ARISTÓTELES es el primer padre de la Psicología. Fue él quien habló de un alma, no en su sentido católico sino como “psique”. Y fue él quien ya nos anunció en la antigüedad que la virtud humana residía en el término medio.
Lo curioso, y creo que merece la pena esforzarse por ser conscientes de ello, es que este hombre nació en el 384 a.C. Era un griego nacido en Estagira, Reino de Macedonia.
Aristóteles era filósofo, lógico y científico. Escribió tratados sobre metafísica, ética, estética, retórica, astronomía, biología, etc.
Lo que la gente llama “sentido común” es heredero en gran parte de este hombre. Habló de generación espontánea, de categorías, de sustancias, de actos, de potencia.
Fue discípulo de Platón y de otros pensadores como Eudoxo durante los veinte años que vivió en la gran Academia de Atenas. Fue maestro de Alejandro Magno. Fundó el Liceo de Atenas, donde enseñó hasta un año antes de su muerte.
A lo largo de su vida, Aristóteles reunió una inmensa biblioteca y muchos seguidores llamados peripatéticos. El origen del término es itinerante. Se les llamaba así porque solían discutir caminando. Cabe matizar que para estos hombres discutir no era el nauseabundo show que se puede ver hoy día en la televisión o en el parlamento de cualquier país civilizado.
Según Aristóteles, toda actividad humana tiende hacia algún bien. Se da, por tanto, un teleologismo, identificando el fin con el bien. El bien más preciado es la felicidad y la felicidad es la sabiduría. Para alcanzar la sabiduría hay que desarrollar las virtudes; entre ellas, la razón.
Para él, la inteligencia es lo más alto que hay en los seres humanos. Permite la actividad contemplativa. Aristóteles creía que la libertad del individuo era tal que las cuestiones humanas no podían aprehenderse con precisión. Es increíble que hace más de dos mil años se expusiera con nitidez la polémica sobre si la psicología u otras ciencias humanas son auténticamente ciencias. Parece que el griego aceptaba que el propio objeto de estudio impedía el rigor objetivo.
La ética elitista de Aristóteles puede herir sensibilidades si no se analiza al trasluz del tiempo. Él pensaba que la plena excelencia estaba reservada a los varones adultos y maduros pertenecientes a clases altas y no a niños, bárbaros o mujeres.
A través de las virtudes el hombre es capaz de controlar su parte más irracional y potenciar esa otra parte más racional que es la que en último término habrá de guiar su vida hacía la sabiduría y la felicidad, mediante una instrucción.
De entre las virtudes que no tenían que ver con la ética destacaba la inteligencia y la prudencia. Un hombre prudente es capaz de calibrar el punto medio entre dos extremos. Por ejemplo, la valentía es el justo medio entre la cobardía y la osadía.
Aristóteles, al que es justo considerar un visionario, ya apuntó que el hombre era un animal social que se desarrolla en el grupo. De esa conclusión a considerar fundamental el interés de los hombres por la política hay tan solo un paso. Para hacer política habría que dominar el lenguaje. Quien domina el lenguaje es dueño de una memoria colectiva. La política es el gobierno de las personas. En la actualidad, la gran mayoría de los políticos no hacen política.
Aristóteles no creía que cuerpo y alma fueran cosas distintas. Creía que eran dos componentes de una sola sustancia. Afirmar esto le obliga a renunciar a la idea de que el alma es inmortal pero sí afirma que hay una parte del alma que resiste a la muerte.
Impresiona detenerse en la idea de que la humanidad solo ha podido disfrutar de un tercio, aproximadamente, de los escritos del filósofo griego. Sobre todo se conserva lo que escribía a modo de apuntes para sus clases y esto hace dificultosa su comprensión.
He querido y me ha parecido justo dedicarle unas humildes líneas a un hombre excepcional de cuyo infinito legado intelectual tomó prestadas muchas ideas la disciplina a la que decidí dedicarme en su vertiente más clínica.
Más allá de todo eso, he creído adecuado iniciar esta sección con el retrato inacabado de un ser humano, de carne y hueso como nosotros, que dedicó su vida al estudio y al pensamiento en sus distintas ramas con una brillantez escasísima en la historia de la humanidad, en el intento soberbio por mi parte de motivarnos a la luz de un hombre excepcional.
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