Las nueve musas
Cafetal La Dionisia
Promocionamos tu libro

Esta vez la tarde no andaba triste. Y eso que te habías visto forzado a cambiar la ruta inicial y regresar a la guarida tras resbalar entre las piedras y quedar tus pantalones carmelita claro salpicados por hierbajos acuosos, malolientes.

La DionisiaAndabas por Calzada camino del hotel Cohiba cuando, queriendo sortear un charco, estuviste a un tris tras de resbalar, sin poder evitar esas mugrientas aguas que ensuciaron tu vestimenta.

Un único remedio: recoger a Sergio, buscar y cuadrar con botero, ir pa la casa, asearte y en el mismo carro salir hacia el concierto. Así mismo fue. De corto y limpio, con un taxista que no cesaba de inquirir contra los  «estrellitas» -mire, allá arriba vivía Raúl; a aquello  se le llamaba «el cielo de la Habana»- recortando cuchillos del Nuevo Vedado, tras dejar atrás el puentico del Almendares, bordeando la tapia ocre del cementerio Colón, os adentrasteis en un reparto de callejuelas repletas de mujeres prietas casi todas vestidas de blanco.

Por un instante te creíste estar en el extrarradio de Yaounde. Entre vericuetos de firme desigual y preguntando a sus moradores disteis con un amplio terraplén, ante un prominente bastimento alto y largo, de estética RDA, donde vislumbrasteis el Cuatro por Cuatro de Silvio Rodríguez.

Ahí es, sentenció Johan, el botero parlanchín y poco acorde, en apariencia, con los privilegios atesorados por los militares. Ante vosotros una tarima invadida por el equipo musical, acordes, cables, sintonizadores, micrófonos, pantallas, luces y hasta el mismo trovador que ensaya ante un público que, todavía escaso, va tomando posiciones.

—Lo encontrarás enseguida. Es un descampado ante un edificio largo y alto, de esos que hay en Alamar. Ahí mismico cantará mañana Silvio – te explica Marlen mientras Guillermo avanza marcha lenta entre la ropa tendida del largo y angosto pasillo.
—¿Cómo me llego entonces?— preguntas con la seguridad meridiana de que no te costará nada encontrarlo.
—Eso es fácil. Tomas un almendrón en G hacia Boyeros. Y te bajas en Tulipán. Y ahí preguntas. Veras una lomita. Y… Nada, ya verás el edificio.  Guillermo, Gonçal me pregunta como poder ir a La Dionisia donde mañana Silvio ofrece uno de sus recitales.
—Ah, sí. —interfiere el maestro aparcando su andadero para sumirse en la mecedora. Desde hace rato Silvio ofrece conciertos a las gentes de los barrios pobres, tanto en La Habana como en Provincias. Existe un documental sobre esos suburbios. Sería bueno lo tuvieses pero no lo tengo grabado. Es duro, maestro. La Dionisia es uno de ellos pero no está malo. Es modesto. Otros donde ha cantado son mucho peores.

MatanzasHuelgan motivos para fijar tu cita de la tarde del jueves en ese reparto, todavía ignoto para ti. Del concierto te habían enterado tus colegas guates en el brindis ofrecido por los organizadores del evento que había congregado investigadores y estudiosos del espacio latinoamericano en el bicentenario de la Carta de Jamaica, a la que se dedicaba el congreso. Era, por tanto, un fin de fiesta del todo inesperado; de hecho, no aparecía en el programa de actos. Simple coincidencia. Inmejorable, pensaste. Y, tras tu visita al maestro, advertiste con una notica a tu par venezolano, Sergio Rodríguez Gelfenstein, para acudir ambos a presenciar la actividad. Bien sabía que se apuntaría. En sus libros, en sus escritos, siempre relucen los poemas de Silvio.

Con puntualidad meridiana, reapareció uno de los dos más genuinos cantante de la revolución, el otro es Pablito. Ambos la inmortalizaron al emerger en el marketing musical preglobalizador como La Nova Trova cubana. Hoy ambos discurren en derroteros desiguales, emitiendo visiones distintas de un proceso que, en palabras del autor de El Unicornio azul, debería enfatizarse más en la letra E que en la letra R. ¿Cuestiones semánticas? Sabe a poco. Con todo, en el mismo evento vespertino, alguna nota de confusión te golpeó extrañamente en tu disco duro; ocurrió cuando un vivaracho cantante del conjunto telonero entonó un cántico del que sobresalía, por su increíble reiteración, la palabra <cambio>.

Lo más gracioso, lo más sorprendente, fue la reacción de una audiencia progresivamente en aumento, que repetía y repetía el mismo vocablo sin que lograses atisbar el verdadero sentido de ese grito. Efectivamente, mientras tratabas vanamente de descifrar su clave, sin apenas entretenerse socialmente con el centenar de gentes reunidas, sin quitarse ni gorra ni gafas, Silvio comenzó su repertorio entrelazando canciones míticas y otras de menor repercusión. Todas o casi todas eran tarareadas en una muy conseguida voz bajita por tus vecinos de fila, unos amantes veinteañeros a quienes brillaban unos ojos enfervorizados por la sincronía de tanto poema y tanta revolución.
—Se las sabe todas —inquiriste sonriente mirando el contoneo de los labios
—todos los cubanos nos las  sabemos perfectamente- te respondió ella

A su vera, Laura, ya entrada en años, asentía mientras tú te debatías entre la emoción de la tarde y los mordiscos que solo a ti te lanzaban  los mosquitos.

No fue más de una docena de canciones las que os regaló Silvio sin apenas tregua entre una y otra. A la hora y poco se atisbaba su fin. Tras la primera retirada de rigor se vaticinaba un primer bis que, naturalmente, por la canción elegida, iba a resultar único.
<Ojalá que la lluvia deje correr el agua cuando caiga…>
Esta vez, público y cantante se unieron a dúo. Ambos ganaron (ganasteis). Tu incluido.
Como si de un «daos la paz» se tratara, te acercaste a Laura y le sembraste un beso en la mejilla.

MalecónDos horas más tarde, cercana la medianoche, después de un delicioso regreso a pie acompañado por tu socio caraqueño, atravesando la penumbra entre las arboladas avenidas que mueren en Paseo y Malecón, tras devolver al amigo, te encontrabas en un timbiriche de febril rotatividad, engullendo una hamburguesa y un tremendo batido de guayaba.  Libretica en ristre sondeaste a unas muchachas acerca de una estrofa de una de las canciones más bellas escuchadas en la tarde,
<La era esta pariendo el corazón, / No puede mas/ No puede de dolor/ Por que precisa el porveniiiiir >
—¿Es así la letra?
—Si Asimismo es.
—¿Os las sabéis todas?
—Los cubanos nos las sabemos todas.

Pd. Redactas tu crónica mientras el buen papa Francisco circula en su peregrinación al Cobre. Lo sigues en Cubavisión internacional. Estas embobado. Jamás imaginaste un maridaje católico comunista en la Cuba castrista. El transformismo es impensable. ¿Acaso se vive un remake del sincretismo, ya no sin embargo entre yorubas y criollos sino ahora entre el todavía meollo de un materialismo histórico, cada vez más más cercado y un cristianismo de catacumbas en plena resurrección? Tal vez la respuesta sea la que profiriera un astuto monarca en tiempos inmemoriales: <París bien vale una misa>

Gonçal López Nadal (marzo 2016)
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