Nunca es tarde si la dicha es buena, sentencia el dicho. Y la dicha no es buena, es buenísima. Porque lo es la pluma y el ingenio con que Pablo Gutiérrez nos conduce por la vida de sus personajes de la mano de una voz narradora capaz de descubrir los repliegues más recónditos de sus almas de un plumazo. Nunca mejor dicho.

En Nada es crucial tan importante como los clásicos personajes es el narrador. Él conoce a sus protagonistas hasta lo más íntimo con solo una mirada y se presenta a sí mismo por las características de su mirada: agilidad, frescura y humor. Nada es lo que parece. Porque lo que parece es que la narración fluye a borbotones como quien habla con la ligereza y la espontaneidad de quien cuenta una historia a un amigo; pero conseguir esta apariencia requiere oficio y mucho arte. Pablo Gutiérrez lo tiene.
Nada es crucial empieza la narración por la imagen final, la de Lecu y Magui, acaramelados, esperando un autobús, y tira del hilo en retrospectiva para desovillar la historia de sus vidas hasta ese momento. Así iremos conociendo a otros personajes que influyeron respectivamente de manera esencial en sus vidas, la de él y la de ella por separado, y también en aquellos tirará el autor del hilo utilizando la misma técnica. Así conoceremos a los Neocristianos, entre ellos al Sr. Amable y Locuaz —con sus fases previas: El Señor Amable, El Sr. Un Poco Menos Amable, El Sr. Cada Vez Menos Amable, El Sr. En Absoluto Amable—, las Sras. Amables —La Sra. Amable Uno y La Sra. Amable Dos— o a MaiT, entre otros.
Situada la acción en la España de los años ochenta del siglo XX y puesta la mirada de partida en dos jóvenes con nulas perspectivas de medrar en la vida (Lecu, hijo de yonquis e infancia de abandono y descampado; Magui, desprotegida en la edad más decisiva), el fenómeno neocristiano fácilmente habría de formar parte del panorama social que presenta la novela.
Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) usa un registro vivo y juvenil como si de un colega de Lecu se tratara. Su dominio de la lengua es absoluto: acuña palabras que él mismo se fabrica ajustadas a la situación o al personaje, técnica que pone de manifiesto su capacidad de concisión y precisión al servicio de la descripción de ambientes y psicologías, y su maestría en activar la capacidad asociativa del lector cuando maneja expresiones consagradas con ciertas variaciones.
Salvo contadísimas excepciones que justifican algunas situaciones, la novela prescinde absolutamente del diálogo; la materia narrativa sale de la boca narradora, como un torrente único, hilvanando la voz del narrador con pensamientos y palabras de los personajes, en una amalgama sin embargo bien diferenciada.
El autor domina también un universo de iconos culturales representativos de la generación de sus personajes jóvenes (y de otras), que han devenido en clásicos y tienen la virtud de acompañar a mucho más que a una generación, iconos siempre asociados con la juventud: Guns n’ Roses, Pink Floyd, Kurt Cobain, Spiderman, X-Men —la Patrulla X, con sus Jóvenes Mutantes, sus Centinelas del Gobierno y sus Nuevos Mutantes—. Ello facilita que la novela pueda pertenecer a la categoría de un clásico, puesto que el desamparo de las vidas que narra es también universal y atemporal, aunque esté ambientada en los años ochenta del siglo pasado.
Y a pesar del descarnado y duro tema que trata, Pablo Gutiérrez no aplica en ningún momento el tono moralizante; escribe describiendo, presentando tal cual, se ahorra comentarios o palabras que puedan remitir a un juicio de valores, pura epifanía. Ello no significa que la novela evite la crítica. Al contrario. La elección del tema no es casual y el humor que impregna su escritura y su mirada de principio a fin tampoco. Este fuerte componente humorístico transporta la crítica incisiva, no solo social, por cierto, también cuando pone al descubierto los inconfesables móviles que dirigen la actuación humana, que demasiado a menudo se pretenden caritativos. Este incisivo humor es un regalo que hace de la lectura un verdadero placer.
Pablo Gutiérrez obtuvo el Premio Tormenta al mejor nuevo autor en español con su primera novela, Rosas, restos de alas (La Fábrica, 2008) y quedó finalista en 2001 del Premio Miguel Romero Esteo de dramaturgia con Carne de cerdo. Su libro de relatos Ensimismada Correspondencia le hizo merecedor del Premio Ojo crítico en 2010. Seix Barral ha publicado sus dos últimas novelas Los libros repentinos (2015) y Cabezas cortadas (2018).
Pablo Gutiérrez
Nada es crucial
Lengua de Trapo, 2010, 248 pp.
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