad frente al estilo oscuro que denota un mal entendimiento, ya que el estilo no es una cosa voluntaria sino una resultante fisiológica. Las cosas, dice Bejarano, “deben colocarse una después de otra, tal como se piensan y dándoles la debida extensión (…) la dificultad, realmente, está en pensar bien”.

Otro tema que trata Azorín en este capítulo es lo innato, “si somos independientemente de nuestra voluntad”. Sobre esto, concluye que esas cosas nacen con el pensador, pero él debe saber encontrarlas. “el caos del mundo está esperando la intuición del artista, el modo. ¡Dichosos los que lo encuentran!” La fuerza de lo innato salta por encima de los preceptos sancionados y crea las nuevas estéticas. Y aquí define a Bejarano como un prerromántico de 1791, un hombre sin prejuicios que ignorado en su pequeño pueblo se coloca entre los buenos autores castellanos modernos. Concluye este capítulo, con otras sentencias que también podrán ser desarrolladas: “La sujeción a las reglas corta el vuelo al ingenio” “El buen gusto no se ha formado por las reglas, sino que éstas se formaron después por el buen gusto. Un natural feliz, aunque sea irregular, vale más que toda la exactitud del arte…”

El capítulo V lo dedica a describir poéticamente en prosa las estaciones del año, en sus dos escenarios: el pueblecito de Bejarano y el entorno más cosmopolita de Azorín. A pesar de ser hosco y áspero, el invierno es la estación preferida por Bejarano ya que considera que su clima es más sano y proporciona tiempo para largas tertulias junto al fuego.

En el capítulo VI, desarrollando lo expuesto en el anterior, introduce un tema de tertulia que le gusta discutir a Bejarano, acerca de si son más felices pastores o campesinos, asunto tratado por Feijoo, que también es muestra de su estilo (por cierto aquí hay un lapsus de Azorín[2] al indicar a Feijoo como contemporáneo de Bejarano). Feijoo describe las desgracias de los labradores pero indica que no tienen los problemas de falta de apetito o sueño que “sufren” las clases acomodadas. Azorín ha aprovechado un inciso al inicio de este capítulo, antes de plantear el asunto de tertulia, para introducir el tema de la barbarie en los suburbios de las grandes ciudades, tema en el que abandona la temática ilustrada para adentrarse en el modernismo y los problemas cotidianos de su época.

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En el capítulo VII, introduce el cuestionario sobre Ríofrío, que recibe Bejarano, para el ilustrado proyecto del Atlante. Azorín comenta estas publicaciones ilustradas sobre la descripción geográfica e histórica de España y la necesidad de mejorar el conocimiento del país, como una de las prioridades que se plantearon los ilustrados y que aún no cree resuelta. Asimismo, nos anuncia que Bejarano no contestó el cuestionario para Atlante, pero sí para su libro y él lo considera la parte más interesante del mismo: “Un pueblo castellano, castizamente castellano, que vemos vivir a través de una prosa limpia, socarrona a ratos, sencilla, familiar, con hondo sabor al terrazgo”.  A continuación, cita los datos reales que aparecen en el Diccionario Madoz de 1849 sobre Riofrío, para recordarnos la frase de Montesquieu acerca de que los españoles han hecho descubrimientos inmensos en el nuevo continente y no conocen el suyo, o sea su país, situación que, según Azorín, aún se mantiene. Esto le sirve para afirmar que “la base del patriotismo es la geografía. No amaremos a nuestro país si no lo conocemos” Otra más de las ideas ilustradas que va desgranando ese doble personaje del Bejarano del XVII y su alter ego azoriniano del XX.

En el capítulo VIII, que es el último antes del desarrollo del cuestionario, comienza tratando sobre la erudición de Bejarano, pero envuelta en una capa de ironía. Una ironía presentada como una sonrisa discreta, culta, dulce y fina; no como la risa sarcástica y superficial de Valera que lo “echa todo a broma”. Trata después sobre lo mucho que le place a Bejarano la soledad y el agua. Respecto a la soledad lo compara con Montaigne, en cuanto a ambos les place asimismo “el dulce y culto comercio humano”; esa dicotomía soledad frente a tertulia que no es incompatible sino complemento. Respecto al agua, le gusta tanto por la limpieza y, sobre todo, por la contraposición al alcohol una de las mayores lacras de esa sociedad rural sobre la que más adelante volverá a tratar.

Al final del capítulo, aparece el grito romántico de Bejarano, sobre el que ya se había preguntado Azorín en el capítulo II. Bejarano, que había aceptado su suerte y su destierro, recuerda las dulces y amenas tertulias de las ciudades y “por tales concurrencias suspiro y lloro, por ellas anhelo, y al que las disfruta envidio” ¿Dónde queda su resignación? La placidez de su relato hasta este momento queda rota por su grito de dolor romántico: “he dejado correr la pluma, no con el fin de que se me juzgue capaz de ser autor público, sino con el de divertir las penas del destierro y suspender por algunos instantes las lágrimas que me hace verter incesantemente mi desgraciado destino”. Como nos dice el autor, ese grito inesperado fija en nuestro corazón la memoria de este personaje.

A partir de aquí, el libro se estructura reproduciendo literalmente la contestación de Bejarano al cuestionario sobre el pueblo, que ocupa veinte y pico páginas, y en la que Bejarano aprovecha para introducir una serie de pensamientos propios. Inicia la contestación con una serie de reflexiones que muestran su erudición histórica con pinceladas irónicas, sobre la función de esos atlas histórico-geográficos y esa forma de ver el país y ayudar a los extranjeros a desplazarse por él. Une a esto las críticas al autor y al sistema de “corta y pega” de composición del libro, con un estilo a lo Torres Villarroel. Prosigue demostrando su erudición en temas topográficos, astronómicos y de literatura latina y, por fin, inicia la solicitada descripción del pueblo.

