Hace mucho tiempo atrás, sacar fotos a los muertos era una costumbre habitual.
Por una parte, significaba una suerte de homenaje, una forma de conservar su recuerdo a través del tiempo. Por otra parte, en las familias no había muchas fotos, ya que hacer fotografías era sólo cosa de fotógrafos y había que contratar uno para realizarlas.
En muchos casos, el lecho de muerte era la última y única oportunidad de registrar su imagen. Sobre todo si se trataba de niños.
Hoy en día, ingresar con una cámara fotográfica a un velatorio nos resulta de una morbosidad inaceptable. No sé si tiene relación con el respeto a los muertos, o más bien con el miedo a la muerte, con nuestra propia resistencia a mirar una fotografía que nos recuerda nuestro destino final e inevitable.
Sólo aceptamos las fotografías de difuntos cuando se trata de personas famosas. Estas fotos pueden servir o bien como prueba fehaciente del hecho consumado, como es el caso de la foto del Che en La Higuera, o como documento gráfico de un acontecimiento trágico. En estos casos no sólo las toleramos, sino que nos despiertan un interés particular. Quizás porque queremos constatar la identidad del fallecido, como si necesitásemos una prueba irrefutable sobre un hecho que nuestra razón se niega a aceptar. Quizás por dar rienda suelta a nuestro morbo y alimentarlo con la imagen cadavérica de un rostro que fuera públicamente conocido. Sea cual fuere la razón, consumimos esas imágenes sin ningún prejuicio, habilitando a los reporteros gráficos a saltar las barreras que sean necesarias para lograr una fotografía que no nos permitimos en nuestra propio entorno.
Yo tampoco pude retratar la muerte cuando tuve la necesidad, ya que en la serie “Biografía”, que trata acerca de la vida de una persona común, narrando a través de imágenes de su mano los hechos que caracterizaron las diferentes etapas de su vida, elegí cerrarla con una imagen vacía.
Incapaz de fotografiar a la muerte, opté por representar la ausencia, la desaparición física. Pero ojo, no es que no me haya animado a fotografiar la mano de un cadáver (bueno, llegado el caso, no sé si me animaría, aún no lo intenté), sino que no fui capaz de llegar ni a plantearme la idea. No estuvo nunca en el libreto. Más allá de cuál imagen corresponda mejor al espíritu y estética de la serie, ya que me parece más sugerente el final tal cual lo presenté, el tema de nuestra impotencia ante la muerte es tan fuerte, que simplemente no pude ni siquiera contemplar esa posibilidad. Es más, tampoco estoy seguro de animarme a escribir estos pensamientos…
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