Hace un tiempo fui a sacar fotos con una amiga y colega a la Reserva Ecológica Costanera Sur.
Ella portaba una flamante cámara digital súper plus ultra megapixel y memoria de cuchitantos GB, capacidad suficiente para más de un millar de fotos.
Yo llevaba mi cámara de película con un único rollo de T-MAX 100 de 12 exposiciones. Pasamos un hermoso día caminando, sacando fotos, recorriendo, mirando, sacando fotos, caminando, caminando, caminando y sacando fotos. Ya entrada la tarde, al finalizar el recorrido, mi compañera de esta aventura había hecho más de 250 tomas. Yo, apenas 8. De hecho, volvimos para tirar los 4 fotogramas que me quedaban y acabar el rollo.
¿Por qué esa diferencia? ¿Acaso ella vio tantas cosas más que yo me perdí? (Algunas sí, pero ¿taaaaaantas?)¿Se le quedaba pegado el botón cada vez que lo apretaba y en vez de una, sacaba 10 fotos?
No, nada de eso, sólo tomamos actitudes distintas. Yo, quizás forzado por la escasez de fotogramas, tengo la costumbre de mirar y mirar, moverme un poco para acá y otro poco para allá, caminar y seguir mirando. Evalúo cada escena a ver si es candidata a una buena fotografía, más allá de la primera impresión. Miro y elijo. Sólo cuando realmente estoy convencido de que lo que veo me gusta, entonces hago la toma. Y para eso me tomo el tiempo necesario para seleccionar bien el encuadre y medir correctamente la luz, ya que sólo hago un disparo. A veces puedo hacer una segunda toma si detecté alguna variante que me interesa también. Pero no más. Hay todo un proceso de evaluación y selección en la que descarto muchas imágenes que nunca serán fotografiadas.
Pero no crean que eso es garantía de 12 obras de arte. Al menos no en mi caso, ya que más tarde vendrá otro proceso de selección, con la hoja de contactos en la mano, cuando elijo sólo uno, dos o a los sumo tres negativos para ampliar y copiar.
La fotografía digital, con esa sensación de disponibilidad infinita de disparos, nos incita a relegar la selección, a presionar el obturador ante cada imagen, cada posible encuadre, cada combinación de velocidad y diafragma, y varias veces más, por las dudas. Es más, teniendo la posibilidad de corroborar en el momento si hemos logrado la toma que queríamos o si necesitamos rehacerla, la rehacemos, por si acaso. Ya habrá tiempo después para elegir. Sí, porque la selección no desaparece, sólo la dejamos para después, sentados frente a la computadora viendo una tras otra cientos de fotos. Y elegir una, dos o a lo sumo tres para procesar y copiar (bueno, ¡che! De las 250 le deben haber salido más de 10 buenísimas fotos, pero sólo porque es buena fotógrafa, ja!)
Y no es que ella sea de “gatillo fácil”, no. A mí también me pasa y creo que a la mayoría. En las vacaciones, con la compacta digital, yo mismo saco varias fotos del mismo motivo, por las dudas, ¿vio? Si igual sale lo mismo y en la memoria entran un montonazo…
Sin embargo, creo que tomarse el tiempo para elegir las condiciones precisas de una toma es todo un ejercicio interesante que se está perdiendo, y que quizás valga la pena prestarle más atención. Es la diferencia entre un DISPARO certero o atrapar una buena imagen entre las tantas CAPTURADAS.
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