Trata con bastante extensión el tema de las aguas, y sus propiedades y cualidades, con una referencia explícita a Feijoo[3], lo que le permite explayarse en asuntos de erudición sobre física, química y botánica. Respecto a la historia y la heráldica del lugar, la cita con bastante ironía  y con una referencia a “los eruditos a la violeta” de Cadalso.

Azorín en 1954
Azorín en 1954 (Foto José Baiget). Archivo Casa-Museo Azorín de Monóvar

En la descripción de los aldeanos acrecienta su ironía “estatuas no hay, a no ser que se diga que sus habitantes lo son” (…) “Ellos no aspiran a empresa ilustre; permanecen indolentes en su estado de abatimiento” “Por mucho que se les predique quedan como antes (…) oyen con paciencia (…) mas al fin del discurso, se experimenta que nada les ha persuadido” “Primero habría que formales si los queremos persuadir”.  Incide en la falta de limpieza y entre toques irónicos va describiendo el pueblo y al maestro “que hablaba tantas lenguas, que no se le entendía ninguna”. Vuelve sobre el tema del alcoholismo y los problemas que le ha ocasionado en su relación con los aldeanos y cómo ha debido resolverlos. Prosigue la detallada descripción del lugar y sus aledaños, y su aversión por las serpientes, lo que le da ocasión para volver a citar a Feijoo. Por último, se despide reiterando que si ha he escrito esta descripción no ha sido para que se le reconozca como autor, sino para “divertir los enfados de la soledad, las penas del destierro, y suspender las lágrimas que me hace verter incesantemente mi desgraciado destino”. El grito de protesta vuelve surgir descubriendo su honda soledad que ha querido ocultarse a sí mismo, durante buena parte de su exposición.

En el Epílogo vuelve a tomar la palabra Azorín despidiéndose de su personaje. Lo deja entre sus montañas y sus libros, teniendo que bregar con esos toscos labriegos frente a los que debe abandonar su suavidad y mostrarse tan fiero como ellos, si no quiere que le pierdan el respeto. Bejarano lee mucho y, como dice Montaigne, la lectura entristece, produce melancolía, y nos hace prisioneros de los libros que amamos. El personaje se aleja, nos ha mostrado su interior y su entorno, y hemos descubierto su sensibilidad en medio de un medio rudo y violento. Como última reflexión, Azorín se pregunta si es mejor la imagen que ha leído de ese pueblo que el pueblo en sí, y si vale la pena visitarlo. “Los lugares mueren como los hombres —cita a Joubert—, aunque parezcan subsistir”. Se apaga la imagen fugaz de un pueblo que no hemos visto, como un sueño que queremos recordar y no recordamos…

¿Existió realmente este libro o es una invención de Azorín?

¿Existe realmente este libro del que habla Azorín o es una pura invención del autor que le sirve para desarrollar un híbrido entre novela y ensayo? Un crítico[4] dice que no existe el libro como tal, y que el personaje de Bejarano puede ser una mezcla entre el Duque de Béjar y un dominico sevillano llamado Pedro Bejarano; otros, como Ortega [5], no lo dicen expresamente pero parece que crean que es una obra inventada; y otros simplemente no tocan el tema quizá por no conocerlo.

No obstante, M. A. Lozano[6] documenta fehacientemente la existencia del libro original, de mucha más extensión que lo extractado por Azorín: Comenta que tiene dos tomos y que en la biblioteca de la Casa-Museo Azorín en Monovar se conserva el primero, subrayado por el autor, que es el tomo del que procede la mayor parte de la novela. Demos por buena, entonces, la existencia de la novela, aunque ello no nos invalide comentarios respecto a la identificación o cruce de alter ego entre autor y protagonista, tal como efectúan la mayor parte de sus críticos.

Ensayos específicos sobre esta obra, u otros sobre Azorín o relacionados con sus influencias y estilo:

 Azorin. “Los valores literarios. La inteligencia de Feijoo”

Para comenzar, lo mejor es leer al propio Azorín[7] cuando se refiere a un libro de Miguel Morayta “ El padre Feijoo y sus obras”[8], lo que le da ocasión de comentar al comentado. Dice de él que escribió infatigablemente hasta los 80 años y que hizo milagros de erudición con los no muchos libros que tenía en su celda, y que su intuición fina y delicada suplía muchas veces su falta de materiales; y aquí podríamos enlazarlo con el Bejarano azoriniano, erudito en su destierro de Riofrío, apartado de sus bibliotecas y tertulias.

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Prosigue Azorín loando la sensibilidad delicada de Feijoo que presupone una inteligencia viva, dice: “lo que en Feijoo domina es la inteligencia. No confundamos inteligencia con la memoria; tal confusión es corriente en la vida diaria. Se puede ser un hombre de una vastísima cultura (un formidable erudito o un maravilloso orador) y ser un hombre muy poco inteligente. La inteligencia implica originalidad; y la originalidad es rebeldía. Cuanto más inteligente sea un hombre más rebelde será, es decir, menos conformista, menos aceptador de lo ya hecho, de lo ya pensado, de lo ya sentido”. Azorín muestra estos rasgos feijonianos en boca de Bejarano, en el capítulo II del pueblecito y luego en la suya propia, al diferenciar cultura de inteligencia; y en ese mismo capítulo ya se pregunta sobre la posible rebeldía del personaje (aún sin aflorar). Luego trata el tema de lo innato (la inteligencia) en el capítulo IV, y desarrolla al personaje como un “prerromántico” que cree que “la sujeción a las reglas corta el vuelo al ingenio” enlazando con el anterior concepto de rebeldía e inteligencia en Feijoo. Por último, la rebeldía de Bejarano, se confirma y estalla al final del capítulo VIII al aflorar su grito de dolor romántico a consecuencia de su destierro, lo que da fijeza al personaje y confirma la teoría expuesta sobre Feijoo y sus connotaciones con Bejarano.

