Las nueve musas

Canto fenicio. Juan de Dios García

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Las prosperas sociedades fenicias estaban lideradas por una élite comercial en su mayoría integradas por artesanos y marineros.

Estos pueblos no crearon una gran tradición cultural propia, pero inventaron un alfabeto fonético, luego adaptado por los griegos y que sirvió de modelo a los alfabetos occidentales, fundaron importantes centros urbanos a lo largo del Levante mediterráneo, muchos de los cuales aún existen, y su cultura favoreció un fenómeno muy vigente en nuestro siglo XXI: la difusión y la hibridación entre diversas tradiciones, ya que eran sociedades propensas a la imitación, la fusión y el sincretismo.

A pesar de la importancia que tuvo esta civilización milenaria, no quedan muchas huellas de ella. Se sabe de su existencia mayormente por documentos y tradiciones de otros pueblos de la región, y por los restos de su arte, o de sus templos religiosos.

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Canto fenicio: 34 (Chamán ante el fuego)
  • de Dios García, Juan (Autor)

Uno de los méritos más destacados y originales del último libro de Juan de Dios (Cartagena, 1975) es el enfoque de su escritura hacia la cultura fenicia, una de las más antiguas del Mediterráneo.

Juan de Dios Trabaja como profesor de Literatura Española y Artes Escénicas en el IES Isaac Peral de Cartagena y como profesor de Literatura Universal en el Aula de Mayores de la Universidad Politécnica de Cartagena.

Ha publicado cinco libros de poesía Nómada (Fundación María del Villar, 2008), Ártico (Germanía, 2014), Un fotógrafo ciego (Balduque, 2017), Matad al jardinero (ISIC, 2017) -antología mexicana de sus tres libros de poemas aparecidos en España- y este Canto fenicio, editado este año con el esmero que caracteriza a la editorial Chamán, 2022); además ha publicado cinco plaquettes

Poemas, relatos y artículos críticos suyos han aparecido en numerosas antologías, y además codirige desde octubre de 2000 la prestigiosa revista digital de literatura “El coloquio de los perros”. Y participa en otras actividades culturales.

Resulta imposible en tan poco espacio destacar toda su actividad como escritor, editor y promotor cultural, pero deteniéndonos en lo que nos ocupa, que es su escritura poesía, diré que esta resulta homogénea, con unas características muy definidas, entre las cuales destacan el sabio manejo de la ironía y la elipsis, el sentido del humor, en ocasiones áspero y cortante con toques de ternura, así como ramalazos de sabiduría aforística. De manera realista o metafórica, Juan de Dios retrata siempre con acierto eso que filósofos y sociólogos califican con la palabra alemana Zeitgeist, que podría traducirse como el espíritu de nuestro tiempo.

Volviendo al libro que nos ocupa, quiero aclarar que no se trata de una epopeya ni nada que se le parezca. Juan de Dios García se siente heredero de esa indeterminación característica de los fenicios y les rinde un homenaje (a veces soterrado) desde la intemperie de su propia vida. El lector no hallará, ni anacronismos, ni nostálgicas miradas a un pasado lejano, ni odas arqueológicas; solo una firme y en ocasiones inquietante reivindicación del aquí y ahora con todas sus bondades y horrores, es decir, con todas sus contradicciones. También abundan los referentes culturales. En estas páginas se percibe la flânerie baudelairiana, cierto malditismo beat, el desencanto, no exento de intensidad minimalista, de la lírica de Carver y alusiones varias a películas y músicos míticos como Kurt Cobain, David Bowie o Jim Morrison (la música está siempre muy presente en la obra de Juan de Dios García). Todo ello crea una fusión del mundo antiguo, pero todavía vigente, con la condición del hombre moderno, posmoderno o trasmoderno.

Canto fenicio está dividido en tres secciones, todas ellas compuestas con poemas en prosa de extensión más bien breve. La primera, “Los hombres púrpura”, está encabezada por una acertada cita del pintor cartagenero Ramón Alonso Luzzy, y dice así: «Que la geografía haga al hombre». Los hombres púrpura no son otros que los fenicios, pues aquellos fueron hábiles productores de cerámicas, en las que empleaban a menudo un tinte púrpura. Lo extraían de unos caracoles marinos de la familia Muricidae que habitaron y habitan aún hoy las costas del Mediterráneo. Los tonos púrpura, violeta y azul, antiguamente fueron destinados a los monarcas, césares, emperadores, generales y sumos sacerdotes. Muchos textos antiguos suelen hacer referencia a los colores fenicios como los más sagrados y reales de todos los tintes antiguos. Es por eso que los fenicios eran conocidos por los griegos como phoínikes (“rojos, púrpuras”), y de dicho vocablo derivan las voces poenus (de donde proviene “púnico”) de los latinos y el nombre actual de fenicia.

