Las nueve musas
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El piano fluía con rapidez; un impulso irrefrenable del momento, pues ahora la inspiración andaba tras él.

Las notas hacían pensar, por su ligereza, en un remolino alocado pre­tendiendo escapar de sí mismo. La endiablada melodía se negaba a morir, como una peonza que no obstante girar y girar al fin se do­blega.

Ante la continua inte­rrupción provocada por las expectoraciones, el ar­tista debió detenerse; su pañuelo quedó impreg­nado de un rojo escarlata. Luego de toser un minuto, más rela­jado, be­bió agua. Al ponerse de pie miró atrás, mofándose del pe­rrito que, gi­rando como loco, aún intentaba morderse la cola.

José Fernando Suárez Isaza

José Fernando Suárez Isaza

Autorreseña gramatical

Medellín, Colombia, año sesenta y tres. En la distancia, intento adjetivarme objetivamente. Tomo el diccionario: sólo soy un sustantivo común con ansias de calificar.

Me detengo largo tiempo en dos palabras: música y publicidad. Afición y profesión. Paso la página. Más adelante, aparecen diversas expresiones verbales en modo infinitivo, conjugadas de manera irregular y en cantidad variable de tiempo, modo y lugar: Vender, enseñar, transportar…

Escribir.

Me cayó ese “mal de letras” con el sol casi trepado en lo alto. Vinieron las lecturas, los deslumbramientos, los talleres, los aprendizajes. Fiebres muy altas, ideas que rondan, mal dormir. Efectos concomitantes. Algunas historias son ahora aviones de papel (Quitasol, Lexis, editorial U. P. B., Medellín en 100 palabras, Fundación Haceb, editorial Bola de Papel, Mundo de escritores…), valiosos aprendizajes con los que la fantasía se ha echado a volar. Otras, aguardan pista reducidas en hangares: un libro de cuentos, una colección de cien microrrelatos en cien palabras, una novela y un “Cajoncito de recuerdos”. He cometido versos, pero, ¿quién no ha pecado?

Salvo Las nueve musas, que me permite —algo que agradezco— la posibilidad de volar más lejos, es imposible por el momento destacar en mayúsculas un reconocimiento. Puro cuento sería. Mas, sigo aferrado a las letras, como si yo fuera su pronombre posesivo, como si de palabra nos hubiésemos comprometido a estar juntos por siempre en un futuro perfecto.

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