Al final del artículo, Azorín trata el tema del estilo en el lenguaje, indicando que Feijoo opina que la modernidad del lenguaje clasicista consiste en que la belleza de la obra de arte se vea en la cantidad de vida que esta tenga y no en una ridícula imitación de modelos pretéritos. “Todo el cuidado se pone en hinchar el verso con hipérboles irracionales y voces pomposas; con el que sale una poesía hidrópica y que da asco y lástima verla. La propiedad y naturalidad, calidades esenciales sin las cuales ni la poesía ni la prosa jamás pueden ser buenas (…) los mejores pensamientos se desfiguran con locuciones afectadas”. Este tema lo trata en el capítulo IV al indicar cómo escribe Bejarano: de una forma tan sencilla “que el que lo lea piense que no es nada (…) Claridad e ir derechamente a las cosas; lo sencillo es lo artístico”. En otras palabras, lo que ha dicho Feijoo.

En resumen, este pequeño artículo, en el que se resume “La inteligencia de Feijoo”, nos da una serie de claves sobre Azorín y Bejarano, este último discípulo de la escuela de la racionalidad del individuo, que por ello, por ser el dueño de su pensamiento, también puede ser rebelde y preanunciar el romanticismo.

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Ortega y Gasset. Azorín: Primores de lo vulgar (1917)

Este ensayo de 35 páginas trata de Azorín, su obra, su estilo y sus intereses creativos, y a la vez le sirve a Ortega para desarrollar sus propias teorías y reflexiones literarias, filosóficas y políticas. La excusa del ensayo, es el libro del que estamos tratando “Un pueblecito…”. Ortega tuvo que conocer el libro inmediatamente a su publicación, sino fue antes ya que indica que escribió básicamente este ensayo en 1916.

Inicia sus comentarios, diciendo que oír el nombre de Azorín es “una invitación para deslizar la mano una vez más sobre el lomo del pasado…” y que el título ya nos dice mucho “Un pueblecito… (…) algo minúsculo, sencillo, lindo, luminoso, lejano. ¡Qué encanto! Mas por lo mismo, algo débil, pobre, angosto, perdido, lamentable y pretérito. ¡Qué pena!”. Destaco este comentario inicial porque aquí Ortega ya nos da pistas sobre su admiración por Azorín y sus concordancias, pero también sobre su distinta forma de enfocar muchos aspectos.

Define a Azorín como todo lo contrario a un “filósofo de la historia”[9], por su genial inversión de la perspectiva hacia lo minúsculo, reduciendo lo monumental a un breve ornamento. Esto dice que es de gran utilidad, ya que “obran sobre nosotros cien años de política y de pedagogía, que son dos disciplinas de insinceridad. El político para convencernos y el pedagogo para mejorarnos, nos habitúan a no percibir nuestra realidad íntima”. ¿Cien años dice Ortega, el siglo XIX borrado de un plumazo? ¿Salvará a la ilustración, a ese XVIII que recrea Azorín? Lo veremos quizá entre líneas, porque Ortega no afronta directamente el tema central del estudio que estamos realizando, “la afinidad del estilo de Bejarano con el de los escritores ilustrados”. Ya hemos indicado que comentará el estilo de Azorín y aprovechará para introducir sus ideas propias. No obstante, y la falta de respuestas claras de Ortega a la pregunta que titula este estudio, considero importante este ensayo y analizándolo se pueden obtener conclusiones interesantes.

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Continuando con su visión de la “filosofía de la historia”, nos dice que da una interpretación racional de la vida (ilustrada, por tanto), pero deja fuera el texto vital (el sentimiento, que metafóricamente asocia a los latidos del corazón). Ortega coloca a Azorín entre los suyos, los que consideran que las emociones de cada uno son lo primero en nuestro universo. Continúa remarcando que: “cultura es fidelidad consigo mismo, una actitud de religioso respeto hacia nuestra propia y personal vida (…) Un ser que desprecia su propia realidad no puede verdaderamente estimar nada ni saber de él nada verdad”. Azorín queda definido como “un sensitivo de la historia” [10](que no filósofo), que ordena el pasado en busca de un estado de perfección, en que el progreso será real si las metas propuestas satisfacen. Hay que catar el “sentimiento vital” de las edades del hombre a través de los tiempos y esto constituye el arte de Azorín.

Según Ortega hay que comparar nuestras emociones vitales con las que trascienden de vidas ajenas, sobre todo antiguas. ¿Somos más felices o más tristes que ellos? ¿Camina el mundo hacia una cordial satisfacción o perdura la distancia entre anhelos y realizaciones? Para él, las mejores producciones de Azorín parten de un libro viejo, un edificio o un cuadro antiguo, o alguien muerto; pero nunca es un erudito o un arqueólogo, ya que esas personas u objetos no son hechos pasados sino hechos revividos.  Aquí está insinuando el alter ego Azoriniano representado por Bejarano y la revivida imagen del pueblecito.

Después de esta larga introducción, Ortega se refiere al libro[11] y a esa oposición entre el Bejarano (delicado, fino, inteligente, sensual) y la vida de Riofrío (ingrata, áspera, elemental, bárbara), y sospecha que Azorín está haciendo una autobiografía al presentarnos a Bejarano; esto se confirma al final del libro cuando se despide de él diciendo “siento como si fueran míos, tus dolores”. Prosigue, indicando que esta afinidad entre el cura y el escritor duplica la intensidad de cada una; gracias a Azorín entendemos mejor la emoción vital de Bejarano, y gracias a éste la amarga ironía que gime el corazón de Azorín. Es el robustecimiento de una personalidad cuando se encuentra a sí misma en otra; y esto es lo característico del innovador acompañado de nombres antiguos, a quienes su innovación dota de nueva actualidad. A esto lo llama Ortega “sinfronismo[12] o “coincidencia de sentido entre hombres o entre circunstancias desparramadas por todos los tiempos”, e indica que las personalidades fuertes se internan por los siglos en su busca (Azorín), mientras las más débiles se contentan con buscas sincronismos con los hombres y hechos de su época.