Juan de Dios García
Juan de Dios García © Javier Lorente

Ya de entrada leemos en ¨Índole”, el poema que abre el libro: «Nací el mismo año en que Joe Frazier combatió por el título mundial en Manila contra Mohammed Alí» Y añade: «Yo nunca elegía al líder, sino al amigo imprescindible del líder, que también ganaba la guerra, pero en la puesta de medallas estaba en un segundo plano (…) De hecho, era maravilloso. Así ha si ha sido mi vida. Y así será: una gloria subterránea». En “Índole” encontramos otra de las característica de este libro y de toda la obra poética de Juan de Dios García: los rasgos autobiográficos, la hibridación de poesía y relato y el eclecticismo (algo también muy fenicio), así como un estilo escueto, contundente (de escasa ornamentación) que otorga al poema la andadura del habla. Pero este desgarrado realismo, despojado de toda consabida retórica lírica, transmite un aliento épico a través de un ingenioso discurso irónico, como observamos en el poema “Estado de la embarcación”, con un final desesperanzado y sentencioso: «No te engañes. Tu patria no son tus huellas. Si acaso, el alfabeto con que las marcas. La certeza de la soledad, la última fiebre».

La navegación, como no podía ser de otra manera, es una constante en este libro, pero no siempre entendida literalmente como un desplazamiento marítimo, sino también como la condición errante del hombre urbanita y viajero, extraviado en un mundo desquiciado. El poeta se cruza con desconocidos con los que no logra comunicarse, muchos de ellos tipos marginales, derrotados, yonquis, gente invisibilizada que habita las sucias entrañas de la ciudad; y esto mismo ocurre, por ejemplo, en dos poemas de una belleza oscura que transmiten ternura y brutalidad: “Terminal” y “Diálogo con Juanita, La Gitana”. Avanza el poeta furtivamente con sus dosis de frustración, angustia y nostalgia entre estructuras de ladrillo y hormigón, sintiéndose solo y desamparado: «No hay caminata por donde no pise polvo de fantasmas», confiesa en “Ondas”. Vive al margen de una naturaleza tangencial con la que poco tiene que ver y que es contemplada de manera absolutamente desmitificadora, como leemos en el poema “Autodefensa”, que transcribo completo: «No pienso ir al campo a escuchar el poema del silencio. Que no me apunten al club de los amigos del gorrión y la amapola. El sosiego lo encuentro en los rincones que han oído los latines de Tiberio, la lonja de subastas de la Cofradía de Pescadores, el ruido antiguo de chulería y navajazos, la trompeta bíblica, el zumbido de las serpentinas en Nochevieja, el swing del cine mudo…

No me voy a sentar en el porche a contemplar el atardecer.

En la urbe puede camuflarse, pero en campo abierto, donde un poeta va, todas las langostas le persiguen».

Y siguiendo esa línea de menosprecio del ámbito natural leemos en “Esta casa no es negra”: «Cualquier país se funda contra la naturaleza».

La nostalgia asoma a modo de asidero resbaladizo, al cual quiere aferrarse el poeta sin conseguirlo. Leemos en “Balcones azules”: «Hoy, como ayer y mañana, recorro una necrópolis sobre pavimento romano.

Duele que la ciudad te diga lo que fuiste.

Porque el dolor se hereda, creedme. Y mi cuerpo se apagará algún día en esta tierra de conejos».

También asoma la nostalgia en el mencionado poema “Esta casa no es negra”: el autor recuerda el fin de su infancia en el colegio y el consiguiente enamoramiento de una profesora.

Aún entre tanta desolación, a veces teñida de irracionalismo onírico, hay también algunos resquicios para la esperanza, como podemos comprobar en el poema “Columnas de Hércules” cuya frase final dice: «Todavía hay una isla que arde en mar abierto».

El título de la segunda sección, “Nudo de rizo”, alude a ese nudo marinero, elemental pero muy eficaz, cresado por los fenicios y que todavía se sigue empleando en numerosas embarcaciones de vela. Además, inspiró a los orfebres fenicios hermosas joyas, algunas de las cuales todavía se conservan. Asimismo, el nudo de rizo es un símbolo de la unión entre los pueblos y de alguna manera, emblema del espíritu comercial y sincrético de la cultura fenicia.

Esta segunda sección de abre con una cita de Brecht también muy pertinente: «¿En los tiempos sombríos, ¿se cantará también?» La pregunta de Brecht nos recuerda a aquella otra tan célebre del poeta Hölderlin: «¿Para qué poetas en tiempos de penuria?» y a la contundente afirmación del filósofo Adorno: «Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Hoy no hay poeta que no dude alguna vez acerca del sentido de la escritura poética en estos tiempos tan poco propicios para la lírica

Aquí conviven lo insólito y lo cotidiano, como en el poema “Conservación”; y en “Generación del 75” vuelve el recuerdo en un bello y a la vez sobrio homenaje del autor a su madre, reconociéndose aún en el niño asustado «buscándola, perdido, entre la multitud del mercadillo de los miércoles». También asoma el tono elegíaco, pero sin grandilocuencia ni oratoria fúnebre, en el poema “Los amigos muertos”, con un final rotundo, implacable y angustiado que representa uno de esos cambios de ritmo tan propios de la poesía de Juan de Dios García: «Llevo un grito dentro que no sé cuándo reventará».

