Una de las mayores diferencias entre la fotografía analógica y la digital es quizás el tiempo que separa el momento del disparo, de aquel en que podemos observar la imagen obtenida.
Mientras que con las cámaras digitales podemos ver al instante lo que acabamos de fotografiar, la película debe pasar por un proceso de revelado, que impone una casi siempre prolongada espera.
Durante ese lapso, el material sensible ya guarda el registro de la realidad capturada, una huella invisible aún, que recibe el nombre de imagen latente. Es una imagen que no existe todavía, pero ya está latiendo aún antes de haber nacido. Y allí aguarda, latente en esas sales de plata que ya fueron alteradas de forma irreversible por los rayos de la luz del instante en que el obturador fue presionado.
Esta imagen latente puede esperar allí varios días, o incluso meses, hasta que el revelado la convierta en imagen visible. Y esta necesaria espera puede provocar diversas emociones.
Como dijo Joan Fontcuberta en su libro ‘La cámara de Pandora’:»la fotografía fotoquímica tradicional imponía un tempo, un intervalo angustiante entre el clic y la experiencia consumada de la imagen, y durante este aplazamiento, intervenía la proyección de la ilusión y del deseo.»
Un intervalo angustiante por la incertidumbre acerca del resultado. Un intervalo donde la imagen no sólo está latente en la película, sino también en la idea que imaginamos al momento de la toma. Un intervalo donde se mantiene la ilusión y el deseo de haber logrado plasmar dicha idea en una fotografía. Un intervalo que puede finalizar con la satisfacción de encontrarla allí, o la frustración por no verla concretada en esta ocasión.
Pero este intervalo también establece una distancia con el instante de la toma. Una distancia física, porque probablemente ya no estemos cerca del lugar de la fotografía, pero también una distancia entre nuestros propios sentimientos en el momento de captar la escena, y luego al observar el resultado. Y esa separación puede ser de algunos días, generando la expectativa de apreciar el resultado, revivir el momento, o decidir si se debe o no repetir la toma, si acaso fuera eso posible.
Pero con el sistema Polaroid, la imagen permanece latente sólo unos minutos, revelándose ante nuestros ojos provocando el asombro de llevarnos ese instante grabado en un papel.

Y en algunos casos, esa distancia puede ser de años, cuando encontramos una vieja cámara con un rollo sin terminar. Y allí hay imágenes latentes, esperando que adivinemos cuál fue el último lugar al que llevamos una cámara analógica.
Con una cámara digital, en cambio, podemos ver la foto capturada en el mismo momento y lugar de la toma, pudiendo revisar si alguien salió con los ojos cerrados, o si la iluminación fue correcta y repetir la toma, sí, pero matando toda esa carga emocional que la espera alimenta.
Sin embargo, ya Joan Fontcuberta también advirtió que el concepto de imagen latente no ha dejado de existir, sino que ha mutado: «lo que resulta obvio por simple sentido común es que toda imagen infográfica es almacenada en una matriz numérica y sólo resulta perceptible a la vista cuando se traslada a soportes tales como una pantalla o un papel. Es decir, todo archivo digital en formato gráfico es de hecho una imagen latente.»
De esta forma, hoy guardamos nuestras fotografías como imágenes latentes. Aprovechando que las fotos digitales pasan de imagen latente a imagen visible tan fácil como también lo hacen, y ésta es la novedad, a la inversa, de imagen visible nuevamente a imagen latente. En definitiva, es en ese estado como pasan la mayor parte de sus vidas, sabiendo que podemos revelarlas mágicamente con sólo hacer un click.
Hoy parece que la ansiedad por ver una imagen sólo depende de la velocidad de una conexión de red, cuando tarda en bajar a nuestro dispositivo.
Quizás alguna vez alguien encuentre una tarjeta de memoria llena de imágenes latentes, y por un instante se pregunte qué hacer con ella, antes de insertarla en la computadora más cercana para develar el misterio.
Yo, por lo pronto tengo en mi heladera un rollo de fotos sin revelar, encontrado en algún rincón de la casa de algún familiar. Está repleto de imágenes latentes de quién sabe qué momento y qué lugar. No sé si alguna vez me anime a revelarlas. Quizá permanezcan eternamente como imágenes latentes…
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