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En una digresión sobre la correspondencia que mantiene con una dama acerca de la lectura, nos dice Ortega que “la lectura (…) constituye un lujo espiritual (…) merced a ella conseguimos realizar lo que sólo como posibilidad latía en nosotros”, ha de ser más germinación interior que estudio y aprendizaje. Luego indica que la lectura de una página puede liberar lamentos prisioneros en el blanco silencio del alma y que “el benéfico ministerio de la crítica literaria consiste simplemente en detener su corazón sobre esta página, como una abeja sobre un tulipán”. Entre líneas, coincide con el criterio antierudito de Montaigne – Bejarano – Azorín; no obstante, esa defensa de la lectura como fuente de placer, contrasta con la afirmación que Azorín pone en boca de Montaigne, en el Epílogo de su libro, en el sentido que la lectura entristece, produce melancolía y nos hace prisioneros de los libros que amamos.

Continúa Ortega indicando que los hombres selectos[13] (incluye entre ellos a Azorín-Bejarano), tienen que aceptar la trágica condición de su propia vida, mientras los triviales coinciden siempre con su alrededor;  y afirma que la distancia entre selectos (los mejores) y triviales (los muchos, la masa) nunca ha sido tan grande en España como en la actualidad. Reafirma lo anterior indicando que, pese a lo que digan los políticos izquierdistas, la España de la inquisición era más culta que la actual, porque odiaba al intelecto pero creía en él, en su poder vital y por eso se le temía y urgía reducirlo a cenizas[14]. Ortega cierra la primera parte de su ensayo con la mención al grito, al “suspiro y lloro” de Bejarano por su destierro, y a la identificación de Azorín: “siento como si fueran míos tus dolores”, comparando la hostilidad campestre de Riofrío con la espiritual de su Madrid. Dice: “En Azorín resuena la sobria quejumbre de Bejarano”. Como estrambote a esta soledad compartida, en sus distintos “habitats”, de Bejarano y Azorín (dos selectos con espíritu sinfrónico), introduce entre ellos a Larra y su grito “Escribir en Madrid es llorar…” y remata indicando que lo podrán leer con “emoción sinfrónica las ocho o diez personas que en España se dedican al puro afán literario”[15]

Historia de la crítica literaria
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En la última parte, Ortega va a tratar de lo costumbrista y el casticismo[16]. Para él, Azorín tiene sensibilidad para lo “costumbrero”, por lo que poetiza los trabajos repetitivos y anónimos de quienes ejercen oficios y labores, con afanes contrarios a los del escritor innovador, “Azorín ve en la historia no grandes hazañas, ni grandes hombres, sino un hormiguero solícito de criaturas anónimas…” y eso le parece un acierto, “porque los que han querido buscar en nuestra patria personajes poéticos de acusada individualidad han fracasado misérrimamente”  Ortega cree que “continuamos viviendo las formas de la edad media y que la más profunda es la carencia de personalidad individual”, así la historia al gusto moderno, en vez de ocuparse, como la antigua, en los grandes actos y hombres, “contempla la silueta de la masa anodina y sometida que avanza empujada por su corazón lento” (falta de sentimiento innovador). Azorín “no ha sabido formarse una ideología independiente y permanece fiel al credo del siglo XIX y piensa la vida histórica como tejida por el menudo afán innumerable de hormigas humanas”.

Al casticismo lo considera un deshonor literario, a pesar de lo ensalzado que ha sido “el imperativo del casticismo” en nuestro país. Por ello, distingue y alaba a Azorín llamándolo “poeta de lo castizo”. Frente a esa “más que sospechosa obsesión de que vamos a perder nuestra peculiaridad (…) Un yo poderoso no pierde tiempo en temores de ser absorbido por otro; antes al contrario, está seguro de ser él el absorbente”. “El casticismo es el gesto fanfarrón que la debilidad hace para no ser conocida”. “Es un ridículo espectáculo de un pueblo que dedica su existencia a demostrar científicamente que existe”. En cambio, lo castizo significa lo espontáneo, por eso no puede coinvertirse en una norma, ni reducir a España a la de uno o dos siglos que ya pasaron, por lo que carece de sentido proyectar como norma de lo venidero lo que un pueblo fue en el pasado. “Un escritor casticista es un imitador, no un poeta (…) Nada menos casticista que Azorín (…) su tema es lo castizo. He aquí su acierto y su mayor mérito”. Azorín no se ahoga en el pasado, hace de lo castizo su objeto, su materia, pero no su obra que es actual. “No efectúa una restauración histórica ni una descripción de costumbres (…) El pasado no finge presencia y actualidad, sino que el presente se sorprende a sí mismo como habiendo pasado ya, como siendo un haber sido”. Concluye, diciendo que “el casticista ignora la modernidad y el poeta de lo castizo, Azorín, hace que la modernidad sea reabsorbida por el pasado de donde salió. En estos párrafos Ortega es “más azorinista que Azorín” o se empeña en justificar diferencias que parece que a Azorín no le preocupan mucho, ya que él dice que “nadie defiende con más ahínco que Bejarano el casticismo”[17], y defiende, en la línea del ensayo sobre el casticismo de Unamuno o anteriormente de los ilustrados, apropiarse de las innovaciones europeas para integrarlas en nuestro ambiente.

Concluye Ortega, indicando que Azorín insiste en la vida como repetición, eco y resonancia; y “el presente como cauce nuevo donde se perpetúa la fluencia del pretérito”. No se encuentra a sí mismo, si no se encuentra en otro, y al oír el suspiro de Bejarano descubre en su pecho el mismo rumor de quejumbre, como la rima consonante de un pareado.