 Canto Fenicio
Juan de Dios García y José Luis Zerón en la presentación de Canto Fenicio en la Biblioteca Municipal María Moliner de Orihuela 11-5-2022. Foto Aitor Larrabide

La soledad entra en colisión con la necesidad de pertenencia a un grupo, a una tribu. El sentido tribal se impone a la pulsión del lobo estepario, y esto lo podemos constatar en la mayoría de poemas de este libro: «Siempre he pertenecido a un grupo porque todo el mudo pertenece a un grupo», escribe en “Espiral”. Pero a veces esa necesidad queda frustrada por la indiferencia de los otros, ya que la ciudad se ha convertido en un conjunto de seres aislados y autistas que se creen libres y están encadenados a los grilletes de sus automatismos cotidianos en los que para nada cuentan los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Por ejemplo, en “Indios en la calle bodegones” el poeta se percata de su soledad, de su no pertenencia a tribu alguna, de su desarraigo con esas otras partículas elementales unidas según afinidades para formar átomos que no buscan la agrupación molecular creativa y expansiva, sino una dependencia mínima y estrecha de intereses y gustos comunes. Escribe el poeta: «No es que me miren con desconfianza, es que ni siquiera se molestan en saber que estoy existiendo, que un señor de cuarenta intenta cruzar su campamento sin que le empujen ni le recuerden que él también sangró, como ellos, a los quince».

En esta misma sección también hay un desacato a la poesía romántica, a la cultura áurea, lo vemos, por ejemplo, en “Otra liga”, donde con ajustado sarcasmo el autor enfrenta a Petrarca y la tradición trovadoresca con un partido de fútbol. Contrastan la representación del amor cortés y la emotividad desbocada y fanática de la afición, la confrontación del dramatismo literario y el circo romano. Esa fusión entre lo elevado y lo bajo, entre lo sublime y lo fútil funciona con lograda eficacia en Canto fenicio y en toda la escritura poética de Juan de Dios, y quizá sea esta una forma de responder afirmativamente a la pregunta de Brecht. Otro ejemplo destacado es el hermoso poema “Toxicómanos en peñas blancas”, una lección de cómo se puede escribir poesía lírica con temas sórdidos y supuestamente antipoéticos.

Y finalmente llegamos a la última sección de este libro, que es otro claro homenaje a la cultura fenicia. Lleva por título “Pueblo errante”, y la cita de Shakespeare también resulta muy oportuna: «Los vicios de los hombres quedan grabados en bronce; sus virtudes se escriben en el agua».

Escribió Juan Eduardo Cirlot que «el arte como el hombre se debate entre dos fuerzas contrarias que lo solicitan; una es la belleza de la serenidad absoluta; la otra, la fascinación del abismo», y es quizá en esta sección, y concretamente en los tres primeros poemas de la misma, donde se produce el equilibrio de estas dos fuerzas desde un distanciamiento desacralizador que pretende estar lejos de esas manifestaciones solemnes que engañan al espectador o al lector pedante o ingenuo. Entre la serenidad absoluta (en este caso más bien sobria lucidez) y la fascinación del abismo, Juan de Dios García retrata la etapa histórica que le ha correspondido vivir, identificándose con aquellos pueblos de navegantes que supieron convivir con otras culturas y a los que tanto debemos; aquellos ancestros nuestros a los que el tiempo les fue escamoteando la gloria de su errancia fundacional relegándolos al tópico de mercaderes y avaros que veneraban los bienes materiales. En los textos de este libro destacan, pues, el homenaje implícito a los fenicios y la visión crítica de nuestra cultura descarriada e hiperactiva, aunque, en mi opinión, en esta última parte, la asociación resulta aún más patente. El autor insiste en luchar contra el olvido de aquellos ninguneados de la historia a los que él recuerda, como es el caso de su abuelo, «el único familiar que conocí nacido en el siglo XIX», su abuela Alba María sirviéndole sopa de leche, o su padre respondiendo enfurecido a unos testigos de Jehová: «si casi no creo en mi dios, cómo voy a creer en el vuestro». Como contraste leemos “Smart”, un poema demoledor acerca del hombre contemporáneo adicto a la tecnología digital y acosado por la urgencia, la inmediatez y la absoluta desconcentración. No es casualidad que a este texto le siga otro dedicado a Moloch Baal, uno de los numerosos dioses de la cultura politeísta fenicia, dios de la guerra, de las tormentas y de la cosecha y asociado con Cronos, ya que tomó el control del mundo al destruir a sus padres, el cielo y la tierra. Sería equivalente al demonio Belcebú en el cristianismo, un dios, en fin, muy apropiado para estos tiempos distópicos y apocalípticos que estamos viviendo.

