José Rico no engaña; el libro no es un poemario, no es un trabajo en torno a una temática cerrada, es un compendio de su poesía selecta, que nos ofrece respetando la cronología de su gestación, movido por el deseo de conservar para sí y para quien quiera leerla su trayectoria poética y vital.
Ambas, sí, porque la suya es una poesía auténtica en el sentido literal. El autor escribe lo que le mueve y le conmueve; su poesía está despojada de adorno y elucubración o efectismo intelectual. Escribe sobre la vida, no es conceptual. Ello dice mucho de su carácter.
El prólogo de Javier de Uritze contribuye a echar luz sobre la persona de José Rico y sus inquietudes poéticas, pues glosa con sencillez pero entrañablemente cómo prologuista y poeta se conocieron, precisamente alrededor de una copa y apuntes poéticos.
Los poemas desprenden sin excepción el intenso apasionamiento de la vivencia, una pasión que se manifiesta como río contenido cuyas aguas buscan con vehemencia expansión, sobre todo en los años jóvenes: «Abridme, hermanos, el tragaluz / del alma. Dejad salir mis alas / fecundas y gloriosas al firmamento, libres. / Dejadme cruzar los aires del universo entero. // Abridme » (1976, Dejadme). Con el mismo apasionamiento el sujeto poético expresa el dolor por el infortunio que golpea al mundo: «[…] Vómito humano de balas orinadas / sobre Vietnam, Oriente Medio… / sobre cualquier terreno / donde sus pobladores griten libertad; / fértil excremento, colérica doctrina / donde las palabras forman arcabuces / y cañones de oro negro. / […] // Siglo brutal. / Fin de mis años» (1976, Hiperflora).
O descarga la indignación desolada que le produce España, una herida profunda que no sana: «¡Arránquenme las venas, / verdugos, / mis venas santas, / mi cuerpo tuvo tiempo de sentenciar la farsa! / […] / ¡mierda de patria! // (Si me permiten decirlo / los señoritos, las damas)» (1976, Torniquete).
Una España de la que el sujeto poético se distancia expresamente oponiendo un abominable «vosotros» a un yo sensible que hace oír su voz: «No, mi lengua / no es como la vuestra, / cargada de espinas y / de sangre. / Mi lengua, con los labios, / es como una rosa fresca, / como una rosa abierta a las verdades; / […]» (1977, Animal de lengua).
Algunos poemas de los últimos años dan fe de la experiencia de la muerte cercana con connotaciones eróticas: «Vino la noche desnuda / […] / mostró sus muslos abiertos / y en un segundo de rabia / giré mi cuerpo entregado / sobre su vientre dispuesto; / […] // Supe, al fin, que era la muerte / la que ocupaba mi lecho» (2013, Llegó la hora), a veces en forma de testamento, en un poema en el que resuena Machado: «[…] /por dejar constancia de que he vivido / hasta el último momento de mi sangre / […] (2013 Últimas voluntades). O en el poema que da título al conjunto, en el que trata el tema con mucho sentido del humor: «A pesar de los años aún presumo / (no quisiera parecer presuntuoso) / de tener una larga y tupida cabellera, / […] / me acerqué al espejo sigiloso / y atónito observé cómo caía / un encanecido pelo en el lavabo. / […] / No quise pensar qué pasaría / si me cayera un pelo cada hora / […]» (2012, Ayer soñé que calvo me quedaba).
- Rico, José (Autor)
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