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En resumen, en este estudio de Ortega sobre Azorín y más concretamente sobre la obra que nos ocupa, hay una serie de referencias muy interesantes sobre Azorín y “El pueblecito…” que hemos destacado; pero, por otra parte, Ortega aprovecha la ocasión para introducir, un poco forzadamente, ideas que desarrollaría posteriormente. Extraña en el artículo la falta de referencias directas a los escritores del XVIII, claros modelos que utiliza Azorín para referirse a Bejarano y que están reflejados en numerosos párrafos en cuanto a temas y estilo.

 Miguel Ángel Lozano Marco. La literatura como intensidad. Seis lecciones (1988)[18]

Lozano Marco titula el capítulo tercero de su obra: “Azorín. Una lectura de Un pueblecito: Riofrío de Ávila” y en 15 páginas desarrolla un artículo que sí se dedica totalmente a analizar el libro y el original de Bejarano (no como en el caso de Ortega, que lo usa bastante como pretexto). Ya he indicado que es el único critico que he encontrado que documenta la existencia real del libro. Además, va comparando el libro de Bejarano con el de Azorín.

Comienza destacando la originalidad de toda la obra de Azorín y que “Un pueblecito…”, al igual que la mayor parte de sus libros de esa época, es fruto de sus lecturas.  Lo peculiar de ésta es que no le dedica un artículo sino un libro entero, y que además transcribe un largo pasaje del libro, corrigiendo puntuación y ortografía a los usos actuales; por ello, Azorín se convierte “en un editor de un texto del XVIII que le ha atraído por su valor literario”[19] . Además, engloba este libro en la categoría de los anodinos, vulgares y humildes, donde “suele estar el verdadero espíritu de un pueblo”. Azorín dice[20]Leo por placer (…) no por erudición”, si se lee por erudición se puede perder el espíritu del autor y por placer, aunque se pierdan detalles, se coge el espíritu de la obra que es su valor más verdadero. Según el escritor, es la sensibilidad lo que nos acerca a la verdad (que es subjetiva), no la inteligencia. Estas disquisiciones sobre cultura, erudición, inteligencia y sensibilidad, aparecen en distintas partes del libro, pero destacamos el capítulo II. Azorín, no nos quiere dar a conocer el libro de una forma erudita, sino trasmitirnos su lectura selectiva. Bejarano, tal como analiza Lorenzo Marco[21], es el típico erudito del XVIII que escribe para “reformar costumbres, combatir errores y trabajar por el progreso de la patria”  y se considera un discípulo de Feijoo. Dice Bejarano (en una parte no reproducida por Azorín) “la obra de Feijoo es poco leída por el común de las gentes por ser voluminosa y costar mucho y esta es la causa de que se hallen en una muchedumbre innumerables errores que tan docta y eruditamente confutó” y confiesa haber tomado párrafos enteros de Feijoo.

Nos dice Lorenzo Marco, que la parte más subrayada por Azorín fue la correspondiente a la “Teoría del estilo” lo que nos indica la importancia que le daba el autor. También, subrayó doblemente la frase correspondiente al grito romántico final “Por tales concurrencias (las tertulias de las ciudades) suspiro y lloro, y por ellas anhelo, y al que las disfruta envidio”. Para el crítico, el ensayo azoriniano es una obra “sobre la literatura, la lectura y la escritura: se escribe porque se lee, y el resultado de la lectura y escritura es la creación de una imagen del mundo, de una imagen de la realidad más atractiva y perfecta que la misma realidad, puesto que esta realidad no cobra un sentido hasta que se lo da nuestra sensibilidad”; y este es un resumen que considero muy interesante.

Los valores literarios
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Comenta, asimismo, este crítico el sinfronismo orteguiano[22] entre Azorín y Bejarano, y la necesidad de que previamente le impresionara y estimulara ese personaje protagonista de su propio libro. También cita el casticismo, a mi parecer de una forma más sencilla y clara que Ortega, y en cuanto al estilo destaca la sencilla fórmula “colocad una cosa después de otra”. En cuanto a las influencias de Bejarano, resalta la que cita Azorín de Montaigne y precisa que las cinco veces que es citado en “El pueblecito…” lo es trazando vinculaciones con Bejarano.

Lorenzo Marco concluye indicando que es en el prólogo y en el epílogo de la obra donde Azorín nos da la clave de su arte y su actitud vital. En el prólogo, en su búsqueda de libros y su imaginada vejez dedicado a la lectura, y en el epílogo con su confesión de que nuestra prisión son los libros.

De todos los ensayos críticos consultados, éste parece el más riguroso en cuanto al análisis del libro en sí y de lo que le dio origen. No obstante, como en los demás, faltan más referencias a la influencia concreta de los ilustrados del XVIII, maestros directos y próximos de Bejarano e muy influyentes en Azorín.

 Juan Marichal. Voluntad de estilo (1957)[23]

En su ensayo sobre el estilo, Marichal dedica su capítulo VII a Feijoo y el VIII a Cadalso, de donde extractaremos algunas partes que tienen relación con “El pueblecito…”, su estilo, y la pregunta que nos realizamos al inicio de este trabajo. Destacamos ya en el prólogo la frase de Unamuno: “El estilo es el camino, y la vez lo que camina es como un río. No un camino por el que se va, sino un camino que nos lleva”. Cuando comenta que el autor tiene que contar con la novelística anterior y los mundos ficticios creados por sus antecesores, pone como ejemplo  a Azorín[24] y su autoenlace con Montaigne y remarca que se debe tener en cuenta al auditorio potencial del libro, en el sentido de articular con él la necesaria verosimilitud. Más adelante, remarca que los autores del XVIII (Feijoo, Cadalso y Jovellanos) tienen como empresa “tender puentes verbales e ideológicos entre los españoles”, lo que también fue interés de  Azorín.