Por último, el libro se cierra con un poema desolador, escrito desde el presente, pero situado referencialmente en otras épocas y lugares que ya no volverán, que se extinguieron como se extinguirá nuestra autocomplaciente civilización. No me resisto a reproducir el texto completo: «Huele a fiesta terminada hace siglos. El hacha gotea sobre la tierra seca. Fumo frente a la chimenea y me fundo con la leña ardiente. Me haré un caldo con los huesos de esta civilización».

En Canto fenicio encontramos condensados los temas cardinales de la poesía universal: el amor, la muerte, la soledad y el tiempo. De ellos derivan una serie de subtemas que tienen mucho que ver con la incertidumbre, la perplejidad, la introspección irónica, a veces sarcástica y hasta cínica, desde un tono coloquial y realista que huye de la excesiva sustantivación del lenguaje poético para recalcar el absurdo de nuestra civilización descreída, alocadamente consumista y entregada al deleite inmediato, adoradora de dioses tecnológicos y creadora de nuevos mitos urbanos. El autor busca la tensión entre componentes sumamente artificiales y elementos del lenguaje común, y no renuncia a utilizar un vocabulario poetizante y oblicuo, de la misma manera que hay en estas prosas poéticas una irrupción continua de lo particular y autobiográfico en lo colectivo, es decir, llevado el acontecimiento individual e irreductible (y a veces intransferible) al discurso totalizante.

Para finalizar solo me queda decir que la poesía de Juan de Dios García, y particularmente el libro que nos ocupa, está dotado de un marcado sentido sentencioso y de una narrativa potente. Su discurso tiene la capacidad de acariciar al lector con ternura a la vez que sacude su conciencia. Estamos, en fin, ante una escritura en apariencia pesimista y desesperanzada que no renuncia a las experiencias hedonistas, de manera que Tánatos y Eros se encuentran y copulan en muchos de los pasajes de este libro escrito desde diferentes perspectivas y reforzado por el uso de una ironía creativa e inteligente que alcanza las raíces de lo veraz y lo legendario.

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José Luis Zerón Huguet

Nace en Orihuela el 28 de octubre de 1965.

Trabajó cuatro años (1987-90) como redactor de la Vega Baja en el Periódico de Elche, y dos (89-90) como corresponsal del diario ABC. Asimismo colaboró ocasionalmente con el diario alicantino Información y en el periódico digital Minuto Cero y regularmente en la revista digital Galla Ciencia.

Actualmente colabora con asiduidad en el blog literario Frutos del tiempo y es coordinador de los ciclos encuentros con la Poesía en la Casa Natal de Miguel Hernández. Fue fundador y director de la revista sociocultural La Lucerna y fundó y codirigió la revista de creación Empireuma y presidió la Asociación Cultural Ediciones Empireuma, que publicó más de quince libros.

Su actividad cultural es diversa: ha escrito prólogos, pronunciado y promovido conferencias, y participado en numerosas mesas redondas presentaciones de libros y exposiciones de pintura. Ha sido jurado en varios concursos literarios de ámbito nacional e internacional. Con Manuel García Pérez escribió el guión del espectáculo audiovisual Esquirlas de luna en homenaje a Federico García Lorca, y ambos dirigieron su puesta en escena con gran éxito en el Aula de Cultura de la CAM-Orihuela en 1998. También fue autor y director del montaje poético audiovisual Las tres heridas y del poema y parte de la introducción del corto Pasos y sombras, de José Rayos.

Su producción poética editada consta de dos plaquetas: Anúteba, conjunto de poemas suyos y de Ada Soriano (Ediciones Empireuma, 1987), y Alimentando lluvias (Pliegos de Poesía del Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1997); Y los libros Solumbre (Ediciones Empireuma, Orihuela 1993) , Frondas (Ayuntamiento de Piedrabuena y Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 1999), El vuelo en la jaula (Cátedra Arzobispo Loazes, Universidad de Alicante, 2004), Ante el umbral, (Instituto alicantino de cultura Juan Gil-Albert, Alicante, 2009), Las llamas de los suburbios (Fundación cultural Miguel Hernández, Orihuela, 2010), Sin lugar seguro (Germanía, Alzira, 2013), De exilio y moradas (Polibea, Madrid, 2016), Perplejidades y certezas (Ars poética, Oviedo, 2017), Espacio transitorio (Huerga & Fierro, Madrid, 2018) e Intemperie (Sapere Aude, Oviedo, 2021).

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