Hace casi 20 años, un fotógrafo registra las escenas del rodaje de la película “Ni vivo, ni muerto”.
Por alguna razón, la cámara es abierta casi a mitad del rollo.
Quizá se debió a un desperfecto mecánico, quizá fue por descuido. Pero una parte del material se ha velado, arruinando incluso algunas de las tomas ya realizadas. Seguramente el rollo fue rebobinado y vuelto a cargar, avanzando la película hasta la porción aún virgen, para así poder seguir utilizándolo. Esta vez, la sesión es en estudio, experimentando con tomas de desnudo utilizando flash filtrado. El fotógrafo nunca vio esas fotos.
Unos días atrás, me dispongo revelar el rollo de la última sesión de tomas del proyecto en que estoy trabajando, cuando veo, apoyado sobre el tanque de revelado, un carrete de 35mm. Yo mismo lo había dejado allí hace unos meses, cuando, junto con una amiga, revisábamos las últimas cosas que quedaban de su padre, y en uno de los bolsos, entre otros cachivaches, apareció un tubito con un rollo ya expuesto.
“Si tenés ganas, cuando puedas, revélalo a ver qué tiene”, me dijo. “No tengo la más mínima idea de qué puede haber ahí”. Puede que sea uno de los últimos rollos usados por su padre. Puede que sea parte de su producción personal. O puede contener material para algún proyecto de programa televisivo. O para su inconcluso libro. O quizás simples fotos familiares. O tal vez sean tomas del rodaje de alguna película. O alguna sesión de fotos en estudio.
Con el carrete en la mano me asalta una duda trascendental. Conservarlo así, como eternas imágenes latentes resguardadas en su chasis metálico, como un costoso vino añejo que guarda en secreto su aromático sabor, pero que nadie se anima a abrir por miedo a descubrir que podría estar picado. O podría revelarlo y develar la incógnita.
Preparo los químicos, ajusto el espiral del tanque y, en plena oscuridad, enhebro la película. Como desconozco su antigüedad y las condiciones en las que fue preservado, no confío en los valores que indican las tablas y determino el tiempo de revelado usando la infalible prueba de la gota, dieciséis minutos…
En las imágenes se distinguen claramente dos sesiones diferentes. La primera pareciera corresponder al rodaje de una película. Pero aparentemente la cámara fue abierta y algunas fotos se velaron.
La segunda sesión es en estudio, son tomas de una modelo. El fotógrafo, Alberto Andreani, nunca vio esas fotos. Nosotros sí.
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