Azorín en su gabinete de trabajo
Azorín en su gabinete de trabajo por «Campúa»

Cuando en el capítulo sobre Feijoo comenta su estilo[25], indica que lo sentía suyo, emanado de su persona, con naturalidad y no imitado de nadie, en la línea de Montaigne. Aquí se tiende un puente hacia Bejarano y su alter ego Azorín, que nos han hecho similar referencia y práctica. Indica, asimismo, que para Feijoo cuentan las necesidades del público, sus lectores, y por eso escribe de una forma simple sobre temas científicos y filosóficos; y eso es algo que también tuvieron en cuenta Azorín y Bejarano al describirnos el lugar de destierro. Concluye  citando que es  un buen platicador “que sacrifica la pluma al bien común” al ser su norma “usar de las locuciones más naturales y más inmediatamente representativas de los objetos” y entre uno de sus seguidores cita a Azorín; este libro constituye un buen ejemplo”.

Cuando trata en el capítulo VIII sobre el estilo de Cadalso[26], nos dice que en su carta XLIX atribuye la decadencia de la lengua española a los excesos en la flexibilidad del idioma y la poca economía de figuras y frases de los escritores del XVII; por otra parte, resalta la afinidad de los primeros noventaiochistas por la obra de Cadalso y por el siglo XVIII, a causa de la semejanza de su situación vital y su esfuerzo por querer crearse un estilo literario propio.  Tanto en una como en otra referencia aparece la figura de Azorín como discípulo de estas ideas. Distingue Marichal a los neoclásicos (hombres de bien del XVIII) de los románticos posteriores, en cuanto no tenían el sentimiento de alineación social de estos últimos; “su conciencia minoritaria no constituía motivo de angustia (…) tenían fe en la fuerza cohesiva y expansiva de la amistad (…) uno de los mayores gozos de la vida humana (…) único medio para la transformación social y espiritual de España”.  También distingue a los escritores del XVIII de los del 98, ya que estos últimos “esperaban de las palabras la revelación verbal de sus únicas esencias personales”. Los “hombres de bien” no tenían que ocultarse en la retórica, para ellos la tertulia y su persona constituían una única unidad resonadora sometiéndose a una auto-laminación interior y, “obsesionados por su afán de integridad verbal, no pudieron sentir, como los románticos, el misterio de la palabra y su supuesta insuficiencia para la expresión humana”. Concluye, Marichal, citando la actitud ética representada por el estilo del justo medio como elemento permanente de la historia literaria: “El escritor se encuentra entonces en la dramática situación del hombre que ha se sacrificar su singularidad estética para no perder su honestidad personal”

Inman Fox. “Azorin, Castilla” (1991)

Dice Inman Fox[27], en un ensayo no dedicado a “Un pueblecito…”, aunque en parte se puede aplicar a esa obra, que Azorín niega la idea de que se puede conocer la realidad independientemente del ser que participa en la realidad de conocer. Uno no se puede colocar fuera del mundo observado, hay que colocarse dentro de la realidad observada como parte casi íntegra de ella. Las cosas que describe Azorín, no pertenecen a una realidad concreta que haya visto; esos pueblos, paisajes y vidas, son imágenes encontradas en otros escritos, o el texto es una interpretación de una realidad observada. El resultado es que lo observado se convierte de una realidad, es la interpretación que su sensibilidad hace de ella: pasa de pintar las cosas a pintar su idea de las cosas, y sujeto y objeto se funden. Para Fox la obra de Azorín se convierte en metaliteratura; el autor irrumpe en las páginas de sus ensayos y el foco pasa de lo descrito a la experiencia de aprehender o conocer estas cosas. Eso hizo que Azorín se colocase a inicios del siglo XX en la vanguardia de los escritores que empezaban a formular las bases para una visión del arte y la cultura decididamente nueva.

José Martínez Ruiz (Azorín)
José Martínez Ruiz (Azorín) por Joaquín Sorolla

Cesar Pérez Gracia. La novela dieciochesca en Azorín (2004)

Pérez Gracia[28], cita en el título la influencia dieciochesca en Azorín y toma como hilo la obra que estamos analizando, pero en mi criterio el texto no responde a las expectativas. Ya hemos indicado[29] que cree la novela de Bejarano es una obra inventada, teoría que rebate fehacientemente Lorenzo Marco. Aparte de esto, efectúa indicaciones del ya citado ensayo de Ortega[30] y de la “socarronería” de Bejarano, según él un cierto tonillo de guasa erudita que  prefigura el de Borges–Pierre Menard. Otra de sus tesis es prolongar el efecto sinfrónico orteguiano, entre el mismo Ortega y Azorín, tema en el que no le creemos acertado por no atenerse a la propia definición de Ortega que requiere distinta temporalidad para que se dé la sinfronía. Asimismo, cita que en el XVIII, ni Villarroel, ni Cadalso, ni Moratín, escribieron novela dieciochesca y tuvo que hacerlo Azorín en el siglo XX. Luego se extiende en otros temas sobre las relaciones de Azorín con el XIX o el ya citado ensayo orteguiano, que nada aportan al título de este análisis. En resumen, cito artículo tan sólo para indicar que aporta muy poco nuevo y en varios temas creo que yerra.

Repaso final de “Un pueblecito” y sus influencias, como complemento de lo anterior.

A lo largo de este trabajo he citado a varios críticos que tratan sobre “Un pueblecito…”, su autor, o el libro de Bejarano; y, además de comentar estas obras, he intentado buscar afinidades con los escritores ilustrados, lo que no siempre ha sido fácil porque no he encontrado ningún análisis específico que relacione a Azorín, y en particular a esta obra, con los escritores del XVIII, a pesar del título o introducción de alguno de ellos.

En un repaso final, para complementar lo dicho acerca de las influencias de los ilustrados, he de volver a citar a Montaigne, como precursor, que aparece varias veces en “Un pueblecito…”. Él es considerado el maestro de un tipo de ensayo cuya clave de éxito fue la fácil comunicación con el lector, y que fue el modelo de Feijoo. Feijoo no se consideraba un erudito, sino un divulgador de conocimiento que utilizaba un estilo conversacional y ameno, en lo que podría considerarse un híbrido del ensayo y el periodismo; por ello, se le considera el iniciador de estas disciplinas modernas en España. Concretamente, Azorín decía de él que era quien comenzó a usar la prosa moderna en España por su agudeza de criterios, claridad, discreción y por saber esparcir amenidad en los asuntos áridos. Bejarano, que escribe medio siglo después de la publicación del Teatro Crítico, se considera fundamentalmente discípulo de Feijoo, al que alaba y cita. En numerosos párrafos del libro hay claras referencias a los temas feijonianos.

También hay referencias a Caldalso como, por ejemplo, la ironía satírica de los “Eruditos a la violeta” que asoma en algunos partes de “Un pueblecito…”; y a la que se hace referencia concreta cuando, en la respuesta al cuestionario, trata del escudo de armas. Este es un aspecto que destaca específicamente Azorín respecto a Bejarano, al oponerlo a la superficialidad y sarcasmo de Valera; tema en el que, como indica Rodríguez Fisher[31], Azorín no está muy acertado.

Azorín con su esposa.
Azorín con su esposa.

Asimismo, encontramos referencias a Jovellanos respecto a los Discursos sobre ciencias naturales, geografía y economía, en la descripción del entorno e historia del pueblo. Aunque Bejarano es coetáneo de Jovellanos, si pudo estar influido con la importancia de esos temas y su estilo. La “Descripción del castillo de Bellver”, podría asimilarse de alguna manera al destierro de Bejarano en cuanto a su aprovechamiento de la situación, pero la de Jovellanos es posterior, ya que ocurrió a inicios del XIX mientras “Un pueblecito…” se publicó en 1791; no obstante, si refleja la similitud de comportamiento de estos personajes ante las situaciones de alejamiento de los círculos intelectuales. También, en cuanto a alejamientos, podemos referirnos a la actitud de Cadalso, ya que sus destinos forzados fuera de la Corte le supusieron un estímulo intelectual.

Otro antecedente claro, del estilo de esos autores, es “Boileau[32], cuando en su “Art poetique” afirma que “una escritura clara es reflejo de un pensamiento claro. Antes de escribir, aprended a pensar. Cuando se tiene ideas confusas se opta por la oscuridad…” Esta idea la repiten tanto Azorín como Bejarano en el capítulo IV, cuando tratan de “Teoría del estilo”. También dice Boileau que hay que tener talento natural y luego guiarlo con una cierta disciplina, idea que también repite el libro, en el citado capítulo IV, cuando habla sobre lo “innato”. Otro de sus preceptos que fue guía del clasicismo, es el horaciano “aut delectare aut prodesse”, que queda reflejado tanto en el libro de Azorín como en el de Bejarano, que le sirve de sustrato.

En resumen, son muchas las influencias de los escritores ilustrados en la obra de Bejarano, sobre todo porque él se considera un discípulo de ellos en general, y en concreto de Feijoo. También se encuentran estas referencias en libro de Azorín, que de alguna manera se funde con el personaje desterrado, un siglo atrás, en la serranía de Ávila.

Principal bibliografía consultada
  • Azorín. Un pueblecito. Riofrío de Avila. Dossier “Ana Rodríguez. U.B. Filología Hispánica Curso 2009-10
  • M.A. Lozano Marco. La literatura como intensidad. Seis lecciones. Ed. Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante, 1988.
  • Benito Jerónimo Feijoo. Teatro crítico universal. Edición de A.R. Fernández González. Ed. Cátedra, Madrid, 1980
  • José de Cadalso. Cartas marruecas y Noches lúgubres. Edición E. Martínez Mata. Ed. Crítica, Barcelona, 2008.
  • César Pérez Gracia. “La novela dieciochesca en Azorín” Revista Cuenta y Razón, nº 134
  • José Ortega y Gasset. Azorín: Primores de lo Vulgar. Obras Completas. Tomo II.
  • Miguel Ángel Lozano Marco. La literatura como intensidad. Seis lecciones. Ed. Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante, 1988.
  • Juan Marichal. Voluntad de estilo. Seix Barral, Barcelona, 1957
  • Davis Viñas. Historia de la crítica literaria. Ariel, Barcelona, 2008
  • E. Inman Fox. “Azorín, Castilla”. Ed Espasa Calpe, 1991
  • Historia y crítica de la literatura española. Vol. 4/1 Ilustración y Neoclasicismo. Edición Francisco Rico. Ed. Crítica, Barcelona, 1992

[1] M.A. Lozano Marco. La literatura como intensidad. Seis lecciones. Ed. Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante, 1988. Pag. 45.

[2] Un pueblecito. Dossier “Ana Rodríguez. U.B. Filología Hispánica Curso 2009-10. Pag, 555.

[3] Tomo VIII. Discurso X.

[4] César Pérez Gracia. “La novela dieciochesca en Azorín” Revista Cuenta y Razón, nº 134

[5] José Ortega y Gasset. Azorín: Primores de lo Vulgar. Obras Completas. Tomo II.

[6] Miguel Ángel Lozano Marco. La literatura como intensidad. Seis lecciones. Ed. Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante, 1988. Pag. 45..

[7] Azorín. Los valores literarios. Ed. Losada, Buenos Aires, 1957. Artículo “La inteligencia de Feijoo” Pags. 81-82

[8] Miguel Morayta. El Padre Feijóo y sus obras, F. Sempere, Valencia, 1912.

[9]José Ortega y Gasset. Azorín: Primores de lo Vulgar. Obras Completas. Tomo II. Pag. 162

[10] Obra citada. Pag. 162

[11] Obra citada. Pag. 165

[12] Obra citada. Pag. 167

[13] Obra citada. Pag. 169

[14] Ortega nos está anticipando ideas futuras que desarrollará en “La rebelión de las masas”, y que aunque teóricamente sean admisibles (qué no es admisible de discusión), considero que pueden llegar a ser muy peligrosas cuando las manejan personas ávidas de poder, que piensan que tienen la verdad absoluta o que se consideran superiores a los demás. A la historia del siglo XX me remito.

[15] Como se ve, el elitismo de Ortega era extremo, y los selectos realmente excepcionales en España.

[16] Obra citada. Pags. 185-189

[17] « Un pueblecito… » Cap. III “Europa, o Blanchard y Rousseau”

[18] Miguel Ángel Lozano Marco. La literatura como intensidad. Seis lecciones. Cap. III: Azorín. Una lectura de Un pueblecito: Riofrío de Ávila. Ed. Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante, 1988.

[19] Obra citada. Pag. 46

[20]  Azorín. Clásicos y modernos. Pag. 143

[21] M.A. Lozano Marco. La literatura como intensidad. Seis lecciones. Pag. 51

[22] Obra citada. Pags. 54-56

[23] Juan Marichal. Voluntad de estilo. Seix Barral, Barcelona, 1957

[24] Obra citada. Pag. 13

[25] Obra citada. Pag. 172

[26] Obra citada. Pag. 190

[27] E. Inman Fox. “Azorín, Castilla”. Ed Espasa Calpe, 1991, pp 47-53

[28] Cesar Pérez Gracia. La novela dieciochesca en Azorín. Rev. Cuenta y Razón, nº 134 (2004) Pags. 45-48

[29] Ver apartado: ¿Existió realmente este libro o es una invención de Azorín”

[30] José Ortega y Gasset. Azorín: Primores de lo Vulgar. Obras Completas. Tomo II. Pag. 162

[31] Ana Rodríguez Fischer. Clases de Literatura Moderna, UB, curso 2009-2010

[32] David Viñas. Historia de la crítica literaria. Ariel, Barcelona, 2008. Pags. 181-186


 

Ricardo Fernández Esteban

Ricardo Fernández Esteban

Ricardo Fernández Esteban, nacido en Barcelona, es ingeniero industrial y licenciado en filología hispánica. Ha dedicado su vida profesional a las finanzas de empresa, ejercido la docencia en universidades y escuelas de negocios, y participado en numerosas asociaciones profesionales.

Aunque siempre le interesó la literatura, ha comenzado a publicar en este siglo cuando pudo adquirir el tiempo necesario.

Dentro del género poético, empezó con la edición de una trilogía, “Cuadernos de las islas griegas”, que describían lo visto y sentido en sus viajes por las islas griegas; y recientemente ha publicado “Por las islas griegas”, un libro de viajes a modo de guía poética y personal que recorre más de 20 años de estancias y travesías por más de 70 islas y los mares que las rodean. Además, tiene editado un libro de poemas sobre la adicción por la navegación y las islas, “Islario de pasiones” (del que existe una versión bilingüe en griego y castellano), que duda entre seguir en el camino o buscar un destino; un libro de rimas, “Pensando en ti y en vosotras”, sobre las relaciones del narrador con las mujeres que se han cruzado en la senda de su vida; un poemario digital inspirado en la pintura, “De museos por Madrid”, que permite ver las obras de que tratan los poemas; y un tratado de métrica, “Métrica poética del español”, donde analiza con numerosos ejemplos todos los elementos que distinguen a los poemas de la prosa, dirigido tanto quienes escriben como a los lectores de poesía.

También ha publicado un libro de minirrelatos, “Cuentas de cuentos”, que busca conseguir la complicidad y sorpresa del lector en esas cortas historias que destilan la vida de sus personajes. Asimismo, ha participado en numerosas antologías y mantiene desde 2010 un blog de poesía “La palabra es mágica” (lapalabraesmagica.blogspot.com) en el que divulga obra propia publicada o inédita, y de otros poetas, que ya ha superado el millón doscientas cincuenta mil visitas.

Organiza y participa en numerosos actos culturales y es ferviente defensor de acercar la poesía y la literatura al público, con medios tradicionales o innovadores. Es miembro de la Junta Directiva del colectivo de escritores “El Laberinto de Ariadna” y de la ACEC (Asociación Colegial de Escritores de Cataluña).

BIBLIOGRAFÍA

POESÍA

Cuadernos de las islas griegas, 2006.
Adendas del Dodecaneso, 2009.
Más islas, más adendas de Grecia, 2010.
Pensando en Vosotras, 2011. SIAL Ediciones, Madrid.
De museos por Madrid, 2020&2023. Digital en Amazon.
Islario de pasiones, 2020&2021. Papel y digital en Amazon.
Νησολόγιο παθών / Islario de pasiones, 2021, Editorial Παράξενες Μέδες, Rethymno (Grecia). En edición bilingüe traducida por Maira Fournari.
Por las islas griegas, 2021&2023. Papel y digital en Amazon.
Pensando en ti y en vosotras, 2023. Papel y digital en Amazon.
La palabra es mágica, (2010-2023). Blog poético: www.lapalabraesmagica.com

TEXTOS DIDÁCTICOS
Métrica poética del idioma español, 2020. Papel en Amazon.

RELATOS CORTOS
Cuentas de cuentos. Papel: 2015. Ònix editor, Barcelona.
Cuentas de cuentos. Digital: 2019. Luz azul ediciones, Barcelona
Cuentas de cuentos. Audiolibro: 2022. Luz azul ediciones, Barcelona

Reseñas literarias

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