El cuento no es el telonero de la novela. No es su primo menguado ni una especie de género subdesarrollado.
No es un ejercicio frívolo ni un pasatiempo para novelistas que quieran hacer caja entre novela y novela. El cuento no debe ser mirado por la novela por encima del hombro. Tiene capacidad para hombrearse con la novela, el ensayo, la poesía, etc. Eso se ha comprendido hace tiempo en latinoamérica, en Rusia, en Alemania, en Japón, en Estados Unidos, y en tantos otros países. Pero no en España.
Precisamente aquí que tenemos una gran gama de cuentistas, en su otra acepción, coloquial y despectiva. Cuentistas en forma de políticos que prometen con los dedos cruzados, plasmando en sus programas electorales cuentos fantásticos; cuentistas en forma de famosillos de medio pelo, vendiendo su intimidad por un puñado de sucias monedas; cuentistas en forma de bancos que desfondan los bolsillos mil veces cosidos y vueltos a descoser de los pobres.
El cuento, el género narrativo, no tiene gran reputación en España, sin embargo. ¿ Por qué será ? Pienso que sean nuestros genes imperiales, esos mismos que nos hicieron creer que la extensión territorial de un país es proporcional a su grandeza. Y da igual que la realidad nos golpee en la cara ( Finlandia tiene casi la mitad de extensión que España pero el doble de calidad en la educación, la sanidad, y el modelo social ) porque esa nuestra genética de país una vez imperial, non plus ultra, nos hace ser exagerados por naturaleza e impresionables por la extensión de las cosas. Así, no es de extrañar que, por norma general, el que pensó una vez que la extensión de un territorio era proporcional a su grandeza, piense que la extensión de un libro es proporcional a su calidad. Y da igual que la realidad nos golpee en la cara con obras maestras en forma de cuentos y narrativas breves, porque el Español tiende por norma general a buscar el libro de mayor volumen y grosor. « Si tiene más páginas hay más posiblidades de que haya algo bueno » puede ser que sea el axioma que el lector Español medio tiene. « También puede ser que pierdas más el tiempo » le podríamos contestar.
Y es que en el cuento, precisamente por su menor extensión, afloran recursos retóricos que en la novela no son tan necesarios. De esa compresión surge la mayor precisión y da como resultado, en buenos escritores, unas prosas que por lo general suelen ser más poéticas que las que normalmente vemos en las novelas. Porque es muy difícil mantener una prosa poética, sin desvirtuar la trama, en una novela de gran extensión. Son muy pocos los que lo han conseguido, y eso quiere decir que las bibliotecas están llenas de libros pobres en poesía, que es, se admita o no, lo que verdaderamente cualquier escritor quiere transmitir.
En España sigue sin adquirir relevancia este género, a pesar de haber tenido a ilustres escritores con unos cuentos extraordinarios, desde Cervantes pasando por Leopoldo Alas Clarín, Juan Benet, Juan García Hortelano, Rafael Dieste, Manuel Rivas. Pero no somos un país prólijo en cuentistas ( honestos, que escriban el género narrativo del cuento ), ya que no es la existencia de grandes cuentistas la que provova el interés por este género, sino el interés por este género el que provoca que en un país vayan naciendo grandes cuentistas en gran cantidad.
Y esta nuestra tendencia a la exageración, a lo extenso, esta nuestra megalofilia, no sólo repercute en el género del cuento, sino también en las novelas cortas.
En la mayoría de certámenes literarios se exigen para las novelas un mínimo de páginas que suele rondar entre las 150 y 200. Eso quiere decir que a esos certámenes no se podrían haber presentado nunca libros como La amortajada, de María Luisa Bombal; Pedro Páramo, de Juan Rulfo; La casa de las bellas durmientes, del premio nobel Yasunari Kawabata; El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez; El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas, y tantas obras maestras de la novela corta que hacen el favor de ofrecernos un universo poético encerrado en poco más de un centenar de páginas.
Creo que cualquier buen lector tiene en su memoria algún cuento que le haya producido una impresión y una resonancia interior tan grande como la de alguna de sus novelas extensas favoritas, y el asombro que causa esa impronta producida en un breve momento ( en una breve prosa ) nos deja aún más satisfechos por la sorpresa y por la relación de calidad y tiempo invertido.
Humildemente, desde mi nadiedad, quiero romper una lanza a favor del cuento. Y dicho así: el cuento. Porque con el nombre de » relato » a veces se intenta dignificar el género, darle seriedad e intentar alejarlo de la asociación con los cuentos infantiles. No es un sinónimo, sino un eufemismo.
Larga vida al cuento, larga vida a la novela corta.
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