Las nueve musas
Anfitriones e invitados

Anfitriones y (re)invitados

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Es indiscutible que el turismo es uno de los sectores más importantes de la actual economía global y se ha convertido en esencial para la de algunos de los países del mundo.

Turismo
Museo del Prado

A nivel general esta industria genera el 9,8 % del Producto Interior Bruto (PIB) mundial, superando en volumen de negocio a sectores como el alimentario o la automoción (WTTC, 2016).

Por concretar, para países como España supone que 68,2 millones de personas nos visiten cada año y que 175,5 millones de residentes viajen internamente, lo que se traduce en casi el 12% de nuestro PIB (INE, 2016).

Pero el Turismo, como industria o como actividad económica, no ha sido, o es, importante únicamente por su valor de mercado, sino que su influencia ha estado en los aspectos sociales y culturales que se han derivado del mismo.

Que cada año más habitantes del planeta se desplacen, por ocio o por negocio, de un lugar a otro; que numerosos territorios rurales cambien las actividades económicas primarias (tradicionales) por las que del sector servicios; que países en vías de desarrollo  vean en el turismo la forma de desarrollarse (económicamente) y de poner en el mapa de la globalización la idiosincrasia de su identidad; o que instituciones como los museos o los espacios en los que se han activado bienes patrimoniales desarrollen políticas cada vez más competitivas de comunicación patrimonial, para que ese legado llegue a más y más público, es un claro síntoma de su importancia a nivel intersectorial.

Mirando el turismo desde este, y resumido, punto de vista es complicado no rendirse ante  la evidencia de la magnitud que posee para la sociedad y para cada individuo en todos los sentidos: economía, educación, conocimiento, etc.

Pero quizás haya llegado el momento de comenzar a pensar en si nos encontramos ante aquel turismo inicial de «anfitriones e invitados» (Smith, 1989), ante el turismo que bebe de la esencia del ser humano por desplazarse desde los inicios de su existencia, a la idea romántica y bucólica del contacto con el Otro, al intercambio y aprendizaje que supone el hecho de planificar y llevar a cabo un viaje; o por si por el contrario nos encontramos ante la encrucijada de una relación de conquista de poderes y libertades entre anfitriones-administradores e invitados-intrusos.

Desde el boom del turismo a partir de mediados del siglo XX, los anfitriones han estado en la posición de ser visitados, convirtiéndose en protagonista –temporales– de su cultura y de su territorio para unos invitados deseosos de conocer lugares que hasta ese momento eran extraños, exóticos, soñados y/o inalcanzables. El intercambio estaba servido. Servicios, atractivos, recursos, idiosincrasia eran devueltos en forma de reconocimiento, estima, divisas, etc.

La suerte de este «trueque» es la que ha ido conformando tanto las actividades turísticas en general como cada uno de los destinos en particular, fundamentalmente porque en ese proceso de canje entran en juego características que se han convertido en los grandes retos del turismo del siglo XXI: autenticidad, identidad e intimidad.

Para el invitado del siglo XXI los destinos han dejado de ser una imagen idílica impresa en un folleto de una agencia o en las narraciones de amigos y familiares que fueron antes que él. Se encuentra cada vez más informado, con servicios más profesionales y asequibles y con una oferta que crece y se diversifica cada año.

El anfitrión, por su parte, ha cambiado la invitación por la seducción: mejores precios o servicios que su vecino, la competencia. Los roles de cada uno y su visión del Otro se ha modificado completamente. Aunque se pretenda seguir con la misma esencia de proceso turístico, la realidad es que no es difícil encontrarse como en destinos maduros el turista es visto como un cliente más que consume un producto y que si se le da excesiva confianza se corre el riesgo de perder la intimidad y la idiosincrasia cultural.

Como en toda industria, el proceso de alienación también ha llegado al turismo. Únicamente debemos detenernos en lo que ofrecen instituciones culturales como los museos.

Obviando las actividades programadas para su público cautivo, la oferta para el público no cautivo intenta que cumpla las premisas de: consumo, calidad de la experiencia y fidelización. Los mausoleos o templos pasivos de antaño se han convertido en experiencias que se adaptan a un turismo que cada vez tiene menos tiempo para visitarlos pero que cuando lo hacen desean una experiencia de calidad y completa, es decir, comprender la esencia de lo que han ido a visitar en el menor tiempo posible y con un suvenir que lo demuestre.

El Paseo del Arte de Madrid es un buen ejemplo. Sus tres grandes museos se han ampliado, se han construido nuevos Centros de Arte y Cultura a su alrededor, y otras instituciones, como el Museo Sorolla, preparan sus ampliaciones o mejoras.

Pero no solo eso, han mejorado sus servicios, fundamentalmente los que están relacionados con la restauración y la comercialización de productos, aunque muchos de ellos no están relacionados con el museo en cuestión. Organizan exposiciones temporales que llegan a eclipsar a la propia colección permanente, no porque lo que se haya expuesto sea de mayor calidad, que podría serlo, sino porque la magnitud económica para organizarla y el tiempo limitado en el que estará montada hacen necesario que se deba sacar de ellas la mayor rentabilidad posible.

Esto no es algo exclusivo de los museos o de la ciudad de Madrid, cualquier espacio patrimonial tiene que hacer frente a las cifras de visitantes y a sus competidores. Y resulta incluso una locura pensar detenidamente en este fenómeno.

Si volvemos al ejemplo de Madrid, sus grandes museos reciben cerca de dos millones de visitantes por año de media, cada uno de ellos cuenta con una cantidad de metros cuadrados de exposición que hace difícil poder visitarlos en una sola jornada deteniéndose en cada una de sus piezas expuestas, sin contar, por supuesto, el tiempo perdido en la entrada. Pero, paradójicamente, continúan ampliándose, acrecentando su oferta. Y para rematar, todo para un público que posee interés (en ocasiones), pero escasos o nulos conocimientos para comprender lo que en ellos se salvaguarda. Un coctel extraño, o explosivo, de: consumo, rapidez e incomprensión. Pero, paradójicamente nuevamente, los museos son cada vez más visitados (consumidos), los grandes por supuesto. La recesión económica únicamente ha sido un tropezón para las Industria del Turismo y para las Industrias Culturales. El consumo de ambas continua aumentando y cada vez van más de la mano.

En esencia estas líneas es únicamente la presentación del panorama al que nos enfrentamos. Un panorama tan caótico como fascinante.

economía globalCiudades patrimoniales como Florencia, Pisa, Roma, etc., se masifican cada año de turistas; algunos de los Museos Estrella de nuestro planeta empiezan a plantearse seriamente limitar el número de visitantes mientras otro desean más y más; los turistas en ocasiones parecen estar jugando a una yincana con el mapa en la mano buscando el monumento donde hacer cola. Y al mismo tiempo, las instituciones que salvaguardan los bienes patrimoniales son cada vez más atractivas, interactivas, abiertas y sociales; los destinos más cercanos y accesibles, la información se desborda con el clic de un ratón, o dedo, en las pantallas de nuestros ordenadores, tablets y teléfonos móviles.

¿Las hordas de turistas que vagan de sala en sala intentando buscar la obra que aparece en la guía y que les dará un respiro a su intelecto diciendo: «esto sé lo que es o al menos he leído que es importante», se agotarán? ¿Se acabarán agotando también todos aquellos anfitriones que ven como cada año los invitados campan a sus anchas por su territorio, ignorando las normas y costumbres culturales y modificando las actividades de los que no se dedican a esta actividad social y económica? ¿Nos cansaremos de ver como el turismo modifica, para bien o para mal, los paisajes urbanos y rurales?

La respuesta a estas preguntas las encontraremos en repensar qué turismo queremos, en recuperar la identidad de los anfitriones y en educar a los (re)invitados.

Óscar Navajas Corral

Referencias

INTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA (INE) (2016): «Encuesta de Turismo de Residentes (ETR/FAMILITUR)». Recuperado el 01 de Junio de 2016, de Instituto Nacional de Estadística:

SMITH, V. (1989): Anfitriones e invitados. Antropología del turismo. Madrid: ediciones Edymion.

WORLD TRAVEL AND TOURISM COUNCIL. (2016). «Travel & Tourism Economic Impact 2016 World». Recuperado el 19 de Junio de 2016, de World Travel and Tourism Council.

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