La Ecología es el fascinante descubrimiento de las maravillas de nuestro hogar, etimológicamente hablando (del griego, oikos: hogar, casa; logos: estudio, conocimiento).
Este término parece que fue acuñado por primera vez hace siglo y medio por el naturalista alemán Ernst Haeckel.
Básicamente, se puede definir como el estudio de las interacciones entre los organismos vivos y con el entorno que les rodea.
Actualmente, sigue siendo una rama multidisciplinar de las Ciencias Biológicas ―hace uso de disciplinas científicas como la Climatología, la Ingeniería Química, la Geología o la Física, entre otras más―, con eminentes ecólogos a la cabeza, que estudian en profundidad los ecosistemas planetarios, terrestres y acuáticos, y su funcionamiento.
Pero conviene aclarar que, a partir de la revolución industrial y posteriormente con la consecuente problemática ambiental, este vocablo se fue adoptando, de forma paralela, para reflejar un movimiento ético y social que comenzó hace décadas con el ecologismo, y que hoy en día se equipara con el conservacionismo. Ello ha dado lugar a posibles confusiones en relación a ambos conceptos y planteamientos.
En esta sección, sin embargo, se hace necesario tratar ambas concepciones, la científica y la social. La primera para poner luz y fundamento sobre la segunda, y la segunda para abordar temas de actualidad medioambiental que a todos nos incumben, acercando a la calle lo que los expertos investigadores han descubierto en sus estudios.
Hoy en día, cual emigrantes permanentes y desarraigados ―tragedia humana actual sin parangón―, el hombre urbano nace y crece en jaulas de hormigón, entre árboles enfermos encadenados al asfalto, y cielos y horizontes inexistentes, y a eso lo denomina hogar: cuatro paredes que lo aíslan de sus vecinos, prisioneros todos en una cárcel de pisos oprimidos en interminables bloques.
Tantas comodidades tecnológicas que lo hacen más libre y con más potencialidad para ser feliz y, sin embargo, su enclaustrada vida gris, distante y monótona acaba desembocando en tal desbordamiento físico y emocional, que busca urgentemente consuelo en zonas verdes, espaciosas y de aguas cristalinas, escapando siempre en su tiempo de ocio al campo y al mar, y huyendo de sus ciudades corrompidas de olor y ruido.
Además, como un adolescente, el ser humano, última especie conocida surgida del milagro de la evolución, pretende ser el centro neurálgico de un mundo experimentado, sapiente y maduro que se esculpió a sí mismo a golpe de erupciones, tierras resquebrajadas, glaciaciones, fuego y ceniza, y también de vida, mucha vida…
El hombre pasó una infancia demasiado dura y convulsa, creyéndose solo y superior, en la inmensidad del océano de la existencia. Mas el desarrollo de su inteligencia derivó en un arma de doble filo: erigirse como único dueño y señor del hogar que le amparaba y en el que hundía sus raíces.
Por eso ahora no comprende ni recuerda aquellos momentos de felicidad plena en los que crecía, verdaderamente, rodeado de una Madre Tierra comprensiva que lo nutría de cuanto procuraba: alimento, medicina, y salud mental y emocional.
¿Por qué se separó y alejó de sus orígenes y naturaleza?
El hijo pródigo que regresa al hogar tras años de alejamiento y desprecio puede tener la clave en esta historia de aprendizaje y experiencia vital. Y una madre compasiva lo espera de vuelta al hogar, a su tierra.
Y es que el ser humano, ante la impotencia interminable de su confinamiento voluntario, cada día despierta en sensibilidad, en conciencia de sí mismo y en necesidad ineludible de hermanamiento con sus congéneres y con el medio ambiente que le rodea.
Aunque aún son pocas las voces sensatas que gritan ante tanta barbarie de muerte entre hermanos de una humanidad doliente, y de muerte de la vida que lo sustenta: el hombre es de los seres vivos más vulnerables y dependientes de la naturaleza, pues en su soberbia está su gran debilidad.
Arrasa bosques y selvas, insensato él, creyendo que puede prescindir de los primeros transformadores de la energía del sol, fuente única y primigenia de toda vida. Si hay vida, es solo porque existen miles de especies de plantas y árboles que son capaces de asimilar de forma exclusiva el alimento básico solar, sin el que el resto de la red viva planetaria no existiría.
Destruye hábitats y extingue especies, sacrifica con crueldad, insensibilidad y avaricia animales para una industria que parece no tener fin, presuponiendo que puede socavar la inocencia de sus compañeros animales y permanecer inmune ante el proceso de la vida. Hasta su salud se ve malograda con el sufrimiento que infringe y con el que alimenta su propio cuerpo.
Altera el curso climatológico y orogénico de los fenómenos naturales, pretendiendo conocer y dominar las leyes de la naturaleza. La grandeza del equilibrio y sabiduría infinita del planeta es directamente proporcional a la acción irracional del hombre, y primará con reajustes sísmicos, maremotos y diluvios, que volverán cual bumerán una y otra vez contra el humano.
Pero hasta en su valoración del problema planetario imprime la huella de su superioridad acomplejada: él es el responsable de los males de la Tierra, lo que añade más prepotencia al asunto; él, por tanto, es su único salvador.
Y es que el ser humano olvida que llegó el último y que esta gran casa que es nuestra Gea vivió millones de años antes y seguirá haciéndolo, durante el curso de su evolución, y a pesar de cualquier especie que pretenda dominarla con ignorancia e ingenuidad pueril.
Es tanto lo que al ser humano le queda por aprender de cuanto le rodea, que lo poco que aún sabe debería ser equiparable a su humildad.
Hubo un tiempo en el que el hombre sabía quién era, se sentía parte de un complejo entramado interconexionado en el que, como uno más, respetaba el funcionamiento asombroso e impecable de los ecosistemas, el juego atávico de la vida en su continuo caminar evolutivo hacia la perfección de las especies. Se comunicaba con sus hermanos pequeños, los respetaba y coexistía un intercambio mutuo sobre las leyes de la existencia.
Pero aún ahora no está todo perdido, porque en el inconsciente colectivo de la humanidad todavía perdura esa armonía que ha permanecido a lo largo de los siglos a través de los corazones prístinos y nobles que siempre han habitado nuestro mundo, paraíso increíble y biodiverso en su belleza.
Son esas cuantas voces actuales los pilares fundamentales que, alzándose, van poco a poco extendiéndose e impregnando de sensatez y buen hacer un mundo sediento de paz, no solo social, sino ambiental.
Sin embargo, querido lector, no te dejes engañar por los sensacionalismos baratos ecologistas y catastrofistas, que pretenden mostrarnos un planeta debilitado ―después de más de cuatro mil millones de años de veteranía evolutiva y adaptación―, haciéndonos creer que necesita nuestra ayuda para recuperarse y salir adelante, cuando el turbulento y trastornado es el hombre, pretendiendo con él arrastrar al planeta al abismo, en su locura megalómana.
No, esta pretensión prepotente no es más que un fiel reflejo de sí mismo, ya que ansía sanarse, sobrevivir a su propio exterminio como ser racional y consciente, curar la gran herida con la que él mismo se transgrede en lo más profundo de su ser; el desgarro del desterrado, lejos de su hogar natural.
Porque demasiados alarmismos sobre la acción irresponsable del hombre solo pueden tener un oscuro objetivo detrás, que es expandir, como así en buena parte ocurre, un miedo de impotencia ante tan supuestamente desbordante problema ecológico, y por tanto, provocar la consecuente parálisis para la consecución de la solución y el cambio.
Ni hay ciertos problemas, ni los que hay son insalvables ni tan a largo plazo; aquí iremos desgranando algunos e intuyendo cuántos mecanismos reparadores desconocidos por el hombre puede albergar la riqueza planetaria.
¿Crees que el calentamiento global y el cambio climático podrían ser los peores desastres causados por el hombre, y que ahora afronta en estos momentos de irresponsabilidad e incertidumbre futura medioambiental?
Antes habrá que conocer en profundidad la situación real, y todas las visiones científicas, incluidas las despojadas de catastrofismos y culpabilidades antropocéntricas.
No nos quedaremos solo con la reducida comunidad científica oficial u organismos autoproclamados estudiosos internacionales de estos asuntos, sino que ampliaremos información de científicos igualmente cualificados, puesto que para resolver un problema, por monumental que pudiera parecer, primero hay que constatar su existencia veraz, magnitud y alcance auténtico.
Aportaremos un poco de claridad sobre temas controvertidos y populistas, e informaremos sobre tantas soluciones y acciones positivas medioambientales de las que tan escasamente nos informan en los medios de comunicación habituales.
Porque mientras la ecología estudia nuestro hogar, otros, tanto científicos investigadores como ciudadanos de a pie ―puesto que la inteligencia, comprensión y generosidad no entienden de graduaciones ni profesiones―, van amándolo, repoblando, salvando y rehabilitando vidas animales desgarradas, creando entornos ecológicos, desintoxicando, reparando…
Sabremos sobre teorías científicas inclusivas de toda una riqueza biológica que se aúna en un único organismo vivo global, llamado poéticamente Gaia.
Porque no olvidemos que, antes de amar algo, hay que conocerlo, así como cuando desconocemos algo, lo tememos.
No temamos a Gaia, nuestra Pachamama repleta de sabiduría ancestral, y escuchémosla, que a veces levanta la voz para que miremos, no afuera, sino adentro de nosotros mismos, donde todo está contenido, el planeta y todos nuestros compañeros de andadura reunidos en él, dispuestos a seguir jugando un juego que olvidamos tiempo atrás: Lilah, el juego de la existencia.
Abre los ojos, los del alma, así como la concibas, los de tu esencia, tu ser, el que eres, porque allí, solo allí, anida la semilla del cambio, del retorno al sendero, caminando entre bosques, ríos, montañas, océanos y valles, rebosantes de pureza y abundante vida mineral, animal y vegetal.
Tú, solo tú, puedes volver a tu existencia y sanar, recordar que solamente la conciencia humana puede salvarnos de todo horror, y caminar juntos hacia el único objetivo posible: redescubrir el sentido sagrado de la vida.
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Maravillosa y certera visión de lo que todos deberíamos entender por ecología…..el título, bien entendido, ya lo dice todo. A buen entendedor pocas palabras bastan…o dicho de otra forma, el que tenga entendimiento que entienda.
Mis Felicitaciones por el artículo y la forma de contarlo que es como pasar de leer en blanco y negro a tener la sensación de leer en colores.
La Naturaleza solo puede escribirse en colores…
Y la Ecología debería ser el estudio policromático del engranaje perfecto de la vida.
Muchas gracias por tu comentario y por haber captado el mensaje.