Un cielo repleto de estrellas resulta enorme. Especialmente si contamos con que apenas logramos divisar una minúscula porción de su totalidad.
Desde luego no sería extraño suponer que en este espacio tan vasto cabría encontrar de todo, casi cualquier cosa… Como diamantes, por ejemplo. Y no tan lejos de nosotros.
Todo apunta a que en los planetas Urano y Neptuno existen monolitos de diamante flotando como icebergs en océanos de diamante líquido. Estas hipótesis se basan principalmente en las mediciones realizadas sobre el grado de fusión del diamante, que muestran cómo el comportamiento de este metal se asemeja mucho al del agua durante el proceso de congelación y fusión, generando esa imagen de formas sólidas capaces de mantenerse a flote sobre su contraparte líquida. Un importante avance que ha permitido medir, por fin, la presión y la temperatura necesarias para que esa fusión tenga lugar.
El diamante es un metal extremadamente duro, lo que hace que sea muy difícil de fundir, pero esta no es la única dificultad pues, ante el calor extremo, el diamante simplemente deja de ser diamante y pasa a convertirse en grafito (que a su vez termina convirtiéndose en líquido). Y es en este punto donde está el reto: calentar el diamante lo suficiente para que inicie su proceso de fusión pero, al mismo tiempo, evitar que llegue a transformarse en grafito.
Pues bien, el equipo de J.H. Eggert del Lawrence Livermore National Laboratory (California), encargado de este experimento, logró reproducir y medir la fusión del diamante aplicando a uno de ellos, de una décima parte de quilate y la mitad de un milímetro de grosor, una presión de láser equivalente a 40 millones de veces la presión que la Tierra ejerce sobre una persona situada a nivel del mar y que se corresponde con la que se da de forma natural en los gigantes gaseosos Urano y Neptuno.
Este descubrimiento no solo abriría un nuevo campo de investigación sobre la existencia de océanos de diamante en nuestro sistema solar, sino que además es una pista muy interesante que ayudaría a entender la razón por la que las órbitas de ambos planetas están descentradas.
Sin embargo, este no es el único caso de posibles diamantes espaciales:
Hace más de quince años se detectó un comportamiento muy extraño en el centro del remanente de supernova Casiopea A por parte de una estrella de neutrones (un denso y caliente cadáver estelar producto de una explosión masiva) cuyo destello no brillaba con la intermitencia usual. Tras investigar el fenómeno, astrofísicos de las universidades de Southampton (Reino Unido) y del Harvard-Smithsonian (EE.UU.) detectaron el por qué: la estrella de neutrones se cubre con una fina atmósfera de carbono que vela su luminosidad.
Esto es algo bastante sorprendente por lo extraño del caso, ya que normalmente las estrellas de neutrones evolucionan con hidrógeno (el elemento más abundante en el universo); sin embargo, en el caso de la Casiopea A, la estrella está tan caliente que en su superficie el hidrógeno está sufriendo una fusión en helio y este, a su vez, en carbono. Además, esta atmósfera parece ser tan densa como el diamante, pero las altísimas temperaturas de la estrella no permiten su “solidificación”, manteniéndola en estado gaseoso.
Por desgracia, la tecnología de que disponemos actualmente no es lo bastante potente como para observar directamente su atmósfera por lo que, para comprobar esta hipótesis, debemos buscar estrellas de neutrones de edad semejante a la de Casiopea A que puedan mostrar trazas de carbono.
Tres gigantescas joyas flotando en el espacio, y estoy segura de que no serán las únicas. Al fin y al cabo, ¿quién sabe si, dentro de unos años, cuando la humanidad sea capaz de colonizar otros mundos, desayunar con tazones y cubiertos de diamante no será lo más natural del… universo?
Rocío D.C